martes, 6 de agosto de 2013

Primeras Impresiones XVIII



Un rayo de sol brillante golpeó a Makoto como un mazazo, devolviéndola a la vigilia y haciéndole gruñir en protesta. Se dio media vuelta, percatándose de que un dolor de cabeza insoportable y unas ligeras nauseas habían hecho presa en ella. Trató de hacer memoria, y sólo pudo recordar parte de la tarde anterior. Se incorporó lentamente al descubrir que los movimientos bruscos empeoraban su jaqueca y llamó en voz no muy alta a su criada. De sus hombros se deslizó un kimono verde y dorado de corte amplio y masculino que obviamente no le pertenecía. Lo miró desconcertada.

-¿Ai-san...?

La doncella entró con una bandeja de comida, cuyo mero aroma revolvió el estómago de la Usagi, y una taza de té humeante. Makoto aceptó ésta última con agradecimiento, y al beber notó que su mareo, al menos, remitía ligeramente. Suspiró y pudo comer algo, lentamente, forzándose a ingerir el alimento que sabía que le sería necesario para mantenerse en pie, al menos.

-Ai-san, ¿cómo volví anoche a mis aposentos...? -preguntó la samurai, mirando con incomprensión el kimono color jade que la envolvía. Era amplio, suave y olía muy bien, aunque de forma poco familiar, a un perfume que le resultaba desconocido. ¿Cedro, quizás? ¿Sándalo? Aromas extrañamente masculinos. Se sonrojó ligeramente, y su turbación fue a más al notar que su criada también enrojecía.

-Etto... Os trajeron, mi señora -Ai bajó la mirada, aparentemente muy ocupada en arreglar los objetos que había en el tocador-. Al parecer al Khan y a vos os pareció adecuado hacer una carrera de natación... y casi os ahogais.

-Oh -Makoto inspiró hondo, tratando de mantener el control de sus nervios, antes de preguntar-. ¿Quién me sacó del agua?

-Por lo que sé... interrumpísteis el paseo nocturno de Su Majestad -musitó la criada, aún sin atreverse a mirarla a los ojos.

-El paseo del... ¿El Emperador me vio desnuda y borracha? -la voz de la bushi era un hilo ahora-. ¿Me sacó del agua en ese estado? -se cubrió la cara con las manos, notando que las nauseas volvían redobladas-. Ai-san, dime que no dije ninguna inconveniencia, ni le abracé, ni le llamé Naseru-chan o alguna tontería por el estilo.

Ai se aclaró la garganta. Makoto, que había estado rezando velozmente para sus adentros a los Antepasados, supo que no iba a tener tanta suerte.

-No, no... no le llamásteis Naseru-chan ni nada así... -por un momento la Usagi sintió que sus esperanzas renacían, pero las siguientes palabras de la criada la hundieron aún más en la miseria-, sólo hicísteis una comparativa. Kaneka-sama estaba sacando al Khan del lago, y...

-¿Comparativa? ¿Le comparé con sus hermanos...? Kamis, oh, no, Kamis misericordiosos... ¿dije que era bajito, verdad? -definitivamente, iba a volver con su familia cubierta de oprobio.

-Iie... pero... -era obvio que Ai no sabía cómo decirle aquello-. Les besásteis. A los dos. Para saber quién besaba mejor de todos.

Makoto se escondió debajo de la manta, encontrándose envuelta en el olor inapropiadamente agradable del kimono. Los ropajes del Emperador, nada menos.

-Decidle a todo el mundo que estoy indispuesta... y deshaceos de esto -se sacó la vestimenta velozmente-. Si alguien lo ve... -pensarían que tenía tratos más que íntimos con alguien de la familia Imperial. Makoto se sofocó. Más problemas-. Dóblalo, envuélvelo bien, ¡que nadie sepa que lo tengo! -suplicó más que ordenó la muchacha-. Hay que devolvérselo de forma discreta, o... Kamis, ¿es que no puedo hacer nada normal...?

La criada suspiró y retiró la bandeja del desayuno, casi intacta.

-El Khan os ha enviado flores esta mañana, y una infusión -añadió Ai con timidez-. Dijo que os iría bien para el malestar.

-Mándale mi agradecimiento. Yo... -la bushi hizo una pausa, y luego preguntó vacilante-. Ai-san, ¿quién dije que besaba mejor de los tres...?

Ai la miró unos segundos, tratando de permanecer inexpresiva, pero lentamente una sonrisa asomó a su rostro redondo.

-Eso ya no me lo dijo Su Majestad -hizo una profunda reverencia y salió a preparar la infusión del Khan.

***

Komori Tanaka fumaba lentamente de su pipa, una pieza de madera que él mismo había labrado con más cariño que habilidad. Lo cierto es que se le daba mejor hacer juguetes, pensó mirando la larga y poco recta boquilla con ánimo crítico. Sonrió de forma torcida. Tanto mejor, ya que sus hijos no estaban tan interesados en el tabaco como en jugar.

Se preguntó cuánto haría que la Usagi que tanto revuelo había causado en la Corte con sus inesperadas amistades y las reacciones desconcertantes de aquellos que formaban su corazón, el Emperador y su familia, había dejado los muñecos de su infancia atrás. No mucho, en realidad. Era muy joven, y entre los Clanes Menores, como bien sabía él, el genpukku solía ser más tardío. Qué lástima que justo en su época de abandonar los juguetes de infancia le tocara convertirse en uno, ironizó para sus adentros. Todos lo eran, en cierta medida, unos de otros: tal era la ley invisible de la Corte, con sus complejas marañas de intriga.

