domingo, 21 de abril de 2013

Primeras impresiones XII

Sezaru by Rayba
Kaneka despertó aquella mañana con emociones mezcladas. Había tenido un sueño sobre su infancia, cuando vivía en la Ciudad de las Mentiras. En general, aquella había sido una época frustrante y terrible, cuando no conocía su legado todavía, cuando siendo demasiado niño había lidiado con las injusticias de ser hijo de una Geisha y el samurai que la había abandonado. El hambre y la rabia contenida habían sido sus compañeros constantes, pero también un cierto sentido de la justicia. Eso y el amor y la devoción que sentía hacia su madre le habían hecho quien era hoy, y por tanto debía aceptarlo como parte de su camino.

Lo extraño es que había soñado un momento muy concreto de aquella época, una escena que volvía ahora como un dejà vu. Había pasado tiempo, y por ello lo había olvidado. ¿Quién recuerda a los cuarenta los sueños que tuvo a los ocho? Desde siempre, los melocotones, baratos y dulces con su carne tierna y melosa, habían sido su fruta favorita. Un día había conseguido una cesta entera y había podido comérsela él solo, nada menos que tres piezas. Más tarde había tenido algo de dolor de estómago, pero el recuerdo seguía siendo de uno de sus escasos momentos de felicidad total. Había soñado muchas veces con aquella tarde a posteriori, sobre todo en aquellos momentos en que la comida escaseaba, y en algún momento la imagen de una samurai se había incorporado a la escena, una joven amable y cariñosa a la que no le había importado abrazar a un niño sucio y contarle un cuento.

La joven en cuestión era ni más ni menos que Usagi Makoto.

Con el ceño fruncido tormentosamente, el Shogun se preguntó si aquello tendría algún significado. Como guerrero, era generalmente pragmático y no le interesaba en demasía la magia y otros temas de ese tipo, pero dada la influencia de ésta en el día a día, en los asuntos de guerra y en cada pequeño aspecto espiritual, no era algo que pudiera obviar, cosa que le resultaba fastidiosa. No era un Shugenja, era un guerrero, un general, un táctico. Así que si aparecía algo con tonos sobrenaturales en su vida, sabía que tenía que acudir a quien podía saber de ello. ¿Y quién mejor para asesorarle que su medio hermano Sezaru?

Dejó sus habitaciones, tan cercanas al dôjo donde entrenaba que eran prácticamente parte de él, y se alejó hacia la zona en la que vivía la Voz del Emperador. Cada uno de ellos había elegido, dentro del palacio, lo que consideraban una vivienda más apropiada: Naseru en una torre, alta y segura, rodeado de lujosos jardines interiores que remarcaban su carácter sensual; Kaneka, en el recinto más cercano a los lugares en que descansaban sus soldados; y Sezaru... bien, ¿quién entendía al loco shugenja? Su vivienda era segura, pero más por magia que por ser defendible. Eran unas estancias amplias, que daban directamente a espacios abiertos, y que el hechicero había decorado delicadamente con pequeñas obras de arte del ikebana, con sus flores colocadas de manera premeditadamente natural creando bellos motivos vegetales que cubrían exuberantemente algunas paredes, tras cuya decoración Kaneka sospechaba que se encontraban los hechizos que hacían de su hogar un sitio apacible.

Era eso, o creer que Sezaru además de un loco era estúpido, ya que el lugar que había elegido tenía fácil acceso por todos lados, y carecía de decoración salvo por las plantas que en él habían. Pero Kaneka conocía demasiado a su medio hermano como para subestimarle en ese aspecto. Sentía un reluctante respeto hacia sus habilidades, de las que desconfiaba en cierto sentido... aunque no podía negar que su fidelidad era tan férrea como la de un Escorpión.

Rumiando sus pensamientos llegó hasta el pequeño jardín que daba a las estancias de Sezaru. Cruzó las puertas abiertas inclinándose ya que debido a su corpulencia no pasaba bien por aquella entrada tan pobre. Se preguntó si Sezaru habría elegido como vivienda una antigua casa para la ceremonia del té, rehabilitada para ser habitable. La sublime sencillez de la construcción parecía apoyar aquella idea. Miró alrededor, buscando al shugenja. Y entonces oyó las voces, y supo que estaba acompañado.

