lunes, 18 de marzo de 2013

Primeras Impresiones III

Otomo Hoketuhime by Rayba
En las estancias de la encargada de protocolo reinaba una paz armónica que era un bálsamo para sus nervios, que más que nunca estaban a prueba aquellos días. La Daimyo Otomo tenía todo siempre en perfecto orden, todo perfectamente limpio, y cinco criadas personales se cuidaban mucho de que todo siguiera como debía.

Se la conocía como la Princesa del Hielo; por sus ojos increíblemente azules, decían algunos; porque su corazón estaba compuesto de ese material, según susurraban otros cuidando que ella no les escuchara. Otomo Hoketuhime había destruído a más de una personalidad política prominente por menos que eso, y todos eran muy conscientes de ello. Era una mujer astuta, curtida en los caminos de la Corte, y sobre todas las cosas, más peligrosa que una víbora irritada. Quienes escuchaban los rumores y les daban crédito, sin embargo, se confundían de lleno al creer que no tenía sentimientos.

Ojalá no los hubiese tenido.

Se miró en un espejo, sin caer en gestos tan plebeyos como masajearse las sienes o pellizcarse el puente de la nariz para aliviar la terrible jaqueca que le acechaba, como siempre. Ella era una dama de la Corte de Toturi III, la Daimyo de su familia y la encargada de que todo el ceremonial transcurriera con normalidad. No podía dar muestras de debilidad, ni siquiera estando a solas se permitía aquel lujo. Su rostro hermoso y simétrico no translucía emociones, sino lo que ella quería: tranquilidad, contención absoluta, dominio. Fuerza. Una mujer de su posición no mostraba grieta alguna. Su rostro era su máscara, más incluso que la del más artero Escorpión. Y su máscara debía ser perfecta.

Hubo un tiempo en que las cosas no habían sido así. Ella había sido más joven, ingenua, prometida a un hombre poderoso, si bien antinaturalmente devuelto al reino de los vivos. Hantei XVI, cabeza de uno de los bandos durante la Guerra de los Espíritus. Había sido un gran honor ser su futura esposa... hasta que el horror de la situación en la que estaba atrapada se había hecho patente en toda su grandeza. Y es el que el sobrenombre de Crisantemo de Hierro no le había venido únicamente por su crueldad política.

Ella era apenas una niña y había dejado que él la destrozara en todo sentido. Cuando Naseru, entonces un crío que ni había hecho el genpukku siquiera, había llegado y se había convertido en su pupilo, apenas le había dado importancia a aquel nene malcriado y terco. Ya se encontraría las consecuencias de su obstinación, lo mismo que ella. Se había refugiado en una docilidad absoluta, sintiendo su corazón vacío, su alma arrasada. Cuando el niño había empezado a aferrarse a ella, admirando su belleza, sus ojos azules, su aparente calma, aquella admiración ingenua había sido un bálsamo inesperado para su amor propio.

No había creído posible sentir nada por ese niño cuatro años más joven que ella. Tampoco habría imaginado que él intentaría salvarla de sus vejaciones, que Hantei la utilizaría a ella para intentar destruír a Naseru. Y lo más imposible de todo es que aquello le había dado fuerzas para salvarse por fin a sí misma. Había matado al monstruo.

Sólo lamentaba no haberlo hecho mucho, mucho antes.

Hoketuhime hubiese debido darse cuenta que la admiración de un niño no es la de un hombre, y que los sentimientos de Naseru no serían eternos. Ella se había aferrado a la admiración de él y se había reconstruído a su servicio, corriendo un tupido velo sobre su horrible y deshonroso pasado. Se había alzado en el poder, había rehecho su vida. Pero él ya estaba mirando más allá de ella, él que no se daba cuenta de que las semillas que un hijo apartado de su madre y solitario, hambriento de afecto, había sembrado estaban germinando. Él, que se había convertido en un adulto. Él, que ya no le prestaba la misma atención, mientras ella seguía atrapada en una red de ilusiones dolorosas y traicioneras.

