martes, 30 de abril de 2013

Primeras impresiones XIII


Sentado informalmente en el suelo de tatami de su habitación, Naseru meditaba sobre los sueños vagos que habían poblado su noche. No recordaba gran cosa, salvo la imagen pesadillesca del asesinato del Crisantemo de Hierro, y la presencia consoladora de Tsudao... que en algún momento dado se había fundido con la de otra mujer que no había sabido reconocer. La extraña le había mirado, o eso le había parecido... y le había visto. No al Emperador, sino a Naseru. Había sido una extraña sensación, y más reconfortante aún que la impresión de volver a estar junto a su admirada hermana mayor. En aquel momento, casi había lamentado despertar tras la pesadilla convertida en cálido sueño...

Pero el Emperador no podía permitirse soñar. Debía conocer sus deberes y cuidar de sus súbditos, no detenerse en agradables fantasías. La desconocida de su sueño ni siquiera era real, sino una imagen ficticia surgida de sus anhelos y deseos personales.

En aquel momento un ligero roce de sedas le avisó de la presencia de uno de sus sirvientes personales, que se inclinó hasta el suelo. Naseru suspiró y se alzó, sentándose en seiza, una postura más digna y propia de su cargo.

-¿Sí, Shin?

-El Campeón del Fénix pide permiso para entrar, oh Hijo del Cielo.

Naseru asintió, se levantó y se dirigió a la tarima en la que recibiría al Campeón conforme a la etiqueta. La guardia Seppun se distribuyó de forma discreta y los criados abrieron las puertas dobles al sonar un gong.

Shiba Dorayo entró en la sala y se detuvo a unos cinco metros de la plataforma donde el Emperador le esperaba. Hizo una profunda reverencia, correspondida por una inclinación de cabeza.

-Shiba Dorayo-sama. Nos alegra veros en buena salud -enunció Naseru, hablando primero como dictaba la etiqueta.

-Hijo del Cielo, os agradezco vuestra magnanimidad al recibirme -Shiba Dorayo no alzó la mirada. Era un hombre serio y de rostro castigado por el tiempo, pero de expresión sabia, paciente y comprensiva como pocas veces se veía en un bushi. Tenía una cara de rasgos suaves, que sin ser particularmente llamativos eran delicadamente equilibrados hasta resultar agradables, sino hermosos, y su mirada viva tenía una punta de risa amable oculta en ellos que hacían que incluso a sus años, algunas doncellas le miraran y se sonrojaran-. Supongo que adivinaréis el motivo de mi petición de audiencia...

-Eso me temo -Naseru contuvo un suspiro.

-Me sentiría extremadamente honrado, mi señor, si oficiárais de juez en el duelo con mi rival Mirumoto Shirigo -los ojos negros del Shiba permanecieron educadamente bajos, pero el Emperador intuyó que había algo más que la educación que le obligaba a mantener la vista lejos de él.

-¿Le habéis desafiado ya...?

-No, mi señor, pero cuando volvamos a coincidir en un acto público... -el Campeón dejó de hablar, pues el significado de sus palabras estaba claro de sobras.

-Entiendo -Naseru pensó que debería ordenar que aquella contienda se detuviera, pero... ¿cómo iba a decidir cuál de los dos debía ser favorecido? Incluso siendo el Emperador, se guardaría mucho de insultar a dos de los Campeones actuales de los Clanes Mayores, y eso es lo que lograría inmiscuyéndose directamente en aquel asunto-. Si tal es vuestra voluntad, seré vuestro juez, entonces... Una vez decidáis dónde y cuándo se celebrará el nuevo duelo. Sólo espero que no lo realicéis en un momento o lugar que ponga en riesgo la armonía debida a la Corte Imperial...

Hubo un cierto alivio en las facciones del mayor de los dos hombres.

-Os estoy profundamente agradecido por vuestro favor, oh Hijo del Cielo.

Naseru sonrió sutilmente, preguntándose si Dorayo se percataba de que sus palabras se prestaban a que retrasaran el duelo... indefinidamente.

-Podéis retiraros, Shiba Dorayo-sama -le dijo amablemente-, o si preferís quedaros a tomar el té conmigo...

-Os agradezco el honor, Oh-Naseru-sama, pero creo que debería ir a prepararme para desafiar a mi rival... y pasar a saludar a Ide Kotetsu-sama. Ayer apenas tuvimos tiempo para hablar -confesó el hombre con una sonrisa.

-Retiraos entonces, y mandad mis mejores deseos a Ide-sama -respondió Naseru, asintiendo.

***

Makoto se apartó de un salto de Sezaru, poniéndose roja como una amapola y cubriendo su avergonzada expresión con la más profunda de las reverencias. Allí se quedó, temblando ligeramente y preguntándose qué diablos le había pasado para actuar de forma tan impropia e indecente. ¿Es que no podía quedarse a solas con un hombre? Y a todo esto, ¿dónde estaba Ai-san, su criada, que debería haber impedido que llegara a tales extremos...? No recordaba que la hubiese acompañado aquella mañana. ¿La había dejado marchar en solitario para ver a un hombre que ya había mostrado intenciones hacia ella?

Kamis, ¿qué iba a hacer ahora?

En su neblina de nervios y vergüenza, apenas escuchó hablar al severo Kaneka.

-Sezaru-san, vuestro comportamiento es... -hizo una pausa, y Makoto sintió la mirada del Shogun sobre ella como una presencia casi física. Sintió deseos de echarse a llorar, pero se contuvo: no era una niña, y no podía permitirse tal falta de entereza-. Algo de lo que hablaremos luego -Kaneka pareció contener su enojo con cierta dificultad-. Makoto-san, acompañadme, por favor.

-Hai, Kaneka-sama -susurró la bushi en tono casi inaudible.

-Kaneka... -Sezaru habló entonces, y aunque su tono era neutro, había una protesta implícita que el Bastardo cortó rápidamente.

-Tú a callar -cuando ordenaba, era tan temible como el más fiero de los generales. Kaneka salió del jardín, y luego del recinto de estancias de Sezaru, seguido por la cabizbaja Usagi. Atravesaron zonas abiertas y despejadas de contenida belleza, oscuros pasillos, y se alejaron de la zona más alegre y vistosa del palacio en dirección a unas salas más sobrias y militarizadas. Apartado del tránsito habitual de nobles y cortesanos se hallaba un dôjo bien equipado, amplio y en perfecto orden de revista. La joven bushi intuyó que debía ser para el entreno en exclusiva del Shogun.

-Makoto-san... Uhmpf -gruñó él, viéndola alicaída y sofocada. Le pasó un boken, mirándola por debajo de sus espesas cejas-. En posición.

La muchacha agarró el arma de madera y se colocó en la pose de los guerreros, a la espera. Kaneka asintió y le lanzó un golpe suave, que ella paró y devolvió con un contragolpe. Lanzó otro golpe, cruzado, antes de hablar de nuevo:

-Decidme qué he visto.

Ella detuvo el ataque de nuevo, mientras le miraba, no a las manos que blandían la espada de entrenamiento, sino a los ojos.

-¿Puedo... hacer una pregunta, Oh-Kaneka-sama? -dijo en voz baja. El Shogun asintió, y Makoto preguntó-. ¿Ha tenido Sezaru-sama... alguna vez... problemas de faldas?

Kaneka sonrió, y ella aprovechó para lanzar un golpe oblicuo de abajo a arriba, que él paró con la facilidad que da la práctica.

-No, no los ha tenido -respondió él. La muchacha frunció el ceño, y el Shogun se alegró de ver que su azoramiento daba paso a un estado meditabundo. Parecía estar pensando a toda velocidad, algo muy bueno. Asintió, aprobador, antes de lanzar un golpe alto, mientras trataba de darle una patada baja para desequilibrarla.

Ella esquivó saltando hacia atrás, mostrando las peculiaridades de su Escuela, que algunos Clanes Mayores encontraban demasiado acrobática para ser realmente digna.

-Creo... creo que me habéis visto hacer un ridículo espantoso -respondió la bushi, mientras el Bastardo daba vueltas a su alrededor, buscando los fallos más evidentes en su defensa-. La actitud de Sezaru-sama es excesivamente... afectuosa, por mucho que me halagara -se sonrojó, y el Shogun aprovechó para lanzar un par de golpes medios, que ella esquivó y devolvió, mostrando que su técnica no era para nada deficiente a pesar de no estar a la altura de la de él-. Dudo mucho que esté... perdidamente enamorado de mí, que es lo único que explicaría que se comprometiera conmigo de esa forma a los pocos días de conocernos.

Kaneka apretó los labios. Definitivamente, hacía muy poco que los dos se conocían, pero la joven Usagi parecía ignorar por completo su encanto y frescura, algo que era más peligroso de lo que parecía a primera vista. Que la muchacha no fuera su tipo no significaba que fuera ciego a su atractivo, pese a que a él no le resultaba tan abrumador como aparentemente le resultaba a Sezaru.

-¿Así que creéis que es lujuria tan sólo? -preguntó, prudente.

-No lo sé -respondió Makoto, desconcertada-. Me cuesta pensar mal de él. Por otro lado, sé que me he dejado llevar como una ingenua... Sezaru-sama me gusta, es muy atractivo y disfruto hablando con él, pero desde luego no creo estar perdidamente enamorada. Creo que me he dejado llevar por la sensación halagadora de notar la admiración de un hombre hecho y derecho, sin preguntarme si tal emoción era legítima.

Kaneka arqueó una ceja, pensando que no muchas jóvenes pensarían que el desgastado shugenja era guapo, o se hubiesen sentido halagadas por su deferencia. Tal vez la Usagi sintiera más de lo que sabía hacia su medio hermano, pero estaba claro que no se daba cuenta todavía. Decidió tomar la vía de la prudencia.

