sábado, 6 de abril de 2013

Primeras Impresiones IX

A Makoto le costaba retener la rabia ante la forma en la que se había destrozado su habitación. Los objetos lujosos no eran sólo cosas, se habían pagado con kokus a artesanos que habían realizado una labor dedicada, y el dinero procedía de diezmos a campesinos, que sudaban cada grano de arroz que obtenían para sus señores. El ataque por tanto no era sólo a su persona, sino al esfuerzo de muchos, al arte de unos cuantos benditos con talento por los kamis, y en última instancia a la hospitalidad del propio Emperador, que con este destrozo vería diezmada la confianza que se hacía en la seguridad y comodida proporcionada a las Candidatas.

¿Quién habría hecho esto? A su mente acudieron las imágenes de Angai y de Kurako. De alguna forma, la primera le parecía más sospechosa que la segunda, no porque Kurako le tuviese menos rabia, sino porque no creía que fuese tan taimada como para agredirla a través de sus objetos personales. Antes la hubiese abofeteado públicamente, si hubiese tenido la oportunidad. Aunque dado que no tenía testimonios ni pruebas, sugerir tal cosa hubiese sido un insulto injustificado e imperdonable al honor del Escorpión.

Rozó con dedos temblorosos el kimono que Sakura le había prestado. Ellas dos nunca habían sido muy amigas, ya que Sakura era mucho más seria y solemne que Makoto; y sin embargo, le había dado su vestido favorito para que lo luciera en la Corte Imperial. Ahora ya no podría devolvérselo, ni corresponder a la confianza que la otra chica le había hecho...

Suspiró y se mordió el labio inferior, enfadada ante aquella injusticia y ante la estrechez de espíritu que demostraba. Unos pasos le hicieron levantar la cabeza.

Ante sus ojos las manos delgadas pero nervudas de Sezaru sostenían al gatito blanco. Makoto dejó escapar una exclamación y lo agarró, rozando involuntariamente los dedos del hombre en el proceso. Ni siquiera se dio cuenta de esta inconveniencia, que provocó un parpadeo en el Lobo, y luego una sonrisa.

-Este pequeño apareció en mi estudio -comentó él, echando un vistazo a la habitación.

-Arigatô -exclamó ella, abrazando al animal contra su pecho y provocando pequeños maullidos de protesta-. Estaba muy preocupada por él.

-Puedo ver por qué -Sezaru la miró, serio-. Me encargaré de que no vuelva a ocurrir -señaló al gatito, al que la joven Usagi estaba por fin liberando de su abrazo-. ¿Os gusta?

-Mucho... aunque el mensaje que le acompañaba era un poco atrevido -Makoto le miró a los ojos, pero se sonrojó al recordar aquella frase tan pícara. Sezaru sonrió débilmente.

-Como vuestras palabras de ayer...

-No fueron intencionadas -protestó la joven. Él sonrió un poco más, la risa brillándole de nuevo en los ojos oscuros.

-Lo sé... venid conmigo, onegai. Tendréis que reponer lo que os han arruinado... Que Kaneka busque al culpable mientras tanto. A menos... -hizo una pausa y la observó, atento-, que prefiráis que sea a la inversa y Kaneka os acompañe.

Makoto se rió, sintiendo que se relajaba fraccionalmente sólo por la presencia reconfortante de Sezaru.

-Ni se me ocurriría someteros a mis caprichos cuando tenéis tan bien delimitadas vuestras funciones... sólo lamento haceros perder el tiempo por esta niñería. Pero no tengo con qué comprar nuevos kimonos, no de la calidad requerida -explicó, sonrojándose. De nuevo, su pertenencia a un Clan Menor resultaba en inconveniencias para ella.

-Eso no es problema, Makoto-san... la hospitalidad del Emperador ha sido puesta en entredicho, y como su Voz, me veo en la obligación de restaurar el orden -la miró con seriedad, antes de añadir con un tono más relajado-. Podéis gastar cuánto deseéis, soy rico y llevo una vida tan espartana que avergonzaría a un monje. Así me haréis sentir menos avaro.

Makoto se rió ante aquella afirmación.

-Estoy segura de que nadie se atrevería a tacharos de tal cosa.

-Lo cual demuestra una gran falta de iniciativa, la verdad... -Sezaru suspiró, haciéndola reír de nuevo. Los ojos del hombre se iluminaron ante su reacción. En aquel momento llegó Ai con unos guardias Seppun, pertenecientes a la guardia Imperial. El Lobo les dio indicaciones y al poco partían ambos, en un carro tirado por bueyes y acompañados de la discreta criada de Makoto.

