martes, 24 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XXIII


Mochi relleno de pasta de judía roja
Los pasillos sombríos y tranquilos del palacio de Kyuden Miya eran un lugar perfecto para perderse en sus pensamientos. Amplios y con una iluminación intimista, con la guardia Seppun rondando para garantizar la seguridad de todos, y con el aroma a aceite y humo entretejiéndose con el más fresco del aire puro y las flores ya dulzonas en su decadencia temprana otoñal, incitaban a abstraerse mientras se caminaba. Bellas cortesanas y refinados cortesanos se cruzaban saludándose con inclinaciones más o menos profundas, pero si uno caminaba a un lado como lo haría un sirviente apenas llamaba la atención al deslizarse entre lámpara y lámpara. Komori Tanaka observó cómo no era él sólo quien prefería andar en la penumbra: unos pasos por delante de él caminaba Usagi Makoto, tan sumida en sus meditaciones que ni se dio cuenta de que iban casi al mismo paso y en la misma dirección.

Su protegida, Nanako, le había hablado brevemente de su proyecto de hablar por fin a la joven Liebre. Tanaka aprobaba por completo tal iniciativa, pues los Clanes Menores debían mostrarse unidos ante el resto de oportunistas de la Corte. Si no, ¿cómo iban a sobrevivir? Los Clanes Mayores, más ricos e influyentes, con muchísimos más samurais y dominando territorios y ciudades de prestigio, eran como el proverbial elefante ante los Menores. Y no cabía duda de que había quienes abusaban de tales privilegios...

Por ejemplo, Akodo Kurako. Tanaka sentía un desprecio ilimitado por aquella joven de belleza sin par y corazón orgulloso. Le costaba admitir que tuviese una sola virtud que redimiera sus aires de superioridad al mirar a los demás. Era lo bastante educada para no demostrar su desprecio demasiado abiertamente, pero para alguien mínimamente perspicaz éste era evidente, y cargante.

Odiaba a aquel tipo de personas. Quizás por eso le agradaba tanto Usagi Makoto, pese a no haber intercambiado ni media palabra con ella. Tal vez debiera cambiar esto...

Se adelantó unos pasos.

-¿Usagi Makoto-san? -le hizo una inclinación respetuosa-. Disculpad, mi nombre es Komori Tanaka, acompañante de la Candidata Komori Nanako-san.

-Ah... estoy encantada de conoceros, Komori-sama -la muchacha correspondió a su inclinación con otra igualmente profunda-, pero me pillais en mal momento... tengo una cita.

-Seguramente ilustre -los ojos del Komori brillaron con humor-. No conozco a nadie que haya sabido granjearse tantas y tan elevadas amistades en tan poco tiempo como vos. Pero no os preocupéis, no os voy a retrasar... si no os importa que os acompañe...

La joven le miró, como intentando descifrar sus intenciones, y luego asintió casi a regañadientes. Daba la impresión de que su cabeza estaba en otro lado, lo cual hubiese podido resultar insultante si no hubiera sido porque Tanaka comprendía perfectamente que la muchacha estaba sometida a excesiva presión precisamente debido a sus "ilustres amistades". Ella era demasiado joven e inexperta para nadar en según qué aguas, plagadas de tiburones, y sin embargo ahí estaba. Otro motivo más para que le resultara simpática.

-Lamento ser tan brusca -se disculpó la bushi-. No me importa que me acompañéis, de veras... es sólo que estaba algo abstraída -confesó, como si hubiese leído los pensamientos de él. El Komori se rió.

-No tenéis que disculparos conmigo. Soy yo quien os impone su presencia cuando tenéis un compromiso previo -señaló con delicadeza-. Pero viendo lo apretada que está vuestra agenda, entenderéis que no quiera dejar pasar la oportunidad de hablaros cuando por fin coincidimos.

-Oh, no creo que mis horas estén más ocupadas que las de otros... al contrario, en algunas ocasiones estoy más libre que nadie -sonrió un poco, torcidamente.

