Baku, el devorador de sueños |
... Entrechocar de aceros, un joven mirando a su mentor con horror mientras se disponía a matarle, una mujer pálida con un wakizashi ensangrentado, un gigante blandiendo una katana en un campo de batalla, un pergamino que se desenrolla lentamente a la luz de las velas...
... Una mujer vestida de negro y oro lanzándose a la refriega, tres hombres impotentes para defenderla, la pérdida, la muerte, el valor, la gloria...
Dolor agudo en el corazón. Latidos lentos mientras atravesaba la oscuridad del no ser. Una tristeza profunda y terrible, el aprendizaje de que los sacrificios necesarios pueden cambiarnos para siempre. La frustración de un hombre, el miedo de otro, la obsesión de un tercero. El valor de ella.
La frustración nacía de...
***
... Una cabaña mísera, en medio de la nieve. Hacía un frío extremo y el aire le brotaba en forma de nubecillas de entre los labios. El niño estaba flaco y abrazaba los melocotones con aire protector mientras la miraba.
-¿Queréis uno? -preguntó, muy serio.
Ella le sonrió y negó con la cabeza, viendo que el niño estaba hambriento. Hubiese sido una vileza aprovechar el ofrecimiento, ya que ella tenía comida de sobras en... en...
-Arigatô. No tengo hambre -le dijo con dulzura. El niño empezó a devorar las frutas con ansia, casi sin disfrutar su sabor-. ¿Cómo te llamas?
-Toru -respondió él mirándola con curiosidad pero cierta reserva-. Y gracias.
-Gracias a ti, que me has ofrecido.
-Mi madre me dijo que me haría vivir más. No se puede negar nada nunca a un samurai. Si quiere lo que tú quieres, te matará si no se lo ofreces -dijo Toru, serio.
-Algunos son así -suspiró ella, sin poder negar la verdad de las palabras de aquel muchacho.
-Muchos -insistió él.
-Aunque fuesen pocos, serían demasiados -repuso la joven. El pequeño asintió, con esa solemnidad que parecía impregnar todos sus gestos. Ella decidió cambiar de tema-. ¿Dónde está tu madre?
-Trabajando...
-¿Y tu padre?
-Muerto -la cara del niño expresó rabia contenida, una furia agria por el tiempo. La muchacha pensó que se debería a las circunstancias en que había ocurrido; dada su cautela ante los samurai, a saber si uno de ellos no había sido el responsable...
-Oh... lo siento -musitó.
-Yo no. Fue malo, dejó a mamá -respondió el niño sin ápice de pena. La joven le miró con cierto asombro, y luego murmuró:
-A veces la gente hace ese tipo de cosas no por maldad, sino por deber...
-La gente debería ser buena -respondió Toru con fiereza-. ¿No sería eso mejor deber...?
-En ocasiones, tienes que elegir entre dos deberes. No siempre es tan fácil -suspiró ella-. Si tuvieras que elegir entre ir a luchar y proteger a cientos de personas, o quedarte con tu familia hacia quien también tienes una responsabilidad, ¿qué harías? -le preguntó con dulzura.
-Uhmm... -obviamente el niño no se había planteado semejante punto de vista, porque frunció un momento el ceño tormentosamente antes de contestar-. Protegería a la gente -ella asintió, sonriendo, pero entonces él añadió-. Pero eso no fue lo que le pasó a mi padre. Se fue con una chica guapa y dejó a mi madre. Mamá lloró mucho.
-¿Y tú...?
-Yo no lloro. Soy un chico -declaró, señalando lo obvio.
-Eres muy valiente -alabó ella. Él se irguió todo lo alto que era, que no era mucho todavía aunque por el tamaño de sus manos y pies prometía crecer bastante-. Como tu padre no está, tienes que ser el hombre de la familia, ¿neh? Si no quieres que tu madre llore, tendrás que ser bueno...
-Soy bueno... -Toru se interrumpió y bostezó un poco-. ¿Y tú?
-¿Yo...? Lo intento con todas mis fuerzas -respondió ella con sinceridad-. ¿Hora de ir a dormir...?