***

Afortunadamente, el pueblo no estaba demasiado lejos. En cuestión de una hora estaban llegando a él, un lugar pequeño y tranquilo en el interior de un valle, junto a un riachuelo cristalino. El lugar disponía de varios puentes delicados, y su riqueza se mostraba en que poseía no sólo una herrería, sino varias tiendas donde artesanos realmente dotados exponían su mercancía, además de una casa de té renombrada. También era el hogar de un Maestro Espadero, algo que le había dado renombre al lugar; los Maestros no eran algo común, y sus katanas se forjaban con tiempo, esfuerzo y oraciones. Se consideraba que para forjar un acero realmente digno de un samurai la labor debía ser al menos de un año, ya que no se podía usar agua vulgar, y se tenían que concretar fechas sagradas para ciertos pasos cruciales o el arma resultante sería desafortunada. También vivía allí un alfarero de cierto talento, y había varias tiendas de kimonos y complementos bastante reputadas, por las que algunas cortesanas y geishas gustaban de pasear. 

En otras circunstancias, la Voz del Emperador no se habría molestado en visitar aquellos lugares, y menos con el pretexto de comprar ropajes, ya que como miembro de la familia Imperial gozaba del privilegio de tener un modisto propio, que se cuidaría mucho de presentarle ningún modelo mediocre. Sin embargo, la joven Usagi necesitaba disponer de un vestuario apropiado de forma urgente, así que no quedaba otro remedio que adquirir kimonos ya hechos por los tejedores locales. Guiados por el buen gusto y saber hacer de la criada, que al parecer tenía bastante más idea de combinar que su dueña o él mismo, acabaron haciendo una compra que a la joven Usagi le escandalizó por lo ingente. 

Sezaru tuvo que admitir que estaba disfrutando de la experiencia de imaginarse a la joven Liebre en aquellos kimonos... y aún más sin ellos. Además, la conversación era amena, cosa que daba más interés a sus fantasías personales sobre la muchacha en cuestión, que en su inocencia no parecía darse cuenta de la cantidad de indirectas que él le estaba soltando.

-No sé qué haría sin Ai-san -comentó ella en aquel momento. La Voz del Emperador alzó una ceja ante el uso impropio de un sufijo de respeto para referirse a una simple criada, pero no dijo nada al respecto-. Carezco por completo de gusto y discernimiento.

-Creo que el vuestro es un problema de seguridad -respondió él-. Os falta sentiros más cómoda con vos misma.

-No sé qué deciros -Makoto frunció ligeramente el ceño, pensativa-. Más bien diría que el problema estriba en que mi sentido de lo que es importante y lo que no está fuera de lugar en la Corte... A veces me siento como un pez fuera del agua -admitió.

-He oído que Ide Kotetsu os ha tomado bajo su ala... Y no se ofrece a guiar a cualquiera -repuso Sezaru, con suavidad. Ella le miró a los ojos. Le gustaba su falta de timidez, su forma de observarle directamente, sin dobleces o fingida timidez. Su actitud carecía de elegancia, tal vez, pero era refrescante y sincera-. Es una de las Cortesanas más reputadas de Rokugan -añadió, sonriendo.

-Es muy amable -musitó Makoto, sonriendo levemente. Él asintió, y ella se quedó pensativa de nuevo, mordisqueándose el labio inferior. Sezaru se preguntó si se daría cuenta de que lo hacía. Lo dudaba. Seguramente si lo hubiese hecho, hubiese cesado de realizar aquel mohín infantil y rebelador. Tenía que evitar que nadie se lo hiciera notar, si era posible-. Me resulta extraño... para mí la amabilidad es algo básico, algo que debería darse por descontado... y me doy cuenta que en la Corte la amabilidad es lo menos natural, al menos la genuína.

-No os equivocáis, por desgracia -el Lobo suspiró, pensando que la joven era demasiado perspicaz como para permanecer por mucho tiempo en aquel estado de encantadora inconsciencia que tan seductora le resultaba a él-. La amabilidad, como comprobaréis, es un lujo que pocos se pueden permitir.

-Y sin embargo, no creo confundirme al pensar que tres de las cuatro personas que me han ofrecido su amabilidad en estos días no tenían planes ocultos para conmigo.

-¿Tres de cuatro...? -Sezaru alzó las cejas, sorprendido.

-Ide-sama, Kaneka-sama y vos...

-¿Y el cuarto?

-El Emperador -Makoto frunció el ceño de nuevo, pero esta vez su ademán tenía menos de pensativo y más de colérico.

-Estáis enfadada con él -no era una pregunta, pero igualmente la joven asintió-. No deberíais estarlo, Makoto-san... No ha tenido una vida fácil.

