De todas las cosas que Naseru no soportaba, el que una mujer llorara debía ser una de las principales. Por algún motivo, en las dos ocasiones en que había besado a una en su vida, ella había acabado llorando; pero en aquel preciso instante él no tenía conciencia de haber hecho nada para provocar aquella reacción. ¿Quiere decir esto que tengo derecho a besar a Makoto de nuevo, ya que ya está llorando? Se reprochó aquel pensamiento incongruente. La Usagi le daba la espalda ahora, intentando ocultar su rostro cubierto de lágrimas en un acceso de pudor.
-Vamos, vamos... -la agarró por los hombros, sin saber qué hacer, procurando que volviese a estar de cara a él-. No lloréis. Llamadme imbécil, pero no lloréis -le suplicó.
-Él... Él me ha dicho que...
De nuevo un acceso de ira contra su hermano mayor le inundó. ¿Qué le habría dicho a aquella pobre muchacha para que el mero recuerdo la hiciera sollozar?
-¿Hai...? -preguntó con suavidad, tratando de que su ira no se transparentara en su tono. Hubiese vuelto a golpear a Sezaru con gran placer si lo hubiese tenido delante en aquel instante.
-... Que me casaré con otro. Y que... que... que le destrozaré el corazón.
-Oh -la comprensión se mezcló al desaliento. ¿Tenía el Lobo un rival desconocido? ¿Hay otro más del que debo preocuparme también?-. Kamis... igual se ha equivocado.
-No puedo imaginar... ¿Habéis estado enamorado alguna vez? -Makoto temblaba por los sollozos, pero alzó la cabeza para mirarle pese a todo, con unos ojos inquisitivos y llenos de infelicidad que le cortaron el aliento.
-No -negó él, recordando su encaprichamiento juvenil por Hoketuhime, que en su momento le pareciera el colmo de la belleza, la elegancia y la perfección. Parte de su distanciamiento con las mujeres estaba causado por ella, por la forma en que se le había venido abajo la única vez que se había atrevido a hacerle un avance tentativo, ingenuo pero apasionado. Pero lo cierto es que las emociones que le había causado aquella dama de cabello castaño y ojos azules no tenían nada que ver con lo que ahora estaba sintiendo-. Supongo que... uno se preocupa por la persona en cuestión -él se había afligido por el destino terrible de la Otomo. Y por Makoto... Kamis, se dejaría torturar por ella, por evitar que volviese a derramar una sola lágrima. ¿Era aquello amor?
-Hai... -ella le miraba con ojos enrojecidos, la nariz hinchada, los labios entreabiertos mientras las lágrimas seguían corriendo libremente por sus mejillas. Parecía estarse bebiendo sus palabras.
-Y que sólo desea su felicidad -musitó, pensando que nunca había estado menos bella que en aquel instante, pero que nunca había deseado más estrecharla entre sus brazos.
-Hai -respondió ella, casi sin aliento.
-¿Os casaríais con otro?
-¿Cómo iba a hacerlo, sabiendo que le partiría el corazón? -murmuró la bushi sin apartar la mirada de él. Naseru se inclinó y le secó las lágrimas con un pañuelo de seda.
La amo. Realmente la amo. Y ella ama a Sezaru... Kamis, ¿qué voy a hacer...?
-Bien... pues os lo prohibo -se oyó decir. Ella pareció tan sorprendida como él de aquello-. Os prohibo que os caséis con nadie que no sea Sezaru -añadió con firmeza. Makoto le miraba como si se hubiese vuelto loco.
-Estáis diciendo tonterías otra vez.
-Pero puedo hacerlo -repuso Naseru con tozudez-. Soy el Emperador, el Hijo de los Cielos, y lo que yo mando es ley aquí abajo y en los cielos -fue entusiasmándose con sus propias palabras, aunque su corazón estaba sangrando-. Y quiero que seáis feliz... así que os ordeno que lo seáis -sonrió con arrogancia. Ella estaba riéndose ahora, riéndose de él. Eso le hizo sentir mejor. Incluso el bufido y el gesto de impaciencia de la joven eran bienvenidos, ya que no había furia tras ellos o desconsuelo, sólo ligera incredulidad ante su bravata. Le sacó la lengua de forma infantil, y las risas de ella volvieron a resonar, como un bálsamo para él-. Quedaos el pañuelo.