-Hai... cuando tengo sueño mamá me abraza y me cuenta un cuento... -la miró esperanzado. Ella se dio cuenta de que aquella era una gran muestra de confianza por parte del niño, y le sonrió. Le abrió los brazos, y él se refugió en ellos, acurrucándose contra la muchacha-. ¿Me cuentas un cuento?
Ella le acarició el cabello sucio, pensando en sus hermanos pequeños y sin poder evitar sonreír.
-Claro... Vamos a ver, déjame pensar... Cerca de un templo abandonado, una vez, vivían un zorro y mapache...
-Toru -respondió él mirándola con curiosidad pero cierta reserva-. Y gracias.
-Gracias a ti, que me has ofrecido.
-Mi madre me dijo que me haría vivir más. No se puede negar nada nunca a un samurai. Si quiere lo que tú quieres, te matará si no se lo ofreces -dijo Toru, serio.
-Algunos son así -suspiró ella, sin poder negar la verdad de las palabras de aquel muchacho.
-Muchos -insistió él.
-Aunque fuesen pocos, serían demasiados -repuso la joven. El pequeño asintió, con esa solemnidad que parecía impregnar todos sus gestos. Ella decidió cambiar de tema-. ¿Dónde está tu madre?
-Trabajando...
-¿Y tu padre?
-Muerto -la cara del niño expresó rabia contenida, una furia agria por el tiempo. La muchacha pensó que se debería a las circunstancias en que había ocurrido; dada su cautela ante los samurai, a saber si uno de ellos no había sido el responsable...
-Oh... lo siento -musitó.
-Yo no. Fue malo, dejó a mamá -respondió el niño sin ápice de pena. La joven le miró con cierto asombro, y luego murmuró:
-A veces la gente hace ese tipo de cosas no por maldad, sino por deber...
-La gente debería ser buena -respondió Toru con fiereza-. ¿No sería eso mejor deber...?
-En ocasiones, tienes que elegir entre dos deberes. No siempre es tan fácil -suspiró ella-. Si tuvieras que elegir entre ir a luchar y proteger a cientos de personas, o quedarte con tu familia hacia quien también tienes una responsabilidad, ¿qué harías? -le preguntó con dulzura.
-Uhmm... -obviamente el niño no se había planteado semejante punto de vista, porque frunció un momento el ceño tormentosamente antes de contestar-. Protegería a la gente -ella asintió, sonriendo, pero entonces él añadió-. Pero eso no fue lo que le pasó a mi padre. Se fue con una chica guapa y dejó a mi madre. Mamá lloró mucho.
-¿Y tú...?
-Yo no lloro. Soy un chico -declaró, señalando lo obvio.
-Eres muy valiente -alabó ella. Él se irguió todo lo alto que era, que no era mucho todavía aunque por el tamaño de sus manos y pies prometía crecer bastante-. Como tu padre no está, tienes que ser el hombre de la familia, ¿neh? Si no quieres que tu madre llore, tendrás que ser bueno...
-Soy bueno... -Toru se interrumpió y bostezó un poco-. ¿Y tú?
-¿Yo...? Lo intento con todas mis fuerzas -respondió ella con sinceridad-. ¿Hora de ir a dormir...?
-Hai... cuando tengo sueño mamá me abraza y me cuenta un cuento... -la miró esperanzado. Ella se dio cuenta de que aquella era una gran muestra de confianza por parte del niño, y le sonrió. Le abrió los brazos, y él se refugió en ellos, acurrucándose contra la muchacha-. ¿Me cuentas un cuento?
Ella le acarició el cabello sucio, pensando en sus hermanos pequeños y sin poder evitar sonreír.
-Claro... Vamos a ver, déjame pensar... Cerca de un templo abandonado, una vez, vivían un zorro y mapache...
***
Unas manos arrojaron los largos cabellos al fuego del brasero, mientras entonaba cánticos, dirigiendo los sueños de su víctima. Pero había algo que se negaba a funcionar, como si en las dos hebras de pelo se retorcieran rebeldes en el hechizo.
Pero se impondría. Las emociones eran las adecuadas. Frustración. Miedo. Obstinación.
