martes, 13 de agosto de 2013

Primeras Impresiones XIX


Corría una brisa agradable, que prometía una mañana fresca de otoño. Tal vez por la tarde volviera el calor, pero por ahora la promesa del invierno empezaba a flotar en el ambiente con más fuerza. Hoketuhime agradecía el cambio, que le permitía usar ropas más gruesas. Eso la hacía sentirse menos expuesta.

Miró de reojo a los allí reunidos. Hachi, el Campeón Esmeralda, se sentaba a los pies del Emperador, a su derecha, justo enfrente de ella. Y sentado en el suelo, con las piernas cruzadas como el bárbaro que era, Moto Chagatai tomaba su té mientras fruncía el ceño con gesto de concentración. Era un bebedor consumado, pero incluso él tenía sus límites. Ya no era ningún jovencito, y parecía que la resaca le asediaba pese a un mejunje espeso que solía jurar y perjurar que le quitaba todos los síntomas.

La Daimyo Otomo se preguntó qué había hecho durante su ebriedad el Khan para justificar aquella reunión matutina. En silencio, le sirvió más té. El Khan cabeceó en señal de agradecimiento mudo.

-No puedo decir que apruebe vuestro comportamiento de ayer noche, Moto-san -dijo Naseru en voz no muy alta. Pese a todo, no parecía particularmente furioso, aunque fruncía el ceño ligeramente-. Pero estoy algo intrigado por saber el motivo de vuestra celebración. No soléis invitar a desconocidas a la ligera.

-¿Makoto-san? Ah, no es una desconocida... Kaneka-sama simpatiza mucho con ella -respondió el Khan mirando al Emperador sin dobleces-. Y los amigos de Kaneka-sama son los míos. Además, tenía mucho que festejar... Habréis oído hablar del asunto de la dama Ide Kotetsu-san, claro está. 

-Shiba Dorayo-san en persona me pidió que fuera juez de su disputa -asintió el Hijo del Cielo, tomando un trago de su té.

-Pues parece que no va a celebrarse dicho duelo -dijo Chagatai con satisfacción-. Ide-san y Makoto-san estuvieron de intercambio de confidencias... y luego la primera, una súbdita leal tanto de su Majestad como mía, llegó a una solución creativa a un conflicto de años.

Hoketuhime frunció ligerísimamente el ceño antes de darse cuenta, mientras intentaba descifrar el significado de aquellas crípticas palabras. Revisó mentalmente los últimos rumores e idas y venidas de Kyuden Miya... y recordó que se había comentado algo sobre una reunión entre los dos Campeones y la Cortesana Ide.

Una reunión que había finalizado muy, muy tarde. Hoketuhime se sonrojó levísimamente y bajó la mirada.

Naseru parpadeó. 

-Así que... Ide-san, Shiba-san y Mirumoto-san...

-¡Ahá! Los tres -la satisfacción del Khan era más que evidente. Hachi, el Campeón, se echó a reír.

-Makoto-san es sin duda una muchacha creativa... -dijo meneando la cabeza. Los presentes se le quedaron mirando,  y él se quedó algo sorprendido. Se encogió de hombros-. Oh, vamos, no puedo ser el único que... Tras una década de querellas, hay una reunión entre dos mujeres y me diréis que a Ide-sama se le ocurrió la solución sola... Creo que es obvio de quién fue la idea, dado que si a Ide-sama hubiese podido dar con una salida semejante al conflicto, lo hubiese hecho antes por el bien de sus propios sentimientos y de los de los demás implicados.

-¿Una joven tan inocente como la Candidata Usagi iba a pensar...? Estaréis de broma -Hoketuhime palideció ligeramente. Bastante repugnancia le causaba el hecho de visualizar a un hombre y a una mujer, como para imaginarse a dos hombres... haciendo su buena voluntad con una víctima indefensa. Sintió una cierta nausea. No, una virgen inocente no podía pensar en semejantes cosas.

