sábado, 28 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XXIV

Akodo Gica
La noche había sido apacible. El amanecer aún no había borrado las últimas estrellas, y el aire tenía la consistencia fresca y cortante de un vaso de leche helada. Las ramas de los árboles cubiertas de hojas cada vez más rojizas parecían apacibles espectros tendiendo sus extremidades grisaceas al cielo que se iba aclarando lentamente, con la promesa de que Amateratsu iluminaría el mundo una vez más desde el esplendor rutilante de su belleza.

Kitsuki Kenishiro observaba perezosamente cómo la luz blanquecina iba extendiendose horizontalmente, como capas de pintura sobre un kimono. La taza de té entre sus dedos estaba excesivamente caliente, pero a él no le importaba en exceso. El vapor del líquido hirviente daba una adecuada aura de misterio a su interlocutora, cuya faz ovalada parecía más agraciada entre aquella pequeña niebla doméstica y la luz vacilante del nuevo día. Sus ojos parecían más negros en la penumbra, más llenos de secretos, más ilegibles. Dada la juventud de la muchacha, al hombre le resultaba intrigante. Siempre había encontrado fascinante resolver enigmas que a otros les dejaban desconcertados.

-Debo reconocer que vuestra visita ha sido de lo más inesperada. No recordaba que hubiésemos hablado con anterioridad -dijo con voz sobria.

-Y no lo hemos hecho -Nanako depositó su propia taza ante ella, prefiriendo esperar a que se enfriara-. Pero vos pertenecéis al grupo de amigos de Mirumoto Sai-sama, y éste es el protector de Kitsune Hikaru-san.

-Ah -Kenishiro no entendió muy bien qué relación tenía todo aquello con él mismo, pero arqueó una ceja y esperó la explicación correspondiente.

-He oído rumores sobre Mirumoto Sai-sama. Es un hombre respetable, serio y honorable pese a su juventud, pero al parecer no ha prestado mucha atención a Kitsune-san. Supongo que sus deberes le habrán tenido atareado, y como hasta ahora ella no ha tenido motivo alguno de reproche...

-A Mirumoto Sai le interesa más perseguir bellezas que protegerlas -declaró el Dragón, precisando aquel punto con tono neutro. Aunque Sai siempre había sido ciertamente honorable, su actitud distante enmascaraba un interés casi desmesurado por el sexo opuesto.

-Sea por el motivo que sea, no han tenido siquiera una entrevista.

-Seguramente porque él estaba muy ocupado intentando verles la muñeca a las Candidatas León, Escorpión y Grulla -movió los dedos acariciando las irregularidades de la cerámica-. Aunque no creo que le disguste tampoco la Candidata Fénix. De hecho, creo que hay pocas mujeres que puedan disgustarle.

-No me interesan las actividades de Mirumoto Sai-sama -las mejillas de la Komori se colorearon ligeramente, pero no perdió la compostura-. Pero es el protector de Kitsune-san, y creo que alguien debería hacer algo antes de que... -suspiró-. Antes de que alguien exprese un interés impropio por ella. Al parecer mi amiga ha atraído la mirada de un joven Akodo. Ayer nos cruzamos con él en el baño, y él se la quedó mirando con poca discreción. No hizo nada, pero...

-Ahá -la mente del Kitsuki empezó a ligar cabos intuitivamente-. ¿No se tratará del joven que causó un alboroto ayer a la hora de la cena?

-Hai... el mismo -Nanako asintió y le dió un sorbo tentativo al té. Debía seguir estando muy caliente, porque lo depositó de nuevo ante ella. Tenía unas manos muy blancas, de esbeltos y largos dedos que se movían con expresiva gracia. Las uñas estaban muy cortas, evitando la moda de algunas cortesanas de pintárselas con vivos esmaltes-. El caso es que después de haber estado juntas en el baño, Kitsune-san se quedó sola brevemente allí con otra muchacha. Luego vino a buscarme, y por un breve lapso no tuvo ni acompañante ni criada... y cuando nos reunimos de nuevo venía con el pelo revuelto. Siempre es muy cuidadosa con su cabello.

-Y pensáis que quien se la quedó mirando podría ser el mismo que le alborotó la melena.

Nanako suspiró de nuevo.

-No han hecho nada impropio, estoy segura. Conozco a mi amiga. Pero hasta ahora los hombres habían expresado escaso interés por ella, debido a su físico poco común. Y justo el día que un bushi le presta tención, ella se queda sola, y llega sofocada y nerviosa...

-Parecería la teoría más sencilla, sí -asintió el Kitsuki-. Y a menudo la explicación más simple es la correcta -la mirada del Dragón se recreó en aquel rostro juvenil e inteligente, embebido en sus pensamientos. Le agradaba su forma de discurrir, y el que sus ojos parecieran absorber la luz hasta convertirla en dos destellos negros.

-En todo caso, hasta que el Emperador elija esposa, ninguna Candidata está libre de su deber hacia él. Y Akodo-san, que por lo que he oído siempre ha sido contenido y austero, parece...

-¿Un dique roto en plena inundación? -finalizó él. Las mejillas de la muchacha volvieron a sonrosarse levemente.

-Querría saber si podéis ayudarme. El que esté encerrado para meditar juega en su favor, ya que es muy dudoso que el Emperador vaya a fijarse en Kitsune-san... pero hasta que no declare sus intereses, sería una traición por parte de ambos el intimar indebidamente. Bastaría con que hubiese una sospecha de que se interesa en exceso por la propiedad del Emperador... eso podría ocasionar una investigación, y no mancillaría su honor ya que se trataría sólo de un rumor que se investiga, sin hechos para apoyarlo. Pero serviría para mantenerle encerrado, y alejado de Kitsune-san. Ella es sólo una muchacha, y es impresionable como cualquier otra al hecho de causar tanta admiración... -dijo, como si ella misma no fuese apenas una niña. No lo parecía, sin embargo: inteligente, reposada, controlada sin resultar distante... podía ser inexperta, pero nadie dudaría que era toda una mujer.

-Hai, y Akodo-san es demasiado joven, y al parecer tenía una vena ardiente que él mismo ignoraba tener. He visto casos parecidos... es peor cuanto menos se muestra -pensó en Mirumoto Sai, que ocultaba su lujuria bajo aires de dignidad hasta extremos casi absurdos. Ella sonrió ligeramente.

-No sabría deciros, Kitsuki-sama. No tengo experiencia en terrenos románticos.

-Oh, yo soy viudo y he tenido numerosas amistades con embrollos en esos temas, pero os aseguro que siempre queda espacio para aprender. Por ejemplo -fijó sus ojos muy verdes en los de ella-, me encantaría descubrir si es cierto que los murciélagos se orientan bien en la oscuridad.

Esta vez los colores de ella fueron más que evidentes.

-¿Puedo contar con vuestra ayuda en este tema, entonces? -preguntó con voz ligeramente ronca la joven. Kenishiro se congratuló por ello: al parecer, a la muchacha no le resultaba totalmente repugnante si podía alterarla simplemente con aquellas palabras.

-Desde luego. Hablaré con Otomo Hoketuhime-sama. Estoy seguro de que querrá evitar futuros disturbios...

-Arigatô -Nanako se inclinó profundamente. Lamentablemente, su cabello suelto no mostró la nuca como lo habría hecho un recogido más formal.

