viernes, 22 de marzo de 2013

Primeras Impresiones IV



El sol caía ya, los días otoñales cada vez más cortos, cuando Usagi Makoto decidió que ya había tenido bastante clase de modales, y tras ésta, una severa sesión de entreno. Al fin y al cabo, ella era bushi, no cortesana. No podía pasarse el tiempo dedicándose en exclusiva al delicado arte de hablar de naderías, o de cuidar cada aspecto de su persona, de sus gestos, de su ropa. Aquello se le hacía terriblemente cargante, pese a que el propio Emperador, durante la brevísima entrevista que le había concedido para quitarle de encima a los cortesanos más terribles tras su faux-pas, le había indicado que aquello no era más que otra forma de guerra.

Una para la que, obviamente, no había venido preparada. 

Sonrió un poco, disfrutando del fresco aire y de los juegos de luces que atravesaban el cielo de saetas doradas y rojizas, marcando las nubes y creando guiños solares, como largas y rectas cortinas. El jardín estaba repleto de aromas a humedad, a vida, a vegetación. Inspiró hondo, deleitándose en la sensación de limpieza tras el baño, tras la sesión de entreno físico que había dejado su cuerpo entero deliciosamente cansado. Esta noche debería lidiar con el retorcido ambiente de la Corte de Invierno de nuevo, pero aquel instante era suyo y solo suyo...

-Usagi-san. ¿Disfrutando de la paz antes de la tormenta?

Makoto tuvo que reprimir una punzada de molestia al sentir que su momento se desvanecía ante aquella voz. Miró hacia su interlocutor, y no pudo evitar que su resentimiento se evaporara al instante al reconocer al hermano del Emperador, Sezaru-sama en persona, acercándose con pasos comedidos hacia su posición. Le sonrió ampliamente, mientras le dedicaba una profunda reverencia.

-Oh-Sezaru-sama...

 -Sezaru -contestó él, sonriendo. Una sonrisa torcida, que Makoto no tenía idea de que era muy parecida a la de su hermano menor.

De lo que sí estaba segura era de que no podía tomarse semejantes confianzas con la Voz del Emperador.

-Me honráis demasiado -dijo, sonrojándose.

-No os preocupéis, no tengo interés en recalcaros deslices sociales.

-Ah -Makoto le miró con divertido reproche-, pues me haríais un servicio... Nadie aprende a manejar una espada si no tiene un sensei que le corrija -sonrió levemente, una sonrisa sincera, decidida pero un punto tímida.

Sezaru suspiró, aproximándose a ella. Makoto se levantó, y en vez de sentarse de nuevo, siguió al Lobo mientras éste caminaba por los jardines. Entre la hierba ya no cantaban las cigarras, señal de que el verano había acabado, y el aire era fresco, pero no tanto como para que tuviera que abrigarse.

-Está bien... Makoto-san. Hablemos entonces. ¿Cómo os sentísteis cuando os dijeron que os enviaban aquí en calidad de Candidata?

-Muy honrada y muy nerviosa, Oh-Sezaru-sama -repuso ella, con total honestidad.

-¿Y qué os parece nuestro Emperador? ¿Es tal y como lo imaginábais?

-No... no sabía muy bien qué me iba a encontrar -Makoto parpadeó ante aquellas preguntas, que no parecían tener mucho sentido en conjunto.

-Hay quien opina que es bajito -señaló Sezaru, aparentemente solemne-. Aunque al lado de Kaneka...

Makoto se echó a reír, con la misma naturalidad que impregnaba todos sus gestos.

-¡Yo debo ser una enana, entonces! -los miembros del Clan de la Liebre, al igual que los del Gorrión, no solían ser de una estatura muy elevada-. Oh-Kaneka-sama es tan grande como una montaña -pensó en el samurai serio, cubierto de armadura completa y máscara, que se había encontrado antes de entrar a la sala del trono para su presentación. Había sentido inmediata simpatía por él, la clase de hombre que no tiene complejos en disculparse por un desliz social, ni siquiera ante alguien de rango tan inferior como ella. Algo admirable, a su parecer: no era alguien a quien su posición, por otro lado sobradamente merecida, se le hubiese subido a la cabeza.

 -Uhmmmm... -el hombre pareció meditar, mientras ambos caminaban en tranquila armonía por el sendero de piedrecillas-. De tamaño discreto, diría yo -sus palabras hicieron reír más aún a la joven, cosa que no pareció disgustar al Lobo. Makoto dudó antes de hablar de nuevo, ya que temía estar sobrepasando los límites. La Voz del Emperador parecía dispuesto a pasar el rato con alguien de poca importancia como ella, pero eso no quería decir que pudiese aprovecharse de ello. Y sin embargo, finalmente decidió hablar.

-Oh-Sezaru-sama... ¿Puedo haceros una pregunta indiscreta? -inquirió, tentativamente. Él le concedió permiso con gesto regio, y ella continuó hablando-. ¿Por qué no os habéis casado?