-Ni vos ni Kaneka-sama, pero no habéis decidido que puedo ser llevada de un lado a otro como una muñeca -protestó ella, sonrojándose. Sezaru se sorprendió de la pasión con la que la joven hablaba. Estaba realmente molesta con Naseru, pensó con asombro. Conocía a muy pocas personas que fuesen capaces de enfurecerse con él, y la mayoría de ellas deseaban matarle, o lo habían deseado en algún momento. La miró con atención. No parecía que fuese el caso de ella, precisamente, pero se había tomado la intervención caprichosa de Naseru como algo personal, obviando por completo el hecho de que él era su Emperador, y como tal, tenía todo el derecho del mundo a dar órdenes de cualquier tipo.

Sonrió levemente.

-Realmente no acabo de aprobar su actitud -admitió, aunque le costaba mostrarse crítico con su hermano menor-. Hubiese sido distinto si os hubiese pedido cenar con él cada noche... pero...

-Sólo quiere tenerme a su disposición, por si está lo suficientemente aburrido para acordarse de mí -gruñó Makoto-. Vio un juguete distinto y tiró los viejos, pero ahora se ha vuelto a los de siempre y se ha olvidado de mí, así que me dejará tirada cada noche, a solas en mi habitación... ¿de qué os reís? -exclamó exasperada.

-Estáis haciendo una descripción bastante exacta de su carácter... -respondió Sezaru, intentando contener su hilaridad-. Veréis, yo era el mayor de los tres... cuando todavía no sabíamos ni que existía Kaneka. A mí me educaron para ser el Emperador, Tsudao iba por ahí espada en mano pensando en sus batallas, y Naseru... bien, era el pequeño. Madre lo mimaba desaforadamente, pero no era la única. Él conseguía cuanto quería con un movimiento de pestañas.

-¡Qué horror! -Makoto se estaba riendo ahora, olvidada su inquina-. ¿Me estáis diciendo que era un malcriado...?

-Un niño terrible -susurró él, acercándose a la joven con aire conspiratorio. Ella inclinó la cabeza hacia él, fascinada-. Sus pataletas se oían en todo el palacio. Una vez, en una de ellas... berreaba tanto que Tsudao lo lanzó al estanque -Makoto reía abiertamente, sin tratar siquiera de taparse la boca con la manga del kimono. Sezaru se sonrió y siguió explicando-. Salió muy digno... con una carpa en el obi y una rana en la cabeza. ¡Y golpeó a Tsudao con la carpa!

Ambos reían ahora, de la forma menos digna del mundo, como dos chiquillos. Algunos campesinos y artesanos se giraban a mirarles, sorprendidos, y luego bajaban el rostro con reverencia al ver los ropajes de dos samurais y el daishô en el costado de ella. Sezaru se alegró de que no le reconocieran, ya que eso hubiese menoscabado su imagen pública de hombre serio y digno. Sin duda, debían pensar que se trataba de un señor y su hija... Tuvo que contener un mohín ante aquel pensamiento. Sabía que parecía demasiado viejo, pero Makoto no le trataba como si creyera que lo fuese. Debía ser la primera mujer que no le hablaba como se hablaría a un ancestro respetado, pero medio momificado por los años.

-¡No habláis en serio! -musitó la joven, recobrándose un poco de la risa.

-Oh, sí. Siempre estaban peleando, esos dos... en el fondo eran muy parecidos, creo -los ojos de Sezaru se llenaron de melancolía.

-Vos le conocéis mejor que nadie, supongo -dijo Makoto entonces, titubeante. En aquellos ojos castaños brillaba una mezcla de preocupación, curiosidad y enfado que ya se desvanecía por completo. Parecía estar resignándose a haber sido víctima del mal carácter del Emperador. Sezaru se felicitó por ello, ya que su familia siempre había sido su prioridad tras la seguridad del Imperio. En ocasiones se preguntaba qué habría sido de él si no hubiese sabido detener su deseo de proteger antes de matar a sus hermanos por ello... Meneó ligeramente la cabeza y decidió dejar el tema de lado.

-Pero no os preocupéis, ya que las cenas las tenéis ocupadas, procuraremos tomar algún desayuno juntos, si gustáis... creo que ya he demostrado que me gusta la compañía de las jovencitas que sueltan barbaridades sin proponérselo...

Ella rió de nuevo, sonrojándose.

-¡Estoy intentando corregirme! -protestó Makoto, entre risas.

-Qué lastima... era tan agradable... -suspiró Sezaru, bromeando sólo a medias.

-Sezaru-sama... -la joven le miró con cierta reconvención-. Sóis muy malo. ¡Hacéis que el ser un auténtico desastre parezca más tentador que aprender a ser una dama!

-No soy un buen maestro de etiqueta -admitió él, sonriendo. Sin darse cuenta, ella había dejado de nombrarle con el distante prefijo honorífico...


Nota: imagen sacada de la página de wallpapers
 http://www.wallpaperdev.com/wallpaper/1920x1080/little-white-cat-8022.html

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