domingo, 28 de julio de 2013

Primeras Impresiones XVII

Makoto de espaldas, by Rayba
La melancolía que había hecho su presa en él era imposible de eludir. La noche solía ser un momento de reflexión, en el que podía pasear tranquilo sumido en sus pensamientos. Algunos preferían la ceremonia del té, otros meditar; a él le gustaba el susurro nocturno de las criaturas que despertaban al anochecer, la tranquilidad que se respiraba cuando cortesanos y bushis dejaban intrigas y armas para reposar al fin. Bajo las estrellas había una paz que era difícil de encontrar bajo el sol.

En aquellos momentos hasta se permitía el raro lujo de estar a solas... relativamente hablando, claro está. El Emperador nunca podía estarlo por completo. La Guardia Seppun saludaba a su paso. La sombra silenciosa de Sunetra, su guardaespaldas Escorpión, le escoltaba tan muda como el propio firmamento. Pero dentro de lo que era su rutina, aquello era lo más solitario que podía llegar a estar. La protección de tantos bushis honorables nunca le había molestado, pero en aquella ocasión todo parecía sumirle aún más en aquella irritable languidez de la que no se había podido librar. Desde aquel sueño, quizás desde antes, se sentía desasosegado, inestable. Eso era algo que no podía permitirse. Era alguien con demasiadas responsabilidades como para...

Un jaleo de gritos y chapoteos llamó su atención. Parpadeando, Naseru se dirigó hacia un lago interior, un depósito natural que los constructores del recinto habían respetado. Amplio y, por lo que tenía entendido, gélido por aquella época, no solía atraer la atención de juerguistas. Y sin embargo, ahí estaban. Se acercó lentamente, fascinado: dos personas discutían ebriamente a gritos, pero sin dejar de reír. Un tercero, con la figura inconfundiblemente grande de su hermanastro Kaneka, se había apartado meneando la cabeza. Los vió desnudarse entre carcajadas, en una alegría tan artificiosa como contraria a su propio estado de ánimo. El Khan, encorvado y peludo como un oso, y nada menos que Makoto Usagi, pequeña, de rotundas curvas...

Naseru contempló a la muchacha con fijeza, tragando saliva. La bushi tenía un cuerpo menudo, de pechos discretos en cuanto a tamaño pero perfectos en su forma. Se movía con elasticidad y fuerza al despojarse de las molestas ropas que la corte le obligaba a usar por el bien de su estatus. Su cintura era fina sin ser frágil, su torso delicadamente musculoso y sus piernas atléticas. Su trasero era quizás algo demasiado prominente, insinuando que si la muchacha no se diera con asiduidad a la disciplina de los bushi hubiese acabado siendo demasiado entrada en carnes para los refinados gustos rokuganeses. Un lunar destacaba sobre su nalga derecha, sobre la piel blanca y perfecta. Se quedó mirándolo sin poder evitarlo, aquella mancha diminuta e hipnotica que bailaba cuando ella echó a correr hacia las aguas gélidas, arrojándose a ellas con arrojo y despreocupación junto a uno de los hombres más poderosos -y más feos- del Imperio.

Por unos momentos, pareció que todo transcurría con normalidad. La muchacha soltó agudos gritos, el Khan reía broncamente, dieron unas brazadas... pero entonces Naseru se dio cuenta de que algo no iba bien. Ella no estaba coordinando, el agua estaba demasiado fría para ella. No pensó, ni se dio cuenta que Kaneka también hacía ademán de despojarse de sus ropas. El Shogun estaba demasiado lejos, pero no fue el cálculo lo que le llevó a arrojar su kimono imperial a un lado y tirarse al agua.

Makoto se debatía. El Emperador se sumergió hasta donde estaba ella y la sacó a flote, en brazos, mientras la joven bushi tosía y se aferraba a él. Un compungido Kaneka se acercó corriendo, pero Naseru le fulminó con la mirada.

-¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? ¡Está tan borracha que es una locura dejarla acercarse al agua, y más estando ésta tan fría! ¿Es que no tienes cabeza? -le espetó, furioso.