***

Antes de que el sol saliera Sezaru ya estaba meditando. Por eso no le pilló por sorpresa que le requirieran temprano. Salió sin desayunar, dejando una nota para que se la remitieran a Usagi Makoto indicando que no podría acudir a su cita matutina, yendo para el lugar donde le dijeron que habían encontrado una extraña espiral en el suelo, medio borrada por la lluvia y de la que salían huellas de pisadas. Era intrigante cuanto menos, pero no parecía haber marcas de corrupción alguna o magia maligna. No obstante, aquel hallazgo le dejó pensativo y se quedó investigándolo, intentando descifrar lo poco que quedaba de cualquier hechizo que hubiese podido hacerse allí.

No lo hacía para rehuir a Makoto ahora que sabía que le iba a romper el corazón, por supuesto. Era sólo que tenía deberes que cumplir.


Notas: El modelo para Gica es Adam Lundberg, podéis ver otras fotos de él en el portafolio de Monica Schwartz "The Silent Samurai". Todos los derechos pertenecen a la fotógrafa y su modelo. http://www.mschwartzphoto.com/#/client/template.xml?aaa=portfolio/43941

martes, 24 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XXIII


Mochi relleno de pasta de judía roja
Los pasillos sombríos y tranquilos del palacio de Kyuden Miya eran un lugar perfecto para perderse en sus pensamientos. Amplios y con una iluminación intimista, con la guardia Seppun rondando para garantizar la seguridad de todos, y con el aroma a aceite y humo entretejiéndose con el más fresco del aire puro y las flores ya dulzonas en su decadencia temprana otoñal, incitaban a abstraerse mientras se caminaba. Bellas cortesanas y refinados cortesanos se cruzaban saludándose con inclinaciones más o menos profundas, pero si uno caminaba a un lado como lo haría un sirviente apenas llamaba la atención al deslizarse entre lámpara y lámpara. Komori Tanaka observó cómo no era él sólo quien prefería andar en la penumbra: unos pasos por delante de él caminaba Usagi Makoto, tan sumida en sus meditaciones que ni se dio cuenta de que iban casi al mismo paso y en la misma dirección.

Su protegida, Nanako, le había hablado brevemente de su proyecto de hablar por fin a la joven Liebre. Tanaka aprobaba por completo tal iniciativa, pues los Clanes Menores debían mostrarse unidos ante el resto de oportunistas de la Corte. Si no, ¿cómo iban a sobrevivir? Los Clanes Mayores, más ricos e influyentes, con muchísimos más samurais y dominando territorios y ciudades de prestigio, eran como el proverbial elefante ante los Menores. Y no cabía duda de que había quienes abusaban de tales privilegios...

Por ejemplo, Akodo Kurako. Tanaka sentía un desprecio ilimitado por aquella joven de belleza sin par y corazón orgulloso. Le costaba admitir que tuviese una sola virtud que redimiera sus aires de superioridad al mirar a los demás. Era lo bastante educada para no demostrar su desprecio demasiado abiertamente, pero para alguien mínimamente perspicaz éste era evidente, y cargante.

Odiaba a aquel tipo de personas. Quizás por eso le agradaba tanto Usagi Makoto, pese a no haber intercambiado ni media palabra con ella. Tal vez debiera cambiar esto...

Se adelantó unos pasos.

-¿Usagi Makoto-san? -le hizo una inclinación respetuosa-. Disculpad, mi nombre es Komori Tanaka, acompañante de la Candidata Komori Nanako-san.

-Ah... estoy encantada de conoceros, Komori-sama -la muchacha correspondió a su inclinación con otra igualmente profunda-, pero me pillais en mal momento... tengo una cita.

-Seguramente ilustre -los ojos del Komori brillaron con humor-. No conozco a nadie que haya sabido granjearse tantas y tan elevadas amistades en tan poco tiempo como vos. Pero no os preocupéis, no os voy a retrasar... si no os importa que os acompañe...

La joven le miró, como intentando descifrar sus intenciones, y luego asintió casi a regañadientes. Daba la impresión de que su cabeza estaba en otro lado, lo cual hubiese podido resultar insultante si no hubiera sido porque Tanaka comprendía perfectamente que la muchacha estaba sometida a excesiva presión precisamente debido a sus "ilustres amistades". Ella era demasiado joven e inexperta para nadar en según qué aguas, plagadas de tiburones, y sin embargo ahí estaba. Otro motivo más para que le resultara simpática.

-Lamento ser tan brusca -se disculpó la bushi-. No me importa que me acompañéis, de veras... es sólo que estaba algo abstraída -confesó, como si hubiese leído los pensamientos de él. El Komori se rió.

-No tenéis que disculparos conmigo. Soy yo quien os impone su presencia cuando tenéis un compromiso previo -señaló con delicadeza-. Pero viendo lo apretada que está vuestra agenda, entenderéis que no quiera dejar pasar la oportunidad de hablaros cuando por fin coincidimos.

-Oh, no creo que mis horas estén más ocupadas que las de otros... al contrario, en algunas ocasiones estoy más libre que nadie -sonrió un poco, torcidamente.

-Habláis de vuestras cenas, sin duda... el único momento en que por decreto debéis estar sola, a menos que seáis requerida por el propio Emperador -al hombre le brillaron los ojos por un instante, coléricos, pero consiguió que aquel enfado no traspasara más allá de su amistosa sonrisa. No soportaba las injusticias, aunque en aquel tipo de cortes debiera lidiar con ellas como si fuesen lo más natural-. Es una lástima que una joven como vos no pueda decidir libremente qué hacer con sus horas, pero...

-Pero es la voluntad del Hijo del Cielo -terminó ella, restándole importancia-. En realidad, no me molesta demasiado. Me da tiempo a pensar en mis asuntos en soledad, cosa que dada mi tendencia a embrollarme me resulta útil -comentó.

-Ah, sóis una muchacha positiva -él asintió, satisfecho. La Usagi rebosaba de sentido común, lo cuál era de agradecer-. Eso está bien. No hay que dejarse ahogar por aquello que no podemos evitar, ¿y qué hay de más inamovible que los designios del Emperador, sean o no justos...?

-Hay quien diría que el Hijo del Cielo sostiene la última palabra en cuestiones de justicia -respondió ella, frunciendo el ceño con lealtad.

-Cierto, pero dudo que en vuestro caso se trate de un castigo a alguna actitud espantosa, así que no me negaréis el derecho a pensar que en esta situación en concreto el Hijo de Amateratsu pueda... haber cometido un ligero desliz en su justicia inapelable y perfecta.

Ella se rió con ganas, antes de decir:

-Vuestro humor es peligroso -señaló Makoto.

-La verdad a menudo lo es -indicó él-. Ah, las estancias de la enviada del Unicornio... Adivino que el compromiso que teníais debe ser con vuestra amiga Ide-sama. Me temo que ahora deberé dejaros meditando mis arriesgadas palabras. Espero que no me retiréis el saludo por ellas.

-Oh... No, supongo que no -respondió la bushi, haciéndole una reverencia-. Nos veremos en otra ocasión, Komori-sama.

-Eso espero, Usagi-san -le contestó-. De veras que lo espero. Hasta la vista -saludó a su vez.

Makoto se quedó mirando cómo el hombre se alejaba, intentando comprender su extraña aunque evidentemente amistosa actitud. Luego se encogió de hombros y procedió a llamar a las puertas de Ide Kotetsu. Al menos, aquel encuentro inopinado le había servido para cambiar sus lúgubres pensamientos...

