Kitsune Hikaru |
Ni siquiera era consciente de haberse quedado dormida de nuevo hasta que despertó, despatarrada junto a Kaneka que respiraba apaciblemente, para encontrarse ante una máscara familiar. Makoto parpadeó, intentando recordar lo que había ocurrido esta vez: había ido a entrenar con el Shogun, y habían acabado hablando de la víspera, de su borrachera, de los besos robados, incluso del sueño que había tenido con él... y persiguiéndose a cosquillas como dos niños chicos por todo el dojo hasta acabar agotados.
¿Cuándo había entrado Sezaru en el pabellón? La Usagi se frotó los ojos y bostezó como un gatito.
-Sezaru-sama -susurró la muchacha, sonriendo tentativamente mientras se incorporaba tratando de no molestar a su durmiente compañero-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué hora es?
-Os habéis perdido la comida -respondió el Shugenja, mirándola a través de las rendijas de su careta.
-Oh, vaya -esto desveló de golpe a la Usagi-. Había quedado con el Canciller... Voy a tener que disculparme -musitó contrariada.
-Ya lo he hecho yo por vos -el tono del Lobo era extrañamente comedido-. Le dije que estábais indispuesta.
-Lo estaba -Makoto meneó la cabeza ante el artificio, divertida-. Esta mañana, al menos -se tocó la sien, recordando el contacto curativo de Sezaru, y le sonrió mientras se acomodaba la ropa y el pelo lo mejor que podía. Debía tener un aspecto espantoso, sudorosa, despeinada y con el kimono torcido tras haber estado actuando como una niña... Su interlocutor suspiró en vez de contestarle, y ella intuyó que algo no iba bien-. ¿Qué sucede, Sezaru-sama? -inquirió con repentina preocupación.
Él le tendió la mano, sin palabras, y ella se la tomó sin pensar. La llevó un poco aparte, de forma que su conversación no turbara el sueño de Kaneka. A pesar de lo inconveniente de aquel contacto, no había rastro de sensualidad en ello. Makoto intuyó que algo iba realmente mal, y tuvo que tragar saliva. Se pusieron de rodillas, uno frente al otro, sin que él le soltara la mano ni un instante.
-¿Queréis que os mienta? -musitó Sezaru, observándola de forma penetrante. Ella negó-. No me gustáis, Makoto-san... -hizo una pausa-. Os amo.
-Oh -susurró la bushi, sin aliento.
-No me importa si no queréis que vuelva a hablar de esto nunca más, o si deseáis que no vuelva a tocaros... pero os amo, y siempre será así.
Con cuidado, Makoto extendió el brazo libre y le quitó con gestos lentos, meticulosos, la máscara. Los dedos le hormiguearon, ya que se trataba de un objeto de poder, un Nemuranai que Sezaru había recibido de su madre, y de los más potentes. Sin embargo, la joven no hizo caso de aquella sensación: dejó la careta a un lado, reverente, y luego le acarició la mejilla al Shugenja, sin hablar. Él cerró los ojos. Por unos instantes permanecieron así, sin decir nada. Luego ella murmuró:
-No sé lo que siento, Sezaru-sama. Sé que soy feliz cuando estoy con vos, y que no quiero que nadie os haga daño, ni siquiera yo. Estoy... furiosa con el Emperador, por haberos puesto la mano encima sobre todo porque vos no os podíais defender y él lo sabe -el Shugenja hizo un gesto desamparado, como si quisiera intervenir en favor de su hermano, pero ella continuó hablando-. Y sin embargo, soy capaz de imaginaros enamorado de otra persona, y sé que eso no me dolería si os hiciera feliz. No sé si eso es amor, o amistad y atracción mezcladas...
-No os he pedido nada -repuso él en voz casi inaudible.
-Sé que no deseo perderos. Eso sí me da miedo... y me dolería. Ir a veros hoy, después de la charla que tuvimos ayer -tomó aire, intentando aclarar sus confusos pensamientos, encontrar las palabras apropiadas-. Quizás fue egoísta por mi parte. Pero no me imagino un día de mi vida sin veros, ni que fuera un instante.