-¿Qué haréis, entonces?

-Creo que le debo una excusa al Emperador -Makoto bajó el boken-. Y otra a vos, por no escuchar... Me era más cómodo sentirme ofendida con él y halagada por la actitud de Sezaru-sama que meditar en lo que me estábais dando a entender.

Kaneka dejó el arma a un lado, y se sentó en seiza. Ella hizo lo propio, saludando como se hacía ante el Maestro a final de clase.
 
-Está claro que voy a tener que evitar quedarme a solas con Sezaru-sama -la voz de la joven expresaba más melancolía de la lógica por un simple caso de orgullo contrariado, la verdad. Kaneka empezaba a lamentar el haberles interrumpido, pero sólo en parte. Si les hubiera dejado continuar sin que hablaran, luego podría haber habido reproches injustos-. Pero no deseo dejar de verle tampoco... No sería justo. 
 
-Él es... un hombre extraño -admitió el Shogun-. No es mala persona, no digo eso... Pero tiende a tomarse las cosas en serio. Todas y cada una de ellas.

-Yo hubiese dicho, a primera vista, que vos sóis más serio que él... -musitó Makoto con una sonrisa.

-Es distinto ser serio que tomarse las cosas en serio -explicó Kaneka-. Si decide cuidar bonsais, lo hará como el mejor, y no cejará hasta hacerlo a la perfección -su expresión se volvió entre preocupada y enfadada-. Si decide aprender las peculiaridades de la poesía, leerá cada tratado, cada libro, y ensayará hasta conseguir declamar los más sentidos haikus. Lo que quiero decir es que... si decide que significáis algo para él -la miró a los ojos- será todo.

-Oh -susurró ella, poniéndose como la grana.

-Si no estáis segura... podríais acabar mal. Los dos.

-No, claro que no estoy segura, Kaneka-sama -musitó Makoto, impresionada-. ¿Cómo podría estarlo? No le conozco apenas, y os lo he demostrado de sobras, creo... Oh, kamis -apartó la vista-. Antes de hoy no me hubiese considerado una romántica, o dada a... a pensar en temas menos elevados. Pienso sinceramente que el deber es lo primero para todo samurai. Y... y sin embargo... -su voz se fue apagando.

Kaneka sonrió lentamente, con una expresión soñadora que casaba mal con sus rasgos bastos, gastados por batallas y golpes, cruzados de cicatrices.

-Nadie es romántico hasta que se encuentra mirando unos ojos que, con tan sólo mirarlos, le roban una sonrisa...

Makoto miró con fijeza al Shogun, recordando cierta conversación oída subrepticiamente en unos baños. Sabía que aquel tipo de prácticas eran muy propias del Clan León... Y ahora se preguntó si no había más de lo que parecía tras ello. Le hizo a Kaneka la más profunda de las reverencias.

-Dômo arigatô gozaimashita, Oh-Kaneka-sama.

-¿Por qué? Sólo hemos entrenado -el Shogun le guiñó el ojo. Ella se rió.

-Es un honor que hayáis decidido entrenar a alguien tan torpe como yo.

-El herrero ve el buen acero pugnando por salir de la veta de mineral más tosca -el Bastardo frunció el ceño, y añadió-. No pretendo insultaros llamándoos tosca... esa comparación ha sonado mal.

-Soy tosca -respondió ella riendo-. Y me halaga vuestra comparación. No os disculpéis... Es cierto que carezco de sutileza, y desde luego tengo mucho que aprender.

-Tal vez carezcáis de sutileza -admitió Kaneka, sintiendo una cierta afinidad por aquella muchacha sin dominio excelso de los modales cortesanos-. Sóis como una montaña, que puede tener hermosura y fuerza sin delicadeza, pero detiene ejércitos y sobrevive a las tormentas. Y si pensáis que os elogio en exceso, mirad a los Cangrejo... dadme diez mil toscos como ellos y mantendré la paz mil años.

-Nunca se me ocurriría menospreciarles -se rió la muchacha. 

-Hacéis bien -Kaneka sonrió, de nuevo aprobador-. Id con él... y hablad. Aclaraos antes de que otra persona os pille. Ah... y si resultáis convertiros en mi cuñada, os dejaré pillarme a mí... es lo justo -dijo con cierta picardía, dispuesto a aliviar el bochorno de la Usagi.

-Me encantaría pillaros, Oh-Kaneka-sama -dijo Makoto riendo con ganas. Entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir, y se llevó las manos a las mejillas, poniéndose como la grana, y salió corriendo muy poco dignamente. De golpe, se detuvo y volvió sobre sus pasos-. ¿Oh-Kaneka-sama? ¿Podría entrenar otro día con vos...? Sé que es abusar de vuestro tiempo, pero realmente me sería muy provechoso ese tipo de disciplina...

-Después del desayuno, todos los días, aprovecho el frescor matutino para entrenar una hora -respondió Kaneka, sonriendo-. Si deseáis venir, será un honor recibiros.

-El honor será todo mío, Oh-Kaneka-sama -dijo ella con una reverencia. Él enarcó una ceja.

-¿Pretendéis acapararlo, Makoto-san?

***

Makoto encontró a Sezaru exactamente en la misma posición que le había dejado, con la mirada perdida que se iluminó de alivio y alegría al verla. Intercambiaron reverencias, y él la observó, a la expectativa, sin mostrar ni un indicio de sus pensamientos. 
 
-¿Qué os ha dicho Kaneka? -decidió preguntar finalmente, desconfiado y algo inseguro pese a que su tono no rebelaba más que suave educación.
 
-Creo que os debo una disculpa, Sezaru-sama -respondió ella, tomándole completamente por sorpresa. Su cuidada máscara de indiferencia se vino abajo.
 
-¿Qué? Oh, no, no, no... -protestó-. En todo caso soy yo quien... 
 
Makoto alzó una mano, y él calló de nuevo, mirándola.

-Dejadme hablar, onegai -dijo la joven con suavidad, y Sezaru asintió, absorbiendo cada detalle de su postura, inconscientemente autoritaria, de su cabello negro brillando al sol, de sus ojos castaños y preocupados. Su severidad se desvaneció en una sonrisa, un gesto sincero que él había llegado a adorar en aquellos días, escasos pero intensos-. Me gustáis mucho -él le devolvió la sonrisa, aliviado-, y antes he perdido un poco la cabeza. Vuestra actitud es tan halagadora... y sóis tan atractivo... -Sezaru no podía creer que una muchacha en la flor de la juventud le estuviera diciendo aquellas cosas. Su corazón se aceleró al oírla, sobre todo porque se percataba de que no había nada premeditado en lo que ella decía, sino que sus palabras brotaban con completa sinceridad-. Y yo...

-Sóis hermosa -susurró él, inconscientemente inclinándose hacia ella. Pero las siguientes palabras de la joven fueron como un chorro de agua helada.

-Yo he actuado impulsivamente, porque me siento atraída por vos, y porque... porque siento curiosidad, supongo. Por el amor, y por todo lo demás...

-¿Qué queréis decir? -dijo Sezaru, repentinamente inseguro.

-Quiero decir que hemos ido muy deprisa.

-Oh... lo lamento -musitó él, comprendiendo que aquello era cierto, pero sin ver por qué tenía que ser un problema.

-Y que no estoy enamorada de vos -aclaró Makoto. Sezaru se quedó sin palabras, y tal vez fuera una suerte-. Aunque por cómo he actuado puede haber parecido lo contrario. No os conozco lo suficiente. Me gustáis muchísimo, pero... pero creo que no he obrado bien. Creo que he jugado con vuestros sentimientos sin ser consciente de ello.

El Lobo bajó la mirada, apretando los labios.

-Iie... la culpa es mía -dijo con involuntaria amargura. Hubo una pausa, y volvió a mirarla. Makoto tenía los ojos fijos en él, y su alma entera parecía estar en ellos, magnífica y preciosa.

-Yo quería que me besárais, Sezaru-sama -susurró la joven. De nuevo, el hombre se quedó sin saber a qué carta quedarse, así que respondió lo primero que le vino a la cabeza.

-Bien... lo hice -ella asintió. Hubo una nueva pausa, y él preguntó, desconcertado-. ¿Y ahora...?

Makoto le tendió las manos, y él se las aferró sin dudar. Ella se las apretó entre las suyas, unas manos pequeñas pero callosas, fuertes, las manos de una guerrera.

-¿Podemos... ser amigos, Sezaru-sama? Necesito tiempo, tiempo para saber si me gustáis, o es algo más. No quiero engañarme ni engañaros.

El Lobo sonrió lentamente.

-Me parece justo -dijo en voz baja, percatándose de que aquello no era un adiós, ni mucho menos, a sus esperanzas y anhelos-. ¿Tenéis planes para hoy?
 
-Hai... pensaba bajar al pueblo, ver a Ide-sama si ella quiere, y... -respondió ella cándidamente. Él contuvo la risa ante aquella nueva muestra de ingenuidad por parte de la muchacha: no tenía ni un ápice de picardía en ella.
 
-Entonces será mejor que no os entretenga... -le hizo una reverencia, soltándole las manos a regañadientes.

-Además, quién sabe... a lo mejor al Emperador le da por invitarme hoy a cenar -dijo ella poniendo los ojos en blanco.

-Quién sabe, sí -repuso él, haciéndola reír.

domingo, 21 de abril de 2013

Primeras impresiones XII

Sezaru by Rayba
Kaneka despertó aquella mañana con emociones mezcladas. Había tenido un sueño sobre su infancia, cuando vivía en la Ciudad de las Mentiras. En general, aquella había sido una época frustrante y terrible, cuando no conocía su legado todavía, cuando siendo demasiado niño había lidiado con las injusticias de ser hijo de una Geisha y el samurai que la había abandonado. El hambre y la rabia contenida habían sido sus compañeros constantes, pero también un cierto sentido de la justicia. Eso y el amor y la devoción que sentía hacia su madre le habían hecho quien era hoy, y por tanto debía aceptarlo como parte de su camino.