-Gomen... gomen nasai -el Shogun parpadeó, claramente asombrado. Makoto seguía tosiendo, y su piel estaba muy fría. Naseru se apresuró a frotarla con las manos, intentando hacerla entrar en calor y sin notar apenas la mordedura del aire helado. La chica reaccionó al fin y vomitó a un lado. El Emperador le apartó el pelo de la cara, mirando a un lado-. ¿Qué haces aquí, Naseru?

-Daba mi habitual paseo nocturno, y al parecer ha sido una suerte.

-Oooh... onegai, no habléis tan alto... me duele la cabeza -musitó quejosa la Usagi, llevándose las manos a las sienes-. ¿Por qué hace tanto frío...?

Naseru no dijo más, simplemente la envolvió con sus cálidos ropajes jade y oro. Le estaban grandes, y en otras circunstancias el efecto hubiese sido cómico. Pero en lo único que podía pensar el hombre era en cómo Makoto había estado a punto de ahogarse.

-¿Habéis bebido mucho? -preguntó, frunciendo el ceño.

-Hai... el Khan me invitó... -musitó ella, acurrucándose dentro de la ropa y suspirando-. Qué bien huele...

El Emperador se masajeó las sienes, preguntándose cómo se las arreglaba la Usagi para resultar semejante dolor de cabeza constante. Pareciera que no hacía más que meterse en problemas... acompañada además de notables figuras de la Corte, si bien no las más ortodoxas y bien vistas. Miró severamente al Khan y al Shogun, y luego apartó la vista del más menudo, con disgusto. No era una visión que quisiera recordar, precisamente... no sólo era feo, sino que más que velludo, era lanudo como una oveja. No era de extrañar que el Unicornio no notara la frialdad del agua.

-Deberíais volver a vuestro cuarto y dormir la borrachera. No estáis en condiciones... -empezó a decir Naseru. La muchacha le miraba ahora, con curiosidad e interés-. ¿Hai...? -preguntó, alzando una ceja de forma que sabía que resultaba apabullante.

No tuvo el efecto deseado. La bushi se echó a reír.

-¡Siempre me estáis sorprendiendo...! Podéis ser tan amable o tan arrogante... Supongo que es la prerrogativa del Emperador, ¿neh...? -se encogió de hombros, sonriendo-. Hay que decir, no obstante, que sóis el más guapo de los tres. Pero también el más bajito -añadió, mirándole con ojo crítico.

Naseru alzó ambas cejas, sin saber cómo tomarse aquella crítica. Oyó un resoplido, y supo que Kaneka estaba conteniendo la risa. Sin duda el alivio se mezclaba con la hilaridad que le provocaba el comentario de la Usagi, pero el Emperador le dirigió una mirada negra. No estaba de humor.

-Decidme, por cierto... ¿quién de los tres hermanos besa mejor? -añadió descaradamente la muchacha, poniéndose las manos en las caderas y mirándoles con gesto evaluador. Se acercó a Kaneka, decidida, quien estaba tan asombrado por aquel último comentario que se dejó hacer cuando ella le hizo un barrido con un pie, cayendo de culo al barro que había en torno al lago. La joven se avalanzó sobre el Shogun y le dio un beso en la boca. El Khan reía, sin darle importancia al incidente. Makoto se apartó de Kaneka y frunció el ceño-. ¡Muy mal! Es el peor beso que me han dado en la vida -protestó con petulancia-. No le ponéis ni ánimo, ni pasión, ni nada. ¡Es como besar a una piedra! Debería daros vergüenza, siendo el mayor de los hermanos, que Sezaru-sama bese mil veces mejor...

Naseru abrió la boca y volvió a cerrarla, con un chasquido. Luego murmuró entre dientes, furioso:

-¿Cuándo os habéis besado con el Lobo, si puede saberse?

-Esta mañana -respondió Makoto, haciendo un gesto que quitaba importancia al asunto.

-Le pondría más interés si no fuérais tan joven, inexperta y no acabarais de... aliviaros en la hierba -musitó Kaneka, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

-A mí no me importaría que me besaras fuera en el estado que fuera -comentó el Khan, gateando hacia su amante y reforzando sus palabras pasando de la teoría a la práctica. Makoto los miró unos segundos y meneó la cabeza. Claramente no estaba impresionada, lo cuál llevó a pensar a Naseru que había descubierto o adivinado en algún momento la relación entre ambos hombres.