***

La dama Unicornio había estado esperando que Makoto apareciera para charlar con ella. Lo primero hablaron de la extraña alianza de las Candidatas de Clanes Menores, y cómo le habían dejado de hacer el vacío. Kotetsu se permitió una ligera reprobación respecto a la apariencia de Makoto, pese a tener ella misma una señal clara de dientes en el cuello. A fin de cuentas, la Unicornio ya no tenía nada que demostrar, pero la joven Liebre sí tenía mucho camino por recorrer aún. Debía aprender a ser irreprochable, o a parecerlo cuanto menos. La Cortesana en cambio ya hacía mucho que no tenía que jugar a ese juego, cubierta como estaba de favores y alianzas, y bien arropada en influencias propias de la Enviada ante el Emperador de su Clan.

Todo lo cual no evitó que Makoto se pusiera como la grana al ver aquella señal de actividades poco castas. La muchacha era inocente, pero no tanto. En cambio, la mujer mayor se fijó en algo igualmente rebelador pero menos propio de bromas pícaras.


-Tienes los ojos rojos -señaló Kotetsu, frunciendo el ceño-. ¿Estás bien?

-He estado hablando con Sezaru-sama... y me ha dicho... que existe la posibilidad de que yo...

Al ver que la joven estaba tan preocupada, la dama Unicornio le hizo sitio en un cojín a su lado. La otra se dejó caer pesadamente, con un desánimo poco habitual en ella.

-Cuéntamelo todo, anda -la animó la mujer.

-Ha dicho que existe la posibilidad de que me case con otro. No me ha dicho con quién... aunque tampoco quiero saberlo, sinceramente -la cara de la Liebre expresaba una mezcla de apuro y repugnancia-. Es normal casarse sin amor, pero...

Kotetsu sirvió el té, frunciendo ligeramente el ceño y luego volviéndose hacia su protegida, inclinando la cabeza a un lado.

-¿Pero...? -la animó a seguir.

-Él me ha dicho que yo sería feliz. Y yo no puedo imaginar ser feliz haciéndole daño a Sezaru-sama...

-Así es como me sentía yo antes -asintió la dama Ide-. Aunque siempre te queda la opción de que seáis amantes... es lo más habitual, de hecho. Siempre dentro de la cortesía y el buen gusto, por supuesto...

-Yo no sé mentir, Kotetsu-san -respondió Makoto con una risa algo nerviosa-. No sólo no me gusta hacerlo, es que soy incapaz de ello...

-Oh -la Unicornio dio un sorbo a su infusión, pensativa-. ¿Me dejas probar...? -ante el asentimiento de la muchacha, preguntó de sopetón-. ¿Quieres acostarte con Sezaru-sama? -por toda respuesta, la bushi se fue poniendo del color de las amapolas. Aquello ya era una respuesta en sí misma. La mayor sonrió y continuó-. ¿Lo harías ahora mismo?

-Iie... -susurró Makoto.

-¿Y por qué no?

-Porque... porque el Emperador me dejó su kimono.

-¿Gomen nasai? -Kotetsu se quedó completamente desconcertada ante esta respuesta, pues era obviamente sincera, y sin embargo totalmente inesperada. Al parecer, también lo era para la Usagi, que se cubrió la cara con las manos-. Explícate, Makoto-san.

-He... he besado al Emperador. Estaba borracha y... al parecer quise... quise comparar -murmuró Makoto entre los dedos.

La Unicornio estaba acostumbrada a encontrarse sorpresas, pero aquella le dejó sin palabras por unos instantes. Luego dijo un sentido:

-Madre de todos los Kamis...

-Y luego él le pegó al pobre Sezaru-sama -añadió la muchacha, bajando las manos tras las que se había parapetado, y con un enfado evidente.

-Makoto-san... ¿quieres acostarte con el Emperador?

-¿Na... nani? ¡Iie! -negó la bushi con excesivo calor.

-¿Te gusta? -interrogó, con algo más de tacto.

-No lo sé -repuso la muchacha, molesta.

-Ay, Kamis... ¿Y Kaneka-sama?

-Es como un gato grande, cariñoso... o como una hermana mayor -Makoto volvió a sofocarse-. Como un hermano, quise decir como un hermano mayor.

Aquella vehemencia hizo reír a Kotetsu.

-Makoto-san, soy una de las personas de mayor confianza del Khan, al que debo mi lealtad absoluta. Sé muchas cosas...

-Oh -la joven pareció vagamente desalentada-. ¿Pero lo ves...? No sé ser discreta, callar por cortesía o deformar la realidad. Se me da fatal... Pero en todo caso el Emperador no es comparable a su Voz. No hace más que meterme en líos, es caprichoso y consentido, y le ha pegado a Sezaru-sama. Tiene mi lealtad como samurai, ¡eso es todo!

-Pues habla con él, pídele permiso para estar junto a Sezaru-sama, dile que eres seria en tus intenciones... Como Candidata, perteneces al Hijo del Cielo por encima de todas las cosas, así que tampoco puedes embarcarte en ninguna relación sin cometer traición si no no te lo permite. En principio, deberíais esperar a que él se prometa para poder hacerlo público... pero nada te impide solicitar pasar el tiempo con un pretendiente. Si él no te pone pegas...

-Pero el Emperador me llama cuando él quiere, ¡no a la inversa! -exclamó la Bushi algo escandalizada.

-Ve a devolverle su kimono.

-Se lo di a Ai-san... No quiero que nadie me vea con esa prenda y piensen... cosas -Makoto se acordó de las tres Candidatas en unido grupo, o de Akodo Kurako... cualquiera de ellas sacaría las cosas de quicio si descubrían que tenía semejante pieza de ropa-. Además, el Emperador me pone nerviosa.

-Eso le pasa a todo el mundo.

-Sobre todo a las jovencitas que se desmayan cuando él pasa... -intentó bromear la Usagi.

-Esas son bobas o débiles de carácter -repuso Kotetsu, despiadada ante lo que consideraba una muestra de falta total de autocontrol y sentido común.

-No lo entiendo, la verdad... Todas esas Candidatas están enamoradas de él y él no les habla siquiera. Yo en cambio sí he conversado con él, y la mitad del tiempo siento deseos de estrangularle... No se lo digáis a nadie.

-Claro que no -sonrió Kotetsu-. Pero tienes que tener en cuenta que hay quien se enamora de una imagen idealizada en vez de una persona. Es bastante habitual cuando se es joven e impresionable. Y el Emperador, reconozcámoslo, es un hombre guapo, fuerte y atractivo -Makoto hizo una mueca en respuesta. La Unicornio meneó la cabeza, divertida-. ¿Quieres que te solicite una audiencia privada y discreta?

-Hai, aunque...

-No me repitas que le diste el kimono a tu criada, onegai -Kotetsu alzó una mano cortando sus protestas-. La pobre chica no debe tener ni idea de cómo devolver una prenda al Emperador sin que se entere todo Kyuden Miya... créeme, le estarás haciendo un favor de esta manera. Y tú te podrás quitar un peso de encima -y, quizás, aclararse un poco con aquellos sentimientos confusos que tenía por el Hijo del Cielo, añadió la mujer para sus adentros.