Lo extraño es que había soñado un momento muy concreto de aquella época, una escena que volvía ahora como un dejà vu. Había pasado tiempo, y por ello lo había olvidado. ¿Quién recuerda a los cuarenta los sueños que tuvo a los ocho? Desde siempre, los melocotones, baratos y dulces con su carne tierna y melosa, habían sido su fruta favorita. Un día había conseguido una cesta entera y había podido comérsela él solo, nada menos que tres piezas. Más tarde había tenido algo de dolor de estómago, pero el recuerdo seguía siendo de uno de sus escasos momentos de felicidad total. Había soñado muchas veces con aquella tarde a posteriori, sobre todo en aquellos momentos en que la comida escaseaba, y en algún momento la imagen de una samurai se había incorporado a la escena, una joven amable y cariñosa a la que no le había importado abrazar a un niño sucio y contarle un cuento.

La joven en cuestión era ni más ni menos que Usagi Makoto.

Con el ceño fruncido tormentosamente, el Shogun se preguntó si aquello tendría algún significado. Como guerrero, era generalmente pragmático y no le interesaba en demasía la magia y otros temas de ese tipo, pero dada la influencia de ésta en el día a día, en los asuntos de guerra y en cada pequeño aspecto espiritual, no era algo que pudiera obviar, cosa que le resultaba fastidiosa. No era un Shugenja, era un guerrero, un general, un táctico. Así que si aparecía algo con tonos sobrenaturales en su vida, sabía que tenía que acudir a quien podía saber de ello. ¿Y quién mejor para asesorarle que su medio hermano Sezaru?

Dejó sus habitaciones, tan cercanas al dôjo donde entrenaba que eran prácticamente parte de él, y se alejó hacia la zona en la que vivía la Voz del Emperador. Cada uno de ellos había elegido, dentro del palacio, lo que consideraban una vivienda más apropiada: Naseru en una torre, alta y segura, rodeado de lujosos jardines interiores que remarcaban su carácter sensual; Kaneka, en el recinto más cercano a los lugares en que descansaban sus soldados; y Sezaru... bien, ¿quién entendía al loco shugenja? Su vivienda era segura, pero más por magia que por ser defendible. Eran unas estancias amplias, que daban directamente a espacios abiertos, y que el hechicero había decorado delicadamente con pequeñas obras de arte del ikebana, con sus flores colocadas de manera premeditadamente natural creando bellos motivos vegetales que cubrían exuberantemente algunas paredes, tras cuya decoración Kaneka sospechaba que se encontraban los hechizos que hacían de su hogar un sitio apacible.

Era eso, o creer que Sezaru además de un loco era estúpido, ya que el lugar que había elegido tenía fácil acceso por todos lados, y carecía de decoración salvo por las plantas que en él habían. Pero Kaneka conocía demasiado a su medio hermano como para subestimarle en ese aspecto. Sentía un reluctante respeto hacia sus habilidades, de las que desconfiaba en cierto sentido... aunque no podía negar que su fidelidad era tan férrea como la de un Escorpión.

Rumiando sus pensamientos llegó hasta el pequeño jardín que daba a las estancias de Sezaru. Cruzó las puertas abiertas inclinándose ya que debido a su corpulencia no pasaba bien por aquella entrada tan pobre. Se preguntó si Sezaru habría elegido como vivienda una antigua casa para la ceremonia del té, rehabilitada para ser habitable. La sublime sencillez de la construcción parecía apoyar aquella idea. Miró alrededor, buscando al shugenja. Y entonces oyó las voces, y supo que estaba acompañado.

-... Sueños perturbadores esta noche, Sezaru-sama -musitó una voz femenina y musical, que Kaneka no tuvo problema en reconocer.

-¿Cómo, perturbadores...? ¿Pesadillas?

-Oh, no, nada tan desgradable, sólo... perturbador. Soñé con... con Sezaru-sama, y con... creo que era Oh-Kaneka-sama. Como niños -respondió la joven Usagi. El Shogun, en contra de lo que hubiese dictado la cortesía, se quedó helado en el sitio y prestó atención a lo que decían. Era muy extraño, y dudaba que fuera una coincidencia. ¿Magia, entonces?

 -Debe haber sido curioso -aunque el tono de Sezaru era amigable, Kaneka vio que aquello no era más que una excusa para sonsacar a la muchacha. Ésta, sin embargo, no pareció percatarse de ello-. ¿Y cómo nos imaginásteis?

-Pues Oh-Kaneka-sama era un niño serio, pobre y bueno. Honesto en demasía, diría incluso... Le estuve contando cuentos -explicó la muchacha. El Shogun abrió mucho los ojos. Definitivamente, magia. Y si Usagi-san lo estaba contando a uno de los Shugenja más poderosos del Imperio, quizás el más poderoso de todos, no debía ser más que otra víctima de lo ocurrido... ¿pero quién podía haberles hechizado a los dos para que compartieran un recuerdo en sueños?-. Y Sezaru-sama... era muy pícaro y descarado -soltó una risilla, y Kaneka parpadeó. ¿Era un asomo de coqueteo lo que había en la voz de la bushi?

-¿Era? -preguntó Sezaru. Si en la voz de ella había una insinuación, en la de él el flirteo era más que evidente para cualquiera que le conociera. Kaneka se preguntó qué se habría perdido, y a qué se debería el tentativo romance que al parecer estaba comenzando a florecer entre aquellos dos. No es que Sezaru fuese el hombre más atractivo del mundo... Tampoco él mismo lo era, pensó con toda honestidad el Shogun. Pero las muchachas tan jóvenes solían ligar sus pensamientos más tiernos a figuras más gallardas. Como Naseru, por ejemplo. Torció el gesto. Si Makoto-san prefería a Sezaru, bien por ella. Aunque Kaneka no sentía debilidad por ninguno de sus dos medio hermanos, al menos el Shugenja se tomaba las cosas en serio, no como el pequeño y caprichoso Emperador...

Un momento, ¿cuán en serio estaba siendo aquel asunto?Ella se rió, y él coreó sus risas. Kaneka sintió una cierta aprensión. Aquello parecía grave...

-Y no le gustaba estudiar demasiado, sospecho... prefería perseguir jovencitas -había picardía en el tono de ella, pero la expresión de Sezaru debía ser todo un poema, porque durante unos segundos reinó el silencio entre ambos. Cuando el Lobo tomó la palabra, su tono se había tornado serio.

-Ciertamente, no me gustaban las lecciones... Estudiar sí, en cambio prefería salir corriendo de las lecciones.

-En cambio no soñé con el Emperador y sus pataletas... me hubiese gustado hacerlo.

-¿Hai? ¿Mucho? -Kaneka no tuvo duda alguna de que el tono cortésmente curioso de Sezaru ocultaba ansiedad, y seguramente celos. Pero la respuesta de ella fue tan sincera como desconcertante, y estuvo a punto de arrancarle una carcajada al severo Shogun.

-Oh, sí. Creo que hubiese ayudado a Oh-Tsudao-sama a arrojarle al estanque -dijo Makoto con calor.

-Veo que seguís enfadada con mi hermano menor. No deberíais, ¿sabéis? No tuvo...

-... Las cosas fáciles, lo sé -el tono de ella indicaba impaciencia, por lo que Kaneka dedujo que ya habían tenido aquella conversación, o una parecida-. Pero eso no le acredita a mostrarse tan caprichoso -definitivamente, aquella muchacha le caía bien-. Me ha dado la orden de guardarme todas las cenas, y luego no se ha acordado de mí -ahora parecía un "te lo dije", más que una queja. Ella no parecía molesta por haber cenado a solas...

-Es un idiota -respondió Sezaru. Makoto pareció quedarse tan sorprendida como el propio Shogun por aquel exabrupto, ya que exclamó:

-¡Sezaru-sama...! -hubo una pausa, y entonces ella murmuró-. Oh... es vuestro hermano menor, a fin de cuentas...

-Hai. Es el Emperador, pero también es el baka de mi hermanito el Lloreras.

-¿No era el Yunque...? -se rió ella. De nuevo, Sezaru le coreó las risas. A Kaneka se le hizo muy extraño, tanto por la crítica directa, aunque afectuosa, a Naseru, como por aquella naturalidad que ahora exhibía el shugenja. Makoto le sentaba realmente bien.

-También, también... -hubo una pausa, de nuevo. El Shogun oyó un cierto rebullir de sedas-. ¿Makoto-san? Estáis roja... ¿En qué pensábais?

-En... cosas inadecuadas -repuso ella en voz vacilante.

-Ahá... ¿qué cosas?

-¡Sezaru-sama...! -exclamó la joven.

-¡Makoto-san! -él se rió alegremente, pero no había burla, ni celos en su voz. Al parecer, las cosas inadecuadas en las que ella pensaba debían estar relacionadas con algo que el Shogun no había visto... ¿pero qué podía haber hecho el shugenja para crear pensamientos poco decentes en la mente virginal de la Usagi?-. Sóis vos la que pensáis cosas inadecuadas... -su tono contenía una nota de orgullo y regocijo muy masculinos.

-Os lo contaré si me decís por qué llamáis tonto al Emperador -contraatacó ella. Kaneka alzó una ceja. Lo cierto es que, a su parecer, Makoto perdía con el intercambio... pero supuso que no era más que una forma de ganar tiempo.