Aquella jovencita estaba llena de sorpresas.

-Anda y vete a besar al Khan -suspiró molesta. Luego se giró hacia Naseru-. ¿Vos también besáis así de mal? -le retó, arrogante e ignorando por completo el espectáculo que se desarrollaba a su espalda. El Emperador decidió seguir su ejemplo, dado que en su opinión no era algo precisamente agradable.

-Usagi-san, estáis borracha -respondió, hablando con lentitud y precisión mientras una parte de su mente debatía qué debía hacer con su hermano mayor, que claramente se había aprovechado de aquella ingenua muchacha-. Os acompañaré a vuestro cuarto.

-Qué desilusión. Así que el único que sabe besar es Sezaru-sama, realmente -suspiró ella, claramente desencantada. Naseru la miró con fijeza. El kimono se le había deslizado por los hombros, que estaban claramente visibles a la luz de la luna. Onotengu le había bendecido aquella noche, porque con aquella luz íntima y plateada la Usagi estaba más bella que nunca, pese al pelo empapado, al aliento acre y al olor a alcohol.

-No creo que estéis en estado de hacer juicios, pero si queréis puedo demostraros si carezco o no de talento en esos terrenos cuando estéis sobria -respondió él, decidiendo dejar la seriedad para otro momento.

-Estoy perfectamente capacitada para... oh, por el Jigoku. ¡Sóis realmente imposible, no pienso perder el tiempo hablando con vos! -le espetó la muchacha, dejándole con la boca abierta. Tambaleándose, Makoto avanzó hacia él y le echó los brazos al cuello, justo cuando parecía que iba a caer al suelo-. Besadme o no habrá segundas oportunidades, por todos los Kamis -le susurró.

No supo muy bien por qué obedecía, pero Naseru cerró su único ojo y abrazó a la muchacha, ignorando su mal olor, los restos de alcohol y bilis de su boca, su piel resbaladiza. La apretó contra sí y el corazón se le aceleró al notar cada curva de aquel cuerpo juvenil y atlético. Inclinó la cabeza y notó que ella se ponía de puntillas para unir sus labios.

Aquello estaba mal, muy mal. Puede que ella estuviera bebida, pero él estaba sobrio. Debería haberla guiado a su cuarto, no aprovecharse de aquella manera de su estado. Pero todo pensamiento sobre lo correcto o incorrecto se borró de su mente en aquel instante y la besó con toda su alma. Su mente se llenó de ella, de su alegría de vivir, de su vitalidad, de su sinceridad, del entusiasmo con el que le correspondía. Ella era tan diferente de él...

Tardaron algo más de lo debido en separarse, y cuando Naseru volvió a abrir su ojo se encontró que ella le miraba con fijeza con los suyos, castaños y honestos, llenos de lágrimas y de un profundo desconcierto. Makoto le acarició la mejilla lentamente, del pómulo hasta la barbilla.

-Dulce... -susurró-. Tan dulce -y se echó a llorar. El tragó saliva y la abrazó contra sí, sin saber qué había ocurrido, por qué sollozaba de aquella manera la Usagi, ni cómo consolarla. Musitó palabras entrecortadas, sin mucho sentido, mientras se aferraban el uno al otro. La llevó en brazos hasta un banco de piedra en el que tomó asiento, sin soltarla, y poco a poco la respiración de ella se volvió menos agitada, normalizándose, y el llanto se fue apagando. Cuando Naseru volvió a mirarla, estaba dormida, apoyada contra el pecho desnudo de él.

-Me vas a complicar tanto la vida... -susurró, acariciándole el pelo empapado mientras miraba las estrellas. La envolvió cuidadosamente en la seda color jade del kimono imperial.

