La hora del desayuno era extrañamente relajada. Sezaru reponiéndose de su herida, Makoto sentada ante él y sirviéndole el té, y Naseru y Kaneka hablando en voz baja de las escasas pistas que poseían.
-Es como si hubiesen aparecido de la nada, como si hubiesen surgido de aquella espiral -explicó el Shogun con el ceño fruncido-. Había algunos que han sido reconocidos por algún sirviente, pero claro... pensaban que se trataba de otro criado, de otra familia invitada. El problema es que ha entrado demasiada gente a esta Corte a la vez, y la seguridad no ha sido tan cuidada como otras veces.
-En el Palacio era otra cosa -señaló Naseru, también ceñudo y sombrío, extrañamente parecido a su medio hermano en aquellos instantes-. Pero ahora, con la Corte establecida aquí, poco más se pudo hacer. Pero, ¿cuán sutiles fueron para irse introduciendo entre el servicio sin que nadie se percatara...?
-Un sirviente nuevo no llama mucho la atención. Se puede ir dando a conocer, y si luego éste reconoce a otro, todo el mundo pensará que llevaba tiempo ahí, y así se va haciendo cadena si se hace poco a poco -opinó Makoto mientras tendía la taza de té a Sezaru. Los tres hermanos la miraron un instante y luego asintieron, al unísono. Ella contuvo una sonrisa, preguntándose si se daban cuenta de cuánto se asemejaban ante una crisis.
-Es una interesante teoría. Podría ser la verdad -Kaneka estrechó la mirada-. Y los Imperiales, por ejemplo, ni miran al servicio. No se percatarían de que había ni uno ni cincuenta nuevos...
-Ciertamente es problemático. Pero es una costumbre tan aferrada que difícilmente podremos corregirla.
-Hai... Son así de relamidos -bufó Kaneka. Naseru lo miró con cierta censura, pero no dijo más-. Hay otra cosa que me llama la atención... algunos fueron reconocidos como miembros del servicio, pero luego está el asunto del que se rebanó la cara.
-¿Qué? -Makoto, que ignoraba tal acontecimiento, dio un respingo-. ¿Por qué?
-No lo sabemos -admitió el Shogun.
-Quizás -Naseru estrechó la mirada- era alguien de mayor relevancia, cuyo rostro pudiese poner en evidencia a la familia y quiso evitarles el deshonor. Habrá que vigilar si entre los notables hay alguna ausencia y, en caso de ser así, interrogar a sus familias.
-Ciertamente, si sintió la necesidad de mutilarse así, algo tenía que ocultar -asintió Kaneka.
-Hai... aunque me pregunto si sería realmente eso u otra cosa. Un muerto no tiene por qué temer que le reconozcan... -musitó Makoto, pensativa.
-Sí, si es alguien cuya deshonra afecta a más personas -contradijo el Bastardo. Naseru hizo un gesto de aquiescencia. Sezaru miró a la joven Liebre, y le preguntó con suavidad:
-¿Qué te inquieta, Makoto-san...?
-No lo sé -los ojos castaños de la muchacha se fijaron en los del Shugenja-. No lo sé, y eso es lo que me preocupa...
***
Otro tal vez no se hubiera fijado, pero Sezaru estaba acostumbrado a observar a la gente, a la forma en que los espírtus se curvaban a su alrededor. Tenía una afinidad natural con los kami, y en ocasiones hasta el toque de visión que tantas veces había conmocionado a su madre. Además, estaba acostumbrado a leer las expresiones de su reservado hermano menor, y estos días se había estado fijando en la muchacha lo suficiente como para percatarse de que rara vez ocultaba lo que sentía.
Para él era evidente que ambos estaban extrañamente calmados el uno junto al otro, que Makoto había sido completamente aceptada y absorbida por la familia. Naseru y Kaneka hablaban, y ella intervenía y era escuchada. Complementaba la conversación y hacía que los dos se distendieran, algo positivo ya que las tensiones entre ambos habían degenerado a menudo en conflicto cuando trabajaban juntos en otras ocasiones. La Usagi parecía ejercer de elemento pacificador sin que ninguno de los tres se diera cuenta, armonizando lo que de otra forma sería un encuentro útil, pero tenso.
Y aún más: Naseru y Makoto no se tocaban, pero intercambiaban miradas que hablaban de una compenetración absurdamente fácil entre el retorcido cortesano guerrero y la simple bushi. Se volvían el uno hacia el otro, complementaban sus pensamientos, había una chispa de complicidad incluso cuando ella le reñía por hacer algo indebido, algo que hubiese debido resultar incómodo o irrespetuoso, pero les hacía parecer perfectos el uno junto al otro. Al observar el futuro, Sezaru había visto esa perfección, y al hablar de la imposibilidad de lograr la mano de la muchacha, había generado una fisura en ella. Pues Makoto se volvía también hacia él, le amaba.
Estaba resplandeciente como nunca, pese a su evidente inquietud.
Siguiendo un impulso, alzó una mano y la puso sobre el viente de la joven, que le miró sorprendida pero no sobresaltada.
-No se puede sembrar sobre la cosecha ya germinada -decretó el Shugenja con los ojos en blanco. Todos se quedaron atónitos, sin comprender. Y entonces Sezaru pestañeó y se giró hacia Naseru-. ¡Si serás cerdo!
Y le encajó un puñetazo en el ojo bueno.