Sentada ante su primo, Akodo Kurako fruncía ligeramente el ceño mientras le servía el té. El joven, pensaba ella, no podía haber elegido momento más inoportuno para mostrar su impulsividad que ante la Corte Imperial, y cuando ella tenía que lucirse pese a las lenguas envenenadas de cortesanos y otras Candidatas. Aquello iba a dar que hablar durante tiempo, y si no quería que su reputación resultara dañada debía pasar los ratos libres en que sus criadas estaban ocupadas con tareas propias en las estancias de él, rigurosamente guardadas por guardias Seppun.
Lo cierto es que tampoco era una pérdida tan grave. Aunque charlar con otras damas y Candidatas de Clanes Mayores era divertido, entre la envidia y los golpes bajos de unas y otras tenía claro que no iba a lograr grandes amistades por lo que respecta al género femenino. Un comentario suyo poco apreciativo y excesivamente ingenioso sobre la edad de Otomo Hoketuhime, susurrado entre risas a la Candidata Grulla, había terminado con un rumor desproporcionado por toda la Corte según el cuál había llamado a la solterona poco menos que vieja decrépita al borde de la muerte por senectud. No podía alzar dedos acusando a nadie: tanto la Grulla como la Escorpión podían ser las culpables, o cualquiera cuyo criado hubiese pasado en aquel preciso instante. En todo caso había sido desafortunado para ella, pues la Daimyo era una persona cercana al Emperador y aquello no podía resultar en bien para la León.
Tampoco es que en otras circunstancias se hubiese molestado mucho en agradar a Hoketuhime-sama. Sus ojos de hielo eran inexpresivos como dos espejos de hielo, y sólo el tratar con ella en el plano de la cortesía más superficial le provocaba escalofríos. Pero aquel incidente le había procurado una enemiga de la que bien hubiese podido prescindir.
En cuanto al sector masculino de la Corte... Bien, otras Candidatas se mostraban encantadoras, seductoras, incluso insinuantes con tal de llamar la atención de los hombres. La Escorpión prácticamente mostraba sus senos en su afán de descubrir unos ciertamente atractivamente torneados hombros, cosa que había provocado un comentario distraído y amable de un Cangrejo que le había ganado una furibunda detractora. Pero lo cierto es que Kurako sólo había deseado desde buen principio atraer la mirada de un único samurai... El Emperador Naseru, con el que había hablado previamente en una ocasión y había pasado un largo y encantador lapso comentando diferentes libros de estrategia y sus aplicaciones en la vida real. Ella había acabado deslumbrada con la inteligencia de él, por su agudeza... hasta su malicia le había parecido atractiva. Kurako no era el tipo de muchacha que se prenda de un físico agradable, o habría caído perdidamente enamorada de su primo Gica hacía años; pero las profundidades que había visto en el ojo negro de Toturi III le habían resultado tan fascinantes como abismos llenos de misterio y secreto.
Y sin embargo, él no había mostrado más interés por ella tras aquella primera entrevista. Ella había llegado tras el inmenso orgullo provocado por ser elegida Candidata del Clan León, feliz de volverle a ver, dispuesta a servirle, a conocerle, a aceptar incluso su lado difícil que había intuído tras sus retorcidas y astutas tácticas. Había bailado para él, le había entregado las flores de su cabello. Una ofrenda tan íntima, tan personal como podría haberlo sido una pieza de ropa muy querida. Él a cambio había invitado a cenar a la Usagi, desdeñando sus esfuerzos por agradarle.
Miró de reojo a su primo, que observaba distraídamente los árboles del jardín, ausente. Gica le había reprochado a menudo el ser demasiado pagada de sí misma. A ella no le ofendía aquella apreciación, pues en el fondo podía comprender que así era. Quería a su pariente, más allá de lo que los caracteres de ambos tuvieran de dispar. Y sin embargo, ¿cómo hubiese podido ser más modesta, siendo objetivamente hermosa, sabiéndose inteligente, disciplinada y culta, con una voz encantadora y un físico envidiable? Por muchas vueltas que le diera, le resultaba difícil ponerse al nivel de gente menos dotada. Eso era un fallo, sin duda, y uno que le costaría esfuerzo enmendar.