-... Sueños perturbadores esta noche, Sezaru-sama -musitó una voz femenina y musical, que Kaneka no tuvo problema en reconocer.

-¿Cómo, perturbadores...? ¿Pesadillas?

-Oh, no, nada tan desgradable, sólo... perturbador. Soñé con... con Sezaru-sama, y con... creo que era Oh-Kaneka-sama. Como niños -respondió la joven Usagi. El Shogun, en contra de lo que hubiese dictado la cortesía, se quedó helado en el sitio y prestó atención a lo que decían. Era muy extraño, y dudaba que fuera una coincidencia. ¿Magia, entonces?

 -Debe haber sido curioso -aunque el tono de Sezaru era amigable, Kaneka vio que aquello no era más que una excusa para sonsacar a la muchacha. Ésta, sin embargo, no pareció percatarse de ello-. ¿Y cómo nos imaginásteis?

-Pues Oh-Kaneka-sama era un niño serio, pobre y bueno. Honesto en demasía, diría incluso... Le estuve contando cuentos -explicó la muchacha. El Shogun abrió mucho los ojos. Definitivamente, magia. Y si Usagi-san lo estaba contando a uno de los Shugenja más poderosos del Imperio, quizás el más poderoso de todos, no debía ser más que otra víctima de lo ocurrido... ¿pero quién podía haberles hechizado a los dos para que compartieran un recuerdo en sueños?-. Y Sezaru-sama... era muy pícaro y descarado -soltó una risilla, y Kaneka parpadeó. ¿Era un asomo de coqueteo lo que había en la voz de la bushi?

-¿Era? -preguntó Sezaru. Si en la voz de ella había una insinuación, en la de él el flirteo era más que evidente para cualquiera que le conociera. Kaneka se preguntó qué se habría perdido, y a qué se debería el tentativo romance que al parecer estaba comenzando a florecer entre aquellos dos. No es que Sezaru fuese el hombre más atractivo del mundo... Tampoco él mismo lo era, pensó con toda honestidad el Shogun. Pero las muchachas tan jóvenes solían ligar sus pensamientos más tiernos a figuras más gallardas. Como Naseru, por ejemplo. Torció el gesto. Si Makoto-san prefería a Sezaru, bien por ella. Aunque Kaneka no sentía debilidad por ninguno de sus dos medio hermanos, al menos el Shugenja se tomaba las cosas en serio, no como el pequeño y caprichoso Emperador...

Un momento, ¿cuán en serio estaba siendo aquel asunto?Ella se rió, y él coreó sus risas. Kaneka sintió una cierta aprensión. Aquello parecía grave...

-Y no le gustaba estudiar demasiado, sospecho... prefería perseguir jovencitas -había picardía en el tono de ella, pero la expresión de Sezaru debía ser todo un poema, porque durante unos segundos reinó el silencio entre ambos. Cuando el Lobo tomó la palabra, su tono se había tornado serio.

-Ciertamente, no me gustaban las lecciones... Estudiar sí, en cambio prefería salir corriendo de las lecciones.

-En cambio no soñé con el Emperador y sus pataletas... me hubiese gustado hacerlo.

-¿Hai? ¿Mucho? -Kaneka no tuvo duda alguna de que el tono cortésmente curioso de Sezaru ocultaba ansiedad, y seguramente celos. Pero la respuesta de ella fue tan sincera como desconcertante, y estuvo a punto de arrancarle una carcajada al severo Shogun.

-Oh, sí. Creo que hubiese ayudado a Oh-Tsudao-sama a arrojarle al estanque -dijo Makoto con calor.

-Veo que seguís enfadada con mi hermano menor. No deberíais, ¿sabéis? No tuvo...