-Mi hermano no tiene derecho a negaros nada porque él pueda o no tener el capricho de cenar con vos. Una cosa es que os invitara sobre seguro, otra que no os deje cenar con nadie, especialmente... -el Lobo se contuvo y añadió-. Os toca.

-¿Especialmente? -preguntó ella, sin dejar que Sezaru se escapara de su pacto. Kaneka sintió más respeto por la joven a causa de ello.

-... Conmigo.

Hubo una nueva pausa. Makoto suspiró, y Kaneka empezó a sentir deseos de separar a aquellos dos. Estaban a solas, no había pasado nada indecente, pero estaban bailando una danza peligrosa. Si bien Sezaru a sus años debía darse cuenta de lo que ocurría, se preguntaba si ella era consciente de cuánto se estaba complicando la vida.

-Hai... -susurró apenas Makoto. Hubo una nueva pausa, y el Shogun oyó el tintineo de la loza. Se imaginó a su medio hermano bebiendo mientras no le quitaba de encima la vista a la Liebre. Qué apropiado, ironizó para sus adentros. Era una presa tan obvia para el Lobo...-. Yo... soñé que acabábais la acción que emprendísteis en el carro.

Definitivamente, Kaneka estaba ahora desconcertado. ¿Qué acción? ¿Qué había ocurrido? Ayer ambos habían bajado juntos al pueblo, pero iban decentemente acompañados por la criada de Makoto-san. No había podido ser nada demasiado terrible, ¿verdad...?

-Oh... -el tono de Sezaru era deliberadamente relajado-. ¿Y fue bien?

-Esa es una pregunta muy inconveniente, Sezaru-sama.

-Sólo quiero saber si fue bueno, o no -de nuevo aquella calma fingida, aquel rondar la presa pacientemente.

-Como la caricia de unas alas de mariposa -la respuesta fue tan queda que Kaneka apenas la oyó.

-¿Y dónde fue? -preguntó el shugenja. El Shogun alzó una ceja, con cierto escepticismo. Obviamente, su medio hermano estaba disfrutando de todo aquello.

-¡Sezaru-sama! ¿Os gusta torturarme? -la joven parecía escandalizada, pero Kaneka dudaba que estuviese realmente ofendida, o en vez de seguir jugando a las preguntas con el Lobo, se habría marchado. Todo aquel jugueteo le estaba resultando irritante-. Sólo diré que descubrí un secreto sobre vos... que os teñíais el pelo de niño -Makoto soltó una risilla. La exclamación de él rompió la ligera tensión que había habido hasta el momento.

-¿Cómo lo sabéis? -esta vez el tono de Sezaru era de asombro.

-¿Es... cierto? -preguntó ella entonces, titubeante y desconcertada.

-La gente cree que encanecí con la edad... pero nací con el pelo blanco -explicó él. Hubo una nueva pausa-. Makoto-san, ¿estáis bien?

-Hai... -el tono de ella indicaba que estaba tan afectada o más que él. Definitivamente, eso la tachaba como sospechosa para Kaneka, ya que dudaba que la muchacha, viniendo del entorno algo tosco del que procedía, fuera tan buena actriz.

-Venid conmigo -hubo un susurro de sedas, y el Shogun adivinó que ambos se alzaban. Sus pasos se dirigieron hacia un jardincito privado que había en el centro exacto de las estancias de Sezaru, un lugar en el que el shugenja gustaba de meditar. Con un sigilo que resultaba sorprendente en alguien de su tamaño, Kaneka siguió a ambos, mientras pensaba en lo que había escuchado, en lo que adivinaba, en lo que no conseguía entender. Esperaba que lo que ocurriera a continuación le aclarara al menos algo de esto último.

Asomándose discretamente desde las sombras que había en el pasillo anterior al jardín, vio cómo Sezaru le tendía las manos a la muchacha. Makoto puso las suyas sobre las de él, sin apenas dudar, lo cuál hizo que su observador se sintiera de nuevo ligeramente escandalizado: en una sociedad donde el contacto físico entre adultos era poco menos que tabú, aquello rozaba la indecencia más absoluta... pero no. El Lobo cerró los ojos y ella también, y entonces notó aquella presión en el estómago, aquel ligero zumbido que realmente no era un sonido, la impresión de que el aire crepitaba; la sensación de que alguien muy poderoso estaba haciendo magia sin ocultarse.

Sezaru murmuraba plegarias, concentrado, mientras ella se sonrojaba ligeramente.

-Alguien quería daros pesadillas -explicó finalmente Sezaru, abriendo los ojos de nuevo-. Pero no funcionó, conectásteis con sueños más... agradables -empezó a acariciarle el dorso de las manos a la joven con los pulgares. Vale, aquello ya no era parte del conjuro. Pero Makoto tampoco parecía dispuesta a retirarlas, sólo se estaba poniendo más roja por momentos. Entreabrió los labios para suspirar.

-Supongo que he desatado muchas envidias con el comportamiento del Emperador hacia mí... -musitó ella.

-Hai. Imagino que si nos tuviérais miedo, el haber entrado en contacto con nuestros sueños os hubiese resultado terrible... Entrásteis en una fase de nuestros recuerdos que no... era la peor de nuestras vidas, creo -admitió Sezaru, inclinando la cabeza y sin dejar de acariciarle.

-¿Querían que soñara von vos y con Kaneka-sama y os tuviera miedo? -finalmente, la bushi abrió los ojos y miró a su interlocutor.

-Eso parece... imagino que a Naseru también, pero sus sueños están bien protegidos de influencias externas.

-Había... había alguien más -respondió ella, frunciendo ligeramente el ceño-. Creo. Me pareció que eran cuatro personas, antes de... de que empezara la parte más vívida del sueño, la parte más coherente. O eso me pareció...

-Bueno, si conectáis con dos de los Vientos, es posible que tuviérais, de refilón, la impresión de los otros dos... a fin de cuentas, todos nosotros estamos relacionados -repuso Sezaru, ponderando el tema-. Aunque como Tsudao está muerta, me sorprende un poco que notárais su influencia. Como ya he dicho, seguramente pretendían asustaros.

-Pero no me dáis miedo -dijo entonces la Usagi, bajando la mirada para fijarla en las manos que tenían todavía enlazadas-. Respeto sí, sóis más poderosos que yo y con mucho más rango, y... sóis hombres hechos y derechos. Pero miedo no.

-¿Sólo respeto? -murmuró Sezaru entonces.

-Iie... Kaneka-sama y vos me gustáis mucho. Sóis personas íntegras y buenas. Eso me resulta tranquilizador, y me hace... feliz -el Shogun sonrió un poco ante aquella descripción de su persona. Probablemente la joven no le hubiese dicho esas cosas a la cara, así que le alegró estar escuchando y saber que la simpatía que sentía por la Usagi era mútua. Ella torció ligeramente el gesto, y continuó-. En cuanto al Emperador, pienso que es... más complejo de lo que parece a primera vista. El primer día pensé que era amable y atento al preocuparse de alguien tan poco importante como yo, sin rango o influencias, pero ahora... -suspiró y dejó el tema-. Lo que quiero decir es que no siento miedo hacia vosotros.

Tal vez hubiese añadido algo más, pero en aquel momento Sezaru tiró de ella. La muchacha le miró con ojos como platos, poniéndose roja, pero sin resistirse. Él le devolvía la mirada intensamente.

-Sezaru-sama... -susurró ella, dejándose hacer. Poco a poco fueron aproximándose el uno al otro, hasta que apenas quedó distancia entre sus labios-. Sóis muy descarado -aquella última frase fue apenas audible, pero aún así el Lobo se detuvo y le preguntó en el mismo tono:

-¿Me permitís...? -ella no dijo nada, limitándose a cerrar los ojos. Y él interpretó aquello como un asentimiento. Entonces la besó, primero con suavidad, pero firmemente. Había dulzura en su expresión, en la forma en que se inclinaba ligeramente para poder mover los labios en aquella postura en la que apenas había contacto. La inexperiencia de ella fue obvia por la forma en que se quedaba quieta inicialmente, dejándose llevar por lo que el hombre le estaba haciendo. Cuando la muchacha empezó a ladear la cabeza, emitiendo ruidos ahogados, él soltó una de sus manos para pasar los dedos por la nuca desnuda de ella. Hubo una pausa, un jadeo involuntario por parte de la joven, y él enlazó entonces su cintura con el otro brazo, atrayéndola hacia sí hasta sentarla sobre su regazo. Ella se apretó contra él, pasándole los dedos por detrás del cuello, y en aquel momento él la besó más profundamente. Por los gemidos ahogados de la muchacha, no lo debía estar haciendo nada mal.

Se separaron un instante tras besarse como si se fuera a acabar el mundo, ella con la torpeza de quien no tiene conocimiento alguno de esos temas, él con la pasión de quien sabe y desea lo que está ocurriendo.

-Sezaru-sama... Sóis demasiado atractivo como para que me quede a solas con vos... -susurró ella, haciendo que el hombre sonriera-. Me hacéis hacer cosas inconvenientes... -la mirada de Makoto era soñadora, y resultaba obvio que la idea de levantarse y marcharse ni le había pasado por la cabeza.

-Vos sóis demasiado hermosa como para que el propio aire se quede a solas con vos -respondió él con voz ronca, mirándola con un ansia que Kaneka reconoció, y que le alarmó a niveles que no podía explicar.

-Sóis demasiado pícaro como para compararos con el aire, Sezaru-sama... -ella le sonrió, y él le devolvió la sonrisa.

-¿Fuego, entonces? -musitó él, adelantándose para besarla de nuevo.

Kaneka se aclaró la garganta y salió de las sombras.

