domingo, 31 de marzo de 2013

Primeras Impresiones VIII

El trayecto hasta una salita en la que la dama Escorpión se aposentó con Makoto fue silencioso; no parecía que, pese a su proverbial rescate, tuviese muchos deseos de hablar fuera del tema que quisiera tratar con ella. La Usagi se preguntaba cuál sería. Los Escorpión tenían fama de ser complicados, mentirosos y de poco fiar, así que como era natural la joven no las tenía todas consigo. Algún motivo tenía que tener la dama para ayudar a una desconocida, y no adivinaba de cuál podía tratarse. Ella, como recién llegada a la Corte, y procedente de un Clan Menor, poco podía aportar a una dama de un Clan Mayor, ni siquiera a uno tan maltratado en el pasado como el Escorpión, que había sido exiliado y ahora rehacía lentamente su base de poder.

Makoto, debido a las singulares circunstancias que había atravesado su propio Clan, estaba especialmente enterada de la historia reciente, a menos en líneas generales. Todos sabían que el Clan Escorpión, encabezado por su Campeón Bayushi Shoju, había liderado el intento de asesinato de los Hantei, la anterior línea de Emperadores, poniendo en su lugar, o tal había sido su intención, a Shoju en persona. Que dicho Campeón hubiese estado o no influenciado por una espada maldita, que hubiesen oído hablar de una profecía que indicaba que el último Hantei sería servidor del kami maligno FuLeng, que lo hubiesen hecho por el Imperio... todo ello, pese a ser cierto, tenía cierto sabor a excusa para muchos, y consideraban que el exilio en los reinos de las Arenas Ardientes más allá del Imperio había sido poco para unos traidores como ellos.

A fin de cuentas, el último Hantei se había vuelto loco precisamente por haber presenciado la matanza de su familia a manos de los Escorpión; la degeneración y destrucción consiguiente eran, en última instancia, consecuencia directa de los actos de aquellos que habían intentado evitar el cumplimiento de la Profecía... y había desembocado en la coronación como Emperador de Akodo Toturi, en la guerra de las Almas posterior, y por último en el enfrentamiento entre los cuatro hijos de Toturi I. Indirectamente, pensó Makoto, los Escorpión habían alzado al trono a Naseru y habían dado el poder a los hijos del anterior Campeón del León.

La vida, sin duda, daba vueltas muy complicadas...

Las dos jóvenes se sentaron y se estudiaron, mientras se servían té y arroz. La Escorpión llevaba una máscara blanca, muy sencilla, que le cubría toda la cara. Llevaba el pelo largo, suelto por completo seguramente hasta la cintura, pero ahora llevaba un recogido parcial que parecía estar de moda en la Corte.

-Disculpad mi intervención -dijo la enmascarada-. Tal vez no necesitárais ayuda para deshaceros de la importuna Akodo, demo...

-Iie, os agradezco mucho que lo hiciérais -repuso Makoto, mirando a la otra con curiosidad y preguntándose cómo se las haría para comer con la máscara puesta. Había oído rumores sobre que los Escorpión no se descubrían más que ante cónyuges y amigos muy íntimos-. Akodo-san estaba siendo algo... excesiva. Y una intervención bienintencionada siempre es de agradecer -la cuestión era, ¿estaba siendo la otra chica bienintencionada, o sólo más sibilina que la León...?

-Me presentaré: mi nombre es Soshi Angai. Y vos sóis Usagi Makoto, la Candidata del Clan Menor de la Liebre... -Makoto asintió, sin ver qué más podía añadir-. Debo decir que corren los más diversos rumores sobre vos.

-Supongo que es natural -dijo la Usagi con cautela-. A fin de cuentas, acabo de llegar. En una semana la novedad habrá remitido.

-¿Después de que cenárais con el Emperador en persona...? Lo dudo. Y el hecho de que estuviérais con él a solas...

Makoto se sonrojó, sintiendo una mezcla de molestia y timidez.

-No estuvimos a solas, estaba también su hermano. Y durante la cena hubo al menos diez dignatarios presentes.

-Ah, sí, su hermano... tengo entendido que también os invitó a cenar...