-... Las cosas fáciles, lo sé -el tono de ella indicaba impaciencia, por lo que Kaneka dedujo que ya habían tenido aquella conversación, o una parecida-. Pero eso no le acredita a mostrarse tan caprichoso -definitivamente, aquella muchacha le caía bien-. Me ha dado la orden de guardarme todas las cenas, y luego no se ha acordado de mí -ahora parecía un "te lo dije", más que una queja. Ella no parecía molesta por haber cenado a solas...

-Es un idiota -respondió Sezaru. Makoto pareció quedarse tan sorprendida como el propio Shogun por aquel exabrupto, ya que exclamó:

-¡Sezaru-sama...! -hubo una pausa, y entonces ella murmuró-. Oh... es vuestro hermano menor, a fin de cuentas...

-Hai. Es el Emperador, pero también es el baka de mi hermanito el Lloreras.

-¿No era el Yunque...? -se rió ella. De nuevo, Sezaru le coreó las risas. A Kaneka se le hizo muy extraño, tanto por la crítica directa, aunque afectuosa, a Naseru, como por aquella naturalidad que ahora exhibía el shugenja. Makoto le sentaba realmente bien.

-También, también... -hubo una pausa, de nuevo. El Shogun oyó un cierto rebullir de sedas-. ¿Makoto-san? Estáis roja... ¿En qué pensábais?

-En... cosas inadecuadas -repuso ella en voz vacilante.

-Ahá... ¿qué cosas?

-¡Sezaru-sama...! -exclamó la joven.

-¡Makoto-san! -él se rió alegremente, pero no había burla, ni celos en su voz. Al parecer, las cosas inadecuadas en las que ella pensaba debían estar relacionadas con algo que el Shogun no había visto... ¿pero qué podía haber hecho el shugenja para crear pensamientos poco decentes en la mente virginal de la Usagi?-. Sóis vos la que pensáis cosas inadecuadas... -su tono contenía una nota de orgullo y regocijo muy masculinos.

-Os lo contaré si me decís por qué llamáis tonto al Emperador -contraatacó ella. Kaneka alzó una ceja. Lo cierto es que, a su parecer, Makoto perdía con el intercambio... pero supuso que no era más que una forma de ganar tiempo.

-Mi hermano no tiene derecho a negaros nada porque él pueda o no tener el capricho de cenar con vos. Una cosa es que os invitara sobre seguro, otra que no os deje cenar con nadie, especialmente... -el Lobo se contuvo y añadió-. Os toca.

-¿Especialmente? -preguntó ella, sin dejar que Sezaru se escapara de su pacto. Kaneka sintió más respeto por la joven a causa de ello.

-... Conmigo.

Hubo una nueva pausa. Makoto suspiró, y Kaneka empezó a sentir deseos de separar a aquellos dos. Estaban a solas, no había pasado nada indecente, pero estaban bailando una danza peligrosa. Si bien Sezaru a sus años debía darse cuenta de lo que ocurría, se preguntaba si ella era consciente de cuánto se estaba complicando la vida.

-Hai... -susurró apenas Makoto. Hubo una nueva pausa, y el Shogun oyó el tintineo de la loza. Se imaginó a su medio hermano bebiendo mientras no le quitaba de encima la vista a la Liebre. Qué apropiado, ironizó para sus adentros. Era una presa tan obvia para el Lobo...-. Yo... soñé que acabábais la acción que emprendísteis en el carro.

Definitivamente, Kaneka estaba ahora desconcertado. ¿Qué acción? ¿Qué había ocurrido? Ayer ambos habían bajado juntos al pueblo, pero iban decentemente acompañados por la criada de Makoto-san. No había podido ser nada demasiado terrible, ¿verdad...?

-Oh... -el tono de Sezaru era deliberadamente relajado-. ¿Y fue bien?

-Esa es una pregunta muy inconveniente, Sezaru-sama.

-Sólo quiero saber si fue bueno, o no -de nuevo aquella calma fingida, aquel rondar la presa pacientemente.

-Como la caricia de unas alas de mariposa -la respuesta fue tan queda que Kaneka apenas la oyó.

