Sentado informalmente en el suelo de tatami de su habitación, Naseru meditaba sobre los sueños vagos que habían poblado su noche. No recordaba gran cosa, salvo la imagen pesadillesca del asesinato del Crisantemo de Hierro, y la presencia consoladora de Tsudao... que en algún momento dado se había fundido con la de otra mujer que no había sabido reconocer. La extraña le había mirado, o eso le había parecido... y le había visto. No al Emperador, sino a Naseru. Había sido una extraña sensación, y más reconfortante aún que la impresión de volver a estar junto a su admirada hermana mayor. En aquel momento, casi había lamentado despertar tras la pesadilla convertida en cálido sueño...
Pero el Emperador no podía permitirse soñar. Debía conocer sus deberes y cuidar de sus súbditos, no detenerse en agradables fantasías. La desconocida de su sueño ni siquiera era real, sino una imagen ficticia surgida de sus anhelos y deseos personales.
En aquel momento un ligero roce de sedas le avisó de la presencia de uno de sus sirvientes personales, que se inclinó hasta el suelo. Naseru suspiró y se alzó, sentándose en seiza, una postura más digna y propia de su cargo.
-¿Sí, Shin?
-El Campeón del Fénix pide permiso para entrar, oh Hijo del Cielo.
Naseru asintió, se levantó y se dirigió a la tarima en la que recibiría al Campeón conforme a la etiqueta. La guardia Seppun se distribuyó de forma discreta y los criados abrieron las puertas dobles al sonar un gong.
Shiba Dorayo entró en la sala y se detuvo a unos cinco metros de la plataforma donde el Emperador le esperaba. Hizo una profunda reverencia, correspondida por una inclinación de cabeza.
-Shiba Dorayo-sama. Nos alegra veros en buena salud -enunció Naseru, hablando primero como dictaba la etiqueta.
-Hijo del Cielo, os agradezco vuestra magnanimidad al recibirme -Shiba Dorayo no alzó la mirada. Era un hombre serio y de rostro castigado por el tiempo, pero de expresión sabia, paciente y comprensiva como pocas veces se veía en un bushi. Tenía una cara de rasgos suaves, que sin ser particularmente llamativos eran delicadamente equilibrados hasta resultar agradables, sino hermosos, y su mirada viva tenía una punta de risa amable oculta en ellos que hacían que incluso a sus años, algunas doncellas le miraran y se sonrojaran-. Supongo que adivinaréis el motivo de mi petición de audiencia...
-Eso me temo -Naseru contuvo un suspiro.
-Me sentiría extremadamente honrado, mi señor, si oficiárais de juez en el duelo con mi rival Mirumoto Shirigo -los ojos negros del Shiba permanecieron educadamente bajos, pero el Emperador intuyó que había algo más que la educación que le obligaba a mantener la vista lejos de él.
-¿Le habéis desafiado ya...?
-No, mi señor, pero cuando volvamos a coincidir en un acto público... -el Campeón dejó de hablar, pues el significado de sus palabras estaba claro de sobras.
-Entiendo -Naseru pensó que debería ordenar que aquella contienda se detuviera, pero... ¿cómo iba a decidir cuál de los dos debía ser favorecido? Incluso siendo el Emperador, se guardaría mucho de insultar a dos de los Campeones actuales de los Clanes Mayores, y eso es lo que lograría inmiscuyéndose directamente en aquel asunto-. Si tal es vuestra voluntad, seré vuestro juez, entonces... Una vez decidáis dónde y cuándo se celebrará el nuevo duelo. Sólo espero que no lo realicéis en un momento o lugar que ponga en riesgo la armonía debida a la Corte Imperial...
Hubo un cierto alivio en las facciones del mayor de los dos hombres.
-Os estoy profundamente agradecido por vuestro favor, oh Hijo del Cielo.
Naseru sonrió sutilmente, preguntándose si Dorayo se percataba de que sus palabras se prestaban a que retrasaran el duelo... indefinidamente.
-Podéis retiraros, Shiba Dorayo-sama -le dijo amablemente-, o si preferís quedaros a tomar el té conmigo...