-No le veo el perjuicio al asunto -Hachi enarcó una ceja y miró a su Emperador-. Al fin y al cabo, nos va a ahorrar muchos problemas...

El rostro de Naseru no expresaba nada. Era como una puerta inmensa de bronce, hermosamente labrada y sin emociones en ella.

Y cerrada a cal y canto.

***

Le había hecho falta todo su valor para salir de debajo de las mantas y decidirse a tomar la infusión de Chagatai para, al menos, sentirse fraccionalmente mejor. El brebaje era amargo como nada que hubiese probado antes, incluso más que el té de ceremonia, así que vació su taza de un trago rápido y cuando las nauseas remitieron se vistió rápidamente un kimono más modesto que los modelos habituales, en los tonos rojos y blancos de su Clan, y un obi blanco y dorado en referencia al Fénix de quien Sezaru formaba parte. Ai le arregló el cabello en una simple coleta de bushi, informal pero impecable. Al mirarse en el espejo Makoto sintió un cierto consuelo al comprobar que, por primera vez desde que había llegado a aquella corte, parecía ella misma de nuevo. Arreglada, vestida con discreto lujo, pero la bushi de siempre.

Al salir a los pasillos exteriores, evitando la zona más concurrida, comprobó que era muy temprano y el tiempo había refrescado. Andar rápidamente a su cita matutina fue un placer en esta ocasión, ya que le permitió entrar en calor dentro de su delicado kimono. Tuvo que contener un estornudo. ¿Se habría resfriado con su chapuzón nocturno? Trató de animarse recordando que su estado de ebriedad la disculpaba de otras posibles consecuencias de su comportamiento la víspera.

Si no hubiese quedado con Sezaru para desayunar se hubiese quedado en su futón durante buena parte de la mañana, pensó algo decaída. O hasta el fin del mundo. Eso hubiese sido una cobardía, aunque una muy cómoda...

Al llegar a las estancias del shugenja se llevó una sorpresa: el Lobo estaba enmascarado, con una extraña máscara integral que le cubría por completo los rasgos. Sobre la frente tenía un sol rojo, y algunas líneas estilizadas eran su único otro adorno. Era simple, hermosa y ligeramente siniestra, aunque Makoto no se sintió amenazada por ella, sino fascinada, como ante un animal fiero y terrible pero de gran belleza. Se saludaron, ella con una profunda reverencia, él con una inclinación de cabeza, ambos extremadamente formales.

-No os había visto así nunca... me habéis sorprendido -confesó la joven.

-¿Y qué os parece?

-Es preciosa -contestó Makoto en honor a la verdad, sonriendo ligeramente mientras intentaba pensar un motivo por el cuál el Lobo tuviera que ocultarle ahora su rostro. No obstante, pese a aquel subterfugio, ella supo que él sonreía complacido. La Bushi tuvo la sensación de que su apreciación era algo realmente importante para él... y que incluso la propia máscara se sentía satisfecha por la opinión de la joven-. ¿La habéis hecho vos? -aventuró.

-No, la hizo mi madre -hubo una ligera pausa tras esto. Makoto pensó en la mujer en cuestión, la antigua Emperatriz y Oráculo del Vacío. Recordó lo que un Sezaru niño le había dicho sobre ella, sobre el fuego que quemaba únicamente a aquellos que querían hacerle daño, sobre su padre... Cerró los ojos e inspiró hondo, preguntándose cuánto de aquel niño asustado, frustrado y travieso quedaba aún en el shugenja, si aquel miedo continuaba presente en el fondo de su alma. No había logrado ser el Emperador como había creído que sería, pero sí estaba en posición de proteger Rokugan con su poder como había deseado. Tal vez había ganado más de lo que había perdido, al perder el trono de Jade.

En cierto sentido, sabía más de él que de cuantas personas conocía, incluso de sus amigos de siempre. Aquel pensamiento, el hecho de que había tenido acceso a una parte de él que nadie hubiese debido tocar sin permiso, aunque no fuera su culpa, fue lo que le llevó a confesarse:

-Ayer conocí a Moto-sama... Moto Chagatai-sama -se corrigió, respetuosa-. Es un hombre muy... impulsivo.