-Makoto -el nombre, sin el sufijo de respeto, fue extrañamente íntimo-. No me perderás... aunque me temo que yo a ti sí. Eres una mujer, te acabarán casando, tendrás los hijos de otro. Y aunque eso te hará feliz a ti, yo sólo podré mirarte de lejos y soñar, y desear...
-Iie -negó ella, notando un terrible nudo en la garganta que se hacía más y más grande-. No habléis de esas cosas, Sezaru-sama -le suplicó.
-Pasará -repuso él, implacable-. En ocasiones veo lo que podría ser. Mi madre veía el futuro con total claridad. Vió morir a mi padre... -la mirada de él se tornó distante, como si el dolor antiguo y ajeno de aquella otra mujer pudiera impedir que sintiera la agonía del presente.
-Y decís que yo me casaré con otro. ¿Y seré feliz? -tragó saliva, intentando contener la angustia que era cada vez peor-. No puedo imaginarme a mí misma feliz sabiendo que vos sufrís...
-Es una posibilidad, y... si no es más que un encaprichamiento lo que sentís por mí, se os pasará -le acarició el dorso de la mano con el pulgar, consolador.
-¿Y la amistad que siento por vos, también pasará? -susurró Makoto ahogadamente.
-La distancia y el tiempo distancia a los mejores amigos -Sezaru sonrió amargamente, con resignación, derrotado-. No debería haber mirado... No llores, Makoto -al oír la voz del hombre, la joven se dió cuenta de que las lágrimas se estaban deslizando libremente por sus mejillas, en una vergonzosa exhibición de emotividad-. Sólo quiero que sonrías, siempre...
-Pues quédate conmigo -la bushi apenas podía ya hablar, notando en el pecho un dolor agudo y terrible-. Siempre.
-Hasta que tú quieras que me vaya, estaré a tu lado -respondió el Shugenja con ternura, mirándola.
-Siempre, entonces -Makoto se inclinó hacia delante y le besó con suavidad. Sezaru le apretó la mano que tenía entrelazada con la suya, y con la otra le acarició el cabello. La joven se separó ligeramente, con un sollozo, y apoyó la mejilla en el hombro de él-. No es... no es nada. Ya pasa... -se abrazaron estrechamente.
-No llores, por favor... -le suplicó él.
Kaneka, que estaba ya despierto, no quiso interrumpir esta vez. Les dejó creer que seguía dormido mientras lloraban por un destino que ella no comprendía y que Sezaru había visto con excesiva claridad. Sólo unos segundos más, que la intimidad del llanto no se viese turbada por su intervención, y les haría saber que tenían un testigo consciente...
Los dos jóvenes habían crecido juntos, habían ido al mismo dojo, y se habían pasado tanto tiempo el uno junto al otro que cualquiera hubiese pensado que acabarían siendo como hermanos, o quizás sintiendo debilidad romántica mútua; pero lo cierto es que el joven bushi a menudo lo que sentía era unas tentaciones tremendas de darle una buena zurra a la muchacha. En su opinión, había sido demasiado mimada por su hermosura y perfección física, por su voz dulce de acento veraz, por su dicción precisa, por su capacidad de estudio y concentración. Todas aquellas virtudes eran tan reales como el filo de una katana, e igualmente peligrosas debido a que, aunque Kurako no era mala chica, sí había llegado al extremo del engreimiento y se creía prácticamente infalible. Por todo ello, Gica no veía en ella la suma de sus prendas, sino el carácter de niña mimada que se había forjado en el fondo y que le repelía profundamente. No podía menos que sentir algo de lástima por su amiga, ya que en otras circunstancias no sólo había brillado como lo hacía, sino que probablemente hubiese llegado al límite de la perfección humana. Pero tal y como habían ido las cosas, Kurako estaba tan lejos de la humildad que resultaba cargante.