-Fue tan amable de invitarme, sí, aunque yo no pude asistir -aclaró Makoto. Se dijo que tenía que ir en cuanto le fuese posible a ofrecer sus disculpas personalmente, y si era posible, quedar para desayunar o almorzar con Sezaru-sama. Era lo mínimo tras el involuntario plantón de la víspera...

Angai la miró, estudiándola. La máscara le cubría la expresión, así que únicamente sus ojos negros daban alguna pista sobre sus emociones, pero Makoto no supo leer en ellos. Al azar, preguntó:

-¿Cómo os las arregláis para comer con la máscara puesta?

-¿Gomen nasai...? -este comentario hizo parpadear a Angai, aparentemente sorprendida.

-Que... cómo os las arregláis para comer. Con la máscara. ¿No os resulta incómodo?

-En absoluto -Angai cogió los palillos, tomó una pizca de arroz y levantó ligeramente la máscara para comer. Makoto percibió una diminuta cicatriz en el labio de la Escorpión, como producida por un corte muy fino, tal vez de katana o wakizashi-. ¿Veis...? -ante el asentimiento de la Usagi, Angai decidió seguir hablando-. Veréis, parece que la Familia Imperial os ha cobrado cierto aprecio, pese al poco tiempo que lleváis aquí -Makoto se abstuvo de cualquier comentario a esta afirmación. Negarlo hubiese parecido una hipocresía, y asentir sería presuntuoso cuanto menos-. Creo que, con la ayuda adecuada, podríais llegar a ser Emperatriz.

Al oír esta afirmación, Makoto casi se tiró el té por encima por la sorpresa. Balbució un breve:

-¿Gomen nasai...?

-Emperatriz... podríais ser Emperatriz. La esposa de Naseru-sama -por el tono ceremonioso con el que hablaba, estaba claro que Angai consideraba esto una gran cosa. Makoto se echó a reír, en parte por la imposibilidad de semejante idea, y en parte porque, visto lo visto, casarse con el Emperador hubiese sido el último de sus proyectos. Tras lo ocurrido durante la cena, tenía más deseos de golpearle la cabeza con un boken que de casarse con él.

-¿Yo, Emperatriz...? -decidió obviar su propio desagrado ante la idea, y simplemente dijo-. ¡Eso sería digno de cuento!

-¿No os interesa? -la atención de Angai era como una espada afilada, y por algún motivo, a Makoto le pareció igualmente peligrosa.

-No sabría qué deciros, Soshi-san... No creo que mi opinión cuente, en este asunto. Únicamente el Emperador tiene derecho a decidir, ¿neh?

-Es sencillo... -la Escorpión habló en tono paciente, como si considerara a Makoto no muy brillante-. Muchas intentarán haceros quedar mal ante él, e intentarán que no os veáis a solas. Si queréis ser Emperatriz, contaríais con mi apoyo.

-¿Por qué? -Makoto sintió un nuevo ramalazo de curiosidad. Ella no era nadie, ni una antigua amistad ni alguien relevante a nivel de la Corte, como para que Angai quisiera encumbrarla. Aparentemente no ganaba nada con aquel movimiento desinteresado, pero...

-Tengo mis motivos. ¿Qué decís?

-No me gustan mucho los misterios, Soshi-san... y no entiendo por qué queréis apoyarme. No soy más que otras, incluso me atrevería a decir que muchos me ven como menos que a otras debido a que procedo de un Clan Menor. No os ofendáis, pero me cuesta confiar en una mano que se me ofrece a ciegas.

-Vuestro origen no es importante, Makoto-san... sino la atención que parecéis despertar en Naseru-sama -Angai se aproximó un poco más a la Usagi-. Y, si necesitáis saber mis motivos... la carga que se transporta en barco no ocupa lugar en carreta.

Aquella declaración no sacó de dudas a Makoto, que se quedó pensativa unos instantes. Luego dijo:

-¿Ninguna otra joven ha despertado su interés hasta ahora?

-No como vos, no hasta el extremo de hablar "a solas"... o de invitarla a cenar, reclamando el derecho a hacerlo cada noche. ¿Qué me decís?

