Akodo Kurako by Rayba |
Los baños, a última hora de la noche, estaban deliciosamente vacíos. Makoto decidió aprovechar aquella soledad para darse el placer de relajarse por completo desde que había llegado a la corte imperial. Tras su arrebato de furia había estado demasiado sudada y molesta para irse a dormir sin más, así que había agarrado toallas y, dejando de lado cualquier consideración a la avanzada hora, había marchado al recinto donde las aguas eran divididas, por consideración a los Unicornio y sus costumbres, en dos.
A la Usagi no dejaba de hacerle gracia que, siendo como eran tan abiertos en otros aspectos, los Unicornios se avergonzaran como lo hacían de bañarse conjuntamente, como si la desnudez fuese algo antinatural... o como si los hombres nunca hubiesen visto a una mujer desnuda, y a la inversa. Ella se consideraba inocente en muchos aspectos, era virgen y jamás había mirado con intenciones poco castas a ningún varón, pero se había bañado cientos de veces con ellos. Hermanos, padres, amigos... Sólo una mente retorcida podría convertir esos ratos sociales llenos de conversación, té caliente y relax en algo degenerado. El que los Unicornio, que vestían pantalones de gasa que poco o nada dejaban a la imaginación, vivían en tiendas de campaña, e incluso comían carne y tocaban piel muerta de vaca, fuesen tan mojigatos era paradójico.
Makoto había oído hablar de sus danzas sensuales, su tendencia al uso de aceites eróticos, y muchas otras barbaridades que contradecían esa aparente estrechez de miras. Los Unicornio eran una extraña mezcla de exotismo, barbarie, sensualidad y timidez inapropiada, supuso. Pensó en Ide Kotetsu, una mujer a la que ni por asomo se le ocurriría catalogar como apocada.
En aquel momento, le pareció oír a dos hombres del otro lado de la empalizada que usaban para proteger la extraña modestia de los Unicornio.
La joven Liebre parpadeó, y luego se acercó sigilosamente hacia la barrera. Sin duda, ellos imaginaban estar a solas. No era culpa de ella que se pusieran a hablar en un lugar tan público... se sonrió ante sus propias autoexcusas, reconociéndolas por lo que eran, pero no se retiró. Al principio apenas captó más que susurros, pero luego le pareció oír una voz que conocía, aunque no supo situarla. La otra, en cambio, le era completamente ajena, una voz gutural de hombre, casi rasposa.
-¿...Y qué harán?
-He oído que, cuando se encuentren, volverán a batirse en duelo... otra vez. Esperemos que con el Emperador delante, sea la última.
-Es una pena... sobre todo por ella y por el niño.
-Cierto -se oyó un suspiro-. ¿Qué harás con ella?
-No es que yo pueda criticarla -la voz más rasposa emitió una ronca carcajada, y luego continuó diciendo-. Y es leal como la que más.
-¿Y el pequeño?
-Lamentablemente, dada su naturaleza, deberá ir con su padre.
-Es horrible -había una pena sincera en la voz del primer hombre.
-Apartar a un niño de su madre siempre lo es. Aunque el padre podría ganar...
-Aún así no hay manera de que el niño... de que no se sepa de las especiales circunstancias de su nacimiento... -de nuevo suspiró-. Sufrirá mucho.
-Tú lo sabes bien.
-Hai...
Makoto se apartó lentamente para enjabonarse, pensativa ante lo que acababa de escuchar. No se le ocurría de otra persona con "circunstancias especiales" en su nacimiento... y aquella voz...
¿Era Kaneka quien estaba hablando con el otro hombre de la voz rasposa...?
En aquel momento se oyó un chapoteo, y el hombre de la voz seca emitió un quedo gimoteo. Makoto se puso como la grana, al tiempo que abría ojos como platos. Era ingenua, no estúpida.
-Haz eso otra vez -susurró la voz más ronca. El otro hombre, el que la Usagi había creído que era el Shogun, soltó una risa queda.
-Hai, hai...
"Hora de secarse", pensó la muchacha, saliendo del agua todo lo rápido que le permitía el sigilo.
***
Al día siguiente Makoto aún le daba vueltas a la conversación que había escuchado parcialmente. Lo malo de la curiosidad es que llevaba consigo su propio castigo: ¿de quién habían estado hablando los dos hombres? Estaba tan embebida en sus pensamientos que apenas se detuvo a tiempo cuando alguien le cortó el paso.
Se detuvo de milagro, llevada por años de entreno y reflejos. Levantó la vista y se encontró mirando al hermoso y simétrico rostro de la Candidata León, Akodo Kurako en persona.
Vista de cerca, pensó la Usagi, era aún más impresionante que sobre el escenario. Las pálidas luces de las linternas, la música fantasmagórica y la atmósfera cargada habían resultado artísticamente impresionante, pero la belleza natural de la joven León ganaba a la luz del día. Su piel era blanquísima, sin tacha. Sus ojos eran muy negros, de mirada directa, sus labios llenos y sensuales, y su rostro tenía una caprichosa forma de corazón que daba exotismo a los armoniosos rasgos. El largo y liso cabello castaño, muy oscuro, caía a sus espaldas como un manto.