Y al parecer, la personalidad retorcida de la Candidata no estaba pasando tan desapercibida como hubiese sido de desear. El Emperador, pese a ser él mismo de origen León y Akodo, no mostraba interés por ella, lo que había sacado a relucir lo peor de la muchacha. Humillada por las atenciones que Toturi III prestaba a una integrante de un Clan Menor, Kurako rumiaba su rencor e intentaba encontrar ocasiones en las que desprestigiarla o bien retarla a un duelo. Éstas últimas no se habían dado debido inicialmente a la distracción de Soshi Angai, y luego porque la Candidata del Clan de la Liebre parecía estar siempre en compañía de Ide Kotetsu, de alguna personalidad como el Khan, o de algún integrante de la Familia Imperial, nada menos. Amistades demasiado prestigiosas como para que la Akodo pudiera aprovecharse de su superioridad de estatus como integrante de un Clan Mayor para desafiar a la Usagi o bien declarar públicamente su cobardía.
A Gica no le quedaba más que armarse de paciencia y distraerse observando al resto de Candidatas. Todas ellas eran bonitas, la mayoría bellas, pero el joven León desconfiaba de las apariencias. Las hermosas geishas que a otros les hacían perder la cabeza para él eran excesivamente etéreas, sin interés pese a su intelecto agudo y sus conversaciones animadas. Algunos de sus compañeros habían bromeado sobre su excesiva sobriedad en asuntos de faldas, hecho por el cual había sido designado como compañero de la Candidata. Muchos pensaban que sentía inclinación hacia el Shudo, pero no era así. Había recibido algunas discretas propuestas e insinuaciones de hombres honorables, maduros y formados, pero las había rechazado ya que ni sentía interés en su propio sexo, ni le parecía honrado tomar lo que a él le parecía el camino fácil y corto. Los jóvenes que aceptaban la guía de un nenja automáticamente eran observados con mayor interés, ya que se esperaba grandes cosas de ellos, y cualquier gesta que ejecutaran tenía mayor repercusión; Gica deseaba brillar, por supuesto, pero sólo por sus propias virtudes. Demasiado claro tenía el ejemplo de lo que un exceso de adulación podía hacerle a un alma recta cuando los halagos eran desmesurados...
En aquel instante las puertas de los baños se abrieron y tres muchachas entraron riendo y charlando en voz baja. El Akodo observó los Mons: Komori, Suzume y Kitsune. Tres bonitas integrantes de Clanes Menores, que se desnudaron sin timidez y procedieron a lavarse antes de entrar al baño, comentando y soltando risitas. Los ojos de Gica recorrieron el físico de aquellas chicas, observando sus fuerzas y debilidades más que el aspecto puramente estético, fijándose por último en la Candidata del Clan del Zorro, que poseía lo que habría podido catalogarse de silueta maternal, llena de curvas excesivas y carnosas. Parecía un mochi que un pastelero torpe hubiese rellenado en demasía, y en el que si hincaras el diente el dulce fuera a salir a borbotones. El Akodo se lamió los labios, repentinamente secos, antes de darse cuenta de que se había quedado mirando a la joven como un niño miraría una bandeja de golosinas, y apartó la vista de ella.
No antes de captar que la Kitsune le había pillado mirándola, sin embargo. La pelirroja comentó algo en voz baja a sus compañeras y sonaron de nuevo las femeninas risas. Gica notó que sus mejillas ardían.
Kurako había terminado de lavarse el pelo y contemplaba como algunos cabellos que se habían desprendido de su frondosa melena castaña ardían en el brasero. Debió notar algo, porque se giró hacia las recién llegadas y frunció levemente el ceño. Ellas se inclinaron al pasar ante la Candidata del León, cosa que debió apaciguar un poco su malhumor, ya que se relajó fraccionalmente en su asiento.
-Clanes Menores. A veces me pregunto por qué existen siquiera -musitó cuando estuvieron lo bastante lejos para no oírla. Obviamente, su mente volvía a centrarse en aquella a la que consideraba su rival, e inferior en todo a su persona.
Gica suspiró y no dijo nada, esperando simplemente que el tumulto de sangre que le latía en los oídos se relajara.