-Tal es su naturaleza -respondió Sezaru. De nuevo Makoto tuvo la sensación de que sonreía, tal vez divertido ante su ingenuidad, tal vez desconcertado por aquel extraño cambio de conversación.

-Me emborraché -musitó ella.

-Lo sé.

-¿Lo sabéis vos, o lo sabe todo el mundo? -respondió, mortificada.

Sezaru se quitó la máscara, con unos movimientos lentos, teatrales, que le recordaron a la Bushi los de los actores de Noh. Tenía un ojo amoratado, terriblemente hinchado hasta impedir por completo que pudiese abrirlo.

-Sólo yo -respondió con una sonrisa torcida, compleja.

-¿Qué os ha pasado? -exclamó, conteniendo un súbito impulso de levantarse y tocarle la mejilla.

-Estaba yo durmiendo anoche tras la cena cuando de repente entró mi hermano, vestido únicamente con pantalones y farfullando algo sobre deshonrar jovencitas, y me dió un puñetazo que ya querría un monje.

-¡Gomen nasai, Sezaru-sama! -se disculpó Makoto con una profunda reverencia, tocando el suelo con la frente en señal de contricción-. Hablé de más ayer noche.

-No, no os disculpéis, pero os lo ruego, no volváis a beber -Sezaru se sirvió algo de té, con la risa bailándole en la mirada de su único ojo sano, pese a que su gesto era pretendidamente severo.

-Nunca lo hago. Mi padre es un hombre severo y nunca nos permitía tomar alcohol... ahora entiendo por qué -suspiró ella, contrita.

-Hace falta acostumbrarse, o... ¿os duele la cabeza? -preguntó el Lobo, frunciendo ligeramente el ceño. Ante el asentimiento de ella, levantó las manos y las dejó en el aire, sin querer forzar una intimidad que ambos estaban intentando evitar en exceso-. ¿Me permitís?

La Usagi se acercó sin dudar, dejando que el hombre posara los dedos sobre sus sienes. Él murmuró algo que la muchacha no entendió. Un resplandor azul brotó de sus manos, extrañamente relajante y suave como una caricia, y el dolor de cabeza, junto con el resto de perjuicios de la resaca, desaparecieron por completo.

-Oh, Sezaru-sama... ¡qué alivio! -suspiró ella. Su rostro se relajó por completo en una sonrisa aliviada. El Shugenja no pudo evitar corresponder a ella y musitar:

-Ha valido la pena... Un puñetazo por besaros es un bajo precio a pagar -sus dedos masajearon suavemente las sienes de la bushi, antes de retirarse reticentemente. La muchacha le miró, sonrojada.

-Sezaru-sama, sóis muy malo -susurró Makoto de forma casi inaudible.

-¿Honto...?

-Honto ni -ambos sonrieron, con una mezcla de timidez y picardía ella, con complicidad él.

-Aunque me siento en desventaja. Siendo descarado... -la sonrisa de Sezaru se volvió más amplia- mis hermanos os ha podido contemplar en todo vuestro esplendor...

Makoto soltó una exclamación y se cubrió el rostro con las manos, avergonzada.

-¡Sezaru-sama! ¿Eso también os lo han contado?

-Hai... Kaneka pensó que sería mejor que lo supiese, y mejor por él que por Naseru.

-¿Pero cuándo... cómo...?

-Esta mañana, al amanecer. Ha sido una noche ajetreada... Casi creí que no vendríais a nuestra cita, la verdad -Sezaru estaba disfrutando de la turbación de la joven, que se había puesto roja hasta las orejas. Le dio un sorbo al té, tranquilo, mientras ella barbotaba una defensa que era absolutamente innecesaria pero encantadora de oír.