La mente de la Usagi daba vueltas. Por un lado, el Emperador la había salvado de las consecuencias de su primera torpeza, y en ese sentido estaba agradecida; por otro, su actitud caprichosa de la noche anterior le resultaba exasperante. En conjunto, no sabía muy bien a qué carta quedarse, y el agradecimiento se mezclaba peligrosamente con la rabia de tener que ceder a una voluntad que le parecía, cuanto menos, voluble. Le daba la sensación de que Toturi III tenía profundidades que nadie se molestaba gran cosa en ver, para bien o para mal. No había que olvidar que había sido el pupilo de uno de los hombres más crueles y sanguinarios jamás habidos, y sin duda eso le había marcado. Desde el momento en que había sido enviado como rehén y aprendiz de Hantei XVI, su vida no debía haber sido fácil. Y la guerra civil posterior contra sus propios hermanos, la muerte de Kaede...

Se dio cuenta de que Angai continuaba inclinada hacia ella, esperando una respuesta. Intentó dejar de lado sus prejuicios, su rabia, su agradecimiento, y contestar con lógica y sentido común:

-Creo que os equivocáis... Opino que el Emperador sólo quiso ser amable conmigo debido a mi obvia torpeza -el rubor cubrió sus mejillas al recordarlo, y el recuerdo de la defensa de Naseru suavizó un poco su enfado. Bajó la mirada-. En cuanto a la cena de ayer, no creo que la motivara nada más profundo que una curiosidad momentánea -en aquel momento, había pensado que era como un niño que tiraba los juguetes de siempre, bellos y lujosos, en favor de uno más vulgar pero que no había visto nunca y le llamaba la atención... pero aquella comparación irrespetuosa era algo que no iba a compartir con la Escorpión. Alzó la mirada y volvió a clavarla en los ojos negros de su interlocutora, apenas visibles tras la máscara. Los vió estrecharse peligrosamente, y añadió con sencillez-. Dudo que se repita.

-¿Rechazáis mi ayuda? -la voz de Angai fue muy baja, ronca, casi como el nacimiento gutural de un rugido de animal salvaje y furioso.

-Sóis... muy radical, ¿no os parece? -Makoto se quedó de nuevo desconcertada ante el extraño humor de la Soshi.

-Soy Escorpión -sin más, Angai se levantó bruscamente, un revuelo de sedas rojas y negras-. Como deseéis... Estoy segura de que nos encontraremos de nuevo.
-Supongo que sí, Soshi-san. Si otro día queréis... -Makoto se interrumpió. Angai se había inclinado lo justo para no ser hiriente en su descortesía, y había salido tan velozmente que no la dejó acabar de hablar-. Ay, kamis... -suspiró.

No había pretendido ofender a nadie en su segundo día en la Corte, pero aquello estaba mejorando por momentos.

***

Al llegar a sus habitaciones, Makoto se encontró con otra sorpresa: el Canciller Imperial Bayushi Kaukatsu, con el que al parecer había coincidido la noche anterior durante la cena, deseaba invitarla a comer. La muchacha apenas recordaba a nadie aparte del Emperador y su extraña conversación, pero dado que había habido otros invitados, supuso que era natural que alguien manifestara interés en su persona, ni que fuese por simple curiosidad. Sólo esperaba que no se tratara de otra invitación con trampa...

Suspiró.

Sinceramente, dado que el Canciller era miembro de la familia principal del Clan Escorpión, los Bayushi, dudaba que tuviera esa suerte.

Al abrir la puerta a la habitación donde él la esperaba, se detuvo un instante de más mirándole, con asombro.

El canciller era un hombre alto, espigado, con el cabello increíblemente claro, de un rubio platino. No llevaba máscara propiamente dicha, sino unas sinuosas líneas de pintura en la cara. Era apuesto, si a una la atraían ese tipo de rostros algo blandos, de mejillas rubicundas, aunque sus ojos azules eran demasiado directos. Su mirada hizo que Makoto se sintiera desnuda a un nivel muy físico.

Al darse cuenta de que su actitud había sido descortés, se apresuró a hacer una reverencia. Él se la devolvió, sonriendo.

-Bayushi-sama...

-Vaya, Usagi Makoto-san -la miró atentamente, con aquellos ojos que parecían estarse recreando en su figura-. Sóis más hermosa de lo que me habían dicho.

Makoto se sintió algo violenta.

-¿Gomen nasai...?

-Hermosa... sóis hermosa...

Makoto se aclaró la garganta y desvió la mirada. Decidió que lo mejor era bromear ante aquella incómoda declaración.