-No hago más que quedarme piezas de vuestra ropa -comentó ella, sin rechazar cortésmente el regalo como hubiese dictado la etiqueta. Algunas lágrimas le caían todavía por las mejillas, y él se inclinó para besarle los ojos, y luego la frente. La muchacha se dejó hacer, atónita-. Naseru-sama, ¿qué hacéis?
-¿Consolaros? -señaló él-. O eso intento. ¿Tan mal lo hago?
-Hai -asintió ella, sonriendo. A pesar de sus palabras, Naseru pensó que no sería para tanto cuando le estaba haciendo salir de su desdicha-. Naseru-sama, ¿puedo preguntaros algo... muy indiscreto?
-Claro. Al fin y al cabo, he visto ese lunar que tenéis en...
-¡Naseru-sama! No seáis descarado -la muchacha se sofocó, llevándose la mano al lugar donde se encontraba el mentado lunar.
-Sólo probaba mi punto -señaló él, con humor.
-Se nota que os criásteis entre Escorpiones. A ratos habláis igual que el Canciller.
-Ugh... -el rostro del Emperador se torció de disgusto-. Eso ha sido un golpe bajo.
-Eso espero. Os lo merecéis -respondió la joven-. ¿Qué dije de cómo besábais vos? -inquirió, negándose a dejarse distraer por la picardía de él.
-Dijísteis "dulce"... y os echásteis a llorar. No sabía que era tan malo besando -ante sus palabras, Makoto pareció desconcertada-. Al menos no fue como con Kaneka. Habríais destruído mi ego para siempre.
-Quizás os hiciera bien -comentó ella, pero fruncía el ceño, pensativa-. ¿Me eché a llorar?
-Hai. No sé por qué -admitió él.
-¿Habéis besado a muchas mujeres?
-No realmente -respondió Naseru, sorprendido a su vez. ¿Estaría Makoto celosa...?
-Entonces quizás sí sóis tan malo, ¿lo habéis pensado...? -sonrió ella con malicia.
-Generalmente las damas quieren algo de mí, aparte de besarme -explicó él, ligeramente picado-. ¿Tan bien recordáis todo para decirme que beso mal?
-No, la verdad es que no -confesó Makoto-. No recuerdo casi nada, después de que llegara Kaneka...
-Pues exijo mi revancha -le había dicho que quería besarla cuando estuviera sobria, y ahora ese deseo se agudizaba. Tal vez ella no le amara, tal vez nunca volviese a poder acercarse a la joven de aquella manera, ya que iba a casarse con Sezaru. Pero... nadie podía reprocharle que quisiera un beso, siquiera...-. Así os refrescaré la memoria.
-¡Iie! -la joven se puso como la grana.
-¿Por qué no?
-Pues porque me da vergüenza -respondió la Usagi muy sofocada-. Y ahora no estoy tan borracha como para... ¡Yo no voy besando hombres por ahí!
-Ya sé, sólo besáis a los hombres que os gustan mucho, y al parecer yo no soy uno de ellos -Naseru sonrió, esta vez irónicamente-. Ni siquiera guardáis recuerdo de besarme, pero no deseáis repetir la experiencia. Sin embargo, para mí, sí que fue el mejor beso que me han dado nunca...
-¿Gomen... nasai? -musitó ella, asombrada.
-Honto... -cerró su único ojo-. Me lo dísteis a mi, no al Emperador. Me sentí persona, no título... Domo arigatô -hizo una leve inclinación de cabeza-. Lo atesoraré.
-Deberíais hacerlo -ella aún parecía sorprendida, pero inclinó la cabeza a un lado y sonrió, de nuevo traviesa-. Si os tratara como a un hombre, y no como al Emperador...
-¿Hai? -la azuzó él.
-Ya tendríais más de un pellizco -inclinó la cabeza, pero más para ocultar su sonrisa que como signo de respeto. Naseru sintió la tentación de insistir, y decidió dejarse llevar por ella. Kamis, pero como la deseaba, con aquel aire de niña alegre y burlona, con su dignidad ofendida de samurai recta, con sus críticas y palabras hirientes, con sus ojos llenos de inteligencia y curiosidad...
-¿Y qué me haríais si quisiera repetir?