Makoto le hizo una profunda reverencia, como correspondía al miembro de un Clan Menor ante una integrante de un Clan Mayor. Kurako en cambio se saltó la etiqueta, dedicándole una apenas perceptible inclinación de cabeza en vez de una reverencia, por ligera que fuese, mientras la escrutaba con curiosidad evidente.
-Así que vos sóis la Candidata del Clan Usagi, Usagi Makoto, ¿neh...? -la León inclinó la cabeza a un lado y después al otro. Más alta que Makoto, parecía no saber muy bien qué pensar de ella-. Ayer cenásteis con Toturi-sama...
-El Emperador tuvo a bien invitarme, hai -Makoto tuvo que contener su cólera al pensar en las circunstancias en las que tal invitación había sido extendida, sonriendo en cambio a la otra muchacha-. No comprendo por qué no os invitó a vos. Os merecíais mucho más que yo ese honor. Vuestra actuación fue...
La Akodo cortó sus palabras con una risa breve, que a Makoto le sonó ligeramente estridente.
-Mi actuación, ¿neh...? Oh, sí. La alabásteis en presencia del Emperador durante la cena, por lo que he oído. Supongo que, dado que Toturi-sama os invitó, pensásteis que era compasivo por vuestra parte recordarle a la joven que había bailado para él aquella noche... qué amable, Makoto-chan -la Akodo le sonrió con una dulzura que no engañó a la Usagi.
Y aquel sufijo de confianza, aquella forma de hablarle como si fuese una niña... La más pequeña de las dos Candidatas frunció el ceño y miró a la cintura de la Leona. Efectivamente, de su obi colgaba un daishô, signo de que se declaraba capaz de lidiar en sus propios duelos.
Estaba intentando provocarla para que la retara.
En otras circunstancias, Makoto no habría rehuído el desafío. Pero en aquella corte había en juego más cosas aparte de su propio orgullo. Se tragó su ira del mismo modo que el día anterior se había contenido ante el Emperador, y le devolvió la sonrisa a Kurako, aunque sabía que no estaba a la altura. Nunca se le había dado bien enmascarar sus sentimientos.
-Me halaga que consideréis amable un gesto mío, Akodo-sama -dijo, con un tono frío que hacía sus palabras tanto más amargas en sus labios-. Nunca pensé que un miembro del noble Clan del León repararía en los actos de alguien de un Clan tan humilde como el mío. Vuestra alma es tan vasta y elevada como vuestras palabras.
Kurako frunció levísimamente el ceño, y parecía que iba a responderle cuando una nueva voz se mezcló en la conversación.
-Ah, pero Akodo Kurako-san siempre ha sido un ejemplo para todas las damas de esta corte... la cuestión es si ella se percata de cuánto impacto tienen sus actos en los demás -las dos muchachas se giraron. La recién llegada tenía una voz como el humo, elusiva y seductora, una larga melena negra y una máscara sin rasgos definitorios le tapaba el rostro. Kurako le hizo una reverencia, lo mismo que Makoto, desconcertada por esta nueva intervención. La dama Escorpión, pues tal era su Clan, les devolvió el saludo antes de volverse hacia la Usagi-. Pero me temo que Usagi-san ha olvidado sus compromisos de hoy... ¿no deseábais desayunar conmigo?
La joven Liebre se quedó doblemente asombrada. Iba a abrir la boca, pero la Escorpión ya se la estaba llevando, cortando el paso entre ella y Kurako.
-Si nos disculpáis, Akodo-san... ¡Usagi-san y yo tenemos tanto de lo que hablar...! Ya permitiré que me la robéis otro rato. Su conversación es cautivadora, ¿neh? -la Escorpión no dejó de hablar, impidiendo que ni Makoto ni Kurako metieran baza-. Una voz preciosa. No me extraña que el propio Emperador la haya distinguido entre otras, pese a sus orígenes tan modestos. Pero claro, Toturi-sama siempre ha valorado más el mérito que las linajudas familias... Y enfrentarse a su voluntad sería ya no de mal gusto, sino rayano a la traición, ¿neh...?
La Akodo retrocedió un paso y permitió que la Escorpión y la Liebre pasaran a su lado.
-Ah, Soshi-san... ni se me pasaría por la cabeza obrar de forma que disgustara al Emperador -dijo la León, con una sonrisa tan natural que casi convence a Makoto de que toda la mala fe anterior había sido una imaginación suya. Casi.
-Por supuesto que no -respondió la Escorpión-. Disculpad, Akodo-san, pero se nos enfría el desayuno.
Con estas palabras, la dama Soshi se marchó con la sorprendida Usagi a la zaga, dejando a sus espaldas a una contenida pero furiosa León.
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