-Os agradezco el honor, Oh-Naseru-sama, pero creo que debería ir a prepararme para desafiar a mi rival... y pasar a saludar a Ide Kotetsu-sama. Ayer apenas tuvimos tiempo para hablar -confesó el hombre con una sonrisa.
-Retiraos entonces, y mandad mis mejores deseos a Ide-sama -respondió Naseru, asintiendo.
Makoto se apartó de un salto de Sezaru, poniéndose roja como una amapola y cubriendo su avergonzada expresión con la más profunda de las reverencias. Allí se quedó, temblando ligeramente y preguntándose qué diablos le había pasado para actuar de forma tan impropia e indecente. ¿Es que no podía quedarse a solas con un hombre? Y a todo esto, ¿dónde estaba Ai-san, su criada, que debería haber impedido que llegara a tales extremos...? No recordaba que la hubiese acompañado aquella mañana. ¿La había dejado marchar en solitario para ver a un hombre que ya había mostrado intenciones hacia ella?
Kamis, ¿qué iba a hacer ahora?
En su neblina de nervios y vergüenza, apenas escuchó hablar al severo Kaneka.
-Sezaru-san, vuestro comportamiento es... -hizo una pausa, y Makoto sintió la mirada del Shogun sobre ella como una presencia casi física. Sintió deseos de echarse a llorar, pero se contuvo: no era una niña, y no podía permitirse tal falta de entereza-. Algo de lo que hablaremos luego -Kaneka pareció contener su enojo con cierta dificultad-. Makoto-san, acompañadme, por favor.
-Hai, Kaneka-sama -susurró la bushi en tono casi inaudible.
-Kaneka... -Sezaru habló entonces, y aunque su tono era neutro, había una protesta implícita que el Bastardo cortó rápidamente.
-Tú a callar -cuando ordenaba, era tan temible como el más fiero de los generales. Kaneka salió del jardín, y luego del recinto de estancias de Sezaru, seguido por la cabizbaja Usagi. Atravesaron zonas abiertas y despejadas de contenida belleza, oscuros pasillos, y se alejaron de la zona más alegre y vistosa del palacio en dirección a unas salas más sobrias y militarizadas. Apartado del tránsito habitual de nobles y cortesanos se hallaba un dôjo bien equipado, amplio y en perfecto orden de revista. La joven bushi intuyó que debía ser para el entreno en exclusiva del Shogun.
-Makoto-san... Uhmpf -gruñó él, viéndola alicaída y sofocada. Le pasó un boken, mirándola por debajo de sus espesas cejas-. En posición.
La muchacha agarró el arma de madera y se colocó en la pose de los guerreros, a la espera. Kaneka asintió y le lanzó un golpe suave, que ella paró y devolvió con un contragolpe. Lanzó otro golpe, cruzado, antes de hablar de nuevo:
-Decidme qué he visto.
Ella detuvo el ataque de nuevo, mientras le miraba, no a las manos que blandían la espada de entrenamiento, sino a los ojos.
-¿Puedo... hacer una pregunta, Oh-Kaneka-sama? -dijo en voz baja. El Shogun asintió, y Makoto preguntó-. ¿Ha tenido Sezaru-sama... alguna vez... problemas de faldas?
Kaneka sonrió, y ella aprovechó para lanzar un golpe oblicuo de abajo a arriba, que él paró con la facilidad que da la práctica.
-No, no los ha tenido -respondió él. La muchacha frunció el ceño, y el Shogun se alegró de ver que su azoramiento daba paso a un estado meditabundo. Parecía estar pensando a toda velocidad, algo muy bueno. Asintió, aprobador, antes de lanzar un golpe alto, mientras trataba de darle una patada baja para desequilibrarla.
Ella esquivó saltando hacia atrás, mostrando las peculiaridades de su Escuela, que algunos Clanes Mayores encontraban demasiado acrobática para ser realmente digna.