-Veo que estoy interrumpiendo... justo a tiempo -dijo, con tono serio.

domingo, 14 de abril de 2013

Primeras Impresiones XI

Baku, el devorador de sueños

... Entrechocar de aceros, un joven mirando a su mentor con horror mientras se disponía a matarle, una mujer pálida con un wakizashi ensangrentado, un gigante blandiendo una katana en un campo de batalla, un pergamino que se desenrolla lentamente a la luz de las velas...

... Una mujer vestida de negro y oro lanzándose a la refriega, tres hombres impotentes para defenderla, la pérdida, la muerte, el valor, la gloria...

Dolor agudo en el corazón. Latidos lentos mientras atravesaba la oscuridad del no ser. Una tristeza profunda y terrible, el aprendizaje de que los sacrificios necesarios pueden cambiarnos para siempre. La frustración de un hombre, el miedo de otro, la obsesión de un tercero. El valor de ella.

La frustración nacía de...

***

... Una cabaña mísera, en medio de la nieve. Hacía un frío extremo y el aire le brotaba en forma de nubecillas de entre los labios. El niño estaba flaco y abrazaba los melocotones con aire protector mientras la miraba.

-¿Queréis uno? -preguntó, muy serio.

Ella le sonrió y negó con la cabeza, viendo que el niño estaba hambriento. Hubiese sido una vileza aprovechar el ofrecimiento, ya que ella tenía comida de sobras en... en...

-Arigatô. No tengo hambre -le dijo con dulzura. El niño empezó a devorar las frutas con ansia, casi sin disfrutar su sabor-. ¿Cómo te llamas?

-Toru -respondió él mirándola con curiosidad pero cierta reserva-. Y gracias.

-Gracias a ti, que me has ofrecido.

-Mi madre me dijo que me haría vivir más. No se puede negar nada nunca a un samurai. Si quiere lo que tú quieres, te matará si no se lo ofreces -dijo Toru, serio.

-Algunos son así -suspiró ella, sin poder negar la verdad de las palabras de aquel muchacho.

-Muchos -insistió él.

-Aunque fuesen pocos, serían demasiados -repuso la joven. El pequeño asintió, con esa solemnidad que parecía impregnar todos sus gestos. Ella decidió cambiar de tema-. ¿Dónde está tu madre?

-Trabajando...

-¿Y tu padre?

-Muerto -la cara del niño expresó rabia contenida, una furia agria por el tiempo. La muchacha pensó que se debería a las circunstancias en que había ocurrido; dada su cautela ante los samurai, a saber si uno de ellos no había sido el responsable...

-Oh... lo siento -musitó.

-Yo no. Fue malo, dejó a mamá -respondió el niño sin ápice de pena. La joven le miró con cierto asombro, y luego murmuró:

-A veces la gente hace ese tipo de cosas no por maldad, sino por deber...

-La gente debería ser buena -respondió Toru con fiereza-. ¿No sería eso mejor deber...?

-En ocasiones, tienes que elegir entre dos deberes. No siempre es tan fácil -suspiró ella-. Si tuvieras que elegir entre ir a luchar y proteger a cientos de personas, o quedarte con tu familia hacia quien también tienes una responsabilidad, ¿qué harías? -le preguntó con dulzura.

-Uhmm... -obviamente el niño no se había planteado semejante punto de vista, porque frunció un momento el ceño tormentosamente antes de contestar-. Protegería a la gente -ella asintió, sonriendo, pero entonces él añadió-. Pero eso no fue lo que le pasó a mi padre. Se fue con una chica guapa y dejó a mi madre. Mamá lloró mucho.

-¿Y tú...?

-Yo no lloro. Soy un chico -declaró, señalando lo obvio.

-Eres muy valiente -alabó ella. Él se irguió todo lo alto que era, que no era mucho todavía aunque por el tamaño de sus manos y pies prometía crecer bastante-. Como tu padre no está, tienes que ser el hombre de la familia, ¿neh? Si no quieres que tu madre llore, tendrás que ser bueno...

-Soy bueno... -Toru se interrumpió y bostezó un poco-. ¿Y tú?

-¿Yo...? Lo intento con todas mis fuerzas -respondió ella con sinceridad-. ¿Hora de ir a dormir...?

-Hai... cuando tengo sueño mamá me abraza y me cuenta un cuento... -la miró esperanzado. Ella se dio cuenta de que aquella era una gran muestra de confianza por parte del niño, y le sonrió. Le abrió los brazos, y él se refugió en ellos, acurrucándose contra la muchacha-. ¿Me cuentas un cuento?

Ella le acarició el cabello sucio, pensando en sus hermanos pequeños y sin poder evitar sonreír.

-Claro... Vamos a ver, déjame pensar... Cerca de un templo abandonado, una vez, vivían un zorro y mapache...

***

Unas manos arrojaron los largos cabellos al fuego del brasero, mientras entonaba cánticos, dirigiendo los sueños de su víctima. Pero había algo que se negaba a funcionar, como si en las dos hebras de pelo se retorcieran rebeldes en el hechizo. 

Pero se impondría. Las emociones eran las adecuadas. Frustración. Miedo. Obstinación.

La espada del valor no iba a decidir, porque el valor había muerto, y la Usagi ni siquiera había llegado a conocerla. Intentó torcer un poco más... Dirigirla hacia el miedo.

***

La oscuridad la engulló de nuevo. Sombras en la noche, sueños dentro de sueños. Se retorció y alargó la mano, y creyó sentir que alguien la aferraba. Una sonrisa arrogante, cabello muy negro, el brillo en su rostro al que quiso alcanzar con ferviente anhelo. Pero estaba demasiado lejos, fuera de su alcance. En vez de ello se precipitó en el vacío.

Y el miedo procedía de...

***

En la monumental escalinata, el tiempo parecía haberse detenido. Hombres y mujeres en ropajes vistosos estaban congelados en el instante de ascender o descender de camino a sus deberes o placeres. Había múltiples rellanos, con pequeños bancos de mármol prístino a la sombra de árboles frutales, naranjos y limoneros. Pero era en medio del paso que yacía lo que a primera vista parecía únicamente un bulto de ropas doradas y verdes... pero que lloraba amargamente. Su presencia era lo único vivo y animado en un mundo de estatuas.

-Eh... -ella se agachó junto al niño, pues eso era... un niño con todo el aspecto de haber recibido unos buenos golpes-. ¿Qué te ha pasado...? -preguntó al ver que el niña alzaba la vista.

-Me equivoqué... en la lección -musitó entre sollozos el pequeño, mirándola con ojos anegados de lágrimas.

-Tienes un maestro muy duro.

-Hai... pero lo hace por mi bien, ¿neh? -él no parecía muy convencido de sus propias palabras, pero ella asintió igualmente.

-Mi padre también me pegaba zurras cuando hacía las cosas mal -replicó con una sonrisa conspiradora.

-¿A ti...? -el niño la miró asombrado-. Pero si eres una chica...

-Soy samurai, y un samurai es su deber ante todo -repuso ella con firmeza. Él no pareció muy convencido de su razonamiento, y la miró con aire de duda. Tenía la piel muy blanca, en la que los moretones se destacaban más. La mayor parte de su cabellera negra estaba oculta bajo un gorro de cortesano.

-Pero eres una chica -insistió-. Madre dice que está mal pegar a las mujeres.

-Sólo si no se pueden defender -se rió ella, pensando en la cantidad de veces que su padre le había castigado por díscola, o por no atender lo necesario en el dôjo. 

-Tú eres muy grande... muy alta -se corrigió el niño, levantándose para compararse con ella. Al parecer, el hecho de que ella se hubiese llevado su dosis de zurras le había animado y su amargo llanto había sido olvidado. La joven se rió con ganas.

-¡Debes ser el primero que lo piensas! -comentó, mientras el pequeño se admiraba pues sólo le llegaba al hombro. La muchacha se sabía de estatura más que discreta, e incluso entre los suyos se la consideraba menuda, por lo que el asombro del niño le hizo más gracia que otra cosa-. En realidad, no es que yo sea muy alta -explicó-. Es que eres bajito... pero es natural, sólo eres un niño. Yo en cambio tengo dieciséis años y soy una adulta. Ya crecerás... los chicos lo hacéis de golpe.

-Eres muy simpática -le dijo él, sonriendo ampliamente-. ¿Crees que seré muy alto...?

-No sé... ¿Tu padre es alto?

-Hai... es grande, e impresionante, y da mucho miedo -el tono del niño fue perdiendo animación, y miró a su alrededor como si esperara que el nombrado apareciera de la nada para castigarle por su comentario. 

-Los padres muchas veces dan miedo... El mío también me lo daba cuando era pequeña, es muy severo.

-¿Y ahora te lo da...?

-Ahora ya no... soy adulta y ya no me puede zurrar en el trasero -sonrió guiñándole el ojo.

-Mi padre da miedo a muchos adultos -respondió él, alargando el cuello para mirarle la mentada parte de su anatomía con interés y curiosidad infantil. La chica se removió, incómoda.

-¡Eh, no mires así...! No se mira el cuerpo de las chicas de esa forma.

-¿Y cómo se mira entonces? -preguntó el niño con un aire excesivamente inocente para ser del todo sincero.

-No se mira, y punto -le regañó ella.

-¿Entonces no tengo que mirarte cuando te hablo? -retorció él, inquisitivo. 

-Sí, pero no el cuerpo.

-¡Pero tu cara es parte de tu cuerpo! -argumentó el niño, frunciendo el ceño.

-Sí, pero normalmente cuando te vistes no te tapas la cara, a menos que seas del Clan Escorpión -refutó ella.

-No lo entiendo...

-Si la gente se descubre la cara y no el cuerpo en general, es porque la cara no es incómoda de mirar -explicó ella, con la paciencia de quien ha tenido que argumentar frente a hermanos pequeños y muy curiosos.