Aún tardó un rato en decidirse a cogerla en brazos de nuevo y dejarla de vuelta en su cuarto, sana y salva.

sábado, 27 de julio de 2013

Primeras Impresiones XVI

Moto Chagatai
Makoto tenía la idea de ir a visitar un pequeño taller de alfarero aquella tarde al pueblo; a fin de cuentas, aún debía responder a los obsequios de Sezaru, y aunque su talento en cerámica no era precisamente el de un refinado Maestro Kakita, sabía que el shugenja apreciaría más algo realizado con sus propias manos que cualquier otra cosa que le pudiera conseguir. Los regalos eran siempre un tema delicado, así que dada la pasión por el té que demostraba él, la joven había pensado que un tazón, por sencillo que fuera, sería tenido en estima por su amigo.

El problema era que se había entretenido rezando en un pequeño altar por su Kotetsu-san y sus amados, y luego la lluvia había vuelto los caminos impracticables. En circunstancias normales, a la Usagi no le hubiese importado embarrarse un poco las ghetta; pero ahora estaba en la Corte Imperial, y si hubiese aparecido con un palmo de cieno en sus bellos kimonos la hubiesen criticado hasta la muerte. De mala gana, tuvo que replantearse su excursión por el bien de su ya algo extraña reputación. Pensó en mandarle nota a Sezaru, pero luego se recordó que el hombre tenía sus deberes; y por ahora, mejor mantener una cierta distancia hasta que consiguiera aclarar su mente. Estaba demasiado confusa como para lanzarse a pasar la tarde con él. 

Repentinamente, se encontró sola y sin planes para la tarde, lo cual le resultó desconcertante. No se atrevía aún a pasear por las salas más concurridas por los cortesanos, ya que no deseaba volverse a encontrar con Angai-san (a la que tenía unas cuantas cosas que decir, y ninguna agradable) ni con Kurako-san; realmente, pensó con cierto humor, las atenciones de dos de los hombres más poderosos del Imperio no le estaban facilitando las cosas. Sin la compañía de Kotetsu-san, arriesgarse a caminar y toparse con una de las dos celosas doncellas era un riesgo demasiado grande para su humilde e inestable posición. Mejor evitarlo, por tanto.

Se dirigía a sus habitaciones cuando presintió una mirada sobre ella. Al volverse, se encontró con un hombre no demasiado alto, de rasgos toscos, nariz ancha y pómulos prominentes. Tenía una curiosa cara en forma de pentágono invertido, con labios anchos y sensuales que casaban mal con su piel morena llena de cicatrices y sus ojos vivarachos, apenas visibles bajo unos pesados párpados. Aunque de estatura discreta, sus hombros eran anchos y tenía la figura achaparrada, forzuda, y unas manos enormes. Las piernas se curvaban bajo su cuerpo, como las de alguien con más hábito de montar que de caminar. Vestía de pieles y cuero, algo que la sobresaltó ligeramente: era, sin duda, un Unicornio. Y la miraba directamente, con curiosidad en sus ojillos oscuros. Ella le saludó con una reverencia, dubitativa sobre cómo tratar a aquel desconocido.

Él no tuvo tantas dudas: se acercó a ella a largas zancadas tan pronto vio su gesto, con una sonrisa amplia en aquellos rasgos feos pero amistosos.

-¿Makoto-chan? -preguntó dicharachero.

-¿Gomen nasai? -la joven parpadeó, sonrojándose ante el uso de aquel apelativo excesivamente familiar-. Creo que no nos conocemos, Moto-sama...

-¡No, no, pero me han hablado de ti! ¿Eres Makoto-chan o no lo eres? -repitió, con una sonrisa que partía su rostro moreno como la media luna partía el cielo nocturno.

-Hai... pero no soy tan niña, Moto-sama -repuso ella, algo indignada. Su indignación se vió suplida por el más absoluto de los asombros cuando aquel bárbaro desconocido la abrazó, levantándola del suelo con una carcajada franca y varonil. Su voz algo ronca le retumbó en los oídos.

-¡Toda una dama guerrera! -rió el hombre con desparpajo-. ¿Estáis ocupada ahora mismo?

-Iie... -musitó Makoto mientras se llevaba una mano al corazón, aturullada.

-Perfecto, entonces... ¡os venís comingo! ¡Vamos a brindar por nuestro encuentro! -la aferró de la mano sin la más mínima concesión a la etiqueta y se la llevó, prácticamente en volandas, a una sala alejada, donde ordenó a unos criados que trajeran bebida.