-¿Y dónde fue? -preguntó el shugenja. El Shogun alzó una ceja, con cierto escepticismo. Obviamente, su medio hermano estaba disfrutando de todo aquello.

-¡Sezaru-sama! ¿Os gusta torturarme? -la joven parecía escandalizada, pero Kaneka dudaba que estuviese realmente ofendida, o en vez de seguir jugando a las preguntas con el Lobo, se habría marchado. Todo aquel jugueteo le estaba resultando irritante-. Sólo diré que descubrí un secreto sobre vos... que os teñíais el pelo de niño -Makoto soltó una risilla. La exclamación de él rompió la ligera tensión que había habido hasta el momento.

-¿Cómo lo sabéis? -esta vez el tono de Sezaru era de asombro.

-¿Es... cierto? -preguntó ella entonces, titubeante y desconcertada.

-La gente cree que encanecí con la edad... pero nací con el pelo blanco -explicó él. Hubo una nueva pausa-. Makoto-san, ¿estáis bien?

-Hai... -el tono de ella indicaba que estaba tan afectada o más que él. Definitivamente, eso la tachaba como sospechosa para Kaneka, ya que dudaba que la muchacha, viniendo del entorno algo tosco del que procedía, fuera tan buena actriz.

-Venid conmigo -hubo un susurro de sedas, y el Shogun adivinó que ambos se alzaban. Sus pasos se dirigieron hacia un jardincito privado que había en el centro exacto de las estancias de Sezaru, un lugar en el que el shugenja gustaba de meditar. Con un sigilo que resultaba sorprendente en alguien de su tamaño, Kaneka siguió a ambos, mientras pensaba en lo que había escuchado, en lo que adivinaba, en lo que no conseguía entender. Esperaba que lo que ocurriera a continuación le aclarara al menos algo de esto último.

Asomándose discretamente desde las sombras que había en el pasillo anterior al jardín, vio cómo Sezaru le tendía las manos a la muchacha. Makoto puso las suyas sobre las de él, sin apenas dudar, lo cuál hizo que su observador se sintiera de nuevo ligeramente escandalizado: en una sociedad donde el contacto físico entre adultos era poco menos que tabú, aquello rozaba la indecencia más absoluta... pero no. El Lobo cerró los ojos y ella también, y entonces notó aquella presión en el estómago, aquel ligero zumbido que realmente no era un sonido, la impresión de que el aire crepitaba; la sensación de que alguien muy poderoso estaba haciendo magia sin ocultarse.

Sezaru murmuraba plegarias, concentrado, mientras ella se sonrojaba ligeramente.

-Alguien quería daros pesadillas -explicó finalmente Sezaru, abriendo los ojos de nuevo-. Pero no funcionó, conectásteis con sueños más... agradables -empezó a acariciarle el dorso de las manos a la joven con los pulgares. Vale, aquello ya no era parte del conjuro. Pero Makoto tampoco parecía dispuesta a retirarlas, sólo se estaba poniendo más roja por momentos. Entreabrió los labios para suspirar.

-Supongo que he desatado muchas envidias con el comportamiento del Emperador hacia mí... -musitó ella.

-Hai. Imagino que si nos tuviérais miedo, el haber entrado en contacto con nuestros sueños os hubiese resultado terrible... Entrásteis en una fase de nuestros recuerdos que no... era la peor de nuestras vidas, creo -admitió Sezaru, inclinando la cabeza y sin dejar de acariciarle.

-¿Querían que soñara von vos y con Kaneka-sama y os tuviera miedo? -finalmente, la bushi abrió los ojos y miró a su interlocutor.

-Eso parece... imagino que a Naseru también, pero sus sueños están bien protegidos de influencias externas.

-Había... había alguien más -respondió ella, frunciendo ligeramente el ceño-. Creo. Me pareció que eran cuatro personas, antes de... de que empezara la parte más vívida del sueño, la parte más coherente. O eso me pareció...

