viernes, 8 de abril de 2016

Primeras impresiones XXXVII


La joven Usagi paseaba por los jardines a los que daban sus estancias, rumiando sus pensamientos. Había algo que no le cuadraba, y eso la atormentaba, porque realmente no sabía qué era. Como esos sueños de madrugada que te torturan y luego olvidas, pero te dejan una sensación de desasosiego, una fea intuición le martilleaba las sienes sin materializarse de una forma u otra.

Ver a Ide Kotetsu paseando con un niño a su lado, que no debía tener más de unos cinco años, fue una distracción bienvenida. Makoto miró con curiosidad al niño que acompañaba a Kotetsu. No le había visto nunca, de eso estaba segura. Era guapo, limpio, de hinchados carrillos, con el pelo cortado al estilo tazón de forma poco habitual entre los Unicornio, dados a los trenzados y los peinados elaborados. No debía tener más de siete u ocho años, y tenía los ojos más negros que hubiese visto nunca. Miraba con una seriedad extrema y una tranquilidad que contradecía su corta edad.

-Makoto-san -le saludó la cortesana Unicornio con una cálida sonrisa-. Creo que no conoces a mi hijo… Ryu-kun, saluda a Usagi-san.

El niño le dedicó una reverencia más que pasable, que hizo que la joven Liebre se sonriera diciéndose que sin duda sabía más de modales que ella a su edad.

-Encantado de conocerte, Usagi-sama -dijo el pequeño muy serio.

-Encantada de conocerte, Ryu-kun -respondió ella igualmente cortés, para luego alargar la mano impulsivamente para revolverle el cabello liso y suave. Él aguantó el trato estoicamente, para luego sonreír con súbita picardía.

-Eres muy guapa -le dijo con sus ojos grandes fijos en su cintura, más que en su rostro.

-Gracias.

-Y tu hija también va a ser muy guapa. Cuando sea mayor, me casaré con ella.

-¿Go... gomen nasai...? -exclamó Makoto poniéndose como la grana. Kotetsu, igualmente acalorada, riñó a su hijo por decir inconveniencias.

-Pero si es verdad...

-Discúlpale, Makoto-san... Ha pasado unos meses con su padre y al parecer ha perdido los modales en el proceso -musitó la Unicornio avergonzada.

-Su pa... ¿Mirumoto Shirigo-sama? -la joven estuvo a punto de preguntar algo más, pero luego recordó los comentarios desatados por las puertas cerradas de la cortesana y volvió a sonrojarse. Ambas mujeres quedaron unos instantes en silencio, y luego, de mutuo acuerdo, empezaron a hablar de otras cosas, acaloradamente.

---

La habitación estaba en penumbra, y el vapor del té flotaba en el aire perfumando con suaves vahos el aroma de la madera vieja bien encerada. Para el Campeón Shiba, en cierta manera, todo aquello era joven, mucho más joven que él. Era Shiba Dorayo, pero también cada Campeón que hubiera con anterioridad a él mismo. Por contraste, la antigüedad de la sobria estancia parecía falsa y estridente.

O quizás fuese él mismo quien se sentía falso y estridente, ante su sobrino Mirumoto Shirigo, una de las pocas almas en vida que tal vez fuese casi tan vieja como la suya propia. Un poco más joven, ya que no era el propio Togashi, pero no mucho más. A fin de cuentas, el Campeón Dragón era una de las criaturas más poderosas de la creación, y sus años no sólo eran los vividos en cuerpo mortal. Eran afines y similares, y al mismo tiempo muy distintos, ya que Dorayo vivía una nueva vida cada encarnación hasta que sumaba a su ser las vidas de los anteriores Campeones hasta el propio Shiba, mientras que Shirigo era parte del mismo tejido del Universo, un ser más allá de los años y de las atribulaciones de los simples mortales... en parte al menos.

Cuan poco apropiado que ambos se hubieran enamorado de una mortal. Cuan desafortunado que sintiesen atracción por la misma mujer. Cuan irónico y lamentable era el destino que les había enfrentado...

-Tarde o temprano ella marchará de nuevo, tío. Tal es el destino de todas las cosas -musitó Shirigo, como si le hubiera estado leyendo el pensamiento.

-Así es -suspiró él.

-¿Y tú...?

Dorayo se quedó pensativo mirando los intricados diseños que la niebla tejía a su alrededor antes de contestar.

-Yo también marcharé. En parte.

-Y yo me quedaré solo. Como siempre -suspiró el Dragón. Había un dolor terrible en sus palabras, pronunciadas con resignación. Los dos eran viejos, pero Dorayo, aparentemente mayor, era en parte el más joven pues cada encarnación era en realidad una nueva persona que se sumaba a todos los Campeones anteriores. Y no obstante, seguían siendo Shiba y su sobrino el Dragón hijo de Togashi... Y seguían siendo los únicos que, al menos en parte, podían comprender lo amarga que podía ser la inmortalida. Era ese ligamen el que había evitado, en cada enfrentamiento, que ninguno de los dos llamara a fuerzas mayores de las que podían sujetar. Todo aquello parecía, ahora, una inmensa pérdida de tiempo.

-Tendrás a tu hijo. Y me tendrás a mí también, de alguna manera. No hemos dejado de ser amigos, ni familia... ¿Me equivoco? -respondió el Shiba. Para él, que Kotetsu marchara era parte del ciclo. Él la amaba ahora, pero cuando muriera, él también podría hacerlo, y tal vez su próxima encarnación no la amara y pudiera vivir con el recuerdo. Pero Shirigo era distinto.

-No, no os equivocáis, tío, pero...

-Estaba pensando -musitó lentamente el Campeón Fénix- que mi sucesor podría ser diferente. Hay una joven, una muchacha muy prometedora. Una de sus hijas podría sucederme a mi muerte, si está a la altura de su madre.

Los ojos del Dragón se encendieron, y luego se llenaron de lágrimas.

-¿Lo harías?

-No es más que un cambio. El cambio es parte de la naturaleza de las cosas. El cambio es bueno.

El Dragón inclinó la cabeza. Podían ser parientes, pero incluso así el acto de llorar era demasiado íntimo y brutal para infligirlo sobre otra persona.

-Gracias, tío. Yo...

-No volverás a estar solo, viejo amigo.

Fuera, el viento soplaba jugando con las hojas caídas llenando el cielo de una nube rojiza y oro...

Nota: Imagen extraída de La vie en style, no se pretenden vulnerar derechos:
https://lvs.luxury/destination/japan/