-Bueno, hay gente fea de veras, ¿neh...? -comentó él con picardía. Ella se rió, aunque sabía que no debería haberlo hecho-. Eso sí que es incómodo de mirar...

-Hai, pero no es educado decirlo -la joven miró al pequeño con pretendida severidad.

-En tu caso, no obstante, creo que tu cara es lo más bonito que tienes... -él le devolvió una mirada admirada que obviaba por completo el falso enfado de la muchacha.

-¿Y cómo lo sabes, si no has visto el resto...? -ella se detuvo, se dio cuenta de lo que acababa de decir y soltó una alegre carcajada-. ¡Y ahora me haces decir inconveniencias!

-¿Me enseñas para comparar...? -preguntó él con ojos suplicantes.

-¡Iie! -se negó la joven riendo-. No estamos en los baños para que me desnude delante tuyo, descarado...

-Están por ahí... -señaló el niño, sin perder el tono de ruego. Y entonces añadió con picardía-. ¿Hacemos una carrera?

-Oh... sí -la chica sonrió ampliamente. Nadie le había ganado, ninguno de sus hermanos pequeños al menos. Y le gustaba correr, notar el aire en las mejillas y el pelo al viento, notar la velocidad en unas piernas que podían ser cortas, pero sin duda eran rápidas y ágiles como pertocaba-. ¿A la de tres?

-¡Tres! -gritó él sin esperar, y echó a correr. Ella corrió tras el niño, riendo sin parar. Las risas de ambos resonaban en aquellos inmensos espacios donde todo el mundo parecía congelado, pero a ellos no les importaba. Llegaron a los baños a la vez y se quitaron los kimonos, aún víctimas de su hilaridad, dándose empujones y sin aliento-. ¡Qué rápido corres! -musitó él entrecortadamente.

-Soy del Clan Usagi... ¡somos buenos corredores! -replicó ella, agarrándole de la oreja y tirando suavemente. Él se quejó, pero como sabía que no podía haberle hecho mucho daño, ella obvió su reacción-. ¡Y tú eres un tramposo!

-Iie -el niño intentó responder en tono herido, pero la picardía le iluminaba los ojos, así que era imposible que la joven le tomara en serio.

-Lo eres, y lo sabes. Demasiado listo para tu propio bien...

-¡Qué va! -él se liberó y se lanzó al agua en bomba, riendo como el niño que era. Ella entró más lentamente, disfrutando del agua caliente. El pequeño la miró de arriba a abajo, juzgando su cuerpo, su forma ágil de moverse con una economía de movimientos propia de quienes realizaban artes marciales-. Sí que eres bonita, sí... pero sigo pensando que lo mejor es tu cara.

-¿Siempre miras así a la gente? -la Usagi arqueó una ceja-. Eres un descarado... Si sigues así vas a incomodar a la gente.

-¿Te incomodo? -preguntó él con un punto de ansiedad.

-No, pero porque eres un niño... -en aquel momento ella se dió cuenta de que el agua en torno al infante se estaba tornando negruzca. Sobresaltada, lo sacó del agua de un tirón. Él protestó pero se dejó hacer. De su pelo estaba chorreando aquella substancia oscura-. ¿Qué es esto?

-Es el tinte -explicó él mansamente, mirándola ahora desde muy cerca. Tenía unos extraños ojos color grafito, que inicialmente ella había tomado por negros, sin pupila aparente. Y sin embargo, parecía ver a la perfección-. A padre no le gusta mi pelo, así que madre me lo tiñe. ¿Qué pensabas que era?

-Gomen nasai... ha sido una tontería -musitó ella-. Creí que era... veneno, o algo así. Aquí en el baño parece absurdo, ¿neh...?

-No, no... hay demonios malos en todos lados. Madre siempre me lo dice -el cabello de él, ahora limpio en parte, se estaba aclarando por momentos. Por un segundo pareció de un gris sucio, luego un rubio muy claro con un punto de ceniza, y por último blanco por completo como la nieve recién caída-. Madre es muy sabia, y tiene poderes -añadió el muchacho orgulloso.
-Vaya... ¿y tú?
-Mira -el niño, con una sonrisa amplia, levantó una mano. Ésta se envolvió de llamas, que lentamente cambiaron del cálido anaranjado a un verde iridiscente. Le acercó aquella mano envuelta en llamas a la cara. Ella no se movió, salvo para arquear una ceja.

-¿No quema?

-No a la gente buena -respondió él sin perder la sonrisa.

-Entonces no me toques, ¿cómo sabes que yo soy buena y no me vas a hacer daño? -el niño cubrió los escasos centímetros que quedaban de distancia y le apoyó la palma en la mejilla. Ella cerró los ojos. Las llamas cosquilleaban contra su piel, pero la sensación que  la invadió no fue de pánico, dolor o calor, sino de paz.

-Tus ojos... son de buena persona, como los de madre... pero los de padre no. A él le quemé... Y se enfadó conmigo. Ya no me habla -había una mezcla de tristeza y miedo en su voz que no debería haber estado ahí, pensó ella. Nadie debería hablar así de sus padres. En el fondo, no era tan distinto de Toru, aunque el humilde niño reaccionara con furia y rabia y éste otro con pena y disimulado terror-. Madre me dijo que no volviera a hacerlo...

-¿Y me lo haces a mí? -le dijo medio en broma la muchacha-. ¡Eres muy desobediente!

Él la miró, y en sus iris metálicos había una mezcla de respeto y diversión que le resultó extrañamente familiar.

-No a padre -especificó-. Al resto de gente sí... porque los que se quemen es que quieren hacerme daño.

-Me parece que tú entiendes las normas como quieres... -bromeó ella. Él se rió y se rascó la nuca, travieso-. ¿Y quién eres tú para ser objeto de tanta inquina por parte de los demás, o de los propios demonios?

-Soy Toturi Kaeru, y voy a ser Emperador -respondió él, entre orgulloso y picado-. También seré un gran shugenja y ayudaré a la gente... Padre preferiría que fuese un bushi, pero tanto da. ¡Soy el primogénito! Protegeré a todos de los demonios.

-Eso está bien -respondió ella sonriendo afectuosa y revolviéndole el pelo-. Pero para eso tienes que dar bien tu lección, ¿neh...? Y no hacer que tu maestro se enfade contigo y te pegue para que las jovencitas te consuelen... -le sacó la lengua como habría hecho con uno de sus hermanos pequeños. El niño se rió y le devolvió el gesto.

-Estudiaré mucho, lo prometo -añadió con repentina seriedad-. Pero si me echara a llorar, ¿vendrías a consolarme...? Me gustaría que vinieras a verme...

Ella le abrazó y le revolvió el pelo.

-Eres muy jovencito, ¿no te parece?

-Creceré mucho... y seré muy alto, ¡más que tú! Y muy guapo...
-Y muy descarado -puntualizó ella, divertida-. Y nada modesto.
-¿Ser descarado es malo...? -murmuró el niño, adoptando de nuevo aquel tono suplicante-. Sólo lo seré cuando no moleste... y así querrás estar siempre conmigo... -su voz fue apagándose y su mirada se volvió distante-. ¿Makoto-san...?

Ella recordó entonces. Así se llamaba. La neblina de los sueños la había envuelto tanto que había perdido todo sentido de realidad o identidad, dejándola sólo con las impresiones más básicas. 

-¿Qué... ocurre? -algo estaba cambiando, y no sabía qué era, o si quería que cambiara.

-No deberíais estar aquí... aunque... -la voz del niño se estaba volviendo más grave, más profunda, una voz de adulto en aquel cuerpo infantil. La mirada que le dedicó tampoco tenía nada de inocente, mientras sopesaba su cuerpo desnudo-. Gracias a los kamis por los sueños -susurró con voz ronca.

Makoto reconoció repentinamente aquella voz, y retrocedió unos pasos, sonrojándose. Se agachó para que el agua la cubriera, súbitamente avergonzada como nunca había estado en un baño, y menos con un niño...

-No sabía que os hacía sentir tan joven -intentó bromear para cubrir su turbación. Él se echó a reír, con aquella carcajada que ella reconoció sin problemas.

-Cinco años más y me haríais sentir... de otro modo, os lo aseguro -le dijo con voz acariciante. Se acercó a ella y le tomó la cara entre sus manos pequeñas, mirándola a los ojos-. Pero ahora tenéis que despertar -le susurró, y le besó castamente rozando apenas sus labios.

***
Luz colándose a través de la oscuridad. Un rayo de sol jugando entre las ramas de los árboles y cayendo sobre su rostro. Un poco más, y... 
Usagi Makoto se despertó en un revoltijo de mantas.

Nota: imagen sacada de Sobre leyendas:
http://sobreleyendas.com/2008/05/25/baku-el-devorador-de-suenos/

domingo, 7 de abril de 2013

Primeras Impresiones X

Esbozo de Naseru, by Rayba (me)
Hoketuhime suspiró mientras tomaba nota de los invitados que debían presentarse aquella noche ante el Emperador. Todo altas personalidades, gente de alto linaje, dignos y preparados para estar ante el Hijo del Cielo. Fue apuntando los platos que más podían agradar a unos y otros, haciéndose un rápido esquema mental de cómo debería organizarse la velada.

-¿Querréis que vengan músicos, Naseru-sama? -preguntó, deferente. Él asintió, con la mirada perdida en la lejanía. A la daimyo de los Otomo le dolía un poco aquella falta de atención, pero estaba tan acostumbrada a ella que, como siempre, siguió hablando sin darle mayor importancia. A fin de cuentas, como encargada de protocolo, estaba allí para servirle a él, no a la inversa-. Con tres platos más los entrantes y el postre habrá más que suficiente, ¿hay alguien en concreto a quien debamos agasajar?

-El Campeón del Fénix vendrá a mediodía.