Resistió el impulso de dar un golpe al espejo, de tirar cuanto había en su tocador. La disciplina extrema con la que sobrellevaba cada día de su vida se impuso. Tomó el maquillaje que usaba para resaltar sus asombrosos ojos de hielo, se arregló lentamente. Se pintó los labios con un delicado tono de rosa. Luego llamó a sus criadas para que la peinaran y ayudaran a peinarse, poniendo cada horquilla en delicado desequilibrio, en una ilusión de naturalidad tan frágil y obscenamente mentirosa como la máscara de apacible control que llevaba puesta.

En realidad, Hoketuhime sabía que estaba destrozada. Pero nada podía evitar su dolor, nada iba a alejarla de él. Así que debía enfrentarse estoicamente a su día a día, ocupándose de sus deberes e intentando ignorar las burlas crueles de las jovencitas... Evitó rechinar los dientes, gesto que habría sido poco femenino y delator, pero por un instante sus ojos se volvieron más fríos todavía. Aquella absurda Akodo la había llamado vieja... A sus veinticuatro años, y soltera. ¿Quién se iba a fijar en una virgen tan pasada, habiendo muchachas casaderas a pares en la Corte de Invierno?

Si las circunstancias hubiesen sido distintas, Otomo Hoketuhime hubiese disfrutado demostrándole a aquella estúpida cuán imprudente había sido su comentario. Sabía que estaba motivado por su cercanía al Emperador, una posición que desataba envidias y elucubraciones entre los cortesanos, y más entre las Candidatas. Pero estaba maniatada. Aunque los celos la devoraran por dentro, aunque deseara gritar, aullar, vengarse, desahogarse de alguna forma, no debía perder el control. Todas las Candidatas estaban allí por deseo expreso del Emperador. Y ella debía ocuparse de que estuviesen cómodas, felices y satisfechas, en la medida de lo posible.

Quizás lo que más dolía del comentario es que, en cierto sentido, era terriblemente cierto; o al menos, lo bastante cierto como para hacer que sus deseos fuesen patéticamente vulnerables a una crítica maliciosa y hecha al azar. Porque tal vez si ella fuese unos años más joven, Naseru hubiese podido considerarla a ella entre todas las doncellas casaderas... pero no. No era así, no era una posibilidad y nunca lo sería. Debía vivir con su realidad, no con sus marchitas esperanzas. El soñar sólo servía para herirla aún más.

Un revuelo inesperado la sacó de sus deprimentes pensamientos.

-Otomo-hime -Bara, una de sus criadas, entró haciendo una inclinación profunda-. El Campeón Esmeralda me ha pedido que os informe de un incidente...

-¿Un incidente? -por la curiosidad que transmitía, aquello podría haber sido una esperada invitación a tomar el aire. Hoketuhime se felicitó internamente por su autocontrol, mientras se preguntaba qué incidente podía haber implicado al mismísimo Yasuki Hachi.

-Yasuki-sama ha... desafiado en duelo al Escorpión Negro en persona, mi señora.

Hoketuhime parpadeó como única muestra de su interno asombro. 

Aquello sí que era inesperado.

***

Toturi III alzó una ceja ligeramente ante su Campeón Esmeralda, que estaba postrado a sus pies. Estaban relativamente a solas, así que le indicó con un elegante y altivo gesto que podía levantarse.

-Hachi-san. Sóis la última persona de esta corte de quien me hubiese esperado un acontecimiento como el que ha tenido lugar en mis jardines. Desafiar al Escorpión Negro ha sido un acto sorprendente por vuestra parte. Decidme, ¿qué os ha llevado a ello?

Hachi, de rostro honesto, perspicaz pero no excesivamente agraciado, dudó un instante antes de contestar:

-Esta mañana, apenas salido el sol, vi una escena entre una dama y Soshuro Aoi-san que me pareció... ominosa. La dama en cuestión bajó corriendo de las murallas, pálida como una muerta y demudada -hizo una pausa, y el Emperador esperó pacientemente a que continuara hablando-. Dado que él había actuado de forma que me pareció... poco correcta...

-Vuestro error era comprensible -Otomo Hoketuhime intervino al ser evidente que el joven se había quedado sin palabras. Su cara impasiblemente hermosa no dejaba translucir sus pensamientos. Naseru la encontraba vagamente inquietante en momentos como éste.