-Decís eso con mucha soltura... debéis estar muy acostumbrado a decir esas cosas -tomó asiento, agradeciendo con una inclinación el bol de arroz y el exquisito pescado finamente laminado que lo acompañaba.

-Sólo cuando es verdad -la sonrisa de Kaukatsu no vaciló.

-Entonces, tendréis ocasiones de sobra en esta corte -Makoto no pensaba dar más importancia a aquel comentario del que tenía, y ningún hombre que soltara esto a las primeras de conocer a una joven se merecía que le dieran relevancia.

-Tengo la desafortunada costumbre de ver una mujer hermosa y decírselo... y sóis hermosa.

A Makoto aquella conversación circular empezaba a desagradarle, así que decidió cortarla:

-Bien, pues ya lo habéis dicho... No lo repitáis más o pensaré que intentáis ponerme nerviosa por algún motivo. Itadakimasu -dijo educadamente, empezando a comer. Sin embargo, el Canciller parecía más interesado en ella que en su bol, por deliciosos que estuvieran los manjares que en él se hallaban.

-Los Usagi deben ser ciegos...

-¿Gomen? -Makoto se le quedó mirando de nuevo, completamente desconcertada por aquel comentario. 

-Ciegos -el Canciller Escorpión sonrió más-. ¿Privados de vista? Creo que el concepto es claro.

-¿Puedo preguntar por qué sugerís eso? -ella le miró con frialdad, ahora sí, francamente molesta.

-Porque si hubiese sido yo quien seleccionara a las muchachas para enviarlas a esta corte, jamás habría dejado irse lejos a tal belleza -inclinó la cabeza a un lado, y su mirada la recorrió de pies a cabeza. La Usagi sintió la tentación de cruzarle la cara de una bofetada, pero se contuvo a duras penas.

-Pensaba que al Emperador sólo debía ofrecérsele lo mejor -repuso, tajante.

-Una pena para el resto de los hombres... -él inclinó la cabeza con fingida humildad.

-Si los hombres son leales, deben alegrarse de corazón por su señor.

-Entonces debo alegrarme, o pensaríais que no soy leal -la mirada del Bayushi adoptó un aire ligeramente sarcástico.

-Exactamente -respondió Makoto. Inspiró hondo y miró al Canciller-. Me estáis tomando el pelo, ¿neh?

-Jamás osaría burlarme de vos -él parpadeó, aparentemente desconcertado. Su rostro le pareció a ella más inescrutable que la máscara de Angai.

-Si yo fuera a reírme de alguien, diría exactamente eso -indicó Makoto, arqueando una ceja... y luego soltó una breve carcajada-. Gomen nasai... disculpad mi falta de sofisticación.

-Ah... ¿Y qué motivos tendría yo para reírme de vos... -hizo una pausa, sonriéndole un poco más, con aire casi provocativo-, cuando sería mucho más placentero hacerlo con vos?

-¿Sóis humorista? -preguntó la Usagi, sintiendo que estaba perdiéndose algo.

-No, no -Kaukatsu la envolvió en esa mirada suya que parecía aceitosa, lúbrica, antes de añadir con una sonrisa que casi expresaba suficiencia-. Me temo que tal arte está más allá de mis habilidades.

-De las mías también, pero suelo arreglármelas bastante bien para resultar cómica sin pretenderlo -musitó Makoto, recordando la cálida risa en los ojos de Sezaru.

-Nos pasa a todos, Makoto-san... ¿puedo haceros una pregunta?

-Acabáis de hacerla -sonrió ella.

-Otra más, entonces... -él sonrió más ampliamente.

-Adelante... -respondió ella, sin tenerlas todas consigo.

-Cuando habéis entrado os habéis quedado mirándome... ¿Por el pelo?

-Hai... -Makoto se sonrojó, admitiendo su fallo sin dudar.

-Me lo imagina.

-Pensaba que el cabello rubio era exclusivo de los León -se explicó la joven.

-El suyo suele ser, de hecho, de un castaño claro -aclaró Kaukatsu, tranquilamente-. Mi madre era Gaijin.

-¿Ah, sí...? ¿Y cómo la conoció vuestro padre? -preguntó Makoto, dejándose llevar por la curiosidad.