Nota: La modelo para Kitsune Hikaru es Nozomi Sasaki (1988, Akita), modelo, cantante y actriz.
-Sezaru-sama -susurró la muchacha, sonriendo tentativamente mientras se incorporaba tratando de no molestar a su durmiente compañero-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué hora es?
-Os habéis perdido la comida -respondió el Shugenja, mirándola a través de las rendijas de su careta.
-Oh, vaya -esto desveló de golpe a la Usagi-. Había quedado con el Canciller... Voy a tener que disculparme -musitó contrariada.
-Ya lo he hecho yo por vos -el tono del Lobo era extrañamente comedido-. Le dije que estábais indispuesta.
-Lo estaba -Makoto meneó la cabeza ante el artificio, divertida-. Esta mañana, al menos -se tocó la sien, recordando el contacto curativo de Sezaru, y le sonrió mientras se acomodaba la ropa y el pelo lo mejor que podía. Debía tener un aspecto espantoso, sudorosa, despeinada y con el kimono torcido tras haber estado actuando como una niña... Su interlocutor suspiró en vez de contestarle, y ella intuyó que algo no iba bien-. ¿Qué sucede, Sezaru-sama? -inquirió con repentina preocupación.
Él le tendió la mano, sin palabras, y ella se la tomó sin pensar. La llevó un poco aparte, de forma que su conversación no turbara el sueño de Kaneka. A pesar de lo inconveniente de aquel contacto, no había rastro de sensualidad en ello. Makoto intuyó que algo iba realmente mal, y tuvo que tragar saliva. Se pusieron de rodillas, uno frente al otro, sin que él le soltara la mano ni un instante.
-¿Queréis que os mienta? -musitó Sezaru, observándola de forma penetrante. Ella negó-. No me gustáis, Makoto-san... -hizo una pausa-. Os amo.
-Oh -susurró la bushi, sin aliento.
-No me importa si no queréis que vuelva a hablar de esto nunca más, o si deseáis que no vuelva a tocaros... pero os amo, y siempre será así.
Con cuidado, Makoto extendió el brazo libre y le quitó con gestos lentos, meticulosos, la máscara. Los dedos le hormiguearon, ya que se trataba de un objeto de poder, un Nemuranai que Sezaru había recibido de su madre, y de los más potentes. Sin embargo, la joven no hizo caso de aquella sensación: dejó la careta a un lado, reverente, y luego le acarició la mejilla al Shugenja, sin hablar. Él cerró los ojos. Por unos instantes permanecieron así, sin decir nada. Luego ella murmuró:
-No sé lo que siento, Sezaru-sama. Sé que soy feliz cuando estoy con vos, y que no quiero que nadie os haga daño, ni siquiera yo. Estoy... furiosa con el Emperador, por haberos puesto la mano encima sobre todo porque vos no os podíais defender y él lo sabe -el Shugenja hizo un gesto desamparado, como si quisiera intervenir en favor de su hermano, pero ella continuó hablando-. Y sin embargo, soy capaz de imaginaros enamorado de otra persona, y sé que eso no me dolería si os hiciera feliz. No sé si eso es amor, o amistad y atracción mezcladas...
-No os he pedido nada -repuso él en voz casi inaudible.
-Sé que no deseo perderos. Eso sí me da miedo... y me dolería. Ir a veros hoy, después de la charla que tuvimos ayer -tomó aire, intentando aclarar sus confusos pensamientos, encontrar las palabras apropiadas-. Quizás fue egoísta por mi parte. Pero no me imagino un día de mi vida sin veros, ni que fuera un instante.
-Makoto -el nombre, sin el sufijo de respeto, fue extrañamente íntimo-. No me perderás... aunque me temo que yo a ti sí. Eres una mujer, te acabarán casando, tendrás los hijos de otro. Y aunque eso te hará feliz a ti, yo sólo podré mirarte de lejos y soñar, y desear...
-Iie -negó ella, notando un terrible nudo en la garganta que se hacía más y más grande-. No habléis de esas cosas, Sezaru-sama -le suplicó.