Sentado en la barandilla, vio pasar al Canciller Imperial hablando en voz baja con la pupila del Lobo. La dama en cuestión, habitualmente seductora, se mostraba fría con tan alta personalidad. Tanaka se apoyó contra la columna que tenía a la espalda, dejando que ésta se convirtiera en la mayor parte de su camuflaje natural.

-... En verdad os agradezco cuanto hacéis por mí, pero yo no he solicitado vuestra ayuda. Podéis pensar lo que gustéis, pero no soy una niña y no necesito vuestra protección, Kaukatsu-sama.

-No hablo para haceros sentir en deuda -protestó el rubio Canciller con voz meliflua. Era un secreto a voces que sentía debilidad por Angai. Tanaka alzó una ceja, dando una profunda bocanada a su pipa. No todos los rumores que corrían entre los cortesanos eran falsos o desdeñables, obviamente-. Sólo quiero que me consideréis como un amigo interesado en vuestro bienestar. Ni se me ocurriría pensar que sóis una niña... -la mirada que le dedicó dejaba bien claro que no la consideraba como tal.

-Ofrecéis vuestra amistad muy a la ligera. Oí que habíais expresado interés en tomar un refrigerio o cuanto surgiera con Usagi-san -le respondió la mujer, encarándose a él. Su máscara no expresaba nada, y su voz tampoco. Era como hablar con una figura de cera, excelentemente proporcionada por supuesto, pero muerta. Kaukatsu no pareció desanimarse por ello.

-No seáis celosa, Usagi-san es bella, ¿pero cómo podría compararse con vos? -dijo con calor-. Me intriga saber qué es lo que la hace tan interesante a ojos del Emperador y sus hermanos, pero...

-Ah -la shugenja le dio la espalda. Aunque su voz era seca, sus hombros estaban erguidos, no a la defensiva sino como si ocultara un triunfo que la enorgulleciera-. Tengo mis teorías al respecto, mas no creo que os interesaran en exceso. A vos no os interesa nada que no podáis poseer -dijo la última palabra con un retintín obvio, haciéndola durar en la boca casi con lascivia-. Si me disculpáis, tengo deberes que atender, y estoy segura de que los vuestros, igual de áridos que los míos, os aguardan también -hizo una reverencia y se retiró, con una prestreza que expresaba un extraño regocijo.

El Canciller la miró mientras se alejaba, y murmuró para sí con unos ojos increíblemente tristes:

-Os equivocáis por completo. Sé que hay cosas que jamás poseeré...

Tanaka agradeció la relativa intimidad de la que gozaba en aquellos instantes, ya que le daban la oportunidad de observar sin ser visto... Y sacar ciertas conclusiones. Así pudo observar también cómo Komori Nanako, la Candidata de su Clan a la que venía acompañando, le buscaba por el jardín. Se cruzó con otras Candidatas, y la muchacha se retiró humildemente. El hombre asintió aprobador, ya que una de las del grupo que pasaba, riendo, charlando e intrigando como si fuesen buenas amigas en vez de rivales -algunas de ellas harto enconadas-, era nada menos que la León, que tenía fama de ser lo bastante sutil como para ser peligrosa y tener un genio bastante notorio. Una enemiga ante la cual lo mejor era pasar desapercibida, que era lo que todas las pertenecientes a Clanes Menores habían logrado... menos una.

Observó con ojo crítico a su propia compañera: era bonita, por supuesto. Nadie se hubiese rebajado a mandar una Candidata poco atractiva, insultando así al Emperador y su petición. Emitía un aire de contenida inteligencia y modestia que resultaba agradable, así como un cierto misterio propio de los Shugenja del Murciélago. Sin embargo a él le parecía más interesante la bonita y problemática Candidata Usagi, con sus pupilas castañas y su actitud abierta. Podía comprender de sobra que a la Familia Imperial le pareciera cien veces más fascinante por lo inesperada: todos habían enviado muchachas graciosas, dulces, de aire recatado. Allí donde la Usagi mostraba soltura y sinceridad, las otras eran discretas como mandaba la cortesía más refinada. Bellas como sueños de la Dama Doji todas las de los Clanes Mayores, bonitas cuanto menos las de los Clanes Menores... Incluso en aquellos casos existían distinciones debido a la diferencia de recursos.

Tanaka bufó, pensando en las pequeñas injusticias constantes de la vida.

Nanako, que pasaba justo en aquel instante cerca de su discreta posición, se giró como un resorte hacia él.

-¡Kamis, Tanaka-sama...! No os encontraba -protestó-. ¿Siempre tenéis que esconderos tan cuidadosamente?

-Se esconde quien tiene algo que ocultar, Nanako-san -repuso él con una media sonrisa-. En todo caso podríais decir que estaba cuidadosamente posicionado.

-Para evitar llamar la atención, sí -la muchacha le miró con firmeza, demostrando un carácter que los buenos modales solían camuflar-. Llamadlo como queráis. Vos sabíais que os estaba buscando, ¿por qué no me habéis hecho señas...?

-Os habríais cruzado en el camino de la bella Akodo -Tanaka ni recordaba ni le interesaba recordar el nombre propio de la Candidata León-. Y eso no habría sido deseable, ¿no os parece?

-Sóis imposible -los labios de Nanako se apretaron en una línea-. Compadezco a vuestra pobre esposa...

-Y bien que hacéis -rió él-. No puede verme todo lo a menudo que sería de desear por culpa de mis deberes.

Nanako le miró con exasperación, pero luego se unió a sus risas, meneando la cabeza. Tanaka le sacaba casi veinte años y era experto en las intrigas de la Corte en la medida de lo razonable para un Clan tan pequeño y reciente: era imposible pillarle en una conversación.

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