-Durante el exilio del Clan Escorpión en las Arenas Ardientes -el Canciller le dio un trago a su sake.

-Oh... ¡oh! -Makoto se puso como la grana, dándose cuenta repentinamente que, entre todos sus deslices sociales, aquel debía ser de los más grandes. Había forzado a su interlocutor a hablar sobre la vergüenza de su Clan, de cómo sus bases de poder se habían visto derruídas, de cómo habían sido expulsados del Imperio... aunque involuntaria, su falta era grande-. Gomen nasai, he sido indiscreta.

-No habéis sido indiscreta -el Bayushi le sonrió, mostrándole todos los dientes muy blancos-. Indiscreto habría sido preguntar, por ejemplo, si todo mi pelo es rubio...

A la joven se le cayeron los palillos.

-Sí que os estáis riendo de mí -mascuyó ella, furiosa.

-Al contrario, no me río de vos... espero reírme con vos -hizo amago de acercarse a ella, pero Makoto ya había tenido suficiente. Se levantó dando una palmada casi agresiva a la mesa.

-Creo que no tengo más hambre -dijo, seca-. Si me disculpáis...

-Por supuesto... -él intentó parecer contrito, pero dada su actitud hasta aquel momento, a la joven le resultó más desagradable incluso por ello-. Mis disculpas.

-Tenéis razón. No sóis humorista -le espetó Makoto. Hizo una profunda reverencia y salió de allí, tan enfadada como para casi correr por los pasillos. Tras ella, su criada Ai, que había asistido a toda la comida en concepto de acompañante, ya que no hubiese sido decente que estando la Usagi soltera se hubiese reunido a solas con un hombre, correteó también, roja como una amapola.

-Vaya, señora, era francamente...

-Un grosero -le cortó Makoto-. Odio que se rían de mí.

-Iba a decir indecente -dijo la criada, más comedida que ella. La joven Usagi bufó, decidida a no dar paliativos a la actitud completamente descortés del Canciller, que ciertamente le había sacado de quicio. Abrió la puerta de su cuarto ella misma, sin aguardar como hubiese sido de rigor que Ai la abriera por ella. Se detuvo de golpe y de sus labios se escapó una exclamación.

Todo estaba revuelto, los kimonos cortados, las jarras rotas, los cuadros rasgados de arriba a abajo, las flores de ikebana pisoteadas... y no había ni rastro del gatito blanco que Sezaru le había regalado.

Makoto tragó saliva, pálida.

-Ay, Kamis... -susurró Ai, a su lado, tan impresionada como su señora.

-Será mejor que avises a la guardia Seppun, Ai-san... -trató de recuperar la sangre fría, y añadió-. Es una falta de respeto al Emperador arremeter contra sus huéspedes. 

La criada hizo una reverencia y salió corriendo, mientras Makoto se quedaba mirando aquel desastre.

-Mi gatito... -susurró la bushi, apretando los puños con impotencia.


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viernes, 29 de marzo de 2013

Primeras Impresiones VII

Akodo Kurako by Rayba
Los baños, a última hora de la noche, estaban deliciosamente vacíos. Makoto decidió aprovechar aquella soledad para darse el placer de relajarse por completo desde que había llegado a la corte imperial. Tras su arrebato de furia había estado demasiado sudada y molesta para irse a dormir sin más, así que había agarrado toallas y, dejando de lado cualquier consideración a la avanzada hora, había marchado al recinto donde las aguas eran divididas, por consideración a los Unicornio y sus  costumbres, en dos. 

A la Usagi no dejaba de hacerle gracia que, siendo como eran tan abiertos en otros aspectos, los Unicornios se avergonzaran como lo hacían de bañarse conjuntamente, como si la desnudez fuese algo antinatural... o como si los hombres nunca hubiesen visto a una mujer desnuda, y a la inversa. Ella se consideraba inocente en muchos aspectos, era virgen y jamás había mirado con intenciones poco castas a ningún varón, pero se había bañado cientos de veces con ellos. Hermanos, padres, amigos... Sólo una mente retorcida podría convertir esos ratos sociales llenos de conversación, té caliente y relax en algo degenerado. El que los Unicornio, que vestían pantalones de gasa que poco o nada dejaban a la imaginación, vivían en tiendas de campaña, e incluso comían carne y tocaban piel muerta de vaca, fuesen tan mojigatos era paradójico.

