sábado, 16 de marzo de 2013

Primeras Impresiones II

Ide Kotetsu, ex-Daimyo de los Ide

Ide Kotetsu, cortesana del Clan Unicornio y antigua Daymio, era una mujer de asombrosa belleza. Su cabello negro y muy liso contrastaba con su piel, algo más morena de lo que era moda debido a una gran parte de su vida que transcurría, quieras que no, en el estilo de los Unicornio, al aire libre, pero aún así perfecta. Sus ojos violetas brillaban llenos de inteligencia y leve ironía, y su sonrisa tenía un punto de enigmática y un punto de ternura, el equilibrio justo entre la elegancia y la bienvenida que evitaba la frialdad de la perfección o los excesos de algunos de los miembros de su Clan.

A algunos les hubiera podido sorprender que tomara bajo su ala protectora a una muchacha sin conexiones, ni modales, y para colmo miembro de un Clan Menor.

Algunos no tenían ni idea de lo que valía la pena en la vida, en su nada modesta opinión. Kotetsu era tan inteligente como parecía, y era capaz de valorar una persona por lo que era, no por su apariencia, y la joven Usagi le había gustado de inmediato. Quizás por la viveza de su mirada, por su sonrisa franca y sin dobleces, o quizás por la capacidad imaginativa y de análisis de la que había hecho gala. A Kotetsu le parecía, aparte de una excelente persona y una samurai con posibilidades, un auténtico diamante en bruto.

Al que hacía falta pulir con delicadeza, pero durante bastante tiempo, para ser sinceros. Como probaba el hecho de que su entrevista con el Emperador hubiese sido un desastre tan inmenso como, bien mirado, cómico... algo que no podía decirle a la avergonzada Makoto, que tenía las mejillas arreboladas y parecía incapaz de levantar la vista del suelo.

-Neh, Makoto-san... intenta mirarlo por el lado bueno -dijo la Unicornio animosamente-. Ahora todo el mundo considera que el Emperador siente un favor especial por ti...

-Kamis -la joven Usagi apoyó la mejilla en la palma de una mano, mientras torcía el gesto-. Si creen eso, se equivocan. Ha sido amable, sí, al intentar suavizar mi humillación pública, pero me ha colocado al mismo tiempo en el punto de mira de toda la Corte.

-Eso es cierto -admitió la más mayor de las dos mujeres-. Todo el mundo querrá saber por qué has llamado su atención.

-¿Aparte de por el hecho de que me quedé mirándole como una campesina ignorante? -balbució Makoto-. Kamis, ¡ni siquiera presenté la katana! Él estaba ahí, esperando que yo le saludara con la debida pompa y reverencia y dejara mis armas, y yo... me quedé mirándole. ¡Si me hubiese quedado con la boca abierta como una paleta no hubiese sido peor!

-No, no lo hubiese sido -Kotetsu soltó una risilla, sin poder evitarlo, lo cuál le valió una mirada dolida de la muchacha-. ¡Makoto-san...! Esto es la Corte de Invierno del Emperador, ¿qué piensas que va a pasar? -exclamó riendo libremente esta vez-. Reconócelo, el Yunque te ha salvado de un suicidio político al invitarte a esa entrevista personal con él.

-Hai, hai, hai... -la Usagi se masajeó las sienes-. Pero también voy a estar rodeada de cortesanos dispuestos a sacarme la piel a tiras debido a eso... ¡Voy a ser Conejo asado en breve como no aprenda a esquivar las dagas de sus lenguas!

-Bien, pues vas a tener que aprender, cosa que no lograrás sentándote y desmoronándote por un fallo de etiqueta...

-... Garrafal. Un fallo garrafal, Ide-sama... -suspiró Makoto.

-... Pero que no tiene por qué resultar fatal para ti, ni para tu Clan, jovencita. Piensa en las responsabilidades que tienes antes de desesperarte. No puedes fallarles a los tuyos.

-Hai... -la joven Usagi asintió lentamente-. Entonces... ¿puedo contar con vuestra ayuda, Ide-sama...?

Kotetsu sonrió, alzando ligeramente una ceja.

-Mejor pongámonos cuanto antes a ello. Tienes una tarea ingente por delante.

***

Naseru jugueteaba con el tallo de un loto, mientras pensaba en la celebración que tendría lugar aquella noche. Akodo Kurako iba a ser la estrella especial del espectáculo Noh, mostrando sus habilidades para honra del Clan León, y para mayor lucimiento de ella como candidata a Emperatriz. Toturi III había tenido alguna conversación con la joven y sabía que era una mujer interesante, retorcida y, por lo que había creído entever, despiadada. En otras circunstancias hubiese pensado que era perfecta para él... Pero gracias a los Kami, su forma de ser había cambiado lo suficiente para darse cuenta de que aquella unión no le hubiese beneficiado, no realmente. Ella no tenía nada que ofrecerle, nada que le ayudara a ser... mejor.