-Creo... creo que me habéis visto hacer un ridículo espantoso -respondió la bushi, mientras el Bastardo daba vueltas a su alrededor, buscando los fallos más evidentes en su defensa-. La actitud de Sezaru-sama es excesivamente... afectuosa, por mucho que me halagara -se sonrojó, y el Shogun aprovechó para lanzar un par de golpes medios, que ella esquivó y devolvió, mostrando que su técnica no era para nada deficiente a pesar de no estar a la altura de la de él-. Dudo mucho que esté... perdidamente enamorado de mí, que es lo único que explicaría que se comprometiera conmigo de esa forma a los pocos días de conocernos.
Kaneka apretó los labios. Definitivamente, hacía muy poco que los dos se conocían, pero la joven Usagi parecía ignorar por completo su encanto y frescura, algo que era más peligroso de lo que parecía a primera vista. Que la muchacha no fuera su tipo no significaba que fuera ciego a su atractivo, pese a que a él no le resultaba tan abrumador como aparentemente le resultaba a Sezaru.
-¿Así que creéis que es lujuria tan sólo? -preguntó, prudente.
-No lo sé -respondió Makoto, desconcertada-. Me cuesta pensar mal de él. Por otro lado, sé que me he dejado llevar como una ingenua... Sezaru-sama me gusta, es muy atractivo y disfruto hablando con él, pero desde luego no creo estar perdidamente enamorada. Creo que me he dejado llevar por la sensación halagadora de notar la admiración de un hombre hecho y derecho, sin preguntarme si tal emoción era legítima.
Kaneka arqueó una ceja, pensando que no muchas jóvenes pensarían que el desgastado shugenja era guapo, o se hubiesen sentido halagadas por su deferencia. Tal vez la Usagi sintiera más de lo que sabía hacia su medio hermano, pero estaba claro que no se daba cuenta todavía. Decidió tomar la vía de la prudencia.
-¿Qué haréis, entonces?
-Creo que le debo una excusa al Emperador -Makoto bajó el boken-. Y otra a vos, por no escuchar... Me era más cómodo sentirme ofendida con él y halagada por la actitud de Sezaru-sama que meditar en lo que me estábais dando a entender.
Kaneka dejó el arma a un lado, y se sentó en seiza. Ella hizo lo propio, saludando como se hacía ante el Maestro a final de clase.
Pero el Emperador no podía permitirse soñar. Debía conocer sus deberes y cuidar de sus súbditos, no detenerse en agradables fantasías. La desconocida de su sueño ni siquiera era real, sino una imagen ficticia surgida de sus anhelos y deseos personales.
En aquel momento un ligero roce de sedas le avisó de la presencia de uno de sus sirvientes personales, que se inclinó hasta el suelo. Naseru suspiró y se alzó, sentándose en seiza, una postura más digna y propia de su cargo.
-¿Sí, Shin?
-El Campeón del Fénix pide permiso para entrar, oh Hijo del Cielo.
Naseru asintió, se levantó y se dirigió a la tarima en la que recibiría al Campeón conforme a la etiqueta. La guardia Seppun se distribuyó de forma discreta y los criados abrieron las puertas dobles al sonar un gong.
Shiba Dorayo entró en la sala y se detuvo a unos cinco metros de la plataforma donde el Emperador le esperaba. Hizo una profunda reverencia, correspondida por una inclinación de cabeza.
-Shiba Dorayo-sama. Nos alegra veros en buena salud -enunció Naseru, hablando primero como dictaba la etiqueta.
-Hijo del Cielo, os agradezco vuestra magnanimidad al recibirme -Shiba Dorayo no alzó la mirada. Era un hombre serio y de rostro castigado por el tiempo, pero de expresión sabia, paciente y comprensiva como pocas veces se veía en un bushi. Tenía una cara de rasgos suaves, que sin ser particularmente llamativos eran delicadamente equilibrados hasta resultar agradables, sino hermosos, y su mirada viva tenía una punta de risa amable oculta en ellos que hacían que incluso a sus años, algunas doncellas le miraran y se sonrojaran-. Supongo que adivinaréis el motivo de mi petición de audiencia...
-Eso me temo -Naseru contuvo un suspiro.
-Me sentiría extremadamente honrado, mi señor, si oficiárais de juez en el duelo con mi rival Mirumoto Shirigo -los ojos negros del Shiba permanecieron educadamente bajos, pero el Emperador intuyó que había algo más que la educación que le obligaba a mantener la vista lejos de él.