Esto pareció dejar atónito a su interlocutor, que se detuvo un segundo y miró con ojos muy abiertos a la Usagi. En aquel instante, pensó ella, parecía mucho más joven de lo que había pensado que era en primera instancia... apenas una década o dos más que ella. Su expresión era abierta y sincera, no resguardada y digna. El momento, sin embargo, pasó rápidamente.

-Bueno... primero fui joven... -sonrió de nuevo, un gesto agradable pero educadamente reservado-. Luego estuvimos luchando por el trono, mis hermanos y yo -añadió, refiriéndose a la época de guerra civil que se había conocido como la Guerra de los Cuatro Vientos, la lucha fratricida entre los cuatro hermanos: la mayor, la difunta Tsudao, ahora conocida como Toturi II por gracia del actual Emperador, Sezaru, el segundo y primer varón legítimo, Naseru, el menor de los tres hermanos, y Kaneka, el Bastardo-. Eso no deja mucho tiempo. Y ahora soy viejo... -se encogió de hombros.

 -No tan viejo, ¿neh...? -protestó ella, con cierta desazón. Lo que había creído ver por un momento desmentía la apariencia desgastada de Sezaru, y aunque realmente tuviera la edad que aparentaba, eso no le convertía automáticamente en un partido desdeñable, sobre todo dada su posición en la Corte-. Y dudo que no haya nadie interesado...

-Oh, por política sí, muchísimas damas -la sonrisa de Sezaru era impenetrable, una máscara de tranquila amabilidad que, de alguna forma, hizo sentir peor a Makoto. La mayoría de matrimonios eran por conveniencia, así que las palabras del Lobo no iban en detrimiento de una boda, pero parecía... profundamente disgustado por tal posibilidad-. Y prefiero reservarme mi edad.

-No puedo creer que no haya nadie con otros intereses aparte de la política interesado en vos -repuso ella, pensativa-. Ser cortesano no significa carecer de corazón, o simpatías, e incluso afectos...

-¿Vos tenéis afectos? -Sezaru parecía decidido a desviar la conversación de su persona, y Makoto sintió un cierto alivio al ver que dejaban un tema que, al parecer, le resultaba desagradable.

-¿Yo? -sonrió la joven-. ¿Quién no los tiene...? Quiero a mis padres, y a mis hermanos, y a mi familia, y a un viejo gato dormilón... -su enumeración tuvo la virtud de robar una sonrisa a Sezaru, así que añadió-. Me gustan los gatos.

-¿De veras? ¿Por algo especial? -Sezaru enarcó una ceja, como si aquel comentario le resultara sorprendente por algún motivo.

Makoto negó con la cabeza, sonriendo:

-Siempre hemos tenido gatos en casa, desde que era pequeña, y me gustaba al cabo del día sentarme con un animal cálido ronroneando sobre mis rodillas... -aquello hizo que Sezaru alzara ambas cejas, en esta ocasión, y que su sonrisa se volviera un punto más abierta.


-Eso que acabáis de decir... -hizo una pausa. Makoto se dio cuenta de que estaba conteniendo su hilaridad, aunque no pudo entender por qué-. Podría malinterpretarse -hizo una pausa y la miró. Ella le devolvió la mirada, frunciendo el ceño con gesto de total incomprensión. Él le sonrió, divertido, antes de añadir-. De un modo... íntimo.

-Oh... ¡Oh! -Makoto se sonrojó intensamente-. Ni se me habría ocurrido.... Oh-Sezaru-sama, no puedo creer que... Mi pobre y viejo Kuro, ¿cómo puede nadie plantearse que fuese... poco inocente? -la joven parecía al borde del sofoco. Él sonrió tranquilamente y añadió:

-Tenéis que pensar que, digáis lo que digáis, siempre podrá interpretarse en más de un sentido -de nuevo le pareció a la joven Usagi que él contenía su hilaridad. Medio en broma, le acusó:

-¿Os divierte verme sonrojarme...?

-No, no me divierte -contestó él, mirándola-. Aunque debo reconocer que os favorece...

-Vaya. Y yo que pensaba que únicamente me hacía parecer joven... -respondió ella con cierta ironía. Fue el turno de él de reír.

-Ser joven no es malo, Makoto-san.

Ella le miró, fue a hablar, se detuvo... se mordió la lengua, se puso como la grana y miró hacia otro lado. Sezaru se la quedó mirando con curiosidad.

-¡No puedo estar pensando todo el tiempo en segundos sentidos! -protestó ella-. ¿Cómo puede nadie vivir así? Se supone que un samurai debe hablar siempre con honestidad, y yo soy bushi, me han enseñado a hablar de forma directa.

-¿Por qué os sonrojáis?

-Porque iba a decir que ser inexperta en cualquier terreno no es buena cosa y pensé... que también podía malinterpretarse -respondió ella a trompicones.

-Ciertamente, parecería que buscáseis... instrucción -aunque la sonrisa no llegó a sus labios, estaba en sus ojos, bailando con regocijo pero sin malicia-. Terrible, ¿verdad? -añadió, no sin simpatía-. ¿Seguimos con las preguntas indiscretas?

-¿Váis a hacerme alguna? -repuso ella, con cierto asombro.