Debía reconocer que la Usagi no era fea, y sí mucho más modesta que ella. Pero no tenía gran cosa más destacable: sus pechos eran demasiado menudos, y su trasero desmesuradamente prominente. Era pequeña y bonita, pero basta en sus modales y demasiado directa. Sus ropas, inicialmente, habían sido elegantes pero no llamativas... algo que había cambiado tras un incidente que se comentaba por toda la Corte, en el cuál al parecer alguna dama envidiosa se había infiltrado en su habitación personal para destrozar cuanto poseía la muchacha. Aquella táctica ruín repugnó a Kurako, pues aunque no hubiese rechazado la posibilidad de batirse en duelo con la Usagi, aquella bajeza le parecía totalmente impropia de la nobleza exigida a los samurai.
En otras circunstancias, hubiese podido sentirse vagamente protectora por la Liebre, ya que sentía más afinidad por ella que por muchas otras Candidatas: Makoto estaba perdida en el ambiente de la Corte, un ambiente que a la propia Kurako en ocasiones le agobiaba... momentos en los que prefería estar sola, meditar, realizar sus rutinas de entrenamiento, estudiar estrategia o pasar un rato charlando con su primo. Ella tampoco era cortesana, pero su educación le permitía comportarse de forma bastante adecuada... salvo por aquel desliz imperdonable en sus primeros días con la Daimyo Otomo.
Se había dejado llevar y había hablado de más. Y ahora no podía disculparse, pues hacerlo hubiese confirmado un rumor que de otra forma podía ser considerado cierto, o no... mientras que rogar el perdón de la Dama de Hielo hubiese sido condenarse irremisiblemente. Y dudaba que Hoketuhime fuese precisamente indulgente con quienes la ofendían.
Suspiró.
-Pareces descontenta, Kurako-chan -le dijo su primo, saliendo de su abstracción para sonreírle.
-Y lo estoy, Gica-kun... por si no te has dado cuenta, voy a tener que permanecer en un estado de aislamiento casi monacal por culpa de tu impulsividad.
El muchacho se sonrojó violentamente.
-¡Nadie vio nada! -exclamó-. ¡No puedes acusarme sin testigos ni pruebas!
-¿Gomen nasai...? -Kurako parpadeó-. Primo, ¿qué me estás ocultando? -inquirió, repentinamente suspicaz.
-Yo no... pues... es que... -titubeó él, para luego musitar-. Hikaru-chan...
-¿Hikaru-chan? -la Candidata volvió a quedarse en blanco. Miró a su primo, que jugueteó con el borde de su kimono dorado. Nunca le había visto tan vulnerable, tan inestable como entonces. Frunció el ceño-. ¿Quién es Hikaru-chan, y qué has hecho con ella para estar tan... descentrado, Gica-kun?
Él bajó la mirada.
-La candidata del Clan del Zorro...
El asombro y la indignación invadieron al unísono a la mujer. Se sintió traicionada.
-¿¡Tú también te vas fijando en las Candidatas de Clanes Menores...!?
Y sin embargo, él no había mostrado más interés por ella tras aquella primera entrevista. Ella había llegado tras el inmenso orgullo provocado por ser elegida Candidata del Clan León, feliz de volverle a ver, dispuesta a servirle, a conocerle, a aceptar incluso su lado difícil que había intuído tras sus retorcidas y astutas tácticas. Había bailado para él, le había entregado las flores de su cabello. Una ofrenda tan íntima, tan personal como podría haberlo sido una pieza de ropa muy querida. Él a cambio había invitado a cenar a la Usagi, desdeñando sus esfuerzos por agradarle.