-¿Le habéis desafiado ya...?
-No, mi señor, pero cuando volvamos a coincidir en un acto público... -el Campeón dejó de hablar, pues el significado de sus palabras estaba claro de sobras.
-Entiendo -Naseru pensó que debería ordenar que aquella contienda se detuviera, pero... ¿cómo iba a decidir cuál de los dos debía ser favorecido? Incluso siendo el Emperador, se guardaría mucho de insultar a dos de los Campeones actuales de los Clanes Mayores, y eso es lo que lograría inmiscuyéndose directamente en aquel asunto-. Si tal es vuestra voluntad, seré vuestro juez, entonces... Una vez decidáis dónde y cuándo se celebrará el nuevo duelo. Sólo espero que no lo realicéis en un momento o lugar que ponga en riesgo la armonía debida a la Corte Imperial...
Hubo un cierto alivio en las facciones del mayor de los dos hombres.
-Os estoy profundamente agradecido por vuestro favor, oh Hijo del Cielo.
Naseru sonrió sutilmente, preguntándose si Dorayo se percataba de que sus palabras se prestaban a que retrasaran el duelo... indefinidamente.
-Podéis retiraros, Shiba Dorayo-sama -le dijo amablemente-, o si preferís quedaros a tomar el té conmigo...
-Os agradezco el honor, Oh-Naseru-sama, pero creo que debería ir a prepararme para desafiar a mi rival... y pasar a saludar a Ide Kotetsu-sama. Ayer apenas tuvimos tiempo para hablar -confesó el hombre con una sonrisa.
-Retiraos entonces, y mandad mis mejores deseos a Ide-sama -respondió Naseru, asintiendo.
***
Makoto se apartó de un salto de Sezaru, poniéndose roja como una amapola y cubriendo su avergonzada expresión con la más profunda de las reverencias. Allí se quedó, temblando ligeramente y preguntándose qué diablos le había pasado para actuar de forma tan impropia e indecente. ¿Es que no podía quedarse a solas con un hombre? Y a todo esto, ¿dónde estaba Ai-san, su criada, que debería haber impedido que llegara a tales extremos...? No recordaba que la hubiese acompañado aquella mañana. ¿La había dejado marchar en solitario para ver a un hombre que ya había mostrado intenciones hacia ella?
Kamis, ¿qué iba a hacer ahora?
En su neblina de nervios y vergüenza, apenas escuchó hablar al severo Kaneka.
-Sezaru-san, vuestro comportamiento es... -hizo una pausa, y Makoto sintió la mirada del Shogun sobre ella como una presencia casi física. Sintió deseos de echarse a llorar, pero se contuvo: no era una niña, y no podía permitirse tal falta de entereza-. Algo de lo que hablaremos luego -Kaneka pareció contener su enojo con cierta dificultad-. Makoto-san, acompañadme, por favor.
-Hai, Kaneka-sama -susurró la bushi en tono casi inaudible.
-Kaneka... -Sezaru habló entonces, y aunque su tono era neutro, había una protesta implícita que el Bastardo cortó rápidamente.
-Tú a callar -cuando ordenaba, era tan temible como el más fiero de los generales. Kaneka salió del jardín, y luego del recinto de estancias de Sezaru, seguido por la cabizbaja Usagi. Atravesaron zonas abiertas y despejadas de contenida belleza, oscuros pasillos, y se alejaron de la zona más alegre y vistosa del palacio en dirección a unas salas más sobrias y militarizadas. Apartado del tránsito habitual de nobles y cortesanos se hallaba un dôjo bien equipado, amplio y en perfecto orden de revista. La joven bushi intuyó que debía ser para el entreno en exclusiva del Shogun.
-Makoto-san... Uhmpf -gruñó él, viéndola alicaída y sofocada. Le pasó un boken, mirándola por debajo de sus espesas cejas-. En posición.
La muchacha agarró el arma de madera y se colocó en la pose de los guerreros, a la espera. Kaneka asintió y le lanzó un golpe suave, que ella paró y devolvió con un contragolpe. Lanzó otro golpe, cruzado, antes de hablar de nuevo:
-Decidme qué he visto.