-Pasará -repuso él, implacable-. En ocasiones veo lo que podría ser. Mi madre veía el futuro con total claridad. Vió morir a mi padre... -la mirada de él se tornó distante, como si el dolor antiguo y ajeno de aquella otra mujer pudiera impedir que sintiera la agonía del presente.
-Y decís que yo me casaré con otro. ¿Y seré feliz? -tragó saliva, intentando contener la angustia que era cada vez peor-. No puedo imaginarme a mí misma feliz sabiendo que vos sufrís...
-Es una posibilidad, y... si no es más que un encaprichamiento lo que sentís por mí, se os pasará -le acarició el dorso de la mano con el pulgar, consolador.
-¿Y la amistad que siento por vos, también pasará? -susurró Makoto ahogadamente.
-La distancia y el tiempo distancia a los mejores amigos -Sezaru sonrió amargamente, con resignación, derrotado-. No debería haber mirado... No llores, Makoto -al oír la voz del hombre, la joven se dió cuenta de que las lágrimas se estaban deslizando libremente por sus mejillas, en una vergonzosa exhibición de emotividad-. Sólo quiero que sonrías, siempre...
-Pues quédate conmigo -la bushi apenas podía ya hablar, notando en el pecho un dolor agudo y terrible-. Siempre.
-Hasta que tú quieras que me vaya, estaré a tu lado -respondió el Shugenja con ternura, mirándola.
-Siempre, entonces -Makoto se inclinó hacia delante y le besó con suavidad. Sezaru le apretó la mano que tenía entrelazada con la suya, y con la otra le acarició el cabello. La joven se separó ligeramente, con un sollozo, y apoyó la mejilla en el hombro de él-. No es... no es nada. Ya pasa... -se abrazaron estrechamente.
-No llores, por favor... -le suplicó él.
Kaneka, que estaba ya despierto, no quiso interrumpir esta vez. Les dejó creer que seguía dormido mientras lloraban por un destino que ella no comprendía y que Sezaru había visto con excesiva claridad. Sólo unos segundos más, que la intimidad del llanto no se viese turbada por su intervención, y les haría saber que tenían un testigo consciente...
***
Sentado en los baños, Akodo Gica observaba sin mucho interés cómo Kurako permitía a su criada que le lavara el pelo. Donde otros verían la belleza evidente de la Candidata León, el acompañante y encargado de velar por la reputación de la joven no notaba más que su carácter mostrado en cada pequeño rasgo, en cada mínimo ademán: la barbilla erguida en gesto de arrogancia incluso cuando estaba relajada, los labios torcidos con descontento, las delicadas pero fuertes manos en una pose que declaraba tensión. Kurako estaba molesta por cómo se desarrollaban los acontecimientos, y Gica la conocía demasiado como para no percatarse de ello.Los dos jóvenes habían crecido juntos, habían ido al mismo dojo, y se habían pasado tanto tiempo el uno junto al otro que cualquiera hubiese pensado que acabarían siendo como hermanos, o quizás sintiendo debilidad romántica mútua; pero lo cierto es que el joven bushi a menudo lo que sentía era unas tentaciones tremendas de darle una buena zurra a la muchacha. En su opinión, había sido demasiado mimada por su hermosura y perfección física, por su voz dulce de acento veraz, por su dicción precisa, por su capacidad de estudio y concentración. Todas aquellas virtudes eran tan reales como el filo de una katana, e igualmente peligrosas debido a que, aunque Kurako no era mala chica, sí había llegado al extremo del engreimiento y se creía prácticamente infalible. Por todo ello, Gica no veía en ella la suma de sus prendas, sino el carácter de niña mimada que se había forjado en el fondo y que le repelía profundamente. No podía menos que sentir algo de lástima por su amiga, ya que en otras circunstancias no sólo había brillado como lo hacía, sino que probablemente hubiese llegado al límite de la perfección humana. Pero tal y como habían ido las cosas, Kurako estaba tan lejos de la humildad que resultaba cargante.