Makoto había oído hablar de sus danzas sensuales, su tendencia al uso de aceites eróticos, y muchas otras barbaridades que contradecían esa aparente estrechez de miras. Los Unicornio eran una extraña mezcla de exotismo, barbarie, sensualidad y timidez inapropiada, supuso. Pensó en Ide Kotetsu, una mujer a la que ni por asomo se le ocurriría catalogar como apocada.

En aquel momento, le pareció oír a dos hombres del otro lado de la empalizada que usaban para proteger la extraña modestia de los Unicornio.

La joven Liebre parpadeó, y luego se acercó sigilosamente hacia la barrera. Sin duda, ellos imaginaban estar a solas. No era culpa de ella que se pusieran a hablar en un lugar tan público... se sonrió ante sus propias autoexcusas, reconociéndolas por lo que eran, pero no se retiró. Al principio apenas captó más que susurros, pero luego le pareció oír una voz que conocía, aunque no supo situarla. La otra, en cambio, le era completamente ajena, una voz gutural de hombre, casi rasposa.

-¿...Y qué harán?

-He oído que, cuando se encuentren, volverán a batirse en duelo... otra vez. Esperemos que con el Emperador delante, sea la última.

-Es una pena... sobre todo por ella y por el niño.

-Cierto -se oyó un suspiro-. ¿Qué harás con ella?

-No es que yo pueda criticarla -la voz más rasposa emitió una ronca carcajada, y luego continuó diciendo-. Y es leal como la que más.

-¿Y el pequeño?

-Lamentablemente, dada su naturaleza, deberá ir con su padre.

-Es horrible -había una pena sincera en la voz del primer hombre.

-Apartar a un niño de su madre siempre lo es. Aunque el padre podría ganar...

-Aún así no hay manera de que el niño... de que no se sepa de las especiales circunstancias de su nacimiento... -de nuevo suspiró-. Sufrirá mucho.

-Tú lo sabes bien.

-Hai...

Makoto se apartó lentamente para enjabonarse, pensativa ante lo que acababa de escuchar. No se le ocurría de otra persona con "circunstancias especiales" en su nacimiento... y aquella voz...

¿Era Kaneka quien estaba hablando con el otro hombre de la voz rasposa...?

En aquel momento se oyó un chapoteo, y el hombre de la voz seca emitió un quedo gimoteo. Makoto se puso como la grana, al tiempo que abría ojos como platos. Era ingenua, no estúpida.

-Haz eso otra vez -susurró la voz más ronca. El otro hombre, el que la Usagi había creído que era el Shogun, soltó una risa queda.

-Hai, hai...

"Hora de secarse", pensó la muchacha, saliendo del agua todo lo rápido que le permitía el sigilo.

***

Al día siguiente Makoto aún le daba vueltas a la conversación que había escuchado parcialmente. Lo malo de la curiosidad es que llevaba consigo su propio castigo: ¿de quién habían estado hablando los dos hombres? Estaba tan embebida en sus pensamientos que apenas se detuvo a tiempo cuando alguien le cortó el paso.

Se detuvo de milagro, llevada por años de entreno y reflejos. Levantó la vista y se encontró mirando al hermoso y simétrico rostro de la Candidata León, Akodo Kurako en persona.

Vista de cerca, pensó la Usagi, era aún más impresionante que sobre el escenario. Las pálidas luces de las linternas, la música fantasmagórica y la atmósfera cargada habían resultado artísticamente impresionante, pero la belleza natural de la joven León ganaba a la luz del día. Su piel era blanquísima, sin tacha. Sus ojos eran muy negros, de mirada directa, sus labios llenos y sensuales, y su rostro tenía una caprichosa forma de corazón que daba exotismo a los armoniosos rasgos. El largo y liso cabello castaño, muy oscuro, caía a sus espaldas como un manto.

Makoto le hizo una profunda reverencia, como correspondía al miembro de un Clan Menor ante una integrante de un Clan Mayor. Kurako en cambio se saltó la etiqueta, dedicándole una apenas perceptible inclinación de cabeza en vez de una reverencia, por ligera que fuese, mientras la escrutaba con curiosidad evidente.