Ella detuvo el ataque de nuevo, mientras le miraba, no a las manos que blandían la espada de entrenamiento, sino a los ojos.
-¿Puedo... hacer una pregunta, Oh-Kaneka-sama? -dijo en voz baja. El Shogun asintió, y Makoto preguntó-. ¿Ha tenido Sezaru-sama... alguna vez... problemas de faldas?
Kaneka sonrió, y ella aprovechó para lanzar un golpe oblicuo de abajo a arriba, que él paró con la facilidad que da la práctica.
-No, no los ha tenido -respondió él. La muchacha frunció el ceño, y el Shogun se alegró de ver que su azoramiento daba paso a un estado meditabundo. Parecía estar pensando a toda velocidad, algo muy bueno. Asintió, aprobador, antes de lanzar un golpe alto, mientras trataba de darle una patada baja para desequilibrarla.
Ella esquivó saltando hacia atrás, mostrando las peculiaridades de su Escuela, que algunos Clanes Mayores encontraban demasiado acrobática para ser realmente digna.
-Creo... creo que me habéis visto hacer un ridículo espantoso -respondió la bushi, mientras el Bastardo daba vueltas a su alrededor, buscando los fallos más evidentes en su defensa-. La actitud de Sezaru-sama es excesivamente... afectuosa, por mucho que me halagara -se sonrojó, y el Shogun aprovechó para lanzar un par de golpes medios, que ella esquivó y devolvió, mostrando que su técnica no era para nada deficiente a pesar de no estar a la altura de la de él-. Dudo mucho que esté... perdidamente enamorado de mí, que es lo único que explicaría que se comprometiera conmigo de esa forma a los pocos días de conocernos.
Kaneka apretó los labios. Definitivamente, hacía muy poco que los dos se conocían, pero la joven Usagi parecía ignorar por completo su encanto y frescura, algo que era más peligroso de lo que parecía a primera vista. Que la muchacha no fuera su tipo no significaba que fuera ciego a su atractivo, pese a que a él no le resultaba tan abrumador como aparentemente le resultaba a Sezaru.
-¿Así que creéis que es lujuria tan sólo? -preguntó, prudente.
-No lo sé -respondió Makoto, desconcertada-. Me cuesta pensar mal de él. Por otro lado, sé que me he dejado llevar como una ingenua... Sezaru-sama me gusta, es muy atractivo y disfruto hablando con él, pero desde luego no creo estar perdidamente enamorada. Creo que me he dejado llevar por la sensación halagadora de notar la admiración de un hombre hecho y derecho, sin preguntarme si tal emoción era legítima.
Kaneka arqueó una ceja, pensando que no muchas jóvenes pensarían que el desgastado shugenja era guapo, o se hubiesen sentido halagadas por su deferencia. Tal vez la Usagi sintiera más de lo que sabía hacia su medio hermano, pero estaba claro que no se daba cuenta todavía. Decidió tomar la vía de la prudencia.
-¿Qué haréis, entonces?
-Creo que le debo una excusa al Emperador -Makoto bajó el boken-. Y otra a vos, por no escuchar... Me era más cómodo sentirme ofendida con él y halagada por la actitud de Sezaru-sama que meditar en lo que me estábais dando a entender.
Kaneka dejó el arma a un lado, y se sentó en seiza. Ella hizo lo propio, saludando como se hacía ante el Maestro a final de clase.
-Está claro que voy a tener que evitar quedarme a solas con Sezaru-sama -la voz de la joven expresaba más melancolía de la lógica por un simple caso de orgullo contrariado, la verdad. Kaneka empezaba a lamentar el haberles interrumpido, pero sólo en parte. Si les hubiera dejado continuar sin que hablaran, luego podría haber habido reproches injustos-. Pero no deseo dejar de verle tampoco... No sería justo.
-Él es... un hombre extraño -admitió el Shogun-. No es mala persona, no digo eso... Pero tiende a tomarse las cosas en serio. Todas y cada una de ellas.
-Yo hubiese dicho, a primera vista, que vos sóis más serio que él... -musitó Makoto con una sonrisa.
