El trayecto hasta una salita en la que la dama Escorpión se aposentó con Makoto fue silencioso; no parecía que, pese a su proverbial rescate, tuviese muchos deseos de hablar fuera del tema que quisiera tratar con ella. La Usagi se preguntaba cuál sería. Los Escorpión tenían fama de ser complicados, mentirosos y de poco fiar, así que como era natural la joven no las tenía todas consigo. Algún motivo tenía que tener la dama para ayudar a una desconocida, y no adivinaba de cuál podía tratarse. Ella, como recién llegada a la Corte, y procedente de un Clan Menor, poco podía aportar a una dama de un Clan Mayor, ni siquiera a uno tan maltratado en el pasado como el Escorpión, que había sido exiliado y ahora rehacía lentamente su base de poder.
Makoto, debido a las singulares circunstancias que había atravesado su propio Clan, estaba especialmente enterada de la historia reciente, a menos en líneas generales. Todos sabían que el Clan Escorpión, encabezado por su Campeón Bayushi Shoju, había liderado el intento de asesinato de los Hantei, la anterior línea de Emperadores, poniendo en su lugar, o tal había sido su intención, a Shoju en persona. Que dicho Campeón hubiese estado o no influenciado por una espada maldita, que hubiesen oído hablar de una profecía que indicaba que el último Hantei sería servidor del kami maligno FuLeng, que lo hubiesen hecho por el Imperio... todo ello, pese a ser cierto, tenía cierto sabor a excusa para muchos, y consideraban que el exilio en los reinos de las Arenas Ardientes más allá del Imperio había sido poco para unos traidores como ellos.
A fin de cuentas, el último Hantei se había vuelto loco precisamente por haber presenciado la matanza de su familia a manos de los Escorpión; la degeneración y destrucción consiguiente eran, en última instancia, consecuencia directa de los actos de aquellos que habían intentado evitar el cumplimiento de la Profecía... y había desembocado en la coronación como Emperador de Akodo Toturi, en la guerra de las Almas posterior, y por último en el enfrentamiento entre los cuatro hijos de Toturi I. Indirectamente, pensó Makoto, los Escorpión habían alzado al trono a Naseru y habían dado el poder a los hijos del anterior Campeón del León.
La vida, sin duda, daba vueltas muy complicadas...
Las dos jóvenes se sentaron y se estudiaron, mientras se servían té y arroz. La Escorpión llevaba una máscara blanca, muy sencilla, que le cubría toda la cara. Llevaba el pelo largo, suelto por completo seguramente hasta la cintura, pero ahora llevaba un recogido parcial que parecía estar de moda en la Corte.
-Disculpad mi intervención -dijo la enmascarada-. Tal vez no necesitárais ayuda para deshaceros de la importuna Akodo, demo...
-Iie, os agradezco mucho que lo hiciérais -repuso Makoto, mirando a la otra con curiosidad y preguntándose cómo se las haría para comer con la máscara puesta. Había oído rumores sobre que los Escorpión no se descubrían más que ante cónyuges y amigos muy íntimos-. Akodo-san estaba siendo algo... excesiva. Y una intervención bienintencionada siempre es de agradecer -la cuestión era, ¿estaba siendo la otra chica bienintencionada, o sólo más sibilina que la León...?
-Me presentaré: mi nombre es Soshi Angai. Y vos sóis Usagi Makoto, la Candidata del Clan Menor de la Liebre... -Makoto asintió, sin ver qué más podía añadir-. Debo decir que corren los más diversos rumores sobre vos.
-Supongo que es natural -dijo la Usagi con cautela-. A fin de cuentas, acabo de llegar. En una semana la novedad habrá remitido.
-¿Después de que cenárais con el Emperador en persona...? Lo dudo. Y el hecho de que estuviérais con él a solas...
Makoto se sonrojó, sintiendo una mezcla de molestia y timidez.
-No estuvimos a solas, estaba también su hermano. Y durante la cena hubo al menos diez dignatarios presentes.
-Ah, sí, su hermano... tengo entendido que también os invitó a cenar...
-Fue tan amable de invitarme, sí, aunque yo no pude asistir -aclaró Makoto. Se dijo que tenía que ir en cuanto le fuese posible a ofrecer sus disculpas personalmente, y si era posible, quedar para desayunar o almorzar con Sezaru-sama. Era lo mínimo tras el involuntario plantón de la víspera...
Angai la miró, estudiándola. La máscara le cubría la expresión, así que únicamente sus ojos negros daban alguna pista sobre sus emociones, pero Makoto no supo leer en ellos. Al azar, preguntó:
-¿Cómo os las arregláis para comer con la máscara puesta?