-Así que vos sóis la Candidata del Clan Usagi, Usagi Makoto, ¿neh...? -la León inclinó la cabeza a un lado y después al otro. Más alta que Makoto, parecía no saber muy bien qué pensar de ella-. Ayer cenásteis con Toturi-sama...

-El Emperador tuvo a bien invitarme, hai -Makoto tuvo que contener su cólera al pensar en las circunstancias en las que tal invitación había sido extendida, sonriendo en cambio a la otra muchacha-. No comprendo por qué no os invitó a vos. Os merecíais mucho más que yo ese honor. Vuestra actuación fue...

La Akodo cortó sus palabras con una risa breve, que a Makoto le sonó ligeramente estridente. 

-Mi actuación, ¿neh...? Oh, sí. La alabásteis en presencia del Emperador durante la cena, por lo que he oído. Supongo que, dado que Toturi-sama os invitó, pensásteis que era compasivo por vuestra parte recordarle a la joven que había bailado para él aquella noche... qué amable, Makoto-chan -la Akodo le sonrió con una dulzura que no engañó a la Usagi.

Y aquel sufijo de confianza, aquella forma de hablarle como si fuese una niña... La más pequeña de las dos Candidatas frunció el ceño y miró a la cintura de la Leona. Efectivamente, de su obi colgaba un daishô, signo de que se declaraba capaz de lidiar en sus propios duelos. 

Estaba intentando provocarla para que la retara. 

En otras circunstancias, Makoto no habría rehuído el desafío. Pero en aquella corte había en juego más cosas aparte de su propio orgullo. Se tragó su ira del mismo modo que el día anterior se había contenido ante el Emperador, y le devolvió la sonrisa a Kurako, aunque sabía que no estaba a la altura. Nunca se le había dado bien enmascarar sus sentimientos.

-Me halaga que consideréis amable un gesto mío, Akodo-sama -dijo, con un tono frío que hacía sus palabras tanto más amargas en sus labios-. Nunca pensé que un miembro del noble Clan del León repararía en los actos de alguien de un Clan tan humilde como el mío. Vuestra alma es tan vasta y elevada como vuestras palabras.

Kurako frunció levísimamente el ceño, y parecía que iba a responderle cuando una nueva voz se mezcló en la conversación.

-Ah, pero Akodo Kurako-san siempre ha sido un ejemplo para todas las damas de esta corte... la cuestión es si ella se percata de cuánto impacto tienen sus actos en los demás -las dos muchachas se giraron. La recién llegada tenía una voz como el humo, elusiva y seductora, una larga melena negra y una máscara sin rasgos definitorios le tapaba el rostro. Kurako le hizo una reverencia, lo mismo que Makoto, desconcertada por esta nueva intervención. La dama Escorpión, pues tal era su Clan, les devolvió el saludo antes de volverse hacia la Usagi-. Pero me temo que Usagi-san ha olvidado sus compromisos de hoy... ¿no deseábais desayunar conmigo?

La joven Liebre se quedó doblemente asombrada. Iba a abrir la boca, pero la Escorpión ya se la estaba llevando, cortando el paso entre ella y Kurako. 

-Si nos disculpáis, Akodo-san... ¡Usagi-san y yo tenemos tanto de lo que hablar...! Ya permitiré que me la robéis otro rato. Su conversación es cautivadora, ¿neh? -la Escorpión no dejó de hablar, impidiendo que ni Makoto ni Kurako metieran baza-. Una voz preciosa. No me extraña que el propio Emperador la haya distinguido entre otras, pese a sus orígenes tan modestos. Pero claro, Toturi-sama siempre ha valorado más el mérito que las linajudas familias... Y enfrentarse a su voluntad sería ya no de mal gusto, sino rayano a la traición, ¿neh...?

La Akodo retrocedió un paso y permitió que la Escorpión y la Liebre pasaran a su lado.

-Ah, Soshi-san... ni se me pasaría por la cabeza obrar de forma que disgustara al Emperador -dijo la León, con una sonrisa tan natural que casi convence a Makoto de que toda la mala fe anterior había sido una imaginación suya. Casi.

-Por supuesto que no -respondió la Escorpión-. Disculpad, Akodo-san, pero se nos enfría el desayuno.

Con estas palabras, la dama Soshi se marchó con la sorprendida Usagi a la zaga, dejando a sus espaldas a una contenida pero furiosa León.