-Habláis de vuestras cenas, sin duda... el único momento en que por decreto debéis estar sola, a menos que seáis requerida por el propio Emperador -al hombre le brillaron los ojos por un instante, coléricos, pero consiguió que aquel enfado no traspasara más allá de su amistosa sonrisa. No soportaba las injusticias, aunque en aquel tipo de cortes debiera lidiar con ellas como si fuesen lo más natural-. Es una lástima que una joven como vos no pueda decidir libremente qué hacer con sus horas, pero...

-Pero es la voluntad del Hijo del Cielo -terminó ella, restándole importancia-. En realidad, no me molesta demasiado. Me da tiempo a pensar en mis asuntos en soledad, cosa que dada mi tendencia a embrollarme me resulta útil -comentó.

-Ah, sóis una muchacha positiva -él asintió, satisfecho. La Usagi rebosaba de sentido común, lo cuál era de agradecer-. Eso está bien. No hay que dejarse ahogar por aquello que no podemos evitar, ¿y qué hay de más inamovible que los designios del Emperador, sean o no justos...?

-Hay quien diría que el Hijo del Cielo sostiene la última palabra en cuestiones de justicia -respondió ella, frunciendo el ceño con lealtad.

-Cierto, pero dudo que en vuestro caso se trate de un castigo a alguna actitud espantosa, así que no me negaréis el derecho a pensar que en esta situación en concreto el Hijo de Amateratsu pueda... haber cometido un ligero desliz en su justicia inapelable y perfecta.

Ella se rió con ganas, antes de decir:

-Vuestro humor es peligroso -señaló Makoto.

-La verdad a menudo lo es -indicó él-. Ah, las estancias de la enviada del Unicornio... Adivino que el compromiso que teníais debe ser con vuestra amiga Ide-sama. Me temo que ahora deberé dejaros meditando mis arriesgadas palabras. Espero que no me retiréis el saludo por ellas.

-Oh... No, supongo que no -respondió la bushi, haciéndole una reverencia-. Nos veremos en otra ocasión, Komori-sama.

-Eso espero, Usagi-san -le contestó-. De veras que lo espero. Hasta la vista -saludó a su vez.

Makoto se quedó mirando cómo el hombre se alejaba, intentando comprender su extraña aunque evidentemente amistosa actitud. Luego se encogió de hombros y procedió a llamar a las puertas de Ide Kotetsu. Al menos, aquel encuentro inopinado le había servido para cambiar sus lúgubres pensamientos...

***

La dama Unicornio había estado esperando que Makoto apareciera para charlar con ella. Lo primero hablaron de la extraña alianza de las Candidatas de Clanes Menores, y cómo le habían dejado de hacer el vacío. Kotetsu se permitió una ligera reprobación respecto a la apariencia de Makoto, pese a tener ella misma una señal clara de dientes en el cuello. A fin de cuentas, la Unicornio ya no tenía nada que demostrar, pero la joven Liebre sí tenía mucho camino por recorrer aún. Debía aprender a ser irreprochable, o a parecerlo cuanto menos. La Cortesana en cambio ya hacía mucho que no tenía que jugar a ese juego, cubierta como estaba de favores y alianzas, y bien arropada en influencias propias de la Enviada ante el Emperador de su Clan.

Todo lo cual no evitó que Makoto se pusiera como la grana al ver aquella señal de actividades poco castas. La muchacha era inocente, pero no tanto. En cambio, la mujer mayor se fijó en algo igualmente rebelador pero menos propio de bromas pícaras.


-Tienes los ojos rojos -señaló Kotetsu, frunciendo el ceño-. ¿Estás bien?

-He estado hablando con Sezaru-sama... y me ha dicho... que existe la posibilidad de que yo...

Al ver que la joven estaba tan preocupada, la dama Unicornio le hizo sitio en un cojín a su lado. La otra se dejó caer pesadamente, con un desánimo poco habitual en ella.

-Cuéntamelo todo, anda -la animó la mujer.

-Ha dicho que existe la posibilidad de que me case con otro. No me ha dicho con quién... aunque tampoco quiero saberlo, sinceramente -la cara de la Liebre expresaba una mezcla de apuro y repugnancia-. Es normal casarse sin amor, pero...

Kotetsu sirvió el té, frunciendo ligeramente el ceño y luego volviéndose hacia su protegida, inclinando la cabeza a un lado.