-No suelo desnudarme, a menos que... -Makoto interrumpió su protesta y miró a su interlocutor-. Esta conversación ya la he tenido... en un sueño.

-Ah... ¿pero hacen los sueños justicia a la realidad? -respondió él con una sonrisa.

-No sé, ¿cómo besábais a los doce años? -repuso ella, con descaro. Se volvió a sonrojar violentamente, dándose cuenta de que estaba, de nuevo, coqueteando involuntariamente con el Shugenja-. No respondáis, onegai...

-Sólo besaba a mi madre -le contestó el Lobo, sonriendo y decidiendo quitarle hierro al asunto... no fuera que Makoto se arrepintiera y dejara aquella frescura tan inconveniente que en su opinión era su mayor encanto-. Imagino que no cuenta. Pero sé... sé que ningún sueño que pudiera tener os haría justicia, Makoto-san...

Por un momento se quedaron así, mirándose en silencio, él sonriendo con dulzura, ella turbada y confusa.

-Será mejor que vaya a entrenar... Me irá bien ponerme en forma, y le dije a Kaneka-sama que no faltaría-dijo la joven en voz baja.

Sezaru suspiró y agachó la cabeza, algo desilusionado y enfadado consigo mismo. La muchacha ni siquiera había tocado su arroz, o el té que había preparado para ambos. Estaba claro que la había presionado en exceso y por ello necesitaba retirarse. De nuevo había forzado la situación hasta su límite.

-Lamento si os he incomodado. Procuraré ser más... menos... -no sabía qué decir, así que simplemente se inclinó. Le sorprendió notar la mano pequeña y fuerte de Makoto sobre las suyas, cruzadas en gesto de disculpa.

-No es eso, Sezaru-sama... no es eso -murmuró la joven-. Pero no creo que sea bueno que... que aliente esa actitud, no cuando no estoy segura... Odiaría haceros daño -parpadeó rápidamente.

Sezaru se irguió de nuevo y se colocó la máscara de nuevo, agradeciendo el anonimato que ésta le procuraba. Aunque lo cierto es que ante Makoto, fuera como fuera, siempre acababa mostrando más de lo que deseaba... facetas de sí mismo que no aparecían ante otros, un rasgo de humor travieso que creía haber superado con su genpukku, un jugueteo que se tornaba rápidamente sensual ante la respuesta positiva de la joven a sus coqueteos. Se sintió desnudo ante ella, en carne viva. Quizás fuera la sinceridad de la Usagi la que le obligaba a mostrarse así. Quizás fuera, sencillamente, que estaba locamente enamorado de ella. La rebelación fue como un mazazo y por un momento le robó el aliento.

-Si mi actitud no es adecuada, la depondré -dijo cuando hubo recuperado el habla-. Id... Kaneka odia esperar -necesitaba estar solo, necesitaba desesperadamente comprenderse a sí mismo, necesitaba una seguridad de que su futuro con ella tenía al menos una posibilidad... sí. Eso haría. Su acelerado corazón fue calmándose. Apenas vio cómo ella le hacía una reverencia de despedida, respondió con una inclinación de cabeza casi automática.

-¿Sezaru-sama? -la voz de ella interrumpió sus meditaciones. Se volvió a mirarla. Fruncía el ceño, y apretaba los puños ligeramente-. La próxima vez devolvedle el golpe a Naseru-sama, por hipócrita... Le zurraría yo misma, pero sería una deslealtad.

El Shugenja contuvo una sonrisa, pese a que ella no podía verla. Luego contestó con gran seriedad:

-Aunque sea mi hermano, es el Emperador. Una cosa es que piense o diga que es un idiota, otra muy distinta agredirle... Se paga con la vida el alzar la mano contra el Hijo del Cielo.

-Lo sé -suspiró ella-. Pero una muchacha puede permitirse soñar, ¿neh...?

-Oh, sí... las chicas pueden permitirse soñar -¿y él? ¿Podía él permitirse soñar también...?