Un hombre menos burlón, un político menos despiadado, un hermano incapaz de pensar en sacrificar a los suyos como simples fichas de un juego... Todo lo que, en algún momento de su entrenamiento con el Crisantemo de Hierro, había dejado de ser. Sus ojos vagaron por el jardín, antes de centrarse en pensamientos más agradables.

El problema es que cada vez que pensaba en aquella insignificante Usagi no podía evitar sonreír. Había cometido un atentado a la etiqueta al quedarse quieta mirándole. Y en sus ojos castaños no había captado admiración desmedida, asombro o maravilla, sino un simple y sincero interés. Parecía estarse preguntando quién era aquel hombre a quien todas ellas intentaban atraer, pero no para calcular sus posibilidades de conquistarle. A fin de cuentas, era lo bastante inteligente para darse cuenta de que como miembro de un Clan Menor, tendría pocas o ninguna oportunidad respecto a las demás damas. Pero la curiosidad había estado allí, una curiosidad por el hombre tras el título, por Naseru, no por el Emperador... o eso le había parecido.

Quizás había sido aquella sinceridad inesperada la que le había llevado a intervenir a su favor, a llevársela aparte de aquella corte de buitres que sólo habrían esperado un gesto suyo para despedazarla. Ella no se merecía algo así. Sezaru, su hermano, le había hecho indicaciones discretas; Naseru lo había visto por el rabillo del ojo, y había mantenido la seriedad a duras penas. Así que la jovencita había captado la atención de su místico hermano mayor... Dado que la Voz del Emperador rara vez miraba dos veces a una mujer, aquello había excitado aún más su interés. Algo debía poseer la Usagi para que el Lobo en persona se molestara en intentar sacarla del hoyo.

Sí, la joven bushi era, sin duda, intrigante. Sonrió sin dobleces, una sonrisa que pocas personas podrían jactarse de haber visto... y todas ellas de su familia. Como su difunta hermana, Kaede. Suspiró, dejando a un lado el loto. Toturi II. Cada vez estaba más convencido de que ella había sido mucho más digna que él del puesto, contradiciendo cada gesto suyo durante la guerra de los Cuatro Vientos, cada paso que había dado en la lucha por el trono que había habido entre ellos. Ahora que ella había muerto, con grandeza, veía de otra forma aquella época. Recordar el tiempo perdido le provocaba siempre una profunda punzada de pesar.

Eran esos remordimientos los que le habían llevado a reconciliarse con Kaneka el Bastardo, pese a que ninguno de los dos había sido particularmente afín al otro. Había sido aquel error lo que le había llevado a madurar, a crecer, a convertirse -esperaba- en alguien más digno del trono.

En ocasiones, sin embargo, notaba que su personalidad de siempre, retorcida, fría y despiadada, caprichosa como un niño pequeño, afloraba brevemente. Pocas personas se percataban de ello, aparte de su medio-hermano a quien exasperaba sin límite... Y temía que eso pudiera llevarle a obrar de nuevo de forma errónea.

En esos momentos se daba cuenta que necesitaba a alguien que le señalara cuándo se estaba pasando de la raya. Alguien a quien fuera capaz de escuchar, cosa que por sí misma ya resultaba bastante difícil; alguien a quien no sólo apreciara, sino respetara.

Temía no encontrar a esa persona entre las candidatas; era complicado que alguna de ellas fuera capaz de semejante firmeza de carácter, ya que habrían sido educadas para ceder ante el Emperador. Y si tenían la personalidad, seguramente no fuesen atractivas. Así que debía encontrar un consejero en quien pudiera realmente confiar...

Eso sí que sería imposible, pensó resoplando. La confianza no era algo que pudiera dar libremente. Era el Emperador. Kamis, todo era tan complicado...

En fin. Por una noche, sería mejor dejar de lado todas aquellas meditaciones y elucubraciones. Le esperaba un espectáculo, música, relajación en un ambiente delicadamente ponzoñoso. A otros podría haberles vuelto locos, pero a él las intrigas cortesanas le resultaban más relajantes que un baño caliente. Es más, el ser el centro de ellas era tan... entretenido.

Sonrió, esta vez con sorna. Una sonrisa torcida e irónica.

¿Sabrían las candidatas a qué clase de hombre estaban intentando echar el lazo?

Suspiró, torciendo el gesto.

¿Les importaría, acaso? Era el deber de ellas, y un honor más allá de lo soñado. Todas ellas debían estar deseosas, y ahora... ah. Ahora debían estar centrando su atención en la Usagi, con celos, furia y precaución. Aquel movimiento suyo en su rescate, el invitarla a pasear a solas por el jardín, había sido un golpe maestro, se dijo Naseru. Sí, la había ayudado. Pero también le iba a proporcionar innumerables horas de diversión ver como las candidatas intentaban captar qué había atraído la atención del Emperador para, si era posible, emularlo... y ver cómo las alianzas y las intrigas se sucedían en torno a un hecho tan pequeño, a una personita tan insignificante, cuya única relevancia había sido un par de ojos castaños vivos e inteligentes, fijos en él, en su persona, no en la dignidad del Emperador...

Soltó una carcajada. Sí, iba a ser divertido.

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