-¿Pero...? -la animó a seguir.

-Él me ha dicho que yo sería feliz. Y yo no puedo imaginar ser feliz haciéndole daño a Sezaru-sama...

-Así es como me sentía yo antes -asintió la dama Ide-. Aunque siempre te queda la opción de que seáis amantes... es lo más habitual, de hecho. Siempre dentro de la cortesía y el buen gusto, por supuesto...

-Yo no sé mentir, Kotetsu-san -respondió Makoto con una risa algo nerviosa-. No sólo no me gusta hacerlo, es que soy incapaz de ello...

-Oh -la Unicornio dio un sorbo a su infusión, pensativa-. ¿Me dejas probar...? -ante el asentimiento de la muchacha, preguntó de sopetón-. ¿Quieres acostarte con Sezaru-sama? -por toda respuesta, la bushi se fue poniendo del color de las amapolas. Aquello ya era una respuesta en sí misma. La mayor sonrió y continuó-. ¿Lo harías ahora mismo?

-Iie... -susurró Makoto.

-¿Y por qué no?

-Porque... porque el Emperador me dejó su kimono.

-¿Gomen nasai? -Kotetsu se quedó completamente desconcertada ante esta respuesta, pues era obviamente sincera, y sin embargo totalmente inesperada. Al parecer, también lo era para la Usagi, que se cubrió la cara con las manos-. Explícate, Makoto-san.

-He... he besado al Emperador. Estaba borracha y... al parecer quise... quise comparar -murmuró Makoto entre los dedos.

La Unicornio estaba acostumbrada a encontrarse sorpresas, pero aquella le dejó sin palabras por unos instantes. Luego dijo un sentido:

-Madre de todos los Kamis...

-Y luego él le pegó al pobre Sezaru-sama -añadió la muchacha, bajando las manos tras las que se había parapetado, y con un enfado evidente.

-Makoto-san... ¿quieres acostarte con el Emperador?

-¿Na... nani? ¡Iie! -negó la bushi con excesivo calor.

-¿Te gusta? -interrogó, con algo más de tacto.

-No lo sé -repuso la muchacha, molesta.

-Ay, Kamis... ¿Y Kaneka-sama?

-Es como un gato grande, cariñoso... o como una hermana mayor -Makoto volvió a sofocarse-. Como un hermano, quise decir como un hermano mayor.

Aquella vehemencia hizo reír a Kotetsu.

-Makoto-san, soy una de las personas de mayor confianza del Khan, al que debo mi lealtad absoluta. Sé muchas cosas...

-Oh -la joven pareció vagamente desalentada-. ¿Pero lo ves...? No sé ser discreta, callar por cortesía o deformar la realidad. Se me da fatal... Pero en todo caso el Emperador no es comparable a su Voz. No hace más que meterme en líos, es caprichoso y consentido, y le ha pegado a Sezaru-sama. Tiene mi lealtad como samurai, ¡eso es todo!

-Pues habla con él, pídele permiso para estar junto a Sezaru-sama, dile que eres seria en tus intenciones... Como Candidata, perteneces al Hijo del Cielo por encima de todas las cosas, así que tampoco puedes embarcarte en ninguna relación sin cometer traición si no no te lo permite. En principio, deberíais esperar a que él se prometa para poder hacerlo público... pero nada te impide solicitar pasar el tiempo con un pretendiente. Si él no te pone pegas...

-Pero el Emperador me llama cuando él quiere, ¡no a la inversa! -exclamó la Bushi algo escandalizada.

-Ve a devolverle su kimono.

-Se lo di a Ai-san... No quiero que nadie me vea con esa prenda y piensen... cosas -Makoto se acordó de las tres Candidatas en unido grupo, o de Akodo Kurako... cualquiera de ellas sacaría las cosas de quicio si descubrían que tenía semejante pieza de ropa-. Además, el Emperador me pone nerviosa.

-Eso le pasa a todo el mundo.

-Sobre todo a las jovencitas que se desmayan cuando él pasa... -intentó bromear la Usagi.

-Esas son bobas o débiles de carácter -repuso Kotetsu, despiadada ante lo que consideraba una muestra de falta total de autocontrol y sentido común.