Miró de reojo a su primo, que observaba distraídamente los árboles del jardín, ausente. Gica le había reprochado a menudo el ser demasiado pagada de sí misma. A ella no le ofendía aquella apreciación, pues en el fondo podía comprender que así era. Quería a su pariente, más allá de lo que los caracteres de ambos tuvieran de dispar. Y sin embargo, ¿cómo hubiese podido ser más modesta, siendo objetivamente hermosa, sabiéndose inteligente, disciplinada y culta, con una voz encantadora y un físico envidiable? Por muchas vueltas que le diera, le resultaba difícil ponerse al nivel de gente menos dotada. Eso era un fallo, sin duda, y uno que le costaría esfuerzo enmendar.
Debía reconocer que la Usagi no era fea, y sí mucho más modesta que ella. Pero no tenía gran cosa más destacable: sus pechos eran demasiado menudos, y su trasero desmesuradamente prominente. Era pequeña y bonita, pero basta en sus modales y demasiado directa. Sus ropas, inicialmente, habían sido elegantes pero no llamativas... algo que había cambiado tras un incidente que se comentaba por toda la Corte, en el cuál al parecer alguna dama envidiosa se había infiltrado en su habitación personal para destrozar cuanto poseía la muchacha. Aquella táctica ruín repugnó a Kurako, pues aunque no hubiese rechazado la posibilidad de batirse en duelo con la Usagi, aquella bajeza le parecía totalmente impropia de la nobleza exigida a los samurai.
En otras circunstancias, hubiese podido sentirse vagamente protectora por la Liebre, ya que sentía más afinidad por ella que por muchas otras Candidatas: Makoto estaba perdida en el ambiente de la Corte, un ambiente que a la propia Kurako en ocasiones le agobiaba... momentos en los que prefería estar sola, meditar, realizar sus rutinas de entrenamiento, estudiar estrategia o pasar un rato charlando con su primo. Ella tampoco era cortesana, pero su educación le permitía comportarse de forma bastante adecuada... salvo por aquel desliz imperdonable en sus primeros días con la Daimyo Otomo.
Se había dejado llevar y había hablado de más. Y ahora no podía disculparse, pues hacerlo hubiese confirmado un rumor que de otra forma podía ser considerado cierto, o no... mientras que rogar el perdón de la Dama de Hielo hubiese sido condenarse irremisiblemente. Y dudaba que Hoketuhime fuese precisamente indulgente con quienes la ofendían.
Suspiró.
-Pareces descontenta, Kurako-chan -le dijo su primo, saliendo de su abstracción para sonreírle.
-Y lo estoy, Gica-kun... por si no te has dado cuenta, voy a tener que permanecer en un estado de aislamiento casi monacal por culpa de tu impulsividad.
El muchacho se sonrojó violentamente.
-¡Nadie vio nada! -exclamó-. ¡No puedes acusarme sin testigos ni pruebas!
-¿Gomen nasai...? -Kurako parpadeó-. Primo, ¿qué me estás ocultando? -inquirió, repentinamente suspicaz.
-Yo no... pues... es que... -titubeó él, para luego musitar-. Hikaru-chan...
-¿Hikaru-chan? -la Candidata volvió a quedarse en blanco. Miró a su primo, que jugueteó con el borde de su kimono dorado. Nunca le había visto tan vulnerable, tan inestable como entonces. Frunció el ceño-. ¿Quién es Hikaru-chan, y qué has hecho con ella para estar tan... descentrado, Gica-kun?
Él bajó la mirada.
-La candidata del Clan del Zorro...
El asombro y la indignación invadieron al unísono a la mujer. Se sintió traicionada.
-¿¡Tú también te vas fijando en las Candidatas de Clanes Menores...!?
