lunes, 25 de febrero de 2013

Primeras impresiones I


El decreto del Emperador Toturi III, el Justo, había tomado a muchos por sorpresa. El que el hombre más poderoso del Imperio deseara rodearse de las beldades de los Clanes antes de elegir esposa no era nada demasiado extraño; como decían algunos Escorpión maliciosos, dada su posición, ¿quién no habría hecho lo mismo?

Lo que realmente había sido inusual fue que invitara en calidad de posibles futuras esposas a miembros de Clanes Menores, una deferencia que jamás antes se había aplicado a ellos.

Una deferencia que muchos temían que pudiera costarles cara, ya que ni los miembros del Clan del Zorro, básicamente Shugenja todos ellos, ni los de la Liebre, compuestos de Bushi, ni el Gorrión, ni tantos otros, tenían la posibilidad de mandar a bellas y refinadas cortesanas. Y todos sabían lo que se jugaban al entrar en la Corte. Que los Clanes Mayores no pudieran iniciar una guerra contra los Menores no significaba que no pudieran tomar una ofensa como iniciativa para emprender acciones bélicas. Y mientras los humildes Gorrión no tenían gran cosa que temer al respecto dado que ocupaban las tierras más miserables y estériles de todo Rokugan, los Liebre ocupaban algunas de las tierras más codiciadas.

Usagi Makoto, joven y atractiva Bushi seleccionada por su familia para la ocasión, era muy consciente de las posibles y funestas consecuencias de sus actos. Decir que estaba asustada hubiese sido un error, pero estaba ciertamente alerta, y muy preocupada por la responsabilidad que había sobre sus hombros. Era grande, y no podía tomarse a la ligera. Era, como la mayor parte de los grandes honores, un riesgo inmenso.

Le había sorprendido bastante ser elegida; sus modales no eran excesivamente refinados, y le gustaba más correr con los muchachos y entrenar que arreglarse. Pero muchos la consideraban bonita, y al parecer tanto era así que había sido seleccionada entre todas las jóvenes de su Clan para ser la representante de la Liebre. Se miró furtivamente en el enorme espejo de plata que tenía en sus refinadísimas habitaciones de Kyuden Miya, lugar donde tendría lugar aquel año la Corte de Invierno. Tenía unos rasgos agradables, supuso, pero sus ojos castaños no tenían un color llamativo; su pelo negro era liso y no suponía mucho problema atarlo, pero no estaba muy cuidado y había hecho falta todo el talento de su criada asignada, Ai, para convertirlo en un peinado digno de tal nombre; su cuerpo era joven, firme, pero menudo, y se movía con la viveza y determinación de un guerrero, no con el delicado y elegante cimbreo de una cortesana...

Sólo esperaba no tropezarse con el recargado kimono que le tocaba vestir. Entre su equipo había casi diez kimonos como aquel, de diversos estampados, todos nuevos para la ocasión salvo uno... el favorito de Usagi Sakura. La joven, una muchacha pálida y solemne que Makoto hubiese pensado mucho más apropiada para ocupar aquel puesto, ya que al menos tenía cierto interés en sus modales, se lo había regalado para felicitarla por el honor que recibía. Aquello había sorprendido y emocionado a la bushi, que sin hacer caso de convenciones, la había abrazado fuertemente para escándalo de la pobre y seria Sakura. Tocó la seda azul oscuro con un bordado de estrellas en las mangas y un mar embravecido en el bajo de la falda. No sabía si tendría ocasión de llevar aquel precioso vestido, uno de los favoritos de la otra joven. Pero agradecía tener algo que no fuese nuevo y resplandeciente... el resto de sus ropajes le intimidaban un poco, como si intentaran convertirlo en algo que no era.

Suspiró. Quizás tuviera que aceptar que tal era el caso.

Sacó fuerzas de flaqueza. Primero debía encontrarse con Sezaru-sama, el hermano mayor del Emperador y Voz de éste. Le llamaban el Lobo Blanco y era muy temido. Decían que podía leerte el pensamiento...

Makoto sonrió. Siendo como era una Bushi simple y directa, en ese sentido no veía que tuviera gran cosa que temer. Además, Kotetsu Ide, cortesana Unicornio que por algún motivo había decidido asesorarla aquella mañana, le había indicado que tras su paseo, el Shugenja estaría más receptivo.

Así que allí iba. Resuelta, se levantó, alisando con cuidado los pliegues de aquel hermoso kimono que no le permitía caminar con su soltura habitual, y se dirigió hacia los jardines, para encontrarse allí "casualmente" con la Voz del Emperador...