La espada del valor no iba a decidir, porque el valor había muerto, y la Usagi ni siquiera había llegado a conocerla. Intentó torcer un poco más... Dirigirla hacia el miedo.
***
La oscuridad la engulló de nuevo. Sombras en la noche, sueños dentro de sueños. Se retorció y alargó la mano, y creyó sentir que alguien la aferraba. Una sonrisa arrogante, cabello muy negro, el brillo en su rostro al que quiso alcanzar con ferviente anhelo. Pero estaba demasiado lejos, fuera de su alcance. En vez de ello se precipitó en el vacío.
Y el miedo procedía de...
***
En la monumental escalinata, el tiempo parecía haberse detenido. Hombres y mujeres en ropajes vistosos estaban congelados en el instante de ascender o descender de camino a sus deberes o placeres. Había múltiples rellanos, con pequeños bancos de mármol prístino a la sombra de árboles frutales, naranjos y limoneros. Pero era en medio del paso que yacía lo que a primera vista parecía únicamente un bulto de ropas doradas y verdes... pero que lloraba amargamente. Su presencia era lo único vivo y animado en un mundo de estatuas.
-Eh... -ella se agachó junto al niño, pues eso era... un niño con todo el aspecto de haber recibido unos buenos golpes-. ¿Qué te ha pasado...? -preguntó al ver que el niña alzaba la vista.
-Me equivoqué... en la lección -musitó entre sollozos el pequeño, mirándola con ojos anegados de lágrimas.
-Tienes un maestro muy duro.
-Hai... pero lo hace por mi bien, ¿neh? -él no parecía muy convencido de sus propias palabras, pero ella asintió igualmente.
-Mi padre también me pegaba zurras cuando hacía las cosas mal -replicó con una sonrisa conspiradora.
-¿A ti...? -el niño la miró asombrado-. Pero si eres una chica...
-Soy samurai, y un samurai es su deber ante todo -repuso ella con firmeza. Él no pareció muy convencido de su razonamiento, y la miró con aire de duda. Tenía la piel muy blanca, en la que los moretones se destacaban más. La mayor parte de su cabellera negra estaba oculta bajo un gorro de cortesano.
-Pero eres una chica -insistió-. Madre dice que está mal pegar a las mujeres.
-Sólo si no se pueden defender -se rió ella, pensando en la cantidad de veces que su padre le había castigado por díscola, o por no atender lo necesario en el dôjo.
-Tú eres muy grande... muy alta -se corrigió el niño, levantándose para compararse con ella. Al parecer, el hecho de que ella se hubiese llevado su dosis de zurras le había animado y su amargo llanto había sido olvidado. La joven se rió con ganas.
-¡Debes ser el primero que lo piensas! -comentó, mientras el pequeño se admiraba pues sólo le llegaba al hombro. La muchacha se sabía de estatura más que discreta, e incluso entre los suyos se la consideraba menuda, por lo que el asombro del niño le hizo más gracia que otra cosa-. En realidad, no es que yo sea muy alta -explicó-. Es que eres bajito... pero es natural, sólo eres un niño. Yo en cambio tengo dieciséis años y soy una adulta. Ya crecerás... los chicos lo hacéis de golpe.
-Eres muy simpática -le dijo él, sonriendo ampliamente-. ¿Crees que seré muy alto...?
-No sé... ¿Tu padre es alto?
-Hai... es grande, e impresionante, y da mucho miedo -el tono del niño fue perdiendo animación, y miró a su alrededor como si esperara que el nombrado apareciera de la nada para castigarle por su comentario.
-Los padres muchas veces dan miedo... El mío también me lo daba cuando era pequeña, es muy severo.
-¿Y ahora te lo da...?
-Ahora ya no... soy adulta y ya no me puede zurrar en el trasero -sonrió guiñándole el ojo.
-Mi padre da miedo a muchos adultos -respondió él, alargando el cuello para mirarle la mentada parte de su anatomía con interés y curiosidad infantil. La chica se removió, incómoda.
-¡Eh, no mires así...! No se mira el cuerpo de las chicas de esa forma.