-¡Naseru-sama! Nos conocemos de hace días, apenas hemos hablado...
-Y ya os conozco más que a muchos que llevan años a mi lado -cortó él.
Ella le miró, y de nuevo sus ojos estaban llenos de preguntas, como si intentara verle realmente. Sus siguientes palabras fueron inesperadas, pero bienvenidas.
-El trono es un lugar muy solitario en el que sentarse, ¿neh...? -musitó Makoto en voz baja.
-Mucho -respondió él, solemnemente serio esta vez. Ella le veía, le veía realmente. No se perdía en galas o títulos. Podía ser leal al Emperador, pero cuando hablaban, no hablaba al Hijo del Cielo, sino al hombre, por mucho que dijera lo contrario.
-Hay... -pareció que iba a callarse, pero él asintió y la joven cobró ánimos para seguir hablando-. Hay momentos en que hacéis o decís cosas que me hacen pensar que... que no sóis tan insoportable -hizo una pausa-. Que os sentís solo. Que sóis amable.
-Arigatô -respondió él, sin saber muy bien a dónde quería ella ir a parar.
-Y justo cuando empiezo a tener buena opinión de vos... -suspiró-. Hacéis o decís algo que me dan ganas de estrangularos.
-¿Ahora tenéis ganas de estrangularme? -preguntó él en voz baja, íntimamente conmovido por la franqueza desplegada por la joven, por su agudeza al analizarle, por el simple hecho de que se molestaba en mirar más allá de lo que todas las mujeres que había conocido se habían planteado mirar. Makoto negó con la cabeza, y él musitó-. Pues voy a daros motivo.
No podía más. Se inclinó y la besó, esta vez plenamente consciente de lo impropio de la situación, pero decidido a tener al menos aquello. Estando ella ebria, había tenido la impresión de aprovecharse de la joven, pese a que ella estaba más que decidida a probar sus labios. Ahora, con la muchacha completamente sobria en sus brazos, sabía positivamente que de no haberse estado aprovechando ella jamás hubiese iniciado aquel movimiento. Había intentado tentarla, bromear sobre el tema, pero había vuelto una y otra vez a él... simplemente porque recordaba demasiado bien lo que había sido, y deseaba repetirlo. Besadme o no habrá segundas oportunidades, le había dicho ella. Bien, él lo había hecho. Y por todos los Kamis que no iba a perderse la segunda oportunidad.
Ella sabía a sol, a té, a cientos de cosas secretas y personales. La besó con ternura, con pasión, con todo lo que tenía dentro. Posiblemente fuese la última vez. Fue mucho mejor que la primera, porque el olor y el sabor de Makoto no estaban ocultos tras el alcohol y la bilis, y también porque pese a su reticencia, la joven no se apartó ni le golpeó, sino que se dejó hacer. No la aferró esta vez, ni apretó su cuerpo juvenil contra el suyo, pero pudo disfrutar de cada segundo de aquella experiencia sabiendo que esta vez, los dos la recordarían. Se debía eso a sí mismo, al menos, cuando estaba dispuesto a renunciar a ella por su propio bien, para que pudiera ser feliz en brazos de otro...
Se apartó lentamente. Makoto tenía los ojos cerrados, y la vió tragar saliva.
-Estáis triste -susurró ella.
-Casi siempre -reconoció Naseru, sorprendido. ¿Había notado eso ella en su beso?
-¿Por qué? -las palabras de la joven Usagi fueron apenas audibles.
-Siempre lo he estado... y ahora... -inspiró hondo, intentando no delatarse-. Como Emperador, aún más.
-¿Y os extraña que me echara a llorar?
-No... no realmente, supongo -sonrió ligeramente. Ella alzó la mano para acariciarle la mejilla-. ¿Quieres quedarte con el kimono?
-Hai... -la muchacha parpadeó.
-Tuyo es -era una pequeñez, una nadería, pero él anhelaba que lo tuviera. Podría imaginarla de nuevo vestida de verde imperial, fantasear con que era lo normal. Eso era una tontería en realidad: el kimono era masculino, y dudaba que un presente tan preciado fuese utilizado por ella o por alguien de su familia. Seguramente sería respetuosamente conservado como muestra de favor por los suyos. Y sin embargo, la mera idea de que pudiese llegar a ponérselo, como una niña que jugaba a los disfraces, le hacía sentirse menos solo, menos aislado en su decisión de dejarla marchar...