***

Tras la cena, la gran Daimyo de los Otomo estaba recogida en su salón privado, peinándose los cabellos castaños sueltos sobre los hombros y escrutando su rostro en busca de alguna emoción, congratulándose de no encontrarla pese a sentirse tan cansada y deprimida en aquellos momentos. Rodeada de pompa y lujo, encontrándose constantemente con jovencitas que aspiraban a convertirse en futura Emperatriz, viendo al Emperador jugueteando con ellas constantemente aunque sin interés real... Ella sabía cómo se mostraba Naseru-sama cuando deseaba realmente a una mujer. No había visto señal alguna de ese tipo de atracción en él por ninguna de las damas, ni siquiera por la refinada Candidata Doji o por la ardiente y encantadora aunque engreída Akodo. Pero todo aquello era una dura prueba para su autocontrol. Era como estar clavándose afilados cuchillos de celos en el corazón cada vez que él dirigía la palabra a una de ellas, ni que fuera brevemente. Y cuando pensaba que tarde o temprano él debería decantarse por alguna jovencita...

Su respiración no se alteró, ni sus ojos se enrojecieron, ni las lágrimas corrieron por sus mejillas. Ella era más fuerte que sus tempestuosas emociones. Mantendría el control como fuera.

La voz de uno de sus guardias de confianza la sacó de su abstracción.

-¿Mi Señora?

-Hai -cerró con cuidado sus ropajes blancos de luto, dejando los cabellos sueltos. Más tarde elaboraría un cuidado peinado, o quizás por la mañana. En aquel momento tenía preocupaciones más urgentes que atender, al parecer-. ¿Qué ocurre?

-Mi Señora, ha habido un disturbio en uno de los comedores. El acompañante de la Candidata Akodo ha golpeado a otro samurai y se han peleado... a puñetazos, como críos plebeyos.

Otomo Hoketuhime no permitió que la sorpresa asomara a su rostro helado.

-¿Se sabe a causa de qué ese comportamiento indigno de alguien de su categoría y posición?

-Al parecer... -el guardia se aclaró la garganta-. Akodo Gica-san se quedó mirando al postre, Mi Señora. Sin tocarlo. Y el otro samurai le dijo que si no pensaba comérselo, podía dárselo a él.

-¿Y por eso tanto disturbio...? Que permanezcan ambos encerrados por alterar el buen orden de la Corte del Emperador -dijo heladamente la gran dama-. Que mediten un par de días. Luego se les permitirá volver a sus actividades normales.

-Sí, Mi Señora.

Hoketuhime volvió a contemplarse en el espejo, intentando recordar qué había habido de postre durante la cena.

Ah, sí. Mochis.

Notas: imagen sacada del blog http://yourjapanesemenu.blogspot.com.es/2011/06/japanese-menu-mochi.html
No se pretende infringir ningún copyright. La imagen pertenece a su autor.
Más información sobre los mochi: http://es.wikipedia.org/wiki/Daifuku

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XXII

Suzume Chiharu
Makoto sentía no se sentía muy cómoda al volver a los baños, rodeada de un álito de tristeza que le resultaba extraño. Se consideraba a sí misma una persona optimista y positiva, pero la actitud de Sezaru había sido deprimentemente resignada, como si le planteara un hecho consumado en vez de una posibilidad. No sabía si le sentaba peor esto en sí, o el que él no tuviese ninguna fe en que ella pudiera desear casarse con él pese a todo, que ella pudiera influír en ese futuro que el Lobo daba por sentado.

Creía en el destino, por supuesto. Creía en seres sobrenaturales, en los antepasados y su poder, en las Fortunas y los Kami. El karma era una parte más del ovillo de influencias que se entretejían en la historia de Rokugan, ¿pero era realmente inamovible? La joven bushi se negaba a aceptar que su opinión, sus deseos, su voluntad no pudieran afectar a aquello que todavía no había ocurrido. Pero el Shugenja pensaba de forma diferente, y no había querido darle pista alguna sobre quién era la persona que supuestamente ella debía desposar, y que les separaría para siempre...

La mera idea le provocaba un dolor sordo. Podía no estar segura de lo que sentía hacia Sezaru, pero sí sabía que el dejarle sólo, desesperado y anhelante era algo que no le permitiría ser feliz. Si sus padres se negaban a que se casara con la Voz del Emperador, algo que en sí mismo le resultaba complicado de aceptar, ¿qué candidato podían proponer a cambio que pudiera borrar de su mente al shugenja hasta el punto de ser dichosa a su costa? Aunque quizás no fuese su familia la que pusiera pegas; recordó la extraña actitud del Hijo del Cielo hacia ella. ¿Se negaría a conceder su permiso a la boda de su hermano mayor por parecerle ella indigna, al pertenecer a un Clan Menor? Sin duda, el Lobo se rebajaba en estatus con aquella unión. Aquello parecía más plausible que imaginar que su familia se negara, pero...

La joven samurai frunció el ceño, y luego trató de relajarse. No iba a darle vueltas a una posibilidad que ni siquiera sabía si era verdad, y menos a enfurecerse contra Naseru por un incidente que no había causado. Si se daba la situación, debería lidiar con ella lo mejor que pudiera, pero hasta entonces...

Suspiró y entró a la sala de baños. Dobló sus pertenencias con cuidado, dejando sus objetos personales y ropa sobre su katana. Luego procedió a lavarse cuidadosamente el sudor con agua fría y jabonosa, meticulosa por hábito pese a estar su mente ausente de la tarea que se traía entre manos. Estaba tan absorta que ni vió pasar a Akodo Kurako. Afortunadamente, ésta tampoco se percató de su presencia y pasó a su lado, envuelta en un grueso kimono de baño y acompañada por el joven encargado de velar por su virtud. Ni siquiera llegaron a cruzar las miradas, ya que Makoto se hallaba de espaldas a la pasarela principal cuando la León caminó por ella. Su compañero, por su parte, parecía ensimismado y ni vió que había otra persona cuando salieron de los baños. Las puertas se cerraron tras ellos con un ruido sordo.

La joven Liebre sacudió la cabeza, decidida a reaccionar. No podía quedarse tan apagada por un suceso que aún no había tenido lugar. Lo que haría sería adecentarse e ir a ver a Kotetsu, descubrir cómo se encontraba tras lidiar con su poco ortodoxa solución al problema de sus dos pretendientes, y hablar del tema si era necesario para sacárselo de la mente. Pero quedarse allí rumiando su amargura no iba a mejorar nada, así que...

Decidida, entró a la zona de aguas termales. Tres muchachas estaban charlando entre los bambúes, comentando algo que debía ser gracioso a juzgar por las risas que soltaban. Una de ellas era morena y delgada, con un rostro ovalado enmarcado por un peinado que debería haber sido excesivamente severo pero que en ella funcionaba, a juego con sus negros e intelectuales ojos. Otra era menuda, de aspecto delicado y gentil, y parloteaba rápidamente, tan bonita e inquieta como un pajarillo. La tercera tenía un precioso cabello castaño rojizo y ojos muy verdes en una cara tan hermosa que hacía aún más evidente el cuerpo poco clásico sobre el que reposaba, como si alguien hubiese pintado un cuadro perfecto y luego lo hubiese dejado sobre un accidente geográfico en vez de buscarle un marco adecuado. No las conocía, así que le sorprendió ver cómo la saludaban y se dirigían hacia ella, encabezadas por la más alta y seria.

-¿Usagi Makoto-san? -preguntó decidida la joven de ojos negros, de una forma tan asertiva que no parecía tener duda alguna. La bushi, no obstante, asintió algo desconcertada-. Perdonad que os abordemos sin más... Yo soy Komori Nanako, y éstas son mis amigas, Suzume Chiharu -señaló a la más menuda y bonita- y Kitsune Hikaru -indicó a la pelirroja-. Encantadas de conoceros -las tres hicieron una inclinación de cabeza, ya que el agua no permitía una reverencia más profunda.