-¿Gomen nasai...? -este comentario hizo parpadear a Angai, aparentemente sorprendida.
-Que... cómo os las arregláis para comer. Con la máscara. ¿No os resulta incómodo?
-En absoluto -Angai cogió los palillos, tomó una pizca de arroz y levantó ligeramente la máscara para comer. Makoto percibió una diminuta cicatriz en el labio de la Escorpión, como producida por un corte muy fino, tal vez de katana o wakizashi-. ¿Veis...? -ante el asentimiento de la Usagi, Angai decidió seguir hablando-. Veréis, parece que la Familia Imperial os ha cobrado cierto aprecio, pese al poco tiempo que lleváis aquí -Makoto se abstuvo de cualquier comentario a esta afirmación. Negarlo hubiese parecido una hipocresía, y asentir sería presuntuoso cuanto menos-. Creo que, con la ayuda adecuada, podríais llegar a ser Emperatriz.
Al oír esta afirmación, Makoto casi se tiró el té por encima por la sorpresa. Balbució un breve:
-¿Gomen nasai...?
-Emperatriz... podríais ser Emperatriz. La esposa de Naseru-sama -por el tono ceremonioso con el que hablaba, estaba claro que Angai consideraba esto una gran cosa. Makoto se echó a reír, en parte por la imposibilidad de semejante idea, y en parte porque, visto lo visto, casarse con el Emperador hubiese sido el último de sus proyectos. Tras lo ocurrido durante la cena, tenía más deseos de golpearle la cabeza con un boken que de casarse con él.
-¿Yo, Emperatriz...? -decidió obviar su propio desagrado ante la idea, y simplemente dijo-. ¡Eso sería digno de cuento!
-¿No os interesa? -la atención de Angai era como una espada afilada, y por algún motivo, a Makoto le pareció igualmente peligrosa.
-No sabría qué deciros, Soshi-san... No creo que mi opinión cuente, en este asunto. Únicamente el Emperador tiene derecho a decidir, ¿neh?
-Es sencillo... -la Escorpión habló en tono paciente, como si considerara a Makoto no muy brillante-. Muchas intentarán haceros quedar mal ante él, e intentarán que no os veáis a solas. Si queréis ser Emperatriz, contaríais con mi apoyo.
-¿Por qué? -Makoto sintió un nuevo ramalazo de curiosidad. Ella no era nadie, ni una antigua amistad ni alguien relevante a nivel de la Corte, como para que Angai quisiera encumbrarla. Aparentemente no ganaba nada con aquel movimiento desinteresado, pero...
-Tengo mis motivos. ¿Qué decís?
-No me gustan mucho los misterios, Soshi-san... y no entiendo por qué queréis apoyarme. No soy más que otras, incluso me atrevería a decir que muchos me ven como menos que a otras debido a que procedo de un Clan Menor. No os ofendáis, pero me cuesta confiar en una mano que se me ofrece a ciegas.
-Vuestro origen no es importante, Makoto-san... sino la atención que parecéis despertar en Naseru-sama -Angai se aproximó un poco más a la Usagi-. Y, si necesitáis saber mis motivos... la carga que se transporta en barco no ocupa lugar en carreta.
Aquella declaración no sacó de dudas a Makoto, que se quedó pensativa unos instantes. Luego dijo:
-¿Ninguna otra joven ha despertado su interés hasta ahora?
-No como vos, no hasta el extremo de hablar "a solas"... o de invitarla a cenar, reclamando el derecho a hacerlo cada noche. ¿Qué me decís?
La mente de la Usagi daba vueltas. Por un lado, el Emperador la había salvado de las consecuencias de su primera torpeza, y en ese sentido estaba agradecida; por otro, su actitud caprichosa de la noche anterior le resultaba exasperante. En conjunto, no sabía muy bien a qué carta quedarse, y el agradecimiento se mezclaba peligrosamente con la rabia de tener que ceder a una voluntad que le parecía, cuanto menos, voluble. Le daba la sensación de que Toturi III tenía profundidades que nadie se molestaba gran cosa en ver, para bien o para mal. No había que olvidar que había sido el pupilo de uno de los hombres más crueles y sanguinarios jamás habidos, y sin duda eso le había marcado. Desde el momento en que había sido enviado como rehén y aprendiz de Hantei XVI, su vida no debía haber sido fácil. Y la guerra civil posterior contra sus propios hermanos, la muerte de Kaede...