-Tal vez -respondió el Campeón, en voz baja. Una extraña pero magnética sonrisa, que transformaba por completo sus vulgares rasgos, apareció en sus labios-. Pero la dama no ha estado muy de acuerdo con mi actuación. Me ha echado en cara que actuara impulsivamente guiado por las apariencias en vez de investigar el caso... -parecía divertido.

Naseru arqueó ambas cejas, ahora.

-Qué dama tan peculiar -comentó. Otomo Hoketuhime le sirvió té en su taza, y luego a Yasuki Hachi. 

-Única -repuso Hachi, sin dejar de sonreír de aquella forma tan sorprendente.

-¿Os batís por su honor y ella os recrimina por defenderla? Única sin duda -comentó Naseru, con una sonrisa torcida. Hoketuhime inclinó ligeramente la cabeza y musitó:

-No llegaron a batirse, Hijo del Cielo... la dama en cuestión, si no me equivoco, se interpuso entre ellos antes de que se iniciara el duelo.

Naseru miró de uno a la otra, intrigado. Hachi se echó a reír.

-Hai, ella era... Se negó en redondo a permitirnos luchar, alegando que el duelo era un error -había una calidez sorprendente en la expresión del Campeón, que habitualmente parecía cercano y amable, pero pocas veces tan entusiasmado.

-Ah... ¿y cómo es ella? -preguntó el Emperador, dirigiéndose a Hoketuhime más que a su amigo.

-No muy alta -describió en voz educada la Daimyo de los Otomo. Insignificante, dedujo Naseru-. De largo cabello moreno, frente amplia y ojos negros, nariz redonda... un conjunto de rasgos agradable -Toturi III, que sabía leer en ocasiones las palabras de la Otomo mejor que nadie, comprendió que Hoketuhime consideraba a la muchacha en cuestión poco agraciada, ínfimamente interesante y absolutamente inmerecedora del revuelo que había causado entre dos personalidades tan importantes como el Campeón y el Escorpión Negro, de infame reputación. 

-Pertenece al Clan Fénix, y es amable, gentil y dulce -añadió Hachi, todavía sonriendo-. Tan atenta como para proteger a un hombre de la fama de Soshuro Aoi cuando éste no necesita protección alguna... No tolera la injusticia. Es muy valiente.

-Parecía a punto de desmayarse -señaló Hoketuhime sin perder la compostura.

-Eso es precisamente lo que la hace tan valiente -insistió Hachi, cortés pero sin ceder terreno.

-Espero que este tipo de incidentes no se repitan, Hachi-san -les cortó Naseru, captando el desdén de Hoketuhime antes de que éste se expresara en educadas elipsis verbales-. No es adecuado a esta Corte que se sucedan los duelos, y menos frustrados, por asuntos que pueden arreglarse de otras maneras.

-No creo que sea necesario, oh Hijo de los Cielos -repuso Hachi, aún risueño y obviando la desaprobación que irradiaba de la Daimyo Otomo-. Isawa-san puede ser gentil, pero se ha mostrado muy firme conmigo en este asunto.

Naseru miró al Campeón con interés.

-No parecéis muy disgustado por ello.

-Quizás porque no lo estoy -Hachi bebió de su té, sonriendo-. Hablando de revuelos inesperados... he hablado esta mañana con Usagi-san sobre vuestro salvamento.

Naseru y Hoketuhime intercambiaron una mirada, él curioso, ella indiferente.

-Supongo que estaría muy agradecida -musitó la dama Otomo.

-Bueno... es una chica sensata -Hachi se rió-. Le pregunté si estaba ya locamente enamorada de nuestro Emperador...

-¿Hai...? -Naseru sonrió para sus adentros, satisfecho ante una conquista fácil.

-... Y dijo que no.

A Hoketuhime le tembló ligeramente el pulso mientras encendía unas velas. Algo de lo que nadie salvo ella misma se percató, afortunadamente.

-Así que eso os parece un comportamiento sensato -murmuró la dama Otomo.

-Sus palabras exactas fueron que "no conocía lo suficiente al Emperador para estar enamorada". Luego me preguntó si las demás Candidatas lo estaban.

-Parecéis aprobar sus palabras -indicó Hoketuhime, heladamente-. Realmente os complacen las jovencitas con modales extrafalarios.

Hachi soltó una carcajada.

-Estábamos a solas, y ella no tenía por qué halagar a nadie, ¿por qué no iba a ser sincera conmigo? Simplemente era una pregunta. No creo que su respuesta fuese irrespetuosa...