Makoto correspondió al saludo, preguntándose en su fuero interno qué querrían aquellas muchachas, y por qué le abordaban ahora. La Candidata del Zorro soltó una risilla, mirando a través de ella.

-Imagino que debeis estar desconcertada. Nosotras os vimos en vuestra presentación ante el Emperador, pero claro... vos teníais cosas más importantes que atender en aquel momento y no fuísteis mirando a todos los presentes -dijo con fina ironía-. Y desde entonces habéis estado notablemente ocupada -añadió enarcando una ceja.

-El Emperador, sus hermanos, el Canciller, la Candidata León, Ide Komatsu-sama, el Khan, Soshi Angai-sama... tenéis unas amistades de lo más ilustres -comentó la Murciélago, inclinando la cabeza a un lado.

-Y tampoco queríamos cruzarnos en el camino de alguien como Akodo Kurako-sama -añadió la Kitsune con un fingido escalofrío-. Esa muchacha considera a las demás Candidatas como material para afilarse las uñas... bueno, a las de Clanes Menores ni eso -rió de nuevo-. Salvo a vos, claro.

-Uhm -Makoto miró a la Candidata Gorrión, que había enrojecido y miraba hacia abajo con timidez, en una actitud opuesta por completo a la vivacidad que había mostrado antes de que la abordaran. Sospechó que el acercamiento era más cosa de las otras dos, ya que la joven Suzume parecía más dispuesta a derretirse en el agua que a dirigirle la palabra-. Entiendo que la actitud del Emperador hacia mí ha sido motivo de malentendidos, sí... y Akodo Kurako-sama ha magnificado la situación con su hostilidad.

La Kitsune y la Komori se miraron durante un segundo. La joven Suzume había levantado ligeramente la vista, mirando a Makoto con gesto de incomprensión.

-No iréis a decir que la Familia Imperial en pleno no os ha mostrado favor... Oh-Kaneka-sama no es una persona particularmente amistosa, pero os han visto hablando con él -señaló Komori Nanako-. Y Oh-Sezaru-sama os invitó a cenar, y os acompañó al pueblo en persona.

-Creo que eso también ha inducido a error -replicó Makoto-. Ni Kaneka-cha... sama ni Sezaru-sama han estado compartiendo su tiempo conmigo debido a que creyeran que yo voy a ser su futura cuñada -se pellizcó el puente de la nariz, sintiendo una especie de jaqueca incipiente-. Ni tampoco el Emperador ha mostrado más interés por mí tras prohibirme que cenara con nadie más.

-Los asuntos que pueda tener la Familia Imperial con vos son cosa de ellos -musitó la Murciélago, frunciendo ligeramente el ceño como si no fuese la respuesta que esperaba-. Pero el interés que os ha mostrado el Hijo del Cielo es indudable... y envidiado por muchas, la verdad.

Makoto miró a las tres jóvenes, y repentinamente entendió muchas cosas. Suzume Chiharu miraba abajo de nuevo, roja hasta las orejas y con los ojos ligeramente velados por las lágrimas; Kitsune Hikaru observaba con interés un punto ligeramente a la izquierda de la propia Makoto, con aire irónico y desenvuelto; y los ojos negros de Komori Nanako no mostraban nada en absoluto, salvo educado interés.

-¿Las tres os habéis prendado de él? -musitó con asombro. Hubo un silencio incómodo.

-No sólo nosotras tres. ¿O pensáis que Kurako-sama quiere despellejaros porque tiene alguna vena perversamente Unicornio? -repuso la Kitsune, sin negar lo evidente.

-Todas las Candidatas pensábamos más o menos abiertamente en... -la Komori suspiró, incómoda-. En él. Pero para nosotras era un sueño imposible... o eso creíamos -miró a la Usagi frunciendo el ceño, como desafiándola.

-Pero... Oh, Kamis. No es así, no es así para nada. Oh-Naseru-sama no ha expresado más interés por mí que...

-Que más de lo que ha mostrado incluso por las Candidatas de Clanes Mayores. Todas estábamos algo celosas de vos, Usagi-san -respondió calmadamente la Kitsune-. Pero está más que claro que no sirve de nada que mantengamos unos sentimientos que no llevan a nada... y si vos habéis atraído la atención del hombre más grande del Imperio, quién sabe -la miró, a los ojos esta vez, pero atravesándola como si fuera de cristal. Makoto sintió la tentación de tocarse los brazos para comprobar su solidez-. A lo mejor nosotras también tenemos posibilidades de que un hombre importante se fije en nosotras. Hay más de un hijo de Daimyo en esta Corte, y algunos incluso sin compromiso -pestañeó con coquetería-. Somos modestas, a fin de cuentas... nos conformamos con que algún samurai notable se fije en nosotras, y os dejamos al Emperador. No es mal intercambio, ¿neh?

Makoto no pudo menos que echarse a reír ante aquel descaro. Hikaru coreó sus risas, y la Komori sonrió. Pero los ojos de la Candidata Gorrión se llenaron de lágrimas, abrió la boca, emitió un hipido... y salió corriendo.

-¡Suzume-san...! Oh, Kamis -exclamó contrariada Komori Nanako-. Será mejor que la siga y hable con ella... Aún no ha sido capaz de aceptar la situación, ¿sabéis...? Gomen nasai -hizo una reverencia a Makoto-. La pobre Suzume-san sigue soñando todavía -suspiró y marchó tras su amiga, apresurándose lo posible sin perder la dignidad.

La Usagi miró a la Kitsune, que se encogió de hombros.

-Suzume-san es encantadora cuando se la conoce -explicó la pelirroja sin malicia-, pero tiene que abrir los ojos a la realidad.

-Diga lo que diga, no me va a creer si afirmo que el Emperador no tiene más que un ligero encaprichamiento, ¿neh...?

-Oh, bueno... Muchas matarían sólo por la mitad de atención que os ha prestado, sea capricho o algo más serio -respondió Hikaru, meditabunda-. Y Suzume-san se toma todo muy a pecho, pobrecita mía. Yo de vos no me cerraría las puertas cuando el Hijo del Cielo se toma tantas molestias en haceros prominente en la Corte...

-Eso me está dando más problemas que beneficios, por ahora -repuso Makoto, frunciendo el ceño-. El favor del Emperador es algo peligroso.

-La mayoría de cosas que valen la pena conllevan riesgos -la otra se encogió de hombros.

-Son las demás Candidatas las que creen que vale la pena todo este lío... todas están enamoradas de él -masculló la Usagi, con gesto tormentoso, pensando en todas aquellas muchachas que se desmayaban por los rincones, se echaban a llorar, o le trataban como escoria por culpa del capricho de Naseru-. Todas, menos yo.

La Candidata Kitsune la miró con sorpresa y luego se echó a reír.

-Cualquiera diría que estáis celosa, Usagi-san...


Nota: La modelo usada para Suzume Chiharu es Yuuka Maeda (1994), idol singer retirada en el 2011.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XXI

Kitsune Hikaru
Ni siquiera era consciente de haberse quedado dormida de nuevo hasta que despertó, despatarrada junto a Kaneka que respiraba apaciblemente, para encontrarse ante una máscara familiar. Makoto parpadeó, intentando recordar lo que había ocurrido esta vez: había ido a entrenar con el Shogun, y habían acabado hablando de la víspera, de su borrachera, de los besos robados, incluso del sueño que había tenido con él... y persiguiéndose a cosquillas como dos niños chicos por todo el dojo hasta acabar agotados.