-Es distinto ser serio que tomarse las cosas en serio -explicó Kaneka-. Si decide cuidar bonsais, lo hará como el mejor, y no cejará hasta hacerlo a la perfección -su expresión se volvió entre preocupada y enfadada-. Si decide aprender las peculiaridades de la poesía, leerá cada tratado, cada libro, y ensayará hasta conseguir declamar los más sentidos haikus. Lo que quiero decir es que... si decide que significáis algo para él -la miró a los ojos- será todo.
-Oh -susurró ella, poniéndose como la grana.
-Si no estáis segura... podríais acabar mal. Los dos.
-No, claro que no estoy segura, Kaneka-sama -musitó Makoto, impresionada-. ¿Cómo podría estarlo? No le conozco apenas, y os lo he demostrado de sobras, creo... Oh, kamis -apartó la vista-. Antes de hoy no me hubiese considerado una romántica, o dada a... a pensar en temas menos elevados. Pienso sinceramente que el deber es lo primero para todo samurai. Y... y sin embargo... -su voz se fue apagando.
Kaneka sonrió lentamente, con una expresión soñadora que casaba mal con sus rasgos bastos, gastados por batallas y golpes, cruzados de cicatrices.
-Nadie es romántico hasta que se encuentra mirando unos ojos que, con tan sólo mirarlos, le roban una sonrisa...
Makoto miró con fijeza al Shogun, recordando cierta conversación oída subrepticiamente en unos baños. Sabía que aquel tipo de prácticas eran muy propias del Clan León... Y ahora se preguntó si no había más de lo que parecía tras ello. Le hizo a Kaneka la más profunda de las reverencias.
-Dômo arigatô gozaimashita, Oh-Kaneka-sama.
-¿Por qué? Sólo hemos entrenado -el Shogun le guiñó el ojo. Ella se rió.
-Es un honor que hayáis decidido entrenar a alguien tan torpe como yo.
-El herrero ve el buen acero pugnando por salir de la veta de mineral más tosca -el Bastardo frunció el ceño, y añadió-. No pretendo insultaros llamándoos tosca... esa comparación ha sonado mal.
-Soy tosca -respondió ella riendo-. Y me halaga vuestra comparación. No os disculpéis... Es cierto que carezco de sutileza, y desde luego tengo mucho que aprender.
-Tal vez carezcáis de sutileza -admitió Kaneka, sintiendo una cierta afinidad por aquella muchacha sin dominio excelso de los modales cortesanos-. Sóis como una montaña, que puede tener hermosura y fuerza sin delicadeza, pero detiene ejércitos y sobrevive a las tormentas. Y si pensáis que os elogio en exceso, mirad a los Cangrejo... dadme diez mil toscos como ellos y mantendré la paz mil años.
-Nunca se me ocurriría menospreciarles -se rió la muchacha.
-Hacéis bien -Kaneka sonrió, de nuevo aprobador-. Id con él... y hablad. Aclaraos antes de que otra persona os pille. Ah... y si resultáis convertiros en mi cuñada, os dejaré pillarme a mí... es lo justo -dijo con cierta picardía, dispuesto a aliviar el bochorno de la Usagi.
-Me encantaría pillaros, Oh-Kaneka-sama -dijo Makoto riendo con ganas. Entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir, y se llevó las manos a las mejillas, poniéndose como la grana, y salió corriendo muy poco dignamente. De golpe, se detuvo y volvió sobre sus pasos-. ¿Oh-Kaneka-sama? ¿Podría entrenar otro día con vos...? Sé que es abusar de vuestro tiempo, pero realmente me sería muy provechoso ese tipo de disciplina...
-Después del desayuno, todos los días, aprovecho el frescor matutino para entrenar una hora -respondió Kaneka, sonriendo-. Si deseáis venir, será un honor recibiros.
-El honor será todo mío, Oh-Kaneka-sama -dijo ella con una reverencia. Él enarcó una ceja.
-¿Pretendéis acapararlo, Makoto-san?
***
Makoto encontró a Sezaru exactamente en la misma posición que le había dejado, con la mirada perdida que se iluminó de alivio y alegría al verla. Intercambiaron reverencias, y él la observó, a la expectativa, sin mostrar ni un indicio de sus pensamientos.
