domingo, 28 de julio de 2013

Primeras Impresiones XVII

Makoto de espaldas, by Rayba
La melancolía que había hecho su presa en él era imposible de eludir. La noche solía ser un momento de reflexión, en el que podía pasear tranquilo sumido en sus pensamientos. Algunos preferían la ceremonia del té, otros meditar; a él le gustaba el susurro nocturno de las criaturas que despertaban al anochecer, la tranquilidad que se respiraba cuando cortesanos y bushis dejaban intrigas y armas para reposar al fin. Bajo las estrellas había una paz que era difícil de encontrar bajo el sol.

En aquellos momentos hasta se permitía el raro lujo de estar a solas... relativamente hablando, claro está. El Emperador nunca podía estarlo por completo. La Guardia Seppun saludaba a su paso. La sombra silenciosa de Sunetra, su guardaespaldas Escorpión, le escoltaba tan muda como el propio firmamento. Pero dentro de lo que era su rutina, aquello era lo más solitario que podía llegar a estar. La protección de tantos bushis honorables nunca le había molestado, pero en aquella ocasión todo parecía sumirle aún más en aquella irritable languidez de la que no se había podido librar. Desde aquel sueño, quizás desde antes, se sentía desasosegado, inestable. Eso era algo que no podía permitirse. Era alguien con demasiadas responsabilidades como para...

Un jaleo de gritos y chapoteos llamó su atención. Parpadeando, Naseru se dirigó hacia un lago interior, un depósito natural que los constructores del recinto habían respetado. Amplio y, por lo que tenía entendido, gélido por aquella época, no solía atraer la atención de juerguistas. Y sin embargo, ahí estaban. Se acercó lentamente, fascinado: dos personas discutían ebriamente a gritos, pero sin dejar de reír. Un tercero, con la figura inconfundiblemente grande de su hermanastro Kaneka, se había apartado meneando la cabeza. Los vió desnudarse entre carcajadas, en una alegría tan artificiosa como contraria a su propio estado de ánimo. El Khan, encorvado y peludo como un oso, y nada menos que Makoto Usagi, pequeña, de rotundas curvas...

Naseru contempló a la muchacha con fijeza, tragando saliva. La bushi tenía un cuerpo menudo, de pechos discretos en cuanto a tamaño pero perfectos en su forma. Se movía con elasticidad y fuerza al despojarse de las molestas ropas que la corte le obligaba a usar por el bien de su estatus. Su cintura era fina sin ser frágil, su torso delicadamente musculoso y sus piernas atléticas. Su trasero era quizás algo demasiado prominente, insinuando que si la muchacha no se diera con asiduidad a la disciplina de los bushi hubiese acabado siendo demasiado entrada en carnes para los refinados gustos rokuganeses. Un lunar destacaba sobre su nalga derecha, sobre la piel blanca y perfecta. Se quedó mirándolo sin poder evitarlo, aquella mancha diminuta e hipnotica que bailaba cuando ella echó a correr hacia las aguas gélidas, arrojándose a ellas con arrojo y despreocupación junto a uno de los hombres más poderosos -y más feos- del Imperio.

Por unos momentos, pareció que todo transcurría con normalidad. La muchacha soltó agudos gritos, el Khan reía broncamente, dieron unas brazadas... pero entonces Naseru se dio cuenta de que algo no iba bien. Ella no estaba coordinando, el agua estaba demasiado fría para ella. No pensó, ni se dio cuenta que Kaneka también hacía ademán de despojarse de sus ropas. El Shogun estaba demasiado lejos, pero no fue el cálculo lo que le llevó a arrojar su kimono imperial a un lado y tirarse al agua.

Makoto se debatía. El Emperador se sumergió hasta donde estaba ella y la sacó a flote, en brazos, mientras la joven bushi tosía y se aferraba a él. Un compungido Kaneka se acercó corriendo, pero Naseru le fulminó con la mirada.

-¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? ¡Está tan borracha que es una locura dejarla acercarse al agua, y más estando ésta tan fría! ¿Es que no tienes cabeza? -le espetó, furioso.