***
La noticia de que Sezaru-sama no iba a poder dedicarle el desayuno no fue muy agradable, más cuando el shugenja se limitó a enviarle una nota algo impersonal en vez de disculparse en persona. Makoto se sintió decepcionada, para luego echarse a sí misma en cara aquella reacción. No era justo que se molestara con la Voz del Emperador por cumplir con sus deberes, unos deberes que justificaban más que de sobras que no se presentara a un compromiso tan informal como aquel.
No debía ni pensar en la posibilidad de que él la estuviera rehuyendo a causa de la profecía que le había comentado, o se iba a echar a llorar...
En vez de eso se centró en la entrevista que, milagrosamente, Kotetsu le había concertado a solas con el Hijo del Cielo. Ai no había tenido oportunidad de devolver el kimono, así que la excusa había sido obvia. De hecho, la criada se había mostrado aliviada de la resolución de Makoto, así que seguramente la dama Unicornio tenía toda la razón del mundo al indicar que la había colocado en una situación incómoda al pedirle que devolviera la prenda discretamente.
Durante la mañana, el Emperador se centraba en reuniones, entrevistas y audiencias públicas, así que a la Usagi no la sorprendió que la citara después de comer. Tras pensar que debería almorzar con el Canciller y pedirle disculpas en persona por su ausencia del día anterior, se había descubierto incapaz de ingerir nada. Tal vez fueran los nervios, pero finalmente se contentó con enviar a Ai solicitando al salaz Kaukatsu que la perdonara, pero que no iba a poder acudir en caso de que quisiera renovar su cita. Éste se mostró comprensivo, en exceso y todo según la opinión de la criada, y le indicó por escrito que podían quedar cuando se encontrara más repuesta de su malestar. De todas formas, añadía, él tenía una semana compleja y llena de compromisos, así que no le iba mal aplazar aquella comida.
Tanto mejor, se dijo la Usagi. La visión de comida en aquel estado de inquietud le soliviantaba el estómago.
Así se siguió sintiendo tras llegar al lugar donde Ide Kotetsu le había concertado la entrevista. Era un bellísimo jardín privado, situado en las estancias personales del Emperador. Éste se encontraba dándole vueltas a un crisantemo delicadamente rosado entre los dedos, y sonrió al verla. Makoto se postró a sus pies.
-Mi Señor...
-Ah, Makoto -la voz del Hijo del Cielo era casi alegre-. Puedes levantarte.
Ella así lo hizo, y sus miradas se encontraron. La joven se dió repentina cuenta de que estaba cometiendo el mismo desliz que cuando había sido presentada ante la Corte al completo, y bajó los ojos rápidamente, sonrojándose hasta la raíz de cabello.
-Gomen nasai... Tengo entendido que os incomodé grandemente en vuestro paseo nocturno -profirió la joven, intentando centrarse.
-¿Incomodarme? -Naseru sonrió-. Que una muchacha hermosa me bese no es incomodarme...
-¡Mi Señor! -protestó ella-. No suelo ir por ahí besando a la gente como norma.
-¿Entonces no se repetirá esa conducta? -preguntó él con seriedad.
-¡Iie! -Makoto abrió unos ojos como platos, retrocediendo involuntariamente un paso.
-Una pena...
Ante aquel comentario tan poco decente, Makoto sintió la tentación de lanzarle el paquete que contenía el kimono imperial a la cabeza y salir corriendo. Sin embargo, se contuvo, juzgando tal actitud completamente infantil e indecorosa.
-Sólo beso a las personas que me gustan mucho -profirió entre dientes apretados, en cambio.
-¿No os gusto? -una ceja muy negra se arqueó desafiante y juguetona. El Emperador parecía estarse divirtiendo, y la irritación hizo que Makoto olvidara por primera vez su lánguida melancolía debida a las declaraciones de Sezaru.
-Le pegásteis a Sezaru-sama -señaló, enfadada.
-Y con buen motivo, creo yo -ahora fue el turno del Emperador de parecer entre ofendido y desconcertado-. Os deshonró.
-¿Que él me...? Eso es una tontería -protestó la Liebre, asombrada-. Y además, él no se puede defender de vos, y vos lo sabéis. No ha estado bien.