Esperó pacientemente a que Makoto se alejara, escuchando sus pasos rápidos y ágiles sobre la madera primero, sobre la gravilla del camino del jardín después. Inspiró hondo, tomando fuerzas para poner en práctica lo que acababa de decidir. Luego se levantó y se dirigió hacia el pozo, sacó agua, la derramó lentamente en un cuenco, meditó ante él hasta que se empezaron a formar las imágenes del futuro que podía aguardarle...

Sezaru abrió mucho los ojos, conteniendo una exclamación.

martes, 6 de agosto de 2013

Primeras Impresiones XVIII



Un rayo de sol brillante golpeó a Makoto como un mazazo, devolviéndola a la vigilia y haciéndole gruñir en protesta. Se dio media vuelta, percatándose de que un dolor de cabeza insoportable y unas ligeras nauseas habían hecho presa en ella. Trató de hacer memoria, y sólo pudo recordar parte de la tarde anterior. Se incorporó lentamente al descubrir que los movimientos bruscos empeoraban su jaqueca y llamó en voz no muy alta a su criada. De sus hombros se deslizó un kimono verde y dorado de corte amplio y masculino que obviamente no le pertenecía. Lo miró desconcertada.

-¿Ai-san...?

La doncella entró con una bandeja de comida, cuyo mero aroma revolvió el estómago de la Usagi, y una taza de té humeante. Makoto aceptó ésta última con agradecimiento, y al beber notó que su mareo, al menos, remitía ligeramente. Suspiró y pudo comer algo, lentamente, forzándose a ingerir el alimento que sabía que le sería necesario para mantenerse en pie, al menos.

-Ai-san, ¿cómo volví anoche a mis aposentos...? -preguntó la samurai, mirando con incomprensión el kimono color jade que la envolvía. Era amplio, suave y olía muy bien, aunque de forma poco familiar, a un perfume que le resultaba desconocido. ¿Cedro, quizás? ¿Sándalo? Aromas extrañamente masculinos. Se sonrojó ligeramente, y su turbación fue a más al notar que su criada también enrojecía.

-Etto... Os trajeron, mi señora -Ai bajó la mirada, aparentemente muy ocupada en arreglar los objetos que había en el tocador-. Al parecer al Khan y a vos os pareció adecuado hacer una carrera de natación... y casi os ahogais.

-Oh -Makoto inspiró hondo, tratando de mantener el control de sus nervios, antes de preguntar-. ¿Quién me sacó del agua?

-Por lo que sé... interrumpísteis el paseo nocturno de Su Majestad -musitó la criada, aún sin atreverse a mirarla a los ojos.

-El paseo del... ¿El Emperador me vio desnuda y borracha? -la voz de la bushi era un hilo ahora-. ¿Me sacó del agua en ese estado? -se cubrió la cara con las manos, notando que las nauseas volvían redobladas-. Ai-san, dime que no dije ninguna inconveniencia, ni le abracé, ni le llamé Naseru-chan o alguna tontería por el estilo.

Ai se aclaró la garganta. Makoto, que había estado rezando velozmente para sus adentros a los Antepasados, supo que no iba a tener tanta suerte.

-No, no... no le llamásteis Naseru-chan ni nada así... -por un momento la Usagi sintió que sus esperanzas renacían, pero las siguientes palabras de la criada la hundieron aún más en la miseria-, sólo hicísteis una comparativa. Kaneka-sama estaba sacando al Khan del lago, y...

-¿Comparativa? ¿Le comparé con sus hermanos...? Kamis, oh, no, Kamis misericordiosos... ¿dije que era bajito, verdad? -definitivamente, iba a volver con su familia cubierta de oprobio.

-Iie... pero... -era obvio que Ai no sabía cómo decirle aquello-. Les besásteis. A los dos. Para saber quién besaba mejor de todos.

Makoto se escondió debajo de la manta, encontrándose envuelta en el olor inapropiadamente agradable del kimono. Los ropajes del Emperador, nada menos.