Ni Naseru ni Hoketuhime parecieron compartir su hilaridad, ni su apreciación de la sensatez de la Usagi. Intercambiaron una nueva mirada. Naseru le dio un sorbo a su té.

-Cualquiera diría que el incidente de la presentación le habría enseñado humildad.

-No creo que sea humildad lo que le falta... es muy consciente de su posición -señaló Hachi-. Precisamente por eso no se hace excesivas ilusiones.

Hoketuhime sintió una inesperada punzada de envidia ante aquel comentario inocente. Ojalá ella hubiese podido ser también sensata en ese aspecto... Inspiró hondo.

-Si no me necesitáis para nada más, Hijo de los Cielos, Campeón Esmeralda... me gustaría retirarme -dijo rígidamente.

***

Naseru se sentó en un balcón, aprovechando el relativo calor otoñal para alejarse momentáneamente de sus obligaciones, mientras meditaba sobre la conversación que acababa de tener con Hachi. Rara vez había visto al otro hombre tan satisfecho como en aquel instante, algo curioso dadas las circunstancias. Con cierta crueldad, se preguntó si la joven a la que Hoketuhime había catalogado sin dudar de insípida se sentiría tan interesada por el Campeón como él por ella... serían una pareja perfecta. Hachi no era el más apuesto de los hombres, a fin de cuentas.

Gracias a las Fortunas, él en cambio estaba más que bendecido en ese aspecto. Naseru se sabía guapo, atractivo y seductor, a juzgar por el número de desmayos que había a su paso. Secretamente tenía apuestas con Sezaru al respecto. ¿Perdería el sentido la Candidata Doji, o la humilde Gorrión primero? Seguramente a las damiselas en cuestión les parecería poco halagador saber que eran motivo de secreto regocijo para ambos hermanos, pero la verdad es que al Emperador le importaba bien poco esto. 

Frunció ligeramente el ceño.

En cambio, la reacción de la Usagi... había sido inesperada. Había supuesto que la habría dejado sumida en un mar de gratitud y en la más abyecta de las admiraciones, y ahora se encontraba con que la joven estaba siendo... sensata.

Sensata. Qué palabra tan horrible, y tan poco divertida.

Miró hacia sus jardines, preguntándose si debería hacer algo más. No le parecía apropiado que una de sus Candidatas se tomara con semejante desprendimiento el asunto de agradarle a él. No es que ella hubiese intentado desagradarle, tampoco... pero aquella falta de interés por su parte, fuese por el motivo que fuese, era...

¿Era ése Sezaru?

Naseru fijó la vista en una silueta vestida de rojo y dorado, de cabellos blancos. Efectivamente, su hermano estaba paseando, y una figura menuda le acompañaba. Incluso desde aquella distancia, los colores de su kimono la delataban como miembro del Clan Menor de la Liebre. 

Y estaban caminando por sus jardines, muy juntos, charlando animadamente al parecer. El Emperador parpadeó sorprendido, y luego frunció el ceño tormentosamente. 

¿Qué estaba haciendo su hermano hablando con una de sus Candidatas? Hasta que él no eligiera una Emperatriz, todas ellas debían tratar de agradarle. ¿Por qué estaba aquella Usagi tan satisfecha charlando con el avejentado Sezaru, que no era mucho mayor que Naseru, pero aparentaba muchos más años? El Lobo estaba gastado hasta parecer un anciano más que el hombre de veintitantos años que realmente era. Naseru sabía que no se trataba de un viejecito inofensivo.

¿Lo sabría la ingenua Liebre?

¿Y por qué se estaba riendo ahora, echando la cabeza atrás y mostrando tan obviamente su regocijo? Parecía estárselo pasando en grande.

A Naseru le ardió la sangre en las venas. Aquella era su Candidata, y Sezaru no tenía derecho alguno a coquetear con ella, no hasta que él la hubiera desechado en favor de otra. Y allí estaban, prácticamente coqueteando en público, a la vista de cualquiera... aquello era absolutamente inapropiado. Un relámpago de cólera le cruzó la mirada.

Ya les arreglaría las cuentas a ese par de atolondrados. Nadie se interponía entre él y sus cosas.

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