¿Cuándo había entrado Sezaru en el pabellón? La Usagi se frotó los ojos y bostezó como un gatito.

-Sezaru-sama -susurró la muchacha, sonriendo tentativamente mientras se incorporaba tratando de no molestar a su durmiente compañero-. ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué hora es?

-Os habéis perdido la comida -respondió el Shugenja, mirándola a través de las rendijas de su careta.

-Oh, vaya -esto desveló de golpe a la Usagi-. Había quedado con el Canciller... Voy a tener que disculparme -musitó contrariada. 

-Ya lo he hecho yo por vos -el tono del Lobo era extrañamente comedido-. Le dije que estábais indispuesta.

-Lo estaba -Makoto meneó la cabeza ante el artificio, divertida-. Esta mañana, al menos -se tocó la sien, recordando el contacto curativo de Sezaru, y le sonrió mientras se acomodaba la ropa y el pelo lo mejor que podía. Debía tener un aspecto espantoso, sudorosa, despeinada y con el kimono torcido tras haber estado actuando como una niña... Su interlocutor suspiró en vez de contestarle, y ella intuyó que algo no iba bien-. ¿Qué sucede, Sezaru-sama? -inquirió con repentina preocupación.

Él le tendió la mano, sin palabras, y ella se la tomó sin pensar. La llevó un poco aparte, de forma que su conversación no turbara el sueño de Kaneka. A pesar de lo inconveniente de aquel contacto, no había rastro de sensualidad en ello. Makoto intuyó que algo iba realmente mal, y tuvo que tragar saliva. Se pusieron de rodillas, uno frente al otro, sin que él le soltara la mano ni un instante.

-¿Queréis que os mienta? -musitó Sezaru, observándola de forma penetrante. Ella negó-. No me gustáis, Makoto-san... -hizo una pausa-. Os amo.

-Oh -susurró la bushi, sin aliento.

-No me importa si no queréis que vuelva a hablar de esto nunca más, o si deseáis que no vuelva a tocaros... pero os amo, y siempre será así.

Con cuidado, Makoto extendió el brazo libre y le quitó con gestos lentos, meticulosos, la máscara. Los dedos le hormiguearon, ya que se trataba de un objeto de poder, un Nemuranai que Sezaru había recibido de su madre, y de los más potentes. Sin embargo, la joven no hizo caso de aquella sensación: dejó la careta a un lado, reverente, y luego le acarició la mejilla al Shugenja, sin hablar. Él cerró los ojos. Por unos instantes permanecieron así, sin decir nada. Luego ella murmuró:

-No sé lo que siento, Sezaru-sama. Sé que soy feliz cuando estoy con vos, y que no quiero que nadie os haga daño, ni siquiera yo. Estoy... furiosa con el Emperador, por haberos puesto la mano encima sobre todo porque vos no os podíais defender y él lo sabe -el Shugenja hizo un gesto desamparado, como si quisiera intervenir en favor de su hermano, pero ella continuó hablando-. Y sin embargo, soy capaz de imaginaros enamorado de otra persona, y sé que eso no me dolería si os hiciera feliz. No sé si eso es amor, o amistad y atracción mezcladas...

-No os he pedido nada -repuso él en voz casi inaudible.

-Sé que no deseo perderos. Eso sí me da miedo... y me dolería. Ir a veros hoy, después de la charla que tuvimos ayer -tomó aire, intentando aclarar sus confusos pensamientos, encontrar las palabras apropiadas-. Quizás fue egoísta por mi parte. Pero no me imagino un día de mi vida sin veros, ni que fuera un instante.

-Makoto -el nombre, sin el sufijo de respeto, fue extrañamente íntimo-. No me perderás... aunque me temo que yo a ti sí. Eres una mujer, te acabarán casando, tendrás los hijos de otro. Y aunque eso te hará feliz a ti, yo sólo podré mirarte de lejos y soñar, y desear...

-Iie -negó ella, notando un terrible nudo en la garganta que se hacía más y más grande-. No habléis de esas cosas, Sezaru-sama -le suplicó.

-Pasará -repuso él, implacable-. En ocasiones veo lo que podría ser. Mi madre veía el futuro con total claridad. Vió morir a mi padre... -la mirada de él se tornó distante, como si el dolor antiguo y ajeno de aquella otra mujer pudiera impedir que sintiera la agonía del presente.

-Y decís que yo me casaré con otro. ¿Y seré feliz? -tragó saliva, intentando contener la angustia que era cada vez peor-. No puedo imaginarme a mí misma feliz sabiendo que vos sufrís...

-Es una posibilidad, y... si no es más que un encaprichamiento lo que sentís por mí, se os pasará -le acarició el dorso de la mano con el pulgar, consolador.

-¿Y la amistad que siento por vos, también pasará? -susurró Makoto ahogadamente.

-La distancia y el tiempo distancia a los mejores amigos -Sezaru sonrió amargamente, con resignación, derrotado-. No debería haber mirado... No llores, Makoto -al oír la voz del hombre, la joven se dió cuenta de que las lágrimas se estaban deslizando libremente por sus mejillas, en una vergonzosa exhibición de emotividad-. Sólo quiero que sonrías, siempre...

-Pues quédate conmigo -la bushi apenas podía ya hablar, notando en el pecho un dolor agudo y terrible-. Siempre.

-Hasta que tú quieras que me vaya, estaré a tu lado -respondió el Shugenja con ternura, mirándola.

-Siempre, entonces -Makoto se inclinó hacia delante y le besó con suavidad. Sezaru le apretó la mano que tenía entrelazada con la suya, y con la otra le acarició el cabello. La joven se separó ligeramente, con un sollozo, y apoyó la mejilla en el hombro de él-. No es... no es nada. Ya pasa... -se abrazaron estrechamente.

-No llores, por favor... -le suplicó él.

Kaneka, que estaba ya despierto, no quiso interrumpir esta vez. Les dejó creer que seguía dormido mientras lloraban por un destino que ella no comprendía y que Sezaru había visto con excesiva claridad. Sólo unos segundos más, que la intimidad del llanto no se viese turbada por su intervención, y les haría saber que tenían un testigo consciente...

***
Sentado en los baños, Akodo Gica observaba sin mucho interés cómo Kurako permitía a su criada que le lavara el pelo. Donde otros verían la belleza evidente de la Candidata León, el acompañante y encargado de velar por la reputación de la joven no notaba más que su carácter mostrado en cada pequeño rasgo, en cada mínimo ademán: la barbilla erguida en gesto de arrogancia incluso cuando estaba relajada, los labios torcidos con descontento, las delicadas pero fuertes manos en una pose que declaraba tensión. Kurako estaba molesta por cómo se desarrollaban los acontecimientos, y Gica la conocía demasiado como para no percatarse de ello.