-Decidle a todo el mundo que estoy indispuesta... y deshaceos de esto -se sacó la vestimenta velozmente-. Si alguien lo ve... -pensarían que tenía tratos más que íntimos con alguien de la familia Imperial. Makoto se sofocó. Más problemas-. Dóblalo, envuélvelo bien, ¡que nadie sepa que lo tengo! -suplicó más que ordenó la muchacha-. Hay que devolvérselo de forma discreta, o... Kamis, ¿es que no puedo hacer nada normal...?

La criada suspiró y retiró la bandeja del desayuno, casi intacta.

-El Khan os ha enviado flores esta mañana, y una infusión -añadió Ai con timidez-. Dijo que os iría bien para el malestar.

-Mándale mi agradecimiento. Yo... -la bushi hizo una pausa, y luego preguntó vacilante-. Ai-san, ¿quién dije que besaba mejor de los tres...?

Ai la miró unos segundos, tratando de permanecer inexpresiva, pero lentamente una sonrisa asomó a su rostro redondo.

-Eso ya no me lo dijo Su Majestad -hizo una profunda reverencia y salió a preparar la infusión del Khan.

***

Komori Tanaka fumaba lentamente de su pipa, una pieza de madera que él mismo había labrado con más cariño que habilidad. Lo cierto es que se le daba mejor hacer juguetes, pensó mirando la larga y poco recta boquilla con ánimo crítico. Sonrió de forma torcida. Tanto mejor, ya que sus hijos no estaban tan interesados en el tabaco como en jugar.

Se preguntó cuánto haría que la Usagi que tanto revuelo había causado en la Corte con sus inesperadas amistades y las reacciones desconcertantes de aquellos que formaban su corazón, el Emperador y su familia, había dejado los muñecos de su infancia atrás. No mucho, en realidad. Era muy joven, y entre los Clanes Menores, como bien sabía él, el genpukku solía ser más tardío. Qué lástima que justo en su época de abandonar los juguetes de infancia le tocara convertirse en uno, ironizó para sus adentros. Todos lo eran, en cierta medida, unos de otros: tal era la ley invisible de la Corte, con sus complejas marañas de intriga.

Sentado en la barandilla, vio pasar al Canciller Imperial hablando en voz baja con la pupila del Lobo. La dama en cuestión, habitualmente seductora, se mostraba fría con tan alta personalidad. Tanaka se apoyó contra la columna que tenía a la espalda, dejando que ésta se convirtiera en la mayor parte de su camuflaje natural.

-... En verdad os agradezco cuanto hacéis por mí, pero yo no he solicitado vuestra ayuda. Podéis pensar lo que gustéis, pero no soy una niña y no necesito vuestra protección, Kaukatsu-sama.

-No hablo para haceros sentir en deuda -protestó el rubio Canciller con voz meliflua. Era un secreto a voces que sentía debilidad por Angai. Tanaka alzó una ceja, dando una profunda bocanada a su pipa. No todos los rumores que corrían entre los cortesanos eran falsos o desdeñables, obviamente-. Sólo quiero que me consideréis como un amigo interesado en vuestro bienestar. Ni se me ocurriría pensar que sóis una niña... -la mirada que le dedicó dejaba bien claro que no la consideraba como tal.

-Ofrecéis vuestra amistad muy a la ligera. Oí que habíais expresado interés en tomar un refrigerio o cuanto surgiera con Usagi-san -le respondió la mujer, encarándose a él. Su máscara no expresaba nada, y su voz tampoco. Era como hablar con una figura de cera, excelentemente proporcionada por supuesto, pero muerta. Kaukatsu no pareció desanimarse por ello.

-No seáis celosa, Usagi-san es bella, ¿pero cómo podría compararse con vos? -dijo con calor-. Me intriga saber qué es lo que la hace tan interesante a ojos del Emperador y sus hermanos, pero...