-Bueno, si conectáis con dos de los Vientos, es posible que tuviérais, de refilón, la impresión de los otros dos... a fin de cuentas, todos nosotros estamos relacionados -repuso Sezaru, ponderando el tema-. Aunque como Tsudao está muerta, me sorprende un poco que notárais su influencia. Como ya he dicho, seguramente pretendían asustaros.

-Pero no me dáis miedo -dijo entonces la Usagi, bajando la mirada para fijarla en las manos que tenían todavía enlazadas-. Respeto sí, sóis más poderosos que yo y con mucho más rango, y... sóis hombres hechos y derechos. Pero miedo no.

-¿Sólo respeto? -murmuró Sezaru entonces.

-Iie... Kaneka-sama y vos me gustáis mucho. Sóis personas íntegras y buenas. Eso me resulta tranquilizador, y me hace... feliz -el Shogun sonrió un poco ante aquella descripción de su persona. Probablemente la joven no le hubiese dicho esas cosas a la cara, así que le alegró estar escuchando y saber que la simpatía que sentía por la Usagi era mútua. Ella torció ligeramente el gesto, y continuó-. En cuanto al Emperador, pienso que es... más complejo de lo que parece a primera vista. El primer día pensé que era amable y atento al preocuparse de alguien tan poco importante como yo, sin rango o influencias, pero ahora... -suspiró y dejó el tema-. Lo que quiero decir es que no siento miedo hacia vosotros.

Tal vez hubiese añadido algo más, pero en aquel momento Sezaru tiró de ella. La muchacha le miró con ojos como platos, poniéndose roja, pero sin resistirse. Él le devolvía la mirada intensamente.

-Sezaru-sama... -susurró ella, dejándose hacer. Poco a poco fueron aproximándose el uno al otro, hasta que apenas quedó distancia entre sus labios-. Sóis muy descarado -aquella última frase fue apenas audible, pero aún así el Lobo se detuvo y le preguntó en el mismo tono:

-¿Me permitís...? -ella no dijo nada, limitándose a cerrar los ojos. Y él interpretó aquello como un asentimiento. Entonces la besó, primero con suavidad, pero firmemente. Había dulzura en su expresión, en la forma en que se inclinaba ligeramente para poder mover los labios en aquella postura en la que apenas había contacto. La inexperiencia de ella fue obvia por la forma en que se quedaba quieta inicialmente, dejándose llevar por lo que el hombre le estaba haciendo. Cuando la muchacha empezó a ladear la cabeza, emitiendo ruidos ahogados, él soltó una de sus manos para pasar los dedos por la nuca desnuda de ella. Hubo una pausa, un jadeo involuntario por parte de la joven, y él enlazó entonces su cintura con el otro brazo, atrayéndola hacia sí hasta sentarla sobre su regazo. Ella se apretó contra él, pasándole los dedos por detrás del cuello, y en aquel momento él la besó más profundamente. Por los gemidos ahogados de la muchacha, no lo debía estar haciendo nada mal.

Se separaron un instante tras besarse como si se fuera a acabar el mundo, ella con la torpeza de quien no tiene conocimiento alguno de esos temas, él con la pasión de quien sabe y desea lo que está ocurriendo.

-Sezaru-sama... Sóis demasiado atractivo como para que me quede a solas con vos... -susurró ella, haciendo que el hombre sonriera-. Me hacéis hacer cosas inconvenientes... -la mirada de Makoto era soñadora, y resultaba obvio que la idea de levantarse y marcharse ni le había pasado por la cabeza.

-Vos sóis demasiado hermosa como para que el propio aire se quede a solas con vos -respondió él con voz ronca, mirándola con un ansia que Kaneka reconoció, y que le alarmó a niveles que no podía explicar.

-Sóis demasiado pícaro como para compararos con el aire, Sezaru-sama... -ella le sonrió, y él le devolvió la sonrisa.

-¿Fuego, entonces? -musitó él, adelantándose para besarla de nuevo.

Kaneka se aclaró la garganta y salió de las sombras.

-Veo que estoy interrumpiendo... justo a tiempo -dijo, con tono serio.

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