-Arigatô -de nuevo, ella se saltó las normas y aceptó el obsequio sin rechazarlo por cortesía. Hubiese debido ser insultante, pero Naseru leyó en aquel gesto que ella no dudaba de su sinceridad, ni quería distraerse de la intensidad del momento con falsos despliegues de modestia. Le gustó incluso más por ello, cosa que amenazaba con hacerle aún más daño... y sin embargo, era bienvenida-. No sabía que estábais tan triste -le miraba ahora con fijeza, intentando leer de nuevo en él.
-Nadie lo sabe -repuso Naseru-. Puedo ser cruel, arrogante, mezquino... pero no puedo mostrar tristeza o debilidad.
-¿Y a mí?
Le estaba preguntando por qué la honraba con su confianza, pero él decidió malinterpretarla porque no podía decirle la verdad. No hubiese estado bien.
-No creo que uses esto para aprovecharte de mí, ¿neh...? -le acarició la mejilla. El tuteo y el contacto eran excesivamente íntimos, pero ella no se retiró ni pareció dispuesta a cuestionarle al respecto-. Confío en ti.
-Según vuestras propias palabras, me acabo de aprovechar de vos -Makoto sonrió, llevándose los dedos a los labios.
-Si me dejo no cuenta, ¿no? -refutó él.
-Eso es lo que yo opino. ¿Y vos? -contestó ella.
-Ciertamente -admitió Naseru-. ¿Vas a pegarme entonces? -Makoto se echó a reír, y él la coreó-. O pídeselo a Kaneka, estaría encantado de ello...
-Estoy segura de ello -repuso la Usagi-. Al parecer la gente que os conoce bien tiene ganas de golpearos...
-Será porque me conocen, efectivamente.
Ella le miró largamente, y luego le dijo en tono de suave reproche:
-En la Corte me odian... en parte por vuestra culpa, y en parte por atraer la mirada de Sezaru-sama -suspiró.
-Que te odien. La Corte puede odiarte, pero el Emperador... -Naseru se contuvo antes de decir lo que tenía en mente.
-¿Hai? -inquirió ella con voz gentil.
-Al Emperador le gustáis mucho -terminó él, intentando cubrir su pequeño lapsus. Makoto le miró, sopesándole unos instantes, antes de sonreír y decirle.
-¿Os gustaría cenar conmigo esta noche?
Aquello le hizo un nudo en la garganta a Naseru. Era la primera vez que ella hacía un gesto activo de acercamiento, y lo valoró tanto más por cuanto había ocurrido previamente. Se había abierto a ella, había dejado que le viera con todas sus debilidades... y ella reaccionaba perdonándole sus anteriores faltas y reaccionando como si él fuese un hombre normal, al que pudiese convidar sin esperar gestos de favor de él.
-Hai... me gustaría mucho -hizo una pausa, y añadió-. Creo que voy a modificar mi prohibición respecto a las cenas. Sólo podréis cenar con miembros de la familia, ¿hai?
-Arigatô -la reverencia de ella fue profunda, pero burlona. Naseru se inclinó y le acarició el pelo, lentamente. Los ojos de la bushi volvieron a escrutarle, desnudándole el alma-. No quiero que estéis triste, mi Señor... Si puedo hacer algo, cualquier cosa, aunque me irrite, para que estéis mejor, decídmelo. Me gustaría ayudaros... en lo que sea. Incluso si lo que os alivia es reíros de mí.
-Uhm -Naseru sintió que la tentación volvía a hacerse más fuerte-. ¿Aunque os irrite? -ante el asentimiento de ella, volvió a besarla. Era extraño, pero Makoto no se resistió, simplemente cerró los ojos y se dejó hacer, relajándose en el contacto. Naseru empezaba a sentirse cualquier cosa, menos relajado-. Me encantó veros con mi kimono -le susurró.
-Me hubiese gustado veros sin el vuestro -contestó ella en el mismo tono.
Naseru sonrió ampliamente. Makoto se llevó las manos a las mejillas, con ojos como platos, tan asombrada por sus propias palabras como halagado estaba él por aquella frase inoportuna.
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