-Ah -la shugenja le dio la espalda. Aunque su voz era seca, sus hombros estaban erguidos, no a la defensiva sino como si ocultara un triunfo que la enorgulleciera-. Tengo mis teorías al respecto, mas no creo que os interesaran en exceso. A vos no os interesa nada que no podáis poseer -dijo la última palabra con un retintín obvio, haciéndola durar en la boca casi con lascivia-. Si me disculpáis, tengo deberes que atender, y estoy segura de que los vuestros, igual de áridos que los míos, os aguardan también -hizo una reverencia y se retiró, con una prestreza que expresaba un extraño regocijo.

El Canciller la miró mientras se alejaba, y murmuró para sí con unos ojos increíblemente tristes:

-Os equivocáis por completo. Sé que hay cosas que jamás poseeré...

Tanaka agradeció la relativa intimidad de la que gozaba en aquellos instantes, ya que le daban la oportunidad de observar sin ser visto... Y sacar ciertas conclusiones. Así pudo observar también cómo Komori Nanako, la Candidata de su Clan a la que venía acompañando, le buscaba por el jardín. Se cruzó con otras Candidatas, y la muchacha se retiró humildemente. El hombre asintió aprobador, ya que una de las del grupo que pasaba, riendo, charlando e intrigando como si fuesen buenas amigas en vez de rivales -algunas de ellas harto enconadas-, era nada menos que la León, que tenía fama de ser lo bastante sutil como para ser peligrosa y tener un genio bastante notorio. Una enemiga ante la cual lo mejor era pasar desapercibida, que era lo que todas las pertenecientes a Clanes Menores habían logrado... menos una.

Observó con ojo crítico a su propia compañera: era bonita, por supuesto. Nadie se hubiese rebajado a mandar una Candidata poco atractiva, insultando así al Emperador y su petición. Emitía un aire de contenida inteligencia y modestia que resultaba agradable, así como un cierto misterio propio de los Shugenja del Murciélago. Sin embargo a él le parecía más interesante la bonita y problemática Candidata Usagi, con sus pupilas castañas y su actitud abierta. Podía comprender de sobra que a la Familia Imperial le pareciera cien veces más fascinante por lo inesperada: todos habían enviado muchachas graciosas, dulces, de aire recatado. Allí donde la Usagi mostraba soltura y sinceridad, las otras eran discretas como mandaba la cortesía más refinada. Bellas como sueños de la Dama Doji todas las de los Clanes Mayores, bonitas cuanto menos las de los Clanes Menores... Incluso en aquellos casos existían distinciones debido a la diferencia de recursos.

Tanaka bufó, pensando en las pequeñas injusticias constantes de la vida.

Nanako, que pasaba justo en aquel instante cerca de su discreta posición, se giró como un resorte hacia él.

-¡Kamis, Tanaka-sama...! No os encontraba -protestó-. ¿Siempre tenéis que esconderos tan cuidadosamente?

-Se esconde quien tiene algo que ocultar, Nanako-san -repuso él con una media sonrisa-. En todo caso podríais decir que estaba cuidadosamente posicionado.

-Para evitar llamar la atención, sí -la muchacha le miró con firmeza, demostrando un carácter que los buenos modales solían camuflar-. Llamadlo como queráis. Vos sabíais que os estaba buscando, ¿por qué no me habéis hecho señas...?

-Os habríais cruzado en el camino de la bella Akodo -Tanaka ni recordaba ni le interesaba recordar el nombre propio de la Candidata León-. Y eso no habría sido deseable, ¿no os parece?

-Sóis imposible -los labios de Nanako se apretaron en una línea-. Compadezco a vuestra pobre esposa...

-Y bien que hacéis -rió él-. No puede verme todo lo a menudo que sería de desear por culpa de mis deberes.

Nanako le miró con exasperación, pero luego se unió a sus risas, meneando la cabeza. Tanaka le sacaba casi veinte años y era experto en las intrigas de la Corte en la medida de lo razonable para un Clan tan pequeño y reciente: era imposible pillarle en una conversación.