Los dos jóvenes habían crecido juntos, habían ido al mismo dojo, y se habían pasado tanto tiempo el uno junto al otro que cualquiera hubiese pensado que acabarían siendo como hermanos, o quizás sintiendo debilidad romántica mútua; pero lo cierto es que el joven bushi a menudo lo que sentía era unas tentaciones tremendas de darle una buena zurra a la muchacha. En su opinión, había sido demasiado mimada por su hermosura y perfección física, por su voz dulce de acento veraz, por su dicción precisa, por su capacidad de estudio y concentración. Todas aquellas virtudes eran tan reales como el filo de una katana, e igualmente peligrosas debido a que, aunque Kurako no era mala chica, sí había llegado al extremo del engreimiento y se creía prácticamente infalible. Por todo ello, Gica no veía en ella la suma de sus prendas, sino el carácter de niña mimada que se había forjado en el fondo y que le repelía profundamente. No podía menos que sentir algo de lástima por su amiga, ya que en otras circunstancias no sólo había brillado como lo hacía, sino que probablemente hubiese llegado al límite de la perfección humana. Pero tal y como habían ido las cosas, Kurako estaba tan lejos de la humildad que resultaba cargante.

Y al parecer, la personalidad retorcida de la Candidata no estaba pasando tan desapercibida como hubiese sido de desear. El Emperador, pese a ser él mismo de origen León y Akodo, no mostraba interés por ella, lo que había sacado a relucir lo peor de la muchacha. Humillada por las atenciones que Toturi III prestaba a una integrante de un Clan Menor, Kurako rumiaba su rencor e intentaba encontrar ocasiones en las que desprestigiarla o bien retarla a un duelo. Éstas últimas no se habían dado debido inicialmente a la distracción de Soshi Angai, y luego porque la Candidata del Clan de la Liebre parecía estar siempre en compañía de Ide Kotetsu, de alguna personalidad como el Khan, o de algún integrante de la Familia Imperial, nada menos. Amistades demasiado prestigiosas como para que la Akodo pudiera aprovecharse de su superioridad de estatus como integrante de un Clan Mayor para desafiar a la Usagi o bien declarar públicamente su cobardía.

A Gica no le quedaba más que armarse de paciencia y distraerse observando al resto de Candidatas. Todas ellas eran bonitas, la mayoría bellas, pero el joven León desconfiaba de las apariencias. Las hermosas geishas que a otros les hacían perder la cabeza para él eran excesivamente etéreas, sin interés pese a su intelecto agudo y sus conversaciones animadas. Algunos de sus compañeros habían bromeado sobre su excesiva sobriedad en asuntos de faldas, hecho por el cual había sido designado como compañero de la Candidata. Muchos pensaban que sentía inclinación hacia el Shudo, pero no era así. Había recibido algunas discretas propuestas e insinuaciones de hombres honorables, maduros y formados, pero las había rechazado ya que ni sentía interés en su propio sexo, ni le parecía honrado tomar lo que a él le parecía el camino fácil y corto. Los jóvenes que aceptaban la guía de un nenja automáticamente eran observados con mayor interés, ya que se esperaba grandes cosas de ellos, y cualquier gesta que ejecutaran tenía mayor repercusión; Gica deseaba brillar, por supuesto, pero sólo por sus propias virtudes. Demasiado claro tenía el ejemplo de lo que un exceso de adulación podía hacerle a un alma recta cuando los halagos eran desmesurados...

En aquel instante las puertas de los baños se abrieron y tres muchachas entraron riendo y charlando en voz baja. El Akodo observó los Mons: Komori, Suzume y Kitsune. Tres bonitas integrantes de Clanes Menores, que se desnudaron sin timidez y procedieron a lavarse antes de entrar al baño, comentando y soltando risitas. Los ojos de Gica recorrieron el físico de aquellas chicas, observando sus fuerzas y debilidades más que el aspecto puramente estético, fijándose por último en la Candidata del Clan del Zorro, que poseía lo que habría podido catalogarse de silueta maternal, llena de curvas excesivas y carnosas. Parecía un mochi que un pastelero torpe hubiese rellenado en demasía, y en el que si hincaras el diente el dulce fuera a salir a borbotones. El Akodo se lamió los labios, repentinamente secos, antes de darse cuenta de que se había quedado mirando a la joven como un niño miraría una bandeja de golosinas, y apartó la vista de ella.

No antes de captar que la Kitsune le había pillado mirándola, sin embargo. La pelirroja comentó algo en voz baja a sus compañeras y sonaron de nuevo las femeninas risas. Gica notó que sus mejillas ardían.

Kurako había terminado de lavarse el pelo y contemplaba como algunos cabellos que se habían desprendido de su frondosa melena castaña ardían en el brasero. Debió notar algo, porque se giró hacia las recién llegadas y frunció levemente el ceño. Ellas se inclinaron al pasar ante la Candidata del León, cosa que debió apaciguar un poco su malhumor, ya que se relajó fraccionalmente en su asiento.

-Clanes Menores. A veces me pregunto por qué existen siquiera -musitó cuando estuvieron lo bastante lejos para no oírla. Obviamente, su mente volvía a centrarse en aquella a la que consideraba su rival, e inferior en todo a su persona.

Gica suspiró y no dijo nada, esperando simplemente que el tumulto de sangre que le latía en los oídos se relajara.


Nota: La modelo para Kitsune Hikaru es Nozomi Sasaki (1988, Akita), modelo, cantante y actriz.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Primeras Impresiones XX

Komori Nanako
La vió pasar rauda, ajustándose la coleta de bushi y con ropa de entreno. Se dirigía al dojo privado de Kaneka, sin duda. Por algún motivo, el Bastardo le había cobrado tanto aprecio a la muchacha que incluso la invitaba a su rutina de ejercicios matutinos habituales. Al parecer, todos en la familia Imperial habían tomado cariño a aquella joven, en un grado u otro.

Pensó en ella, en su rostro, en la forma en que fruncía el ceño pensativa o reía ocultando su risa tras la manga del kimono, incapaz de disimular sus sentimientos. Lo cierto es que la había visto más a menudo furiosa, con ojos destelleantes de rabia contenida, o desconcertada, que alegre. Era a Sezaru, a su hermano mayor, a quien mostraba alegría y una pizca de traviesa coquetería; no al Emperador, al que parecía considerar a ratos un complejo puzzle, y a ratos un crío malcriado y caprichoso.

También con el Shogun parecía sentirse lo bastante relajada como para reír... aunque sus risas no tenían nada del jugueteo sensual que compartía con Sezaru. Era más fraternal. A Naseru la boca le supo amarga al pensar que podría llegar a darse el caso de que realmente se convirtieran en hermanos. Si el Lobo decidía dar el paso y solicitar permiso imperial, ¿con qué excusa podría negárselo? Y dudaba que los padres de ella se negaran a una unión tan ventajosa. Hubiesen estado locos de rechazarla.

Sin embargo, ¿era realmente inevitable que tal cosa sucediera? El Shugenja parecía resuelto, sí... y cuando se empeñaba en algo podía ser realmente cabezota. ¿Pero era la actitud de ella fruto de un interés real, o simplemente le agradaba la compañía del otro? Naseru no estaba seguro, y eso le permitía tener una cierta esperanza... Esperanza que no había sabido que necesitaba tener hasta ahora. Pasó junto a un estanque y miró las flores, sin verlas. Los fabulosos lotos blancos, símbolo del Emperador y su conexión con los Cielos, se abrían de forma tardía, negando el tiempo ya cambiante del otoño. Eran también metáfora de iluminación. Extendió la mano y cortó uno, dándole vueltas entre los dedos con el ceño ligeramente fruncido.