-No estáis casados -repuso con seriedad Naseru-. Y os besó.
-¡Yo quería que me besara! -exclamó Makoto, a punto de patear el suelo por la frustración que le producía aquella discusión circular. Desde un punto de vista externo, tal vez hubiese debido darle la razón al Emperador. Pero ella sabía lo que había ocurrido realmente, y se consideraba tan culpable como el propio Sezaru. En cambio, Naseru había abusado de su prerrogativa como Hijo del Cielo al agredir personalmente a alguien que estaba incapacitado por su lealtad a defenderse de cualquier manera...
-¿Estáis regañándome? -el único ojo del Emperador se abrió de par en par, con estupor. Makoto revisó sus palabras, su actitud. Efectivamente...
-Gomen nasai -apretó los puños, desviando la mirada-. He hablado fuera de lugar.
Él se rió a carcajada limpia, cosa que hizo poco por serenar el ánimo soliviantado de la Usagi.
-¡Lo estábais haciendo! -exclamó gozoso-. ¡Eso sí que es valor!
-¡Sóis... sóis...! -Makoto se mordió el labio inferior, furiosa-. ¡Sóis tan irritante!
-¿Irritante...? -Naseru inclinó la cabeza a un lado, como fascinado-. ¿Y qué más?
-Consentido -precisó ella, devolviéndole ahora la mirada.
-Seguid, os lo ruego...
-¡Todo lo que tenéis de guapo lo tenéis de narcisista!
-¿Y soy muy guapo? -sonrió él, aparentemente muy divertido por la situación.
-¡Hai! -repuso ella con calor-. No entiendo qué os ven las otras mujeres, salvo que se enamoren de vos en la distancia... ¡En persona sóis insoportable!
-Vuestra sinceridad es refrescante -comentó él, dejando con cuidado la flor sobre un banco de piedra-. Y debo decir que coincido en todo con vuestra opinión. Pero claro, ¿cuántas de las damas que se creen locamente enamoradas de mí creéis que han hablado conmigo? -le sonrió, indulgente.
-Muy pocas, o no habría tantas que me odiaran -respondió Makoto con cierto resentimiento. La sonrisa de él se volvió casi gentil.
-¿Y cuántas de las pocas que han hablado conmigo creéis que tienen opinión propia, en vez de estar cuidadosamente adiestradas para coincidir educadamente conmigo en todo...? -se sentó en el asiento de piedra, junto a la flor cortada, volviendo a juguetear con ella.
Makoto se sintió desconcertada de nuevo, y su rabia la abandonó como por encanto. Frente al Emperador solía sentirse así, entre perpleja y furiosa. Nunca tranquila y reposada como se suponía que debía ser una dama... Y sin embargo, él le estaba haciendo ahora algo similar a una confidencia. Al parecer, su excesiva sinceridad no era una molestia para él, ni siquiera cuando había pronunciado palabras que, aunque extentas de traición, no lo estaban en absoluto de crítica.
Se arrodilló a sus pies, mirándole con perplejidad a su único ojo negrísimo, indescifrable.
-Sóis realmente complicado -dijo, sin intentar camuflar la confusión que sentía. De todas formas, ésta era demasiado obvia.
-Hai, eso me dicen siempre -él sonrió-. ¿Sabéis? Me gusta vuestro carácter.
-Pues a mí no me gusta el vuestro -confesó ella sin doblez.
-Eso es otra cosa que me gusta -contestó el Emperador con una sonrisa sorprendentemente franca-. No sóis aduladora, ni obsequiosa... y no dudáis en gruñirme si creéis que me lo merezco -por un momento su párpado ocultó la pupila azabache, y Makoto se sintió extrañamente en armonía con aquel hombre tan tortuoso que parecía estarse relajando por segundos en su presencia, como un gato tumbado al sol-. Admito que he sido un salvaje y un egoísta a posta...