-¿Y cómo se mira entonces? -preguntó el niño con un aire excesivamente inocente para ser del todo sincero.
-No se mira, y punto -le regañó ella.
-¿Entonces no tengo que mirarte cuando te hablo? -retorció él, inquisitivo.
-Sí, pero no el cuerpo.
-¡Pero tu cara es parte de tu cuerpo! -argumentó el niño, frunciendo el ceño.
-Sí, pero normalmente cuando te vistes no te tapas la cara, a menos que seas del Clan Escorpión -refutó ella.
-No lo entiendo...
-Si la gente se descubre la cara y no el cuerpo en general, es porque la cara no es incómoda de mirar -explicó ella, con la paciencia de quien ha tenido que argumentar frente a hermanos pequeños y muy curiosos.
-Bueno, hay gente fea de veras, ¿neh...? -comentó él con picardía. Ella se rió, aunque sabía que no debería haberlo hecho-. Eso sí que es incómodo de mirar...
-Hai, pero no es educado decirlo -la joven miró al pequeño con pretendida severidad.
-En tu caso, no obstante, creo que tu cara es lo más bonito que tienes... -él le devolvió una mirada admirada que obviaba por completo el falso enfado de la muchacha.
-¿Y cómo lo sabes, si no has visto el resto...? -ella se detuvo, se dio cuenta de lo que acababa de decir y soltó una alegre carcajada-. ¡Y ahora me haces decir inconveniencias!
-¿Me enseñas para comparar...? -preguntó él con ojos suplicantes.
-¡Iie! -se negó la joven riendo-. No estamos en los baños para que me desnude delante tuyo, descarado...
-Están por ahí... -señaló el niño, sin perder el tono de ruego. Y entonces añadió con picardía-. ¿Hacemos una carrera?
-Oh... sí -la chica sonrió ampliamente. Nadie le había ganado, ninguno de sus hermanos pequeños al menos. Y le gustaba correr, notar el aire en las mejillas y el pelo al viento, notar la velocidad en unas piernas que podían ser cortas, pero sin duda eran rápidas y ágiles como pertocaba-. ¿A la de tres?
-¡Tres! -gritó él sin esperar, y echó a correr. Ella corrió tras el niño, riendo sin parar. Las risas de ambos resonaban en aquellos inmensos espacios donde todo el mundo parecía congelado, pero a ellos no les importaba. Llegaron a los baños a la vez y se quitaron los kimonos, aún víctimas de su hilaridad, dándose empujones y sin aliento-. ¡Qué rápido corres! -musitó él entrecortadamente.
-Soy del Clan Usagi... ¡somos buenos corredores! -replicó ella, agarrándole de la oreja y tirando suavemente. Él se quejó, pero como sabía que no podía haberle hecho mucho daño, ella obvió su reacción-. ¡Y tú eres un tramposo!
-Iie -el niño intentó responder en tono herido, pero la picardía le iluminaba los ojos, así que era imposible que la joven le tomara en serio.
-Lo eres, y lo sabes. Demasiado listo para tu propio bien...
-¡Qué va! -él se liberó y se lanzó al agua en bomba, riendo como el niño que era. Ella entró más lentamente, disfrutando del agua caliente. El pequeño la miró de arriba a abajo, juzgando su cuerpo, su forma ágil de moverse con una economía de movimientos propia de quienes realizaban artes marciales-. Sí que eres bonita, sí... pero sigo pensando que lo mejor es tu cara.
-¿Siempre miras así a la gente? -la Usagi arqueó una ceja-. Eres un descarado... Si sigues así vas a incomodar a la gente.
-¿Te incomodo? -preguntó él con un punto de ansiedad.
-No, pero porque eres un niño... -en aquel momento ella se dió cuenta de que el agua en torno al infante se estaba tornando negruzca. Sobresaltada, lo sacó del agua de un tirón. Él protestó pero se dejó hacer. De su pelo estaba chorreando aquella substancia oscura-. ¿Qué es esto?
-¿Me enseñas para comparar...? -preguntó él con ojos suplicantes.
-¡Iie! -se negó la joven riendo-. No estamos en los baños para que me desnude delante tuyo, descarado...