***

Makoto se inclinó hasta tocar la frente con el suelo ante el Shugenja, que pareció algo sorprendido por la presencia de la joven en lo que era habitualmente un paseo tranquilo y solitario. Le hizo una inclinación de cabeza en respuesta, antes de hablar en tono suave y amable, pero con indudable autoridad:

-Usagi-san... Usagi-san. No soy el Emperador, levantaos...

Sonrojándose pero sonriendo ampliamente, la joven hizo lo que le decían.

-Gomen neh... aún no me he hecho a las sutilezas de la corte, Oh-Sezaru-sama.

-Eso es obvio... venid, caminemos -el hombre, de cabello y barba blanquísimos y vestido con ropas Fénix de corte formal, parecía notablemente mayor. Miró a la Liebre con curiosidad-. ¿Creéis en la casualidad?

-Oh, no, Oh-Sezaru-sama... creo en el destino y en las Fortunas -respondió ella, seria.

-¿Y cuál creéis que es vuestro destino?

-¿Mi destino...? Sería presuntuoso por mi parte hacer suposiciones de ese calibre, Oh-Sezaru-sama -repuso Makoto, sorprendida ante la pregunta. Sólo los kamis, a fin de cuentas, podían ver realmente sus designios. Sin embargo, el shugenja parecía estar esperando otra respuesta, ya que se quedó mirando a la muchacha fijamente. Ella le devolvió la mirada, antes de recordar que, por educación, debía bajarla.

-Sabeis quien soy -dijo él. No era una pregunta, pero igualmente Makoto respondió asintiendo. El shugenja continuó hablando-. Es curioso... yo no sé quién sóis vos.

La joven Liebre se dio cuenta de que, de nuevo, había cometido una falta de etiqueta básica. Roja como una amapola, hizo una nueva y profunda reverencia, apresurada esta vez.

-¡Gomen nasai! No he pensado... Soy Usagi Makoto, del Clan de la Liebre. Disculpad mi descortesía por no presentarme debidamente.

-Bien, Usagi Makoto, del Clan de la Liebre... Supongo que quereis mi visto bueno para presentaros ante mi hermano, ¿no es asi? -ella asintió de nuevo. Sezaru suspiró entonces-. Ya decía yo que no era normal que una jovencita me asaltara en los jardines por mí mismo...

Makoto se echó a reír ante aquel comentario, tapándose la boca con las largas mangas del kimono. Él enarcó una ceja, mirándola.

-¿Os divierte mi poco éxito con las mujeres? -ella se apresuró a disculparse y a negarlo, así que él insistió, serio-. ¿Y entonces os reís de...?

-Es sólo que una no espera escuchar una queja así de un hombre tan poderoso. Parecen las palabras de un joven que aún no ha realizado el genpukku y mira pasar a las jovencitas suspirando... con perdón de la descortesía, pero vos me los habéis preguntado -Makoto bajó la cabeza, sabiendo que sus palabras eran impertinentes.

Pero el shugenja no se enfureció. Poco a poco una sonrisa floreció en su rostro curtido y severo.

-¿Sóis leal a mi hermano, Usagi-san? -preguntó, con mayor amabilidad esta vez.

-Hai... soy samurai, Oh-Sezaru-sama -repuso ella con seriedad.

-Una samurai que sabe cuándo reír y cuándo ser seria -ante las palabras del hombre, ella volvió a sonrojarse y se inclinó en agradecimiento, aunque dado el humor de la Voz, era difícil estar segura de cuánto tenían aquellas palabras de halago y cuanto de gentil burla-. Venid.

Sezaru echó a andar entonces, dejando los coloridos jardines en favor de los sombríos pasillos del palacio. A su paso, los cortesanos se inclinaban, los guardias se ponían firmes, el servicio hacía reverencias hasta tocar la frente con el suelo. A medida que avanzaban, las puertas se volvían más grandes y ostentosas, los pasillos más amplios, los guardias Seppun más numerosos. Era obvio que estaban acercándose a un ala más vigilada, el area donde residía actualmente el Emperador.
Sezaru se detuvo ante una puerta de doble hoja, señalándola con una mano firme y nervuda.

-Siguiente paso, pequeña Usagi. Os deseo suerte.
-Gracias, Oh-Sezaru-sama... -Makoto hizo una profunda reverencia, pero no pudo evitar añadir con una sonrisa pícara-. Yo también os la deseo a vos con las jovencitas.
-Veremos, veremos... -respondió Sezaru, el Lobo Blanco y Voz del Emperador.

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