Y al parecer, la personalidad retorcida de la Candidata no estaba pasando tan desapercibida como hubiese sido de desear. El Emperador, pese a ser él mismo de origen León y Akodo, no mostraba interés por ella, lo que había sacado a relucir lo peor de la muchacha. Humillada por las atenciones que Toturi III prestaba a una integrante de un Clan Menor, Kurako rumiaba su rencor e intentaba encontrar ocasiones en las que desprestigiarla o bien retarla a un duelo. Éstas últimas no se habían dado debido inicialmente a la distracción de Soshi Angai, y luego porque la Candidata del Clan de la Liebre parecía estar siempre en compañía de Ide Kotetsu, de alguna personalidad como el Khan, o de algún integrante de la Familia Imperial, nada menos. Amistades demasiado prestigiosas como para que la Akodo pudiera aprovecharse de su superioridad de estatus como integrante de un Clan Mayor para desafiar a la Usagi o bien declarar públicamente su cobardía.
A Gica no le quedaba más que armarse de paciencia y distraerse observando al resto de Candidatas. Todas ellas eran bonitas, la mayoría bellas, pero el joven León desconfiaba de las apariencias. Las hermosas geishas que a otros les hacían perder la cabeza para él eran excesivamente etéreas, sin interés pese a su intelecto agudo y sus conversaciones animadas. Algunos de sus compañeros habían bromeado sobre su excesiva sobriedad en asuntos de faldas, hecho por el cual había sido designado como compañero de la Candidata. Muchos pensaban que sentía inclinación hacia el Shudo, pero no era así. Había recibido algunas discretas propuestas e insinuaciones de hombres honorables, maduros y formados, pero las había rechazado ya que ni sentía interés en su propio sexo, ni le parecía honrado tomar lo que a él le parecía el camino fácil y corto. Los jóvenes que aceptaban la guía de un nenja automáticamente eran observados con mayor interés, ya que se esperaba grandes cosas de ellos, y cualquier gesta que ejecutaran tenía mayor repercusión; Gica deseaba brillar, por supuesto, pero sólo por sus propias virtudes. Demasiado claro tenía el ejemplo de lo que un exceso de adulación podía hacerle a un alma recta cuando los halagos eran desmesurados...
En aquel instante las puertas de los baños se abrieron y tres muchachas entraron riendo y charlando en voz baja. El Akodo observó los Mons: Komori, Suzume y Kitsune. Tres bonitas integrantes de Clanes Menores, que se desnudaron sin timidez y procedieron a lavarse antes de entrar al baño, comentando y soltando risitas. Los ojos de Gica recorrieron el físico de aquellas chicas, observando sus fuerzas y debilidades más que el aspecto puramente estético, fijándose por último en la Candidata del Clan del Zorro, que poseía lo que habría podido catalogarse de silueta maternal, llena de curvas excesivas y carnosas. Parecía un mochi que un pastelero torpe hubiese rellenado en demasía, y en el que si hincaras el diente el dulce fuera a salir a borbotones. El Akodo se lamió los labios, repentinamente secos, antes de darse cuenta de que se había quedado mirando a la joven como un niño miraría una bandeja de golosinas, y apartó la vista de ella.
No antes de captar que la Kitsune le había pillado mirándola, sin embargo. La pelirroja comentó algo en voz baja a sus compañeras y sonaron de nuevo las femeninas risas. Gica notó que sus mejillas ardían.
Kurako había terminado de lavarse el pelo y contemplaba como algunos cabellos que se habían desprendido de su frondosa melena castaña ardían en el brasero. Debió notar algo, porque se giró hacia las recién llegadas y frunció levemente el ceño. Ellas se inclinaron al pasar ante la Candidata del León, cosa que debió apaciguar un poco su malhumor, ya que se relajó fraccionalmente en su asiento.
-Clanes Menores. A veces me pregunto por qué existen siquiera -musitó cuando estuvieron lo bastante lejos para no oírla. Obviamente, su mente volvía a centrarse en aquella a la que consideraba su rival, e inferior en todo a su persona.
Gica suspiró y no dijo nada, esperando simplemente que el tumulto de sangre que le latía en los oídos se relajara.
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