-Están por ahí... -señaló el niño, sin perder el tono de ruego. Y entonces añadió con picardía-. ¿Hacemos una carrera?
-Oh... sí -la chica sonrió ampliamente. Nadie le había ganado, ninguno de sus hermanos pequeños al menos. Y le gustaba correr, notar el aire en las mejillas y el pelo al viento, notar la velocidad en unas piernas que podían ser cortas, pero sin duda eran rápidas y ágiles como pertocaba-. ¿A la de tres?
-¡Tres! -gritó él sin esperar, y echó a correr. Ella corrió tras el niño, riendo sin parar. Las risas de ambos resonaban en aquellos inmensos espacios donde todo el mundo parecía congelado, pero a ellos no les importaba. Llegaron a los baños a la vez y se quitaron los kimonos, aún víctimas de su hilaridad, dándose empujones y sin aliento-. ¡Qué rápido corres! -musitó él entrecortadamente.
-Soy del Clan Usagi... ¡somos buenos corredores! -replicó ella, agarrándole de la oreja y tirando suavemente. Él se quejó, pero como sabía que no podía haberle hecho mucho daño, ella obvió su reacción-. ¡Y tú eres un tramposo!
-Iie -el niño intentó responder en tono herido, pero la picardía le iluminaba los ojos, así que era imposible que la joven le tomara en serio.
-Lo eres, y lo sabes. Demasiado listo para tu propio bien...
-¡Qué va! -él se liberó y se lanzó al agua en bomba, riendo como el niño que era. Ella entró más lentamente, disfrutando del agua caliente. El pequeño la miró de arriba a abajo, juzgando su cuerpo, su forma ágil de moverse con una economía de movimientos propia de quienes realizaban artes marciales-. Sí que eres bonita, sí... pero sigo pensando que lo mejor es tu cara.
-¿Siempre miras así a la gente? -la Usagi arqueó una ceja-. Eres un descarado... Si sigues así vas a incomodar a la gente.
-¿Te incomodo? -preguntó él con un punto de ansiedad.
-No, pero porque eres un niño... -en aquel momento ella se dió cuenta de que el agua en torno al infante se estaba tornando negruzca. Sobresaltada, lo sacó del agua de un tirón. Él protestó pero se dejó hacer. De su pelo estaba chorreando aquella substancia oscura-. ¿Qué es esto?
-Es el tinte -explicó él mansamente, mirándola ahora desde muy cerca. Tenía unos extraños ojos color grafito, que inicialmente ella había tomado por negros, sin pupila aparente. Y sin embargo, parecía ver a la perfección-. A padre no le gusta mi pelo, así que madre me lo tiñe. ¿Qué pensabas que era?
-Gomen nasai... ha sido una tontería -musitó ella-. Creí que era... veneno, o algo así. Aquí en el baño parece absurdo, ¿neh...?
-No, no... hay demonios malos en todos lados. Madre siempre me lo dice -el cabello de él, ahora limpio en parte, se estaba aclarando por momentos. Por un segundo pareció de un gris sucio, luego un rubio muy claro con un punto de ceniza, y por último blanco por completo como la nieve recién caída-. Madre es muy sabia, y tiene poderes -añadió el muchacho orgulloso.
-Vaya... ¿y tú?
-Mira -el niño, con una sonrisa amplia, levantó una mano. Ésta se envolvió de llamas, que lentamente cambiaron del cálido anaranjado a un verde iridiscente. Le acercó aquella mano envuelta en llamas a la cara. Ella no se movió, salvo para arquear una ceja.
-¿No quema?
-No a la gente buena -respondió él sin perder la sonrisa.
-Entonces no me toques, ¿cómo sabes que yo soy buena y no me vas a hacer daño? -el niño cubrió los escasos centímetros que quedaban de distancia y le apoyó la palma en la mejilla. Ella cerró los ojos. Las llamas cosquilleaban contra su piel, pero la sensación que la invadió no fue de pánico, dolor o calor, sino de paz.