-No lo entiendo, la verdad... Todas esas Candidatas están enamoradas de él y él no les habla siquiera. Yo en cambio sí he conversado con él, y la mitad del tiempo siento deseos de estrangularle... No se lo digáis a nadie.

-Claro que no -sonrió Kotetsu-. Pero tienes que tener en cuenta que hay quien se enamora de una imagen idealizada en vez de una persona. Es bastante habitual cuando se es joven e impresionable. Y el Emperador, reconozcámoslo, es un hombre guapo, fuerte y atractivo -Makoto hizo una mueca en respuesta. La Unicornio meneó la cabeza, divertida-. ¿Quieres que te solicite una audiencia privada y discreta?

-Hai, aunque...

-No me repitas que le diste el kimono a tu criada, onegai -Kotetsu alzó una mano cortando sus protestas-. La pobre chica no debe tener ni idea de cómo devolver una prenda al Emperador sin que se entere todo Kyuden Miya... créeme, le estarás haciendo un favor de esta manera. Y tú te podrás quitar un peso de encima -y, quizás, aclararse un poco con aquellos sentimientos confusos que tenía por el Hijo del Cielo, añadió la mujer para sus adentros.

***

Tras la cena, la gran Daimyo de los Otomo estaba recogida en su salón privado, peinándose los cabellos castaños sueltos sobre los hombros y escrutando su rostro en busca de alguna emoción, congratulándose de no encontrarla pese a sentirse tan cansada y deprimida en aquellos momentos. Rodeada de pompa y lujo, encontrándose constantemente con jovencitas que aspiraban a convertirse en futura Emperatriz, viendo al Emperador jugueteando con ellas constantemente aunque sin interés real... Ella sabía cómo se mostraba Naseru-sama cuando deseaba realmente a una mujer. No había visto señal alguna de ese tipo de atracción en él por ninguna de las damas, ni siquiera por la refinada Candidata Doji o por la ardiente y encantadora aunque engreída Akodo. Pero todo aquello era una dura prueba para su autocontrol. Era como estar clavándose afilados cuchillos de celos en el corazón cada vez que él dirigía la palabra a una de ellas, ni que fuera brevemente. Y cuando pensaba que tarde o temprano él debería decantarse por alguna jovencita...

Su respiración no se alteró, ni sus ojos se enrojecieron, ni las lágrimas corrieron por sus mejillas. Ella era más fuerte que sus tempestuosas emociones. Mantendría el control como fuera.

La voz de uno de sus guardias de confianza la sacó de su abstracción.

-¿Mi Señora?

-Hai -cerró con cuidado sus ropajes blancos de luto, dejando los cabellos sueltos. Más tarde elaboraría un cuidado peinado, o quizás por la mañana. En aquel momento tenía preocupaciones más urgentes que atender, al parecer-. ¿Qué ocurre?

-Mi Señora, ha habido un disturbio en uno de los comedores. El acompañante de la Candidata Akodo ha golpeado a otro samurai y se han peleado... a puñetazos, como críos plebeyos.

Otomo Hoketuhime no permitió que la sorpresa asomara a su rostro helado.

-¿Se sabe a causa de qué ese comportamiento indigno de alguien de su categoría y posición?

-Al parecer... -el guardia se aclaró la garganta-. Akodo Gica-san se quedó mirando al postre, Mi Señora. Sin tocarlo. Y el otro samurai le dijo que si no pensaba comérselo, podía dárselo a él.

-¿Y por eso tanto disturbio...? Que permanezcan ambos encerrados por alterar el buen orden de la Corte del Emperador -dijo heladamente la gran dama-. Que mediten un par de días. Luego se les permitirá volver a sus actividades normales.

-Sí, Mi Señora.

Hoketuhime volvió a contemplarse en el espejo, intentando recordar qué había habido de postre durante la cena.

Ah, sí. Mochis.

Notas: imagen sacada del blog http://yourjapanesemenu.blogspot.com.es/2011/06/japanese-menu-mochi.html
No se pretende infringir ningún copyright. La imagen pertenece a su autor.
Más información sobre los mochi: http://es.wikipedia.org/wiki/Daifuku

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