-¡Gomen nasai, Moto-sama...! -protestó ella. El desconocido la miró sin entender-. Gomen nasai, pero no nos conocemos... No hemos sido presentados...

-¡Ah! Claro, culpa mía... Soy Moto Chagatai -el hombre intentó parecer modesto, sin lograrlo. Estaba claro que se enorgullecía de quién era.

Makoto se quedó boquiabierta, y tardó unos instantes en reaccionar. No era extraño que aquel hombre se mostrara orgulloso. Se trataba ni más ni menos que del Daimyo de los Moto y Campeón del Clan Unicornio. Dentro de su Clan, nadie le hacía sombra; fuera de él, era el igual de todos los grandes señores de los Clanes Mayores, sólo por debajo del Emperador y su familia. La muchacha le hizo la más profunda de las reverencias. Él sólo se rió.

-¿Sake o sochu? -preguntó jovialmente, ofreciendo ambos. El primero era transparente, con un ligero tono amarillento, como corresponde al mejor licor de arroz. El segundo, blanquecino y espeso, y de olor más fuerte.

-Mejor sake -respondió Makoto, vacilante-. Mi padre es un hombre severo, y nunca he bebido hasta ahora...

-Bien, mejor subsanar eso entonces -Chagatai dio una palmada sonora y le sirvió con sus propias manos-. ¡No podéis negaros a beber si os invitan, así que mejor que aprendáis a hacerlo con un amigo! -se rió de nuevo, estertoreamente.

***

Unas voces llegaron hasta Kaneka. Había oído comentar que el Daimyo Moto había invitado a beber a cierta joven Usagi, y tenía un mal presentimiento.

-¿... Comemos juntos si me prometéis no decir inconveniencias...? -dijo una voz femenina que ya conocía bien.

No le llegó la respuesta, pero el ver salir de una sala apartada a cierto Escorpión de cabellos rubios, con el rostro arrebolado de disgusto y vergüenza, le dió una idea bastante aproximada del nivel de alcoholismo que podían estar compartiendo Chagatai y la pequeña Makoto.

Al acercarse al lugar de donde el Canciller había huído, se confirmaron sus sospechas, pues el Khan bramaba como un verraco, mientras la muchacha reía e intentaba calmarlo:

-¡Chagatai-saaaaaaaaan, no molestéis más a Kaukatsu-san!

-Si me lo pedís así... -se oyó una carcajada ebria.

-¡Sóis un buen amigo...!

Kaneka alzó la vista al cielo ante aquel sentimentalismo de borrachos, preguntándose cómo la habituamente prudente damisela podría haber caído en aquel lamentable estado. Abrió la puerta, a tiempo de encontrarse con que Chagatai, animado al parecer por un inapropiado abrazo de la Usagi al que correspondía con entusiasmo, empezaba a entonar una canción... como poco indecente. Parpadeó un par de veces. Makoto, sonrojada y riéndose a carcajadas, palmeaba al ritmo de aquella tonada tabernaria.

-Kamis... -musitó el Shogun. Parecía su sino pillar a la bushi en los momentos menos apropiados.

-¡Kaneka-sama! -la joven no parecía para nada avergonzada en esta ocasión, sino que se volvió hacia él sonriendo radiante-. Sentaos con nosotros, onegai... ¡Chagatai-san es muy amable!

-¡Kaneka-chan! Tu amiga es encantadora -la voz bronca del Khan sonaba aún más desfigurada por el alcohol-. ¡Imagínate que hemos estado hablando de la Corte y sus hábitos repugnantes y estamos de acuerdo en todo! -el Unicornio asintió, satisfecho-. Aunque no me ha dejado apalizar a ese repugnante Escorpión cobarde... -añadió con el gesto ofendido de un niño, un niño cuarentón, borracho y agresivo.

-Sigue siendo el Canciller, y debería intentar llevarme bien con él. Algo hará correctamente si está donde... -Makoto parpadeó, y luego miró de uno a otro. Luego empezó a reírse y a señalar a Kaneka.

-¿Qué sucede? -preguntó el Shogun, sin entender tal hilaridad.