-Tus ojos... son de buena persona, como los de madre... pero los de padre no. A él le quemé... Y se enfadó conmigo. Ya no me habla -había una mezcla de tristeza y miedo en su voz que no debería haber estado ahí, pensó ella. Nadie debería hablar así de sus padres. En el fondo, no era tan distinto de Toru, aunque el humilde niño reaccionara con furia y rabia y éste otro con pena y disimulado terror-. Madre me dijo que no volviera a hacerlo...
-¿Y me lo haces a mí? -le dijo medio en broma la muchacha-. ¡Eres muy desobediente!
Él la miró, y en sus iris metálicos había una mezcla de respeto y diversión que le resultó extrañamente familiar.
-No a padre -especificó-. Al resto de gente sí... porque los que se quemen es que quieren hacerme daño.
-Me parece que tú entiendes las normas como quieres... -bromeó ella. Él se rió y se rascó la nuca, travieso-. ¿Y quién eres tú para ser objeto de tanta inquina por parte de los demás, o de los propios demonios?
-Soy Toturi Kaeru, y voy a ser Emperador -respondió él, entre orgulloso y picado-. También seré un gran shugenja y ayudaré a la gente... Padre preferiría que fuese un bushi, pero tanto da. ¡Soy el primogénito! Protegeré a todos de los demonios.
-Eso está bien -respondió ella sonriendo afectuosa y revolviéndole el pelo-. Pero para eso tienes que dar bien tu lección, ¿neh...? Y no hacer que tu maestro se enfade contigo y te pegue para que las jovencitas te consuelen... -le sacó la lengua como habría hecho con uno de sus hermanos pequeños. El niño se rió y le devolvió el gesto.
-Estudiaré mucho, lo prometo -añadió con repentina seriedad-. Pero si me echara a llorar, ¿vendrías a consolarme...? Me gustaría que vinieras a verme...
Ella le abrazó y le revolvió el pelo.
-Eres muy jovencito, ¿no te parece?
-Creceré mucho... y seré muy alto, ¡más que tú! Y muy guapo...
-Y muy descarado -puntualizó ella, divertida-. Y nada modesto.
-¿Ser descarado es malo...? -murmuró el niño, adoptando de nuevo aquel tono suplicante-. Sólo lo seré cuando no moleste... y así querrás estar siempre conmigo... -su voz fue apagándose y su mirada se volvió distante-. ¿Makoto-san...?
Ella recordó entonces. Así se llamaba. La neblina de los sueños la había envuelto tanto que había perdido todo sentido de realidad o identidad, dejándola sólo con las impresiones más básicas.
-¿Qué... ocurre? -algo estaba cambiando, y no sabía qué era, o si quería que cambiara.
-No deberíais estar aquí... aunque... -la voz del niño se estaba volviendo más grave, más profunda, una voz de adulto en aquel cuerpo infantil. La mirada que le dedicó tampoco tenía nada de inocente, mientras sopesaba su cuerpo desnudo-. Gracias a los kamis por los sueños -susurró con voz ronca.
Makoto reconoció repentinamente aquella voz, y retrocedió unos pasos, sonrojándose. Se agachó para que el agua la cubriera, súbitamente avergonzada como nunca había estado en un baño, y menos con un niño...
-No sabía que os hacía sentir tan joven -intentó bromear para cubrir su turbación. Él se echó a reír, con aquella carcajada que ella reconoció sin problemas.
-Cinco años más y me haríais sentir... de otro modo, os lo aseguro -le dijo con voz acariciante. Se acercó a ella y le tomó la cara entre sus manos pequeñas, mirándola a los ojos-. Pero ahora tenéis que despertar -le susurró, y le besó castamente rozando apenas sus labios.
***
Luz colándose a través de la oscuridad. Un rayo de sol jugando entre las ramas de los árboles y cayendo sobre su rostro. Un poco más, y...
Usagi Makoto se despertó en un revoltijo de mantas.
Nota: imagen sacada de Sobre leyendas:
http://sobreleyendas.com/2008/05/25/baku-el-devorador-de-suenos/
Nota: imagen sacada de Sobre leyendas:
http://sobreleyendas.com/2008/05/25/baku-el-devorador-de-suenos/
No hay comentarios:
Publicar un comentario