sábado, 27 de julio de 2013

Primeras Impresiones XVI

Moto Chagatai
Makoto tenía la idea de ir a visitar un pequeño taller de alfarero aquella tarde al pueblo; a fin de cuentas, aún debía responder a los obsequios de Sezaru, y aunque su talento en cerámica no era precisamente el de un refinado Maestro Kakita, sabía que el shugenja apreciaría más algo realizado con sus propias manos que cualquier otra cosa que le pudiera conseguir. Los regalos eran siempre un tema delicado, así que dada la pasión por el té que demostraba él, la joven había pensado que un tazón, por sencillo que fuera, sería tenido en estima por su amigo.

El problema era que se había entretenido rezando en un pequeño altar por su Kotetsu-san y sus amados, y luego la lluvia había vuelto los caminos impracticables. En circunstancias normales, a la Usagi no le hubiese importado embarrarse un poco las ghetta; pero ahora estaba en la Corte Imperial, y si hubiese aparecido con un palmo de cieno en sus bellos kimonos la hubiesen criticado hasta la muerte. De mala gana, tuvo que replantearse su excursión por el bien de su ya algo extraña reputación. Pensó en mandarle nota a Sezaru, pero luego se recordó que el hombre tenía sus deberes; y por ahora, mejor mantener una cierta distancia hasta que consiguiera aclarar su mente. Estaba demasiado confusa como para lanzarse a pasar la tarde con él. 

Repentinamente, se encontró sola y sin planes para la tarde, lo cual le resultó desconcertante. No se atrevía aún a pasear por las salas más concurridas por los cortesanos, ya que no deseaba volverse a encontrar con Angai-san (a la que tenía unas cuantas cosas que decir, y ninguna agradable) ni con Kurako-san; realmente, pensó con cierto humor, las atenciones de dos de los hombres más poderosos del Imperio no le estaban facilitando las cosas. Sin la compañía de Kotetsu-san, arriesgarse a caminar y toparse con una de las dos celosas doncellas era un riesgo demasiado grande para su humilde e inestable posición. Mejor evitarlo, por tanto.

Se dirigía a sus habitaciones cuando presintió una mirada sobre ella. Al volverse, se encontró con un hombre no demasiado alto, de rasgos toscos, nariz ancha y pómulos prominentes. Tenía una curiosa cara en forma de pentágono invertido, con labios anchos y sensuales que casaban mal con su piel morena llena de cicatrices y sus ojos vivarachos, apenas visibles bajo unos pesados párpados. Aunque de estatura discreta, sus hombros eran anchos y tenía la figura achaparrada, forzuda, y unas manos enormes. Las piernas se curvaban bajo su cuerpo, como las de alguien con más hábito de montar que de caminar. Vestía de pieles y cuero, algo que la sobresaltó ligeramente: era, sin duda, un Unicornio. Y la miraba directamente, con curiosidad en sus ojillos oscuros. Ella le saludó con una reverencia, dubitativa sobre cómo tratar a aquel desconocido.

Él no tuvo tantas dudas: se acercó a ella a largas zancadas tan pronto vio su gesto, con una sonrisa amplia en aquellos rasgos feos pero amistosos.

-¿Makoto-chan? -preguntó dicharachero.

-¿Gomen nasai? -la joven parpadeó, sonrojándose ante el uso de aquel apelativo excesivamente familiar-. Creo que no nos conocemos, Moto-sama...

-¡No, no, pero me han hablado de ti! ¿Eres Makoto-chan o no lo eres? -repitió, con una sonrisa que partía su rostro moreno como la media luna partía el cielo nocturno.

-Hai... pero no soy tan niña, Moto-sama -repuso ella, algo indignada. Su indignación se vió suplida por el más absoluto de los asombros cuando aquel bárbaro desconocido la abrazó, levantándola del suelo con una carcajada franca y varonil. Su voz algo ronca le retumbó en los oídos.

-¡Toda una dama guerrera! -rió el hombre con desparpajo-. ¿Estáis ocupada ahora mismo?

-Iie... -musitó Makoto mientras se llevaba una mano al corazón, aturullada.

-Perfecto, entonces... ¡os venís comingo! ¡Vamos a brindar por nuestro encuentro! -la aferró de la mano sin la más mínima concesión a la etiqueta y se la llevó, prácticamente en volandas, a una sala alejada, donde ordenó a unos criados que trajeran bebida.

-¡Gomen nasai, Moto-sama...! -protestó ella. El desconocido la miró sin entender-. Gomen nasai, pero no nos conocemos... No hemos sido presentados...

-¡Ah! Claro, culpa mía... Soy Moto Chagatai -el hombre intentó parecer modesto, sin lograrlo. Estaba claro que se enorgullecía de quién era.

Makoto se quedó boquiabierta, y tardó unos instantes en reaccionar. No era extraño que aquel hombre se mostrara orgulloso. Se trataba ni más ni menos que del Daimyo de los Moto y Campeón del Clan Unicornio. Dentro de su Clan, nadie le hacía sombra; fuera de él, era el igual de todos los grandes señores de los Clanes Mayores, sólo por debajo del Emperador y su familia. La muchacha le hizo la más profunda de las reverencias. Él sólo se rió.

-¿Sake o sochu? -preguntó jovialmente, ofreciendo ambos. El primero era transparente, con un ligero tono amarillento, como corresponde al mejor licor de arroz. El segundo, blanquecino y espeso, y de olor más fuerte.

-Mejor sake -respondió Makoto, vacilante-. Mi padre es un hombre severo, y nunca he bebido hasta ahora...