-¡Os... os ha llamado Ka-Kaneka-chan...! ¡Y vos sóis tan alto y grande...! -la muchacha reía sin poder parar. El bastardo ocultó el rostro tras una mano, pidiendo paciencia a los Kamis y Fortunas.

-Sí, pero él es el que... -empezó a decir el Khan con aire de ebria satisfacción. Kaneka se lanzó sobre él y le tapó la boca, provocando la caída de las tazas. Bueno, no era demasiado grave. Al parecer llevaban más en el cuerpo de lo que podían tolerar sin resultar algo indiscretos...

-Oh... -Makoto parpadeó y miró de uno a otro, con ojos muy abiertos-. Oh. ¡Oh! -y de repente se echó a reír de nuevo, con renovado entusiasmo-. Os he... ¡Os he pillado! -exclamó señalándolos a ambos-. ¡Ahora tenéis que cumplir vuestra palabra, Kaneka-chan...! ¡Tendré que ser vuestra cuñada! -se cayó de espaldas debido a su hilaridad, mientras el Shogun se iba poniendo más y más rojo, y el Khan coreaba sus carcajadas.

-¡Más sake! -bramó el bárbaro amante de Kaneka.

-Ni hablar -masculló el Shogun, siendo ampliamente ignorado tanto por el par de intoxicados samurais como por los discretos criados que aparecieron para limpiar el desastre de copas tiradas y renovar la provisión de bebida.

-¡No os pongáis de mal humor, Kaneka-chan! -exclamó la Usagi, echándole los brazos al cuello-. Sóis tan grande, tan amable, tan guapo... -de acuerdo, a la joven le había sentado peor el sake de lo que parecía-. ¡Los Kamis debían estar de tan buen humor cuando crearon a unos hermanos tan sobresalientes en todo! Yo os quiero mucho -añadió con fervorosa sinceridad-. Como a una hermana mayor, hai, hai...

-¿Cuánto habéis bebido, en realidad? -preguntó preocupado el bastardo.

-Oh, bueno... Chagatai-san ha querido brindar por todos mis cumpleaños, por lo que realmente importa, por... -la Usagi fue contando con los dedos. Luego hizo un mohín-. Intenté mojarme sólo los labios -susurró de forma excesivamente audible en tono conspirador. El Khan se rió mientras llenaba de nuevo las copas, y ofrecía a la muchacha una de ellas. La joven la vació de un trago, demostrando que hacía mucho que había dejado la etapa de su inicial prudencia-. Es la primera vez en mi vida que bebo. No se lo digáis a mi padre, onegai... se enfadaría mucho.

-Ni soñaría con ello -respondió muy serio el Shogun, resignándose a hacer de niñera a aquel par de irresponsables.

miércoles, 24 de julio de 2013

Primeras Impresiones XV

Ojo del Huracán Vince (extraído de la Wikipedia)

No sabía por qué, pero Naseru se sentía inquieto. Tal vez fuese la presencia femenina que había plagado sus sueños, tal vez la sugerencia de Sezaru sobre quién era la culpable de tal intrusión, tal vez el hecho de que ahora intuyera de quién se trataba. En todo caso, la incomodidad le rondaba como un perro hambriento rogando a su amo ser satisfecho. Una y otra vez volvía a pensar en cierta joven de ojos castaños, en su sonrisa sin dobleces, en su mirada centelleante de enfado. 

Realmente, si la muchacha no hubiese atraído la atención del Lobo, poco habría durado en la Corte por sí sola, pensó con cierto resquemor. No sabía qué le indignaba más, que Angai hubiese atacado su descanso, el sueño del Emperador en persona, o que hubiese actuado a través de una de sus invitadas, que a fin de cuentas estaba allí para complacerle e intentar seducirle... tarea en la que la Usagi estaba poniendo nulo empeño por otro lado, se dijo francamente fastidiado. Su amor propio se resentía por el hecho de que aquella pueblerina pareciese disfrutar tanto de la presencia de su hermano mayor, y en cambio...

En cambio ni el honrarla ni el ignorarla parecían hacer mella en Makoto. Y la mirada cada vez más ardiente de Sezaru, por otro lado, no presagiaba nada bueno. Naseru apretó los dientes: su hermano mayor corría serio riesgo, a este paso, de comprometer su reputación -si no otras cosas- con una joven...