Hoketuhime asintió, subrayando con gesto experimentado un plato que sabía que era del agrado del hombre. 

-¿Queréis añadir algún nombre a la lista de invitados? -sugirió la dama, pensando en cierta muchacha que, si no era invitada, cenaría forzosamente a solas. No es que le importara, se dijo. Simplemente debía saber qué hacer al respecto. No tenía compasión que malgastar en las Candidatas, ni siquiera en una tan patosa como aquella.

-Sí, Ide Kotetsu-sama... se alegrará de ver a Shiba Dorayo-sama -el Emperador no tuvo que decir más. La dama Otomo asintió ligeramente-. Espero que su presencia en el festín evite que él y Mirumoto Shirigo se desafíen nada más verse... 

Ella volvió a asentir. Aquel era un tema delicado, sin duda, y desgraciadamente conocido por todos. Los dos Campeones, pese a ser amigos, se enfrentaban cada año. Y todos sabían por qué, o mejor dicho, por quiénes...

-¿Alguien más, mi señor?

-Mi hermano Sezaru. Si las cosas se salieran de orden, quiero que esté presente para imponer mi voluntad.

-Una elección prudente, Hijo del Cielo. ¿Eso es todo? ¿Nadie más? -los ojos azules de ella se clavaron en el Emperador. Él la miró con su ojo único, negro como la noche, fijando por primera vez su atención en ella por completo. Fruncía el ceño, ligeramente irritado.

-Hai. Nadie más debe ser invitado.

Hoketuhime hizo una reverencia profunda, ocultando su alivio, y salió, dejando sólo al hombre más poderoso de toda Rokugan.

Él volvió a mirar por la ventana, distraído, y sintiéndose inquieto sin saber por qué. Lo achacó al malestar que le producía la eterna disputa entre los dos Campeones.

No tenía ningún otro motivo para estar nervioso, en realidad. Ninguno en absoluto.

***

Makoto acariciaba mecánicamente el gatito blanco que se le había adormilado, ronroneando, sobre el regazo. Con ojos perdidos contemplaba la noche, la luna creciente que pendía, casi fantasmagórica, sobre las brumas, las estrellas desdibujadas por las luces de palacio. Ella, sola cuando todos los demás estaban celebrando banquetes o reuniéndose tras el día. No la habían invitado a cenar con el Emperador. Suspiró. Tal y como había supuesto, él ya se había olvidado de su persona, sin duda centrándose en temas más urgentes e importantes.

Meneó la cabeza. Le iba bien tener aquellos instantes a solas para meditar, en realidad. Estaba algo desconcertada y necesitaba pensar en lo que le había ocurrido durante el día.

-¿Algo más, mi señora...? -la voz gentil de Ai la distrajo. La muchacha le sonreía, comprensiva. Makoto se sonrojó al recordar que la criada había estado presente cuando...

-No, arigatô... no tengo más hambre -apartó la bandeja, de la que había comido con apetito pese a estar sumida en sus cavilaciones, pero no obstante todavía tenía alimentos en ella. Así era el mundo de la Corte Imperial, siempre excesivo, pensó con cierta lástima. Algunas familias de campesinos hubiesen dado algo realmente bueno por catar la mitad de lo que allí se arrojaba a los desperdicios.

Ai entregó la bandeja a un lacayo que rondaba por el pasillo para tal fin, y luego empezó a preparar las cosas para la noche, extrayendo futón y mantas pulcramente dobladas de un arcón y arreglando un lecho confortable y cálido para su señora.

-Me siento como si hubiese estado jugando con los sentimientos de Sezaru-sama -musitó repentinamente. La criada, que sin duda había estado aguardando a que su señora pusiera en orden sus pensamientos y hablara, respondió con suavidad.

-No estabais flirteando con él, Makoto-sama. Sólo habéis sido vos misma.

-Espero que él también lo vea así -suspiró la bushi-. Ha sido tan amable conmigo...

-Él es muy serio, muy sobrio habitualmente -indicó Ai gentilmente-. Deberíais pensar qué queréis exactamente, e indicárselo...

-Hai... no quisiera herirle bajo ningún concepto. Me gusta mucho -admitió Makoto. Su criada parpadeó y la miró con una mezcla de sorpresa y atención repentina. La bushi se preguntó a qué se debería.

-¿Os... gusta?

-Hai... Es amable, atento, educado, me hace reír... y me hace sentir halagada, infantil y toda una mujer, todo a la vez -suspiró mientras seguía acariciando el cálido lomo del gatito-. Pero me doy cuenta de que no lo soy, no del todo al menos. Y me siento... triste -musitó-. No sé por qué.

-Consultadlo con la almohada, Makoto-sama -le dijo Ai en tono afectuoso-. Mañana veréis las cosas con mayor claridad. ¿Iréis a desayunar con él, como habíais quedado?

-Hai... aunque luego me gustaría ir a ver a Ide-sama. Me parece que... que necesito su consejo, urgentemente. Estoy... estoy muy confusa.

-Es natural, mi señora. ¿Me permitiríais un comentario sincero?

-Onegai -Makoto miró a su criada, con curiosidad.

-... Uauh -susurró admirativa Ai.

La joven bushi la miró con incredulidad, y luego se echó a reír con tantas ganas que el gatito se despertó, bostezando y emitiendo un maullido de protesta. Se levantó y se acurrucó en el futon recién colocado, haciéndose un ovillo e ignorando a su dueña, que todavía emitía alguna risilla, sofocada, mientras Ai la ayudaba a desvestirse para dormir.

sábado, 6 de abril de 2013

Primeras Impresiones IX

A Makoto le costaba retener la rabia ante la forma en la que se había destrozado su habitación. Los objetos lujosos no eran sólo cosas, se habían pagado con kokus a artesanos que habían realizado una labor dedicada, y el dinero procedía de diezmos a campesinos, que sudaban cada grano de arroz que obtenían para sus señores. El ataque por tanto no era sólo a su persona, sino al esfuerzo de muchos, al arte de unos cuantos benditos con talento por los kamis, y en última instancia a la hospitalidad del propio Emperador, que con este destrozo vería diezmada la confianza que se hacía en la seguridad y comodida proporcionada a las Candidatas.

¿Quién habría hecho esto? A su mente acudieron las imágenes de Angai y de Kurako. De alguna forma, la primera le parecía más sospechosa que la segunda, no porque Kurako le tuviese menos rabia, sino porque no creía que fuese tan taimada como para agredirla a través de sus objetos personales. Antes la hubiese abofeteado públicamente, si hubiese tenido la oportunidad. Aunque dado que no tenía testimonios ni pruebas, sugerir tal cosa hubiese sido un insulto injustificado e imperdonable al honor del Escorpión.

Rozó con dedos temblorosos el kimono que Sakura le había prestado. Ellas dos nunca habían sido muy amigas, ya que Sakura era mucho más seria y solemne que Makoto; y sin embargo, le había dado su vestido favorito para que lo luciera en la Corte Imperial. Ahora ya no podría devolvérselo, ni corresponder a la confianza que la otra chica le había hecho...

Suspiró y se mordió el labio inferior, enfadada ante aquella injusticia y ante la estrechez de espíritu que demostraba. Unos pasos le hicieron levantar la cabeza.

Ante sus ojos las manos delgadas pero nervudas de Sezaru sostenían al gatito blanco. Makoto dejó escapar una exclamación y lo agarró, rozando involuntariamente los dedos del hombre en el proceso. Ni siquiera se dio cuenta de esta inconveniencia, que provocó un parpadeo en el Lobo, y luego una sonrisa.

-Este pequeño apareció en mi estudio -comentó él, echando un vistazo a la habitación.

-Arigatô -exclamó ella, abrazando al animal contra su pecho y provocando pequeños maullidos de protesta-. Estaba muy preocupada por él.

-Puedo ver por qué -Sezaru la miró, serio-. Me encargaré de que no vuelva a ocurrir -señaló al gatito, al que la joven Usagi estaba por fin liberando de su abrazo-. ¿Os gusta?

-Mucho... aunque el mensaje que le acompañaba era un poco atrevido -Makoto le miró a los ojos, pero se sonrojó al recordar aquella frase tan pícara. Sezaru sonrió débilmente.

-Como vuestras palabras de ayer...

-No fueron intencionadas -protestó la joven. Él sonrió un poco más, la risa brillándole de nuevo en los ojos oscuros.

-Lo sé... venid conmigo, onegai. Tendréis que reponer lo que os han arruinado... Que Kaneka busque al culpable mientras tanto. A menos... -hizo una pausa y la observó, atento-, que prefiráis que sea a la inversa y Kaneka os acompañe.

Makoto se rió, sintiendo que se relajaba fraccionalmente sólo por la presencia reconfortante de Sezaru.

-Ni se me ocurriría someteros a mis caprichos cuando tenéis tan bien delimitadas vuestras funciones... sólo lamento haceros perder el tiempo por esta niñería. Pero no tengo con qué comprar nuevos kimonos, no de la calidad requerida -explicó, sonrojándose. De nuevo, su pertenencia a un Clan Menor resultaba en inconveniencias para ella.

-Eso no es problema, Makoto-san... la hospitalidad del Emperador ha sido puesta en entredicho, y como su Voz, me veo en la obligación de restaurar el orden -la miró con seriedad, antes de añadir con un tono más relajado-. Podéis gastar cuánto deseéis, soy rico y llevo una vida tan espartana que avergonzaría a un monje. Así me haréis sentir menos avaro.

Makoto se rió ante aquella afirmación.

-Estoy segura de que nadie se atrevería a tacharos de tal cosa.