-¿Qué os ha dicho Kaneka? -decidió preguntar finalmente, desconfiado y algo inseguro pese a que su tono no rebelaba más que suave educación.
-Creo que os debo una disculpa, Sezaru-sama -respondió ella, tomándole completamente por sorpresa. Su cuidada máscara de indiferencia se vino abajo.
-¿Qué? Oh, no, no, no... -protestó-. En todo caso soy yo quien...
Makoto alzó una mano, y él calló de nuevo, mirándola.
-Dejadme hablar, onegai -dijo la joven con suavidad, y Sezaru asintió, absorbiendo cada detalle de su postura, inconscientemente autoritaria, de su cabello negro brillando al sol, de sus ojos castaños y preocupados. Su severidad se desvaneció en una sonrisa, un gesto sincero que él había llegado a adorar en aquellos días, escasos pero intensos-. Me gustáis mucho -él le devolvió la sonrisa, aliviado-, y antes he perdido un poco la cabeza. Vuestra actitud es tan halagadora... y sóis tan atractivo... -Sezaru no podía creer que una muchacha en la flor de la juventud le estuviera diciendo aquellas cosas. Su corazón se aceleró al oírla, sobre todo porque se percataba de que no había nada premeditado en lo que ella decía, sino que sus palabras brotaban con completa sinceridad-. Y yo...
-Sóis hermosa -susurró él, inconscientemente inclinándose hacia ella. Pero las siguientes palabras de la joven fueron como un chorro de agua helada.
-Yo he actuado impulsivamente, porque me siento atraída por vos, y porque... porque siento curiosidad, supongo. Por el amor, y por todo lo demás...
-¿Qué queréis decir? -dijo Sezaru, repentinamente inseguro.
-Quiero decir que hemos ido muy deprisa.
-Oh... lo lamento -musitó él, comprendiendo que aquello era cierto, pero sin ver por qué tenía que ser un problema.
-Y que no estoy enamorada de vos -aclaró Makoto. Sezaru se quedó sin palabras, y tal vez fuera una suerte-. Aunque por cómo he actuado puede haber parecido lo contrario. No os conozco lo suficiente. Me gustáis muchísimo, pero... pero creo que no he obrado bien. Creo que he jugado con vuestros sentimientos sin ser consciente de ello.
El Lobo bajó la mirada, apretando los labios.
-Iie... la culpa es mía -dijo con involuntaria amargura. Hubo una pausa, y volvió a mirarla. Makoto tenía los ojos fijos en él, y su alma entera parecía estar en ellos, magnífica y preciosa.
-Yo quería que me besárais, Sezaru-sama -susurró la joven. De nuevo, el hombre se quedó sin saber a qué carta quedarse, así que respondió lo primero que le vino a la cabeza.
-Bien... lo hice -ella asintió. Hubo una nueva pausa, y él preguntó, desconcertado-. ¿Y ahora...?
Makoto le tendió las manos, y él se las aferró sin dudar. Ella se las apretó entre las suyas, unas manos pequeñas pero callosas, fuertes, las manos de una guerrera.
-¿Podemos... ser amigos, Sezaru-sama? Necesito tiempo, tiempo para saber si me gustáis, o es algo más. No quiero engañarme ni engañaros.
El Lobo sonrió lentamente.
-Me parece justo -dijo en voz baja, percatándose de que aquello no era un adiós, ni mucho menos, a sus esperanzas y anhelos-. ¿Tenéis planes para hoy?
-Hai... pensaba bajar al pueblo, ver a Ide-sama si ella quiere, y... -respondió ella cándidamente. Él contuvo la risa ante aquella nueva muestra de ingenuidad por parte de la muchacha: no tenía ni un ápice de picardía en ella.
-Entonces será mejor que no os entretenga... -le hizo una reverencia, soltándole las manos a regañadientes.
-Además, quién sabe... a lo mejor al Emperador le da por invitarme hoy a cenar -dijo ella poniendo los ojos en blanco.
-Quién sabe, sí -repuso él, haciéndola reír.