-Hacéis que el deber de un samurai me resulte particularmente duro -gimió ella, agobiada y de nuevo molesta.
-Pero seguís cumpliéndolo, y aún así -volvió a mirarla, sonriéndole de forma singularmente íntima- sóis sincera conmigo...
-No sé ser de otra manera -repuso la bushi, bajando sus ojos castaños algo incómoda. Él la tomó por la barbilla, y Makoto dejó escapar una exclamación, apartándose bruscamente ante el indebido contacto. Naseru frunció el ceño con severidad.
-¿A dónde vas? -le reprochó. Ella se quedó sin palabras unos segundos, y luego contestó con humildad:
-A ninguna parte, mi Señor -permitió que él volviera a tomar su rostro entre unos dedos morenos, demasiado callosos para un cortesano. Se miraron sin tapujos, y la sonrisa de él volvió a florecer con una franqueza tan conmovedora que a la Usagi le costó mucho no devolvérsela.
-Cuánta fuerza... -suspiró él. Parecía casi conmovido, pero la joven no supo decir por qué-. Pero... onegai, no nadéis borracha. Me dísteis un susto de muerte, creí que os ahogábais...
-¡Gomen nasai! -de nuevo, él cambiaba de conversación justo cuando ella creía saber de qué estaban hablando. Se puso como la grana, y la disculpa brotó a borbotones-. No había bebido jamás, mi padre es muy severo y no permite esas cosas en casa, y yo... -él le puso un dedo sobre sus labios, y ella calló.
-Sólo prometedlo, o tendré que vallar el lago para dormir tranquilo -la voz de Naseru era tranquila, pero contenía una nota de súplica que turbó profundamente a la Usagi.
-Os doy mi palabra. En realidad... ni siquiera recuerdo haberme tirado al agua...
-Mejor... No querríais recordar al Khan desnudo -la sonrisa de él fue maliciosa esta vez, pero con un humor ligero y curiosamente encantador-. Yo creo que tendré pesadillas el resto de mi vida. Es... muy peludo, Makoto-san. Ardería si le acercáseis una vela -ella se echó a reír, y Naseru pareció satisfecho de su reacción-. Creí que os perseguía un oso por el agua...
-¡Pobre Chagatai-sama...! -la Usagi no podía contener la risa. Él se unió a ella, y por primera vez desde que entrara en aquella Corte Makoto se sintió realmente a gusto con él.
-¿Me hacéis un favor? -la pupila del Emperador expresaba de nuevo algo íntimo, como si le rogara.
-Depende -la desconfianza de ella estaba bien fundada, visto lo ocurrido entre ellos hasta el momento. Naseru no se desanimó por ello.
-Si soy un imbécil, decídmelo... Necesito gente así de sincera conmigo -le pidió con suavidad.
-¿Oh-Naseru-sama...? Sóis un imbécil -la sonrisa de la muchacha fue vacilante, como poniendo a prueba la voluntad expresa del Emperador. Pero él suspiró apaciblemente y contestó simplemente:
-Gracias.
-Ha sido un placer.
-¿Algo más? -inquirió él, inclinando la cabeza.
-Hai... No seáis tan duro con Sezaru-sama... -vacilante, Makoto añadió-. No se aprovechó de mí.
-¿Debo entender entonces que vos os aprovechásteis de él? -Naseru no estaba dispuesto a tomarse aquello en serio, y menos con la punzada de celos que estaba sintiendo en aquel preciso instante.
-En cierto sentido, sí... Me... me atrae mucho vuestro hermano -Naseru sintió que cada palabra era como una puñalada, mortífera y precisa-. No por su rostro o... nada por el estilo, sino por él mismo.
-Oh... ¿mucho? -musitó él. Ella asintió con timidez-. ¿Deseáis desposarle? -se obligó a decir.
La reacción de ella fue tan repentina como inesperada: se tapó la cara con las manos y se echó a llorar.
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