No. Agitó la cabeza, frunciendo el ceño. No podía pensar eso de ella. Makoto no era indigna, simplemente era excesivamente sencilla y directa, aunque no podía negar el encanto de aquella frescura... Un encanto que cada vez parecía atrapar más al Lobo. Sin embargo, la muchacha carecía de otros rasgos que la pudieran destacar. Quizás debería decirle eso a su hermano mayor, que buscar más en la Usagi sería colocarse en una situación difícil ante la Corte, y ponerla a ella en un lugar impropio de su rango y nacimiento...

Aunque dudaba que aquello sirviera para mucho. Sezaru era muy testarudo, como bien sabía Naseru. Por mucho que el más joven de los hermanos insistiera, el mayor no iba a hacerle caso, no en aquel asunto. Si hubiese querido darse por aludido, lo hubiese hecho desde el principio cuando había dado la orden de que ella cenara con el Emperador, desdeñando al shugenja. Pero ni la Usagi ni el Lobo habían parecido percatarse de su intervención... ni siquiera la prohibición de cenar con nadie que no fuese él había hecho efecto en aquella terca muchacha.

Era... desconcertante cuanto menos. Naseru estaba acostumbrado a obtener cuanto quería, a ser el centro de atención absoluto. Y ahora se veía ignorado en pro de un hombre mucho menos atractivo -fueran cuales fueran los puntos positivios de Sezaru, un físico irreprochable no estaba entre ellos, para qué negarlo-, de alguien de importancia relativamente menor. Él era el Emperador, era joven, hermoso de rasgos, astuto, fuerte...

¿Qué tenía el shugenja que no tuviese él? Malhumorado, el Hijo del Cielo dio una patada a una piedrecilla. Las mujeres eran tan imprevisibles como el tiempo, y mucho más caprichosas...

Alzó la vista. En su hermoso jardín interior estaba empezando a escasear la luz natural. Parpadeó: mientras había estado embebido en sus pensamientos, el firmamento se había encapotado, prometiendo una breve pero intensa lluvia. Algunas gotas empezaban a caer sobre él, y tuvo que apresurarse poco dignamente para alcanzar sus estancias antes de que un auténtico diluvio se cerniera sobre él.

Su símil, sin duda, había sido apropiado. Miró cómo las aguas se derramaban sobre el exterior, y sin poder explicarse el porqué, se sintió algo deprimido.

Debía ser cosa del otoño y sus altibajos...

***

Todos se estaban refugiando de la lluvia, cubriéndose y buscando cobijo en las bellas salas interiores del recinto palaciego. El aguacero caía con violencia inusitada e inesperada, ya que hacía apenas unos momentos que había lucido un cálido y agradable sol vespertino. La gente huía, presurosa...

Todos, menos una figura solitaria que esperaba, sentada en el centro de un jardín de arena. El dibujo zen habitual se había visto truncado por el diseño elaborado torpemente bajo la lluvia de una espiral, en cuyo centro exacto se había sentado. Con los ojos cerrados, se concentraba en el cielo, en el viento, en el agua...

... En un lugar lejano de allí, un grupo de personas embozadas esperaban. Una tormenta, gemela exacta de la que caía sobre la ciudad que habitaba el Emperador y su Corte, se había cernido sobre ellos, pero no parecía afectarles en absoluto. La aguantaban estoicamente, alzando la vista al cielo, y entre ellos un hombre vestido con los sobrios ropajes de un campesino pero con poder en la mirada, en las manos, en el cuerpo enjuto, parecía aguardar una señal...

En el jardín, la figura solitaria dio una palmada. Un ojo de huracán se abrió sobre ella.

... En un lugar alejado, un hombre flaco vestido austeramente dio una palmada justo en el mismo instante preciso, y sobre ellos la tormenta se abrió como un iris monstruoso...

Y a través del Ojo, a través de la Tormenta, a través del Aire, y el Agua, y la distancia, llegaron.


Nota: imagen extraída de la wikipedia. No se pretende infringir ningún copyright. Todos los derechos pertenecen a su autor.
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