-Lo cual demuestra una gran falta de iniciativa, la verdad... -Sezaru suspiró, haciéndola reír de nuevo. Los ojos del hombre se iluminaron ante su reacción. En aquel momento llegó Ai con unos guardias Seppun, pertenecientes a la guardia Imperial. El Lobo les dio indicaciones y al poco partían ambos, en un carro tirado por bueyes y acompañados de la discreta criada de Makoto.

***

Afortunadamente, el pueblo no estaba demasiado lejos. En cuestión de una hora estaban llegando a él, un lugar pequeño y tranquilo en el interior de un valle, junto a un riachuelo cristalino. El lugar disponía de varios puentes delicados, y su riqueza se mostraba en que poseía no sólo una herrería, sino varias tiendas donde artesanos realmente dotados exponían su mercancía, además de una casa de té renombrada. También era el hogar de un Maestro Espadero, algo que le había dado renombre al lugar; los Maestros no eran algo común, y sus katanas se forjaban con tiempo, esfuerzo y oraciones. Se consideraba que para forjar un acero realmente digno de un samurai la labor debía ser al menos de un año, ya que no se podía usar agua vulgar, y se tenían que concretar fechas sagradas para ciertos pasos cruciales o el arma resultante sería desafortunada. También vivía allí un alfarero de cierto talento, y había varias tiendas de kimonos y complementos bastante reputadas, por las que algunas cortesanas y geishas gustaban de pasear. 

En otras circunstancias, la Voz del Emperador no se habría molestado en visitar aquellos lugares, y menos con el pretexto de comprar ropajes, ya que como miembro de la familia Imperial gozaba del privilegio de tener un modisto propio, que se cuidaría mucho de presentarle ningún modelo mediocre. Sin embargo, la joven Usagi necesitaba disponer de un vestuario apropiado de forma urgente, así que no quedaba otro remedio que adquirir kimonos ya hechos por los tejedores locales. Guiados por el buen gusto y saber hacer de la criada, que al parecer tenía bastante más idea de combinar que su dueña o él mismo, acabaron haciendo una compra que a la joven Usagi le escandalizó por lo ingente. 

Sezaru tuvo que admitir que estaba disfrutando de la experiencia de imaginarse a la joven Liebre en aquellos kimonos... y aún más sin ellos. Además, la conversación era amena, cosa que daba más interés a sus fantasías personales sobre la muchacha en cuestión, que en su inocencia no parecía darse cuenta de la cantidad de indirectas que él le estaba soltando.

-No sé qué haría sin Ai-san -comentó ella en aquel momento. La Voz del Emperador alzó una ceja ante el uso impropio de un sufijo de respeto para referirse a una simple criada, pero no dijo nada al respecto-. Carezco por completo de gusto y discernimiento.

-Creo que el vuestro es un problema de seguridad -respondió él-. Os falta sentiros más cómoda con vos misma.

-No sé qué deciros -Makoto frunció ligeramente el ceño, pensativa-. Más bien diría que el problema estriba en que mi sentido de lo que es importante y lo que no está fuera de lugar en la Corte... A veces me siento como un pez fuera del agua -admitió.

-He oído que Ide Kotetsu os ha tomado bajo su ala... Y no se ofrece a guiar a cualquiera -repuso Sezaru, con suavidad. Ella le miró a los ojos. Le gustaba su falta de timidez, su forma de observarle directamente, sin dobleces o fingida timidez. Su actitud carecía de elegancia, tal vez, pero era refrescante y sincera-. Es una de las Cortesanas más reputadas de Rokugan -añadió, sonriendo.

-Es muy amable -musitó Makoto, sonriendo levemente. Él asintió, y ella se quedó pensativa de nuevo, mordisqueándose el labio inferior. Sezaru se preguntó si se daría cuenta de que lo hacía. Lo dudaba. Seguramente si lo hubiese hecho, hubiese cesado de realizar aquel mohín infantil y rebelador. Tenía que evitar que nadie se lo hiciera notar, si era posible-. Me resulta extraño... para mí la amabilidad es algo básico, algo que debería darse por descontado... y me doy cuenta que en la Corte la amabilidad es lo menos natural, al menos la genuína.

-No os equivocáis, por desgracia -el Lobo suspiró, pensando que la joven era demasiado perspicaz como para permanecer por mucho tiempo en aquel estado de encantadora inconsciencia que tan seductora le resultaba a él-. La amabilidad, como comprobaréis, es un lujo que pocos se pueden permitir.

-Y sin embargo, no creo confundirme al pensar que tres de las cuatro personas que me han ofrecido su amabilidad en estos días no tenían planes ocultos para conmigo.

-¿Tres de cuatro...? -Sezaru alzó las cejas, sorprendido.

-Ide-sama, Kaneka-sama y vos...

-¿Y el cuarto?

-El Emperador -Makoto frunció el ceño de nuevo, pero esta vez su ademán tenía menos de pensativo y más de colérico.

-Estáis enfadada con él -no era una pregunta, pero igualmente la joven asintió-. No deberíais estarlo, Makoto-san... No ha tenido una vida fácil.

-Ni vos ni Kaneka-sama, pero no habéis decidido que puedo ser llevada de un lado a otro como una muñeca -protestó ella, sonrojándose. Sezaru se sorprendió de la pasión con la que la joven hablaba. Estaba realmente molesta con Naseru, pensó con asombro. Conocía a muy pocas personas que fuesen capaces de enfurecerse con él, y la mayoría de ellas deseaban matarle, o lo habían deseado en algún momento. La miró con atención. No parecía que fuese el caso de ella, precisamente, pero se había tomado la intervención caprichosa de Naseru como algo personal, obviando por completo el hecho de que él era su Emperador, y como tal, tenía todo el derecho del mundo a dar órdenes de cualquier tipo.

Sonrió levemente.

-Realmente no acabo de aprobar su actitud -admitió, aunque le costaba mostrarse crítico con su hermano menor-. Hubiese sido distinto si os hubiese pedido cenar con él cada noche... pero...

-Sólo quiere tenerme a su disposición, por si está lo suficientemente aburrido para acordarse de mí -gruñó Makoto-. Vio un juguete distinto y tiró los viejos, pero ahora se ha vuelto a los de siempre y se ha olvidado de mí, así que me dejará tirada cada noche, a solas en mi habitación... ¿de qué os reís? -exclamó exasperada.

-Estáis haciendo una descripción bastante exacta de su carácter... -respondió Sezaru, intentando contener su hilaridad-. Veréis, yo era el mayor de los tres... cuando todavía no sabíamos ni que existía Kaneka. A mí me educaron para ser el Emperador, Tsudao iba por ahí espada en mano pensando en sus batallas, y Naseru... bien, era el pequeño. Madre lo mimaba desaforadamente, pero no era la única. Él conseguía cuanto quería con un movimiento de pestañas.

-¡Qué horror! -Makoto se estaba riendo ahora, olvidada su inquina-. ¿Me estáis diciendo que era un malcriado...?

-Un niño terrible -susurró él, acercándose a la joven con aire conspiratorio. Ella inclinó la cabeza hacia él, fascinada-. Sus pataletas se oían en todo el palacio. Una vez, en una de ellas... berreaba tanto que Tsudao lo lanzó al estanque -Makoto reía abiertamente, sin tratar siquiera de taparse la boca con la manga del kimono. Sezaru se sonrió y siguió explicando-. Salió muy digno... con una carpa en el obi y una rana en la cabeza. ¡Y golpeó a Tsudao con la carpa!

Ambos reían ahora, de la forma menos digna del mundo, como dos chiquillos. Algunos campesinos y artesanos se giraban a mirarles, sorprendidos, y luego bajaban el rostro con reverencia al ver los ropajes de dos samurais y el daishô en el costado de ella. Sezaru se alegró de que no le reconocieran, ya que eso hubiese menoscabado su imagen pública de hombre serio y digno. Sin duda, debían pensar que se trataba de un señor y su hija... Tuvo que contener un mohín ante aquel pensamiento. Sabía que parecía demasiado viejo, pero Makoto no le trataba como si creyera que lo fuese. Debía ser la primera mujer que no le hablaba como se hablaría a un ancestro respetado, pero medio momificado por los años.

-¡No habláis en serio! -musitó la joven, recobrándose un poco de la risa.

-Oh, sí. Siempre estaban peleando, esos dos... en el fondo eran muy parecidos, creo -los ojos de Sezaru se llenaron de melancolía.

-Vos le conocéis mejor que nadie, supongo -dijo Makoto entonces, titubeante. En aquellos ojos castaños brillaba una mezcla de preocupación, curiosidad y enfado que ya se desvanecía por completo. Parecía estar resignándose a haber sido víctima del mal carácter del Emperador. Sezaru se felicitó por ello, ya que su familia siempre había sido su prioridad tras la seguridad del Imperio. En ocasiones se preguntaba qué habría sido de él si no hubiese sabido detener su deseo de proteger antes de matar a sus hermanos por ello... Meneó ligeramente la cabeza y decidió dejar el tema de lado.

-Pero no os preocupéis, ya que las cenas las tenéis ocupadas, procuraremos tomar algún desayuno juntos, si gustáis... creo que ya he demostrado que me gusta la compañía de las jovencitas que sueltan barbaridades sin proponérselo...

Ella rió de nuevo, sonrojándose.

-¡Estoy intentando corregirme! -protestó Makoto, entre risas.

-Qué lastima... era tan agradable... -suspiró Sezaru, bromeando sólo a medias.

-Sezaru-sama... -la joven le miró con cierta reconvención-. Sóis muy malo. ¡Hacéis que el ser un auténtico desastre parezca más tentador que aprender a ser una dama!

-No soy un buen maestro de etiqueta -admitió él, sonriendo. Sin darse cuenta, ella había dejado de nombrarle con el distante prefijo honorífico...


Nota: imagen sacada de la página de wallpapers
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