Se dio cuenta de que Angai continuaba inclinada hacia ella, esperando una respuesta. Intentó dejar de lado sus prejuicios, su rabia, su agradecimiento, y contestar con lógica y sentido común:
-Creo que os equivocáis... Opino que el Emperador sólo quiso ser amable conmigo debido a mi obvia torpeza -el rubor cubrió sus mejillas al recordarlo, y el recuerdo de la defensa de Naseru suavizó un poco su enfado. Bajó la mirada-. En cuanto a la cena de ayer, no creo que la motivara nada más profundo que una curiosidad momentánea -en aquel momento, había pensado que era como un niño que tiraba los juguetes de siempre, bellos y lujosos, en favor de uno más vulgar pero que no había visto nunca y le llamaba la atención... pero aquella comparación irrespetuosa era algo que no iba a compartir con la Escorpión. Alzó la mirada y volvió a clavarla en los ojos negros de su interlocutora, apenas visibles tras la máscara. Los vió estrecharse peligrosamente, y añadió con sencillez-. Dudo que se repita.
Aquella declaración no sacó de dudas a Makoto, que se quedó pensativa unos instantes. Luego dijo:
-¿Ninguna otra joven ha despertado su interés hasta ahora?
-No como vos, no hasta el extremo de hablar "a solas"... o de invitarla a cenar, reclamando el derecho a hacerlo cada noche. ¿Qué me decís?
La mente de la Usagi daba vueltas. Por un lado, el Emperador la había salvado de las consecuencias de su primera torpeza, y en ese sentido estaba agradecida; por otro, su actitud caprichosa de la noche anterior le resultaba exasperante. En conjunto, no sabía muy bien a qué carta quedarse, y el agradecimiento se mezclaba peligrosamente con la rabia de tener que ceder a una voluntad que le parecía, cuanto menos, voluble. Le daba la sensación de que Toturi III tenía profundidades que nadie se molestaba gran cosa en ver, para bien o para mal. No había que olvidar que había sido el pupilo de uno de los hombres más crueles y sanguinarios jamás habidos, y sin duda eso le había marcado. Desde el momento en que había sido enviado como rehén y aprendiz de Hantei XVI, su vida no debía haber sido fácil. Y la guerra civil posterior contra sus propios hermanos, la muerte de Kaede...
Se dio cuenta de que Angai continuaba inclinada hacia ella, esperando una respuesta. Intentó dejar de lado sus prejuicios, su rabia, su agradecimiento, y contestar con lógica y sentido común:
-Creo que os equivocáis... Opino que el Emperador sólo quiso ser amable conmigo debido a mi obvia torpeza -el rubor cubrió sus mejillas al recordarlo, y el recuerdo de la defensa de Naseru suavizó un poco su enfado. Bajó la mirada-. En cuanto a la cena de ayer, no creo que la motivara nada más profundo que una curiosidad momentánea -en aquel momento, había pensado que era como un niño que tiraba los juguetes de siempre, bellos y lujosos, en favor de uno más vulgar pero que no había visto nunca y le llamaba la atención... pero aquella comparación irrespetuosa era algo que no iba a compartir con la Escorpión. Alzó la mirada y volvió a clavarla en los ojos negros de su interlocutora, apenas visibles tras la máscara. Los vió estrecharse peligrosamente, y añadió con sencillez-. Dudo que se repita.
-¿Rechazáis mi ayuda? -la voz de Angai fue muy baja, ronca, casi como el nacimiento gutural de un rugido de animal salvaje y furioso.
-Sóis... muy radical, ¿no os parece? -Makoto se quedó de nuevo desconcertada ante el extraño humor de la Soshi.
-Soy Escorpión -sin más, Angai se levantó bruscamente, un revuelo de sedas rojas y negras-. Como deseéis... Estoy segura de que nos encontraremos de nuevo.
-Supongo que sí, Soshi-san. Si otro día queréis... -Makoto se interrumpió. Angai se había inclinado lo justo para no ser hiriente en su descortesía, y había salido tan velozmente que no la dejó acabar de hablar-. Ay, kamis... -suspiró.
No había pretendido ofender a nadie en su segundo día en la Corte, pero aquello estaba mejorando por momentos.
-Sóis... muy radical, ¿no os parece? -Makoto se quedó de nuevo desconcertada ante el extraño humor de la Soshi.
-Soy Escorpión -sin más, Angai se levantó bruscamente, un revuelo de sedas rojas y negras-. Como deseéis... Estoy segura de que nos encontraremos de nuevo.
-Supongo que sí, Soshi-san. Si otro día queréis... -Makoto se interrumpió. Angai se había inclinado lo justo para no ser hiriente en su descortesía, y había salido tan velozmente que no la dejó acabar de hablar-. Ay, kamis... -suspiró.