-Si me permitís... ¿Habéis perdido la cabeza por mi hermano, como todas esas jovencitas?

Ella le miró, con gesto de desconcierto. No había nada de premeditado o engañoso en su actitud, y quizás por eso a él le resultó tan agradable su respuesta.

-No le conozco apenas. Ha sido amable conmigo -añadió, seria-, pero apenas hemos intercambiado cuatro frases. No es que eso sea para hacer perder la cabeza a nadie.

-Al fin algo de sensatez -suspiró Sezaru, con algo que a ella le pareció sorprendentemente similar a al alivio-. Ahora, pensad que tendréis tres meses para conocer a mucha gente...

-O lo que ellos quieran darme a conocer -señaló ella, con una agudeza que de nuevo resultó refrescante y encantadora a un tiempo.

-Muy cierto, muy cierto...

-¿La mayoria de jóvenes pierden la cabeza por el Emperador al conocerle? -preguntó Makoto. Al asentir él, no pudo evitar añadir otra pregunta, con un punto malicioso-. ¿Porque es atractivo, o porque es el Emperador...?

Sezaru sonrió, pero respondió con sinceridad:

-Kaneka opina que es porque se trata del Emperador... Pero yo creo que su aspecto también influye.

Makoto pensó en el hombre que había visto en el salón del trono: de rostro enjuto enmarcado por una mandíbula fuerte, pómulos altos y elegantes, una nariz ancha llena de carácter, unos labios finos pero sensuales apenas disimulados por la bien recortada perilla, un ojo negro de mirada distante, un parche negro sin concesión alguna a bordados o delicadezas sobre el hueco del otro ojo, unos hombros que se adivinaban anchos bajo el kimono dorado y verde jade, una larga cabellera trenzada que debía llegarle aproximadamente hasta las corvas... efectivamente, el Emperador no era, para nada, un hombre desprovisto de atractivo físico.

-Supongo que si añade cuatro palabras amables... debe ser una combinación fatal, ¿neh? -dijo, divertida. Su compañero asintió:

-Más letal que una espada... he llegado a ver desmayos. Una jovencita del Clan de la Grulla, Naseru la miró... y cayó fulminada.

-¿Es broma? -Makoto le miró boquiabierta, sin poder creer semejantes extremos. Sezaru negó con la cabeza, y ella no supo si reír o escandalizarse ante aquella reacción que se le antojaba absurda.

-Parecía ser crónico -añadió él-. Después de eso, era que se cruzaran y ella se iba al suelo. Su familia finalmente la casó con un Dragón sumamente aburrido.

-Es natural... -la Usagi le dedicó una sonrisa traviesa-. Había que cuidar su salud y no someterla a un exceso de emociones, podría ser contraproducente.

-¿Y vos, qué preferiríais? -inquirió Sezaru, entrando de nuevo en el terreno de la indiscreción-. ¿Un marido aburrido, uno que os hiciera desmayar...?

Ella se rió de nuevo, y su voz juvenil resonó en la paz de aquel jardín. El ocaso daba paso ya al anochecer, la oscuridad empezaba a reinar, y pronto debería prepararse para el espectáculo de la noche. Aún así, contestó:

-¿No hay más opciones?

-Algo tendréis en mente -insistió él.

-Me gustaría un hombre con quien pudiera hablar con franqueza, que me enorgulleciera por su espíritu elevado, y que quisiera servir al Emperador y a Rokugan de corazón. Un samurai de pies a cabeza -respondió ella finalmente, con una seriedad que contradecía la ligereza aparente de la conversación. Él la miraba atentamente, y asintió, aprobador:

-Un noble ideal.

-Siempre he pensado que deberíamos aspirar a la nobleza en todas sus formas, Oh-Sezaru-sama -respondió Makoto.

-Sóis una verdadera samurai -le dijo el Lobo, con una austeridad que disimulaba el brillo de admiración que estaba empezando a aparecer en sus ojos. Makoto, sin embargo, no se dio cuenta de ello, ya que el halago de Sezaru la hizo sonrojarse y desviar la mirada.

-Arigatô, Oh-Sezaru-sama... -reticente, volvió la mirada hacia las habitaciones que le habían asignado-. Debería prepararme para la obra de esta noche y para la cena...

-Ciertamente -asintió él-. ¿Os importa que os acompañe?

-Iie... sóis muy amable -Makoto le sonrió. Aquella sonrisa sin dobleces hizo que él se lanzara a preguntarle:

-¿Querríais cenar conmigo esta noche?

-¿Me estáis invitando a cenar? -ella le miró, sorprendida, pero sin asomo de desagrado.

-Sólo si os apetece.

-Oh... sería un honor -la sonrisa de ella fue aún más amplia. Caminaron en silencio hasta la pasarela que daba a las habitaciones de la Usagi, y luego ella le hizo una nueva y profunda reverencia-. Arigatô, Oh-Sezaru-sama... ha sido una conversación encantadora y muy instructiva.

-Lo mismo digo -la sonrisa de él fue ciertamente enigmática, y dejó a la joven desconcertada de nuevo, y preguntándose si no estaría, literalmente, metiéndose en la boca del Lobo...

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