Makoto había sido grosera, directa e irrespetuosa en su embriaguez. Le había hablado como si él fuese una persona particularmente molesta, cuya única virtud estribaba en un físico agradable. Sonrió ligeramente: no es que le hubiese dado motivos para pensar de otra manera, al parecer. No se había molestado en tener un mínimo de consideración hacia los irrelevantes deseos de ella, le había ordenado que hiciese su voluntad sin tener en cuenta lo que ella pensara, y lo cierto es que en general se había comportado como un salvaje Moto cargando entre loza Kakita. Pero la verdad es que ella le intrigaba más de lo debido, con su mirada franca y sin tapujos. Parecía querer verle realmente, querer saber quién era su Emperador más allá de las vestimentas lujosas y la pompa y el boato. Cuando le miraba, parecía ignorar por completo las apariencias que cegaban a otras y desnudar su alma, intentando llegar hasta el fondo de su ser. Naseru se estremeció ligeramente.

¿Por qué Makoto no podía ser como las demás muchachas? ¿Por qué no podía ser atolondrada, tímida, dulce, recatada y aburrida como las otras? Actuaba como un caballo desbocado, decía lo primero que le venía a la cabeza y contemplaba el mundo, le contemplaba a él, como si quisiera descubrir todos sus secretos. Era atrayente y aterrador a un tiempo.

Distraído, apenas se percató de la presencia de un grupo de doncellas de Clanes Menores que pasaron a su lado haciendo profundas reverencias, casi echándose a su paso. Las miró de refilón, absorto en sus pensamientos, y les dedicó una inclinación de cabeza y una sonrisa algo torcida. Una de ellas se desmayó.

Gorrión, claro, pensó mirando sus ropajes. ¿Quién ganaba la apuesta, Sezaru o él? Continuó su paseo, apartando deliberadamente de su mente cualquier cosa referente a la joven Liebre.

***

-¡Suzume-san! ¡Suzume-san! -Nanako se inclinó junto a la Candidata Gorrión, intentando devolverla al mundo de los vivos mediante su llamada. Nada. La muchacha estaba inconsciente. ¿Se habría golpeado la cabeza? Miró con cierto apuro a su otra acompañante, la Candidata del Clan Zorro, que se tomaba aquello con considerable filosofía.

-Déjala en el suelo -comentó Kitsune Hikaru batiendo las pestañas-. Cuando la pisen los Seppun seguro que recupera el sentido.

-No seas cruel, Kitsune-san -le reprochó la Komori, intentando disimular una sonrisa-. Suzume-san no tiene la culpa de ser tan tímida...

-Pero es poco realista -apuntó la Kitsune, sacudiendo la cabeza-. No puede andar haciéndose ilusiones cada vez que cruza la mirada de reojo con el Hijo de los Cielos... -suspiró. De las tres, la Candidata Suzume era la más bonita, con rasgos delicados que evidenciaban sus orígenes en el Clan de la Grulla apenas estropeados por la exposición a los elementos debida a la humilde posición de los Gorrión. De constitución menuda y exquisita, su carácter apocado daba paso a un exceso de locuacidad cuando se daban las condiciones adecuadas para que alguien tan sumiso pudiera relajarse. En cambio la Kitsune, aunque de rostro ciertamente bello que haría sombra incluso a las Candidatas de Clanes mayores, era excesivamente curvada, excesivamente sensual, y tenía la desconcertante manía de mirar siempre ligeramente hacia la izquierda de su interlocutor, o directamente a través de él, cosa que resultaba inquietante para la mayoría. Nanako, acostumbrada a tratar con Shugenjas incluso más excéntricos que Hikaru, la encontraba agradable pese a su humor retorcido y algo acerbo.

Se sabía la menos atractiva de las tres, demasiado seria, demasiado alta, demasiado delgada. Y sin embargo, entre aquel trío de muchachas se había establecido una alianza, un pacto de no agresión, que las estaba librando de lo peor del trato de los Clanes Mayores. Cuando no estaban acompañadas por sus respectivos guardianes, se movían en grupo. Las otras Candidatas de los Clanes Menores se habían dado cuenta y se habían ido añadiendo a aquella sociedad por puro instinto de supervivencia, ya que a ninguna le interesaba particularmente llamar la atención de quien no debían y, cuando estaban juntas, no solían molestarles. Pero el corazón de aquel grupo, y las que estaba empezando a considerar realmente sus amigas, eran aquellas dos: la apocada pero parlanchina Gorrión y la sarcástica y algo extravagante Zorro.

Suspiró.

-¿Crees que deberíamos llamar a un Sanador, Kitsune-san?

-Te diría que la abofetearas, pero con ese cuello tan fino que tiene a lo mejor la partes en dos -respondió Hikaru en tono desenfadado, arrodillándose junto a la inconsciente Gorrión y colocando un espejo frente a sus labios-. Está bien, ¿ves? -le mostró el vaho que cubría la superficie-. Sólo es un ataque de esperanza imprudente, y contra ese tipo de tontería no hay cura, Komori-san -se encogió de hombros, pesimista-. A estas alturas se diría que Suzume-san ya se habría dado cuenta de que el Emperador no tiene ojos para ella...

-Ni para ninguna de nosotras -repuso Nanako con cierta resignación. Las dos amigas suspiraron. Aunque sus posibilidades siempre habían sido prácticamente nulas, las ilusiones de los corazones jóvenes e impresionables eran difíciles de controlar... y el Emperador era un hombre tan atractivo, tan serio, tan impactante, de aire tan noble y honorable, con aquella pizca de peligrosidad que le daba el haber sido uno de los Cuatro Vientos, el parche sobre su ojo vacío, las leyendas de cómo se había enfrentado al propio Fu-Leng...

Sí, era difícil que unas doncellas a las que se había enviado como posibles Candidatas al puesto de Emperatriz de Rokugan y esposa del hombre más interesante en más de un sentido de toda la Corte no tuvieran sueños y fantasías, por poco realistas que fueran. Al principio, la creencia de que el Hijo del Cielo desposaría únicamente a una Candidata de algún Clan Mayor había sido bastante para mantenerlas más o menos conformes con su destino, pero ahora...

El Emperador había concedido audiencia privada a una Usagi, y luego la había invitado a cenar. Más que eso, toda la Corte sabía que le había prohibido cenar con nadie que no fuese él. Si esto no podía hacer volar la imaginación más limitada, ¿qué podría hacerlo? Era como descubrir que algo muy deseable a lo que habías renunciado desde un principio había estado realmente a tu alcance, y era duro, muy duro. Quizás por eso el grupo compuesto por Candidatas de Clanes Menores no había hecho ningún avance hacia la joven Liebre, ni ninguna de sus componentes había tratado de contactarla o mostrarse amistosa hacia ella, dejándola lidiar sola con todos los peligros inherentes a una Corte Imperial.

Pero los celos no eran motivo suficiente para que ninguna de ellas siguiera mostrándose tan mezquina, pensó Nanako frunciendo el ceño ligeramente.

-Se te van a hacer arrugas -indicó la Kitsune sonriendo maliciosamente-. ¿Qué idea cruza esa cabecita tuya, Komori-san?

-Creo -Nanako miró a Hikaru, fijando sus ojos negros y profundos en los verdes y juguetones de ella-, creo que ya es hora de que empecemos a cambiar las cosas. Hemos estado paradas demasiado tiempo. Y si lo que todo el mundo murmura sobre la Candidata Usagi es cierto, deberíamos empezar a movernos de una vez.

-De acuerdo. ¿Tú tiras de los brazos y yo de las piernas? -sugirió la Zorro.