-Bien, mejor subsanar eso entonces -Chagatai dio una palmada sonora y le sirvió con sus propias manos-. ¡No podéis negaros a beber si os invitan, así que mejor que aprendáis a hacerlo con un amigo! -se rió de nuevo, estertoreamente.

***

Unas voces llegaron hasta Kaneka. Había oído comentar que el Daimyo Moto había invitado a beber a cierta joven Usagi, y tenía un mal presentimiento.

-¿... Comemos juntos si me prometéis no decir inconveniencias...? -dijo una voz femenina que ya conocía bien.

No le llegó la respuesta, pero el ver salir de una sala apartada a cierto Escorpión de cabellos rubios, con el rostro arrebolado de disgusto y vergüenza, le dió una idea bastante aproximada del nivel de alcoholismo que podían estar compartiendo Chagatai y la pequeña Makoto.

Al acercarse al lugar de donde el Canciller había huído, se confirmaron sus sospechas, pues el Khan bramaba como un verraco, mientras la muchacha reía e intentaba calmarlo:

-¡Chagatai-saaaaaaaaan, no molestéis más a Kaukatsu-san!

-Si me lo pedís así... -se oyó una carcajada ebria.

-¡Sóis un buen amigo...!

Kaneka alzó la vista al cielo ante aquel sentimentalismo de borrachos, preguntándose cómo la habituamente prudente damisela podría haber caído en aquel lamentable estado. Abrió la puerta, a tiempo de encontrarse con que Chagatai, animado al parecer por un inapropiado abrazo de la Usagi al que correspondía con entusiasmo, empezaba a entonar una canción... como poco indecente. Parpadeó un par de veces. Makoto, sonrojada y riéndose a carcajadas, palmeaba al ritmo de aquella tonada tabernaria.

-Kamis... -musitó el Shogun. Parecía su sino pillar a la bushi en los momentos menos apropiados.

-¡Kaneka-sama! -la joven no parecía para nada avergonzada en esta ocasión, sino que se volvió hacia él sonriendo radiante-. Sentaos con nosotros, onegai... ¡Chagatai-san es muy amable!

-¡Kaneka-chan! Tu amiga es encantadora -la voz bronca del Khan sonaba aún más desfigurada por el alcohol-. ¡Imagínate que hemos estado hablando de la Corte y sus hábitos repugnantes y estamos de acuerdo en todo! -el Unicornio asintió, satisfecho-. Aunque no me ha dejado apalizar a ese repugnante Escorpión cobarde... -añadió con el gesto ofendido de un niño, un niño cuarentón, borracho y agresivo.

-Sigue siendo el Canciller, y debería intentar llevarme bien con él. Algo hará correctamente si está donde... -Makoto parpadeó, y luego miró de uno a otro. Luego empezó a reírse y a señalar a Kaneka.

-¿Qué sucede? -preguntó el Shogun, sin entender tal hilaridad.

-¡Os... os ha llamado Ka-Kaneka-chan...! ¡Y vos sóis tan alto y grande...! -la muchacha reía sin poder parar. El bastardo ocultó el rostro tras una mano, pidiendo paciencia a los Kamis y Fortunas.

-Sí, pero él es el que... -empezó a decir el Khan con aire de ebria satisfacción. Kaneka se lanzó sobre él y le tapó la boca, provocando la caída de las tazas. Bueno, no era demasiado grave. Al parecer llevaban más en el cuerpo de lo que podían tolerar sin resultar algo indiscretos...

-Oh... -Makoto parpadeó y miró de uno a otro, con ojos muy abiertos-. Oh. ¡Oh! -y de repente se echó a reír de nuevo, con renovado entusiasmo-. Os he... ¡Os he pillado! -exclamó señalándolos a ambos-. ¡Ahora tenéis que cumplir vuestra palabra, Kaneka-chan...! ¡Tendré que ser vuestra cuñada! -se cayó de espaldas debido a su hilaridad, mientras el Shogun se iba poniendo más y más rojo, y el Khan coreaba sus carcajadas.

-¡Más sake! -bramó el bárbaro amante de Kaneka.

-Ni hablar -masculló el Shogun, siendo ampliamente ignorado tanto por el par de intoxicados samurais como por los discretos criados que aparecieron para limpiar el desastre de copas tiradas y renovar la provisión de bebida.

-¡No os pongáis de mal humor, Kaneka-chan! -exclamó la Usagi, echándole los brazos al cuello-. Sóis tan grande, tan amable, tan guapo... -de acuerdo, a la joven le había sentado peor el sake de lo que parecía-. ¡Los Kamis debían estar de tan buen humor cuando crearon a unos hermanos tan sobresalientes en todo! Yo os quiero mucho -añadió con fervorosa sinceridad-. Como a una hermana mayor, hai, hai...

-¿Cuánto habéis bebido, en realidad? -preguntó preocupado el bastardo.

-Oh, bueno... Chagatai-san ha querido brindar por todos mis cumpleaños, por lo que realmente importa, por... -la Usagi fue contando con los dedos. Luego hizo un mohín-. Intenté mojarme sólo los labios -susurró de forma excesivamente audible en tono conspirador. El Khan se rió mientras llenaba de nuevo las copas, y ofrecía a la muchacha una de ellas. La joven la vació de un trago, demostrando que hacía mucho que había dejado la etapa de su inicial prudencia-. Es la primera vez en mi vida que bebo. No se lo digáis a mi padre, onegai... se enfadaría mucho.

-Ni soñaría con ello -respondió muy serio el Shogun, resignándose a hacer de niñera a aquel par de irresponsables.

No hay comentarios:

Publicar un comentario