-Gomen... gomen nasai -el Shogun parpadeó, claramente asombrado. Makoto seguía tosiendo, y su piel estaba muy fría. Naseru se apresuró a frotarla con las manos, intentando hacerla entrar en calor y sin notar apenas la mordedura del aire helado. La chica reaccionó al fin y vomitó a un lado. El Emperador le apartó el pelo de la cara, mirando a un lado-. ¿Qué haces aquí, Naseru?

-Daba mi habitual paseo nocturno, y al parecer ha sido una suerte.

-Oooh... onegai, no habléis tan alto... me duele la cabeza -musitó quejosa la Usagi, llevándose las manos a las sienes-. ¿Por qué hace tanto frío...?

Naseru no dijo más, simplemente la envolvió con sus cálidos ropajes jade y oro. Le estaban grandes, y en otras circunstancias el efecto hubiese sido cómico. Pero en lo único que podía pensar el hombre era en cómo Makoto había estado a punto de ahogarse.

-¿Habéis bebido mucho? -preguntó, frunciendo el ceño.

-Hai... el Khan me invitó... -musitó ella, acurrucándose dentro de la ropa y suspirando-. Qué bien huele...

El Emperador se masajeó las sienes, preguntándose cómo se las arreglaba la Usagi para resultar semejante dolor de cabeza constante. Pareciera que no hacía más que meterse en problemas... acompañada además de notables figuras de la Corte, si bien no las más ortodoxas y bien vistas. Miró severamente al Khan y al Shogun, y luego apartó la vista del más menudo, con disgusto. No era una visión que quisiera recordar, precisamente... no sólo era feo, sino que más que velludo, era lanudo como una oveja. No era de extrañar que el Unicornio no notara la frialdad del agua.

-Deberíais volver a vuestro cuarto y dormir la borrachera. No estáis en condiciones... -empezó a decir Naseru. La muchacha le miraba ahora, con curiosidad e interés-. ¿Hai...? -preguntó, alzando una ceja de forma que sabía que resultaba apabullante.

No tuvo el efecto deseado. La bushi se echó a reír.

-¡Siempre me estáis sorprendiendo...! Podéis ser tan amable o tan arrogante... Supongo que es la prerrogativa del Emperador, ¿neh...? -se encogió de hombros, sonriendo-. Hay que decir, no obstante, que sóis el más guapo de los tres. Pero también el más bajito -añadió, mirándole con ojo crítico.

Naseru alzó ambas cejas, sin saber cómo tomarse aquella crítica. Oyó un resoplido, y supo que Kaneka estaba conteniendo la risa. Sin duda el alivio se mezclaba con la hilaridad que le provocaba el comentario de la Usagi, pero el Emperador le dirigió una mirada negra. No estaba de humor.

-Decidme, por cierto... ¿quién de los tres hermanos besa mejor? -añadió descaradamente la muchacha, poniéndose las manos en las caderas y mirándoles con gesto evaluador. Se acercó a Kaneka, decidida, quien estaba tan asombrado por aquel último comentario que se dejó hacer cuando ella le hizo un barrido con un pie, cayendo de culo al barro que había en torno al lago. La joven se avalanzó sobre el Shogun y le dio un beso en la boca. El Khan reía, sin darle importancia al incidente. Makoto se apartó de Kaneka y frunció el ceño-. ¡Muy mal! Es el peor beso que me han dado en la vida -protestó con petulancia-. No le ponéis ni ánimo, ni pasión, ni nada. ¡Es como besar a una piedra! Debería daros vergüenza, siendo el mayor de los hermanos, que Sezaru-sama bese mil veces mejor...

Naseru abrió la boca y volvió a cerrarla, con un chasquido. Luego murmuró entre dientes, furioso:

-¿Cuándo os habéis besado con el Lobo, si puede saberse?

-Esta mañana -respondió Makoto, haciendo un gesto que quitaba importancia al asunto.