No había pretendido ofender a nadie en su segundo día en la Corte, pero aquello estaba mejorando por momentos.
***
Al llegar a sus habitaciones, Makoto se encontró con otra sorpresa: el Canciller Imperial Bayushi Kaukatsu, con el que al parecer había coincidido la noche anterior durante la cena, deseaba invitarla a comer. La muchacha apenas recordaba a nadie aparte del Emperador y su extraña conversación, pero dado que había habido otros invitados, supuso que era natural que alguien manifestara interés en su persona, ni que fuese por simple curiosidad. Sólo esperaba que no se tratara de otra invitación con trampa...
Suspiró.
Sinceramente, dado que el Canciller era miembro de la familia principal del Clan Escorpión, los Bayushi, dudaba que tuviera esa suerte.
Al abrir la puerta a la habitación donde él la esperaba, se detuvo un instante de más mirándole, con asombro.
El canciller era un hombre alto, espigado, con el cabello increíblemente claro, de un rubio platino. No llevaba máscara propiamente dicha, sino unas sinuosas líneas de pintura en la cara. Era apuesto, si a una la atraían ese tipo de rostros algo blandos, de mejillas rubicundas, aunque sus ojos azules eran demasiado directos. Su mirada hizo que Makoto se sintiera desnuda a un nivel muy físico.
Al darse cuenta de que su actitud había sido descortés, se apresuró a hacer una reverencia. Él se la devolvió, sonriendo.
Al darse cuenta de que su actitud había sido descortés, se apresuró a hacer una reverencia. Él se la devolvió, sonriendo.
-Bayushi-sama...
-Vaya, Usagi Makoto-san -la miró atentamente, con aquellos ojos que parecían estarse recreando en su figura-. Sóis más hermosa de lo que me habían dicho.
Makoto se sintió algo violenta.
-¿Gomen nasai...?
-Hermosa... sóis hermosa...
Makoto se aclaró la garganta y desvió la mirada. Decidió que lo mejor era bromear ante aquella incómoda declaración.
-Decís eso con mucha soltura... debéis estar muy acostumbrado a decir esas cosas -tomó asiento, agradeciendo con una inclinación el bol de arroz y el exquisito pescado finamente laminado que lo acompañaba.
-Sólo cuando es verdad -la sonrisa de Kaukatsu no vaciló.
-Entonces, tendréis ocasiones de sobra en esta corte -Makoto no pensaba dar más importancia a aquel comentario del que tenía, y ningún hombre que soltara esto a las primeras de conocer a una joven se merecía que le dieran relevancia.
-Tengo la desafortunada costumbre de ver una mujer hermosa y decírselo... y sóis hermosa.
A Makoto aquella conversación circular empezaba a desagradarle, así que decidió cortarla:
-Bien, pues ya lo habéis dicho... No lo repitáis más o pensaré que intentáis ponerme nerviosa por algún motivo. Itadakimasu -dijo educadamente, empezando a comer. Sin embargo, el Canciller parecía más interesado en ella que en su bol, por deliciosos que estuvieran los manjares que en él se hallaban.
-Los Usagi deben ser ciegos...
-¿Gomen? -Makoto se le quedó mirando de nuevo, completamente desconcertada por aquel comentario.
-Ciegos -el Canciller Escorpión sonrió más-. ¿Privados de vista? Creo que el concepto es claro.
-¿Puedo preguntar por qué sugerís eso? -ella le miró con frialdad, ahora sí, francamente molesta.
-Porque si hubiese sido yo quien seleccionara a las muchachas para enviarlas a esta corte, jamás habría dejado irse lejos a tal belleza -inclinó la cabeza a un lado, y su mirada la recorrió de pies a cabeza. La Usagi sintió la tentación de cruzarle la cara de una bofetada, pero se contuvo a duras penas.
-Pensaba que al Emperador sólo debía ofrecérsele lo mejor -repuso, tajante.
-Una pena para el resto de los hombres... -él inclinó la cabeza con fingida humildad.
-Si los hombres son leales, deben alegrarse de corazón por su señor.
-Entonces debo alegrarme, o pensaríais que no soy leal -la mirada del Bayushi adoptó un aire ligeramente sarcástico.
-Exactamente -respondió Makoto. Inspiró hondo y miró al Canciller-. Me estáis tomando el pelo, ¿neh?
-Jamás osaría burlarme de vos -él parpadeó, aparentemente desconcertado. Su rostro le pareció a ella más inescrutable que la máscara de Angai.
-Si yo fuera a reírme de alguien, diría exactamente eso -indicó Makoto, arqueando una ceja... y luego soltó una breve carcajada-. Gomen nasai... disculpad mi falta de sofisticación.