-Le pondría más interés si no fuérais tan joven, inexperta y no acabarais de... aliviaros en la hierba -musitó Kaneka, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

-A mí no me importaría que me besaras fuera en el estado que fuera -comentó el Khan, gateando hacia su amante y reforzando sus palabras pasando de la teoría a la práctica. Makoto los miró unos segundos y meneó la cabeza. Claramente no estaba impresionada, lo cuál llevó a pensar a Naseru que había descubierto o adivinado en algún momento la relación entre ambos hombres.

Aquella jovencita estaba llena de sorpresas.

-Anda y vete a besar al Khan -suspiró molesta. Luego se giró hacia Naseru-. ¿Vos también besáis así de mal? -le retó, arrogante e ignorando por completo el espectáculo que se desarrollaba a su espalda. El Emperador decidió seguir su ejemplo, dado que en su opinión no era algo precisamente agradable.

-Usagi-san, estáis borracha -respondió, hablando con lentitud y precisión mientras una parte de su mente debatía qué debía hacer con su hermano mayor, que claramente se había aprovechado de aquella ingenua muchacha-. Os acompañaré a vuestro cuarto.

-Qué desilusión. Así que el único que sabe besar es Sezaru-sama, realmente -suspiró ella, claramente desencantada. Naseru la miró con fijeza. El kimono se le había deslizado por los hombros, que estaban claramente visibles a la luz de la luna. Onotengu le había bendecido aquella noche, porque con aquella luz íntima y plateada la Usagi estaba más bella que nunca, pese al pelo empapado, al aliento acre y al olor a alcohol.

-No creo que estéis en estado de hacer juicios, pero si queréis puedo demostraros si carezco o no de talento en esos terrenos cuando estéis sobria -respondió él, decidiendo dejar la seriedad para otro momento.

-Estoy perfectamente capacitada para... oh, por el Jigoku. ¡Sóis realmente imposible, no pienso perder el tiempo hablando con vos! -le espetó la muchacha, dejándole con la boca abierta. Tambaleándose, Makoto avanzó hacia él y le echó los brazos al cuello, justo cuando parecía que iba a caer al suelo-. Besadme o no habrá segundas oportunidades, por todos los Kamis -le susurró.

No supo muy bien por qué obedecía, pero Naseru cerró su único ojo y abrazó a la muchacha, ignorando su mal olor, los restos de alcohol y bilis de su boca, su piel resbaladiza. La apretó contra sí y el corazón se le aceleró al notar cada curva de aquel cuerpo juvenil y atlético. Inclinó la cabeza y notó que ella se ponía de puntillas para unir sus labios.

Aquello estaba mal, muy mal. Puede que ella estuviera bebida, pero él estaba sobrio. Debería haberla guiado a su cuarto, no aprovecharse de aquella manera de su estado. Pero todo pensamiento sobre lo correcto o incorrecto se borró de su mente en aquel instante y la besó con toda su alma. Su mente se llenó de ella, de su alegría de vivir, de su vitalidad, de su sinceridad, del entusiasmo con el que le correspondía. Ella era tan diferente de él...

Tardaron algo más de lo debido en separarse, y cuando Naseru volvió a abrir su ojo se encontró que ella le miraba con fijeza con los suyos, castaños y honestos, llenos de lágrimas y de un profundo desconcierto. Makoto le acarició la mejilla lentamente, del pómulo hasta la barbilla.

-Dulce... -susurró-. Tan dulce -y se echó a llorar. El tragó saliva y la abrazó contra sí, sin saber qué había ocurrido, por qué sollozaba de aquella manera la Usagi, ni cómo consolarla. Musitó palabras entrecortadas, sin mucho sentido, mientras se aferraban el uno al otro. La llevó en brazos hasta un banco de piedra en el que tomó asiento, sin soltarla, y poco a poco la respiración de ella se volvió menos agitada, normalizándose, y el llanto se fue apagando. Cuando Naseru volvió a mirarla, estaba dormida, apoyada contra el pecho desnudo de él.

-Me vas a complicar tanto la vida... -susurró, acariciándole el pelo empapado mientras miraba las estrellas. La envolvió cuidadosamente en la seda color jade del kimono imperial.

Aún tardó un rato en decidirse a cogerla en brazos de nuevo y dejarla de vuelta en su cuarto, sana y salva.

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