-Ah... ¿Y qué motivos tendría yo para reírme de vos... -hizo una pausa, sonriéndole un poco más, con aire casi provocativo-, cuando sería mucho más placentero hacerlo con vos?
-¿Sóis humorista? -preguntó la Usagi, sintiendo que estaba perdiéndose algo.
-No, no -Kaukatsu la envolvió en esa mirada suya que parecía aceitosa, lúbrica, antes de añadir con una sonrisa que casi expresaba suficiencia-. Me temo que tal arte está más allá de mis habilidades.
-De las mías también, pero suelo arreglármelas bastante bien para resultar cómica sin pretenderlo -musitó Makoto, recordando la cálida risa en los ojos de Sezaru.
-Nos pasa a todos, Makoto-san... ¿puedo haceros una pregunta?
-Acabáis de hacerla -sonrió ella.
-Otra más, entonces... -él sonrió más ampliamente.
-Adelante... -respondió ella, sin tenerlas todas consigo.
-Cuando habéis entrado os habéis quedado mirándome... ¿Por el pelo?
-Hai... -Makoto se sonrojó, admitiendo su fallo sin dudar.
-Me lo imagina.
-Pensaba que el cabello rubio era exclusivo de los León -se explicó la joven.
-El suyo suele ser, de hecho, de un castaño claro -aclaró Kaukatsu, tranquilamente-. Mi madre era Gaijin.
-¿Ah, sí...? ¿Y cómo la conoció vuestro padre? -preguntó Makoto, dejándose llevar por la curiosidad.
-Durante el exilio del Clan Escorpión en las Arenas Ardientes -el Canciller le dio un trago a su sake.
-Oh... ¡oh! -Makoto se puso como la grana, dándose cuenta repentinamente que, entre todos sus deslices sociales, aquel debía ser de los más grandes. Había forzado a su interlocutor a hablar sobre la vergüenza de su Clan, de cómo sus bases de poder se habían visto derruídas, de cómo habían sido expulsados del Imperio... aunque involuntaria, su falta era grande-. Gomen nasai, he sido indiscreta.
-No habéis sido indiscreta -el Bayushi le sonrió, mostrándole todos los dientes muy blancos-. Indiscreto habría sido preguntar, por ejemplo, si todo mi pelo es rubio...
A la joven se le cayeron los palillos.
-Sí que os estáis riendo de mí -mascuyó ella, furiosa.
-Al contrario, no me río de vos... espero reírme con vos -hizo amago de acercarse a ella, pero Makoto ya había tenido suficiente. Se levantó dando una palmada casi agresiva a la mesa.
-Creo que no tengo más hambre -dijo, seca-. Si me disculpáis...
-Por supuesto... -él intentó parecer contrito, pero dada su actitud hasta aquel momento, a la joven le resultó más desagradable incluso por ello-. Mis disculpas.
-Tenéis razón. No sóis humorista -le espetó Makoto. Hizo una profunda reverencia y salió de allí, tan enfadada como para casi correr por los pasillos. Tras ella, su criada Ai, que había asistido a toda la comida en concepto de acompañante, ya que no hubiese sido decente que estando la Usagi soltera se hubiese reunido a solas con un hombre, correteó también, roja como una amapola.
-Vaya, señora, era francamente...
-Un grosero -le cortó Makoto-. Odio que se rían de mí.
-Iba a decir indecente -dijo la criada, más comedida que ella. La joven Usagi bufó, decidida a no dar paliativos a la actitud completamente descortés del Canciller, que ciertamente le había sacado de quicio. Abrió la puerta de su cuarto ella misma, sin aguardar como hubiese sido de rigor que Ai la abriera por ella. Se detuvo de golpe y de sus labios se escapó una exclamación.
Todo estaba revuelto, los kimonos cortados, las jarras rotas, los cuadros rasgados de arriba a abajo, las flores de ikebana pisoteadas... y no había ni rastro del gatito blanco que Sezaru le había regalado.
Makoto tragó saliva, pálida.
-Ay, Kamis... -susurró Ai, a su lado, tan impresionada como su señora.
-Será mejor que avises a la guardia Seppun, Ai-san... -trató de recuperar la sangre fría, y añadió-. Es una falta de respeto al Emperador arremeter contra sus huéspedes.
La criada hizo una reverencia y salió corriendo, mientras Makoto se quedaba mirando aquel desastre.
-Mi gatito... -susurró la bushi, apretando los puños con impotencia.
Nota: Imagen extraída del blog http://martialartsnomad.com/tag/bjj/ No se pretende infringir ningún copyright.
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