Primeras Impresiones VI


El salón de banquetes era grande, con espacio para alojar a un ejército. Las mesas individuales estaban dispuestas elegantemente, separadas para que los criados pudieran avanzar entre ellas sin molestar a los invitados. La comida dispuesta sobre los delicados manteles de bambú trenzado, artísticamente colocada para resaltar texturas tanto del alimento en sí como del soporte de costosísima loza en el cuál estaba, era exquisita y muy cara, y los sirvientes se encargaban de traer más cantidad si alguien la necesitaba. Unas diez personas estaban sentadas en torno al Emperador, que presidía desde una plataforma que le aislaba y colocaba por encima de todos los demás. A su derecha, en la mesa más cercana a él, estaba la Candidata del Clan de la Liebre, comiendo con toda la educación que sus bajos orígenes le permitían.

La muchacha, ciertamente, estaba fuera de lugar, pensó Hoketuhime observándola con ojo crítico mientras vigilaba que todo transcurriera de la forma debida. Pequeña y ciertamente bonita, su criada la había conseguido arreglar con adecuada elegancia, pero aún así... era cada pequeño gesto que realizaba, demasiado lleno de vigor, sin delicadeza. No se recogía la manga mostrando un milímetro apenas de una blanca muñeca, no torcía el cuello bellamente para mostrar la raíz del cabello en la nuca, no miraba con modestia... De hecho, pensó despiadadamente la Daimyo Otomo, hubiese sido una pareja perfecta para Kaneka, ya que ambos actuaban como caballos desbocados en aquellos ambientes refinados. Gracias a los Kami que al menos el Bastardo no estaba presente para arruinar la cena.

Al menos, el deseo de no arruinar su kimono la llevaba a moverse con cierta lentitud, cosa que le dotaba de algo de dignidad, ni que fuese tangencial. Hoketuhime se preguntó por qué motivo estaba allí aquella joven, ya que la única excusa para su presencia que se le ocurría hubiese sido que el Emperador quisiera humillarla... y eso era capaz de hacerlo ella sola, así que resultaba inútil que le ayudaran en ello. Además, la joven tampoco había incurrido en motivo de ira imperial para que quisieran castigarla.

En conjunto, la situación era intrigante... y a Hoketuhime no le agradaban demasiado los imprevistos.

-¿Cómo está siendo vuestra estancia? -preguntó Toturi III en aquel momento, volviéndose hacia la discordiante invitada. Ésta sonrió vagamente, mirándole a él y luego desviando los ojos hacia el resto de comensales: el Canciller, especialmente, era llamativo con sus ropas Escorpión, su pintura y gasas a la manera de máscara ligerísima, y su cabello rubio muy claro. Sin embargo, éste pareció ignorarla en pro de hacer conversación con la persona que tenía al lado, un Magistrado Kitsu.

-Muy agradable, mi señor -contestó la Usagi, educadamente pero sin extenderse.

-¿Habéis hecho amistades? -insistió Naseru, intentando quizás hacerla sentir más integrada en aquel festín, o simplemente sacarle dos palabras seguidas.

-No todas las que desearía -contestó con suavidad ella, mirándole directamente con aire evaluador-, pero sí algunas que me han resultado muy gratas.

-Daos tiempo... tendréis mucho -le dijo él entonces, contemplándola con ojo curioso. Sin duda no estaba acostumbrado a aquella clase de muchacha, pensó Hoketuhime. Quizás su actitud se debía simplemente a esto, a la novedad. Era bueno que un hombre investigara aquello que ignoraba, se dijo la mujer. Naseru siguió hablando-. No parecéis demasiado feliz -comentó.

La Otomo parpadeó y fijó entonces su atención en la Usagi. No debió ser la única en la sala que, prestando un oído discreto a aquella conversación, hizo lo propio, pero la presión de aquellas miradas no pareció intimidar a la bushi, que parpadeó ligeramente desconcertada antes de responder:

-Oh... no soy infeliz, mi señor -una respuesta indeterminada, y ciertamente poco satisfactoria, pensó Hoketuhime con fastidio. Esa pareció ser también la opinión del Emperador, que insistió:

-Eso no quiere decir que seáis feliz -ella pareció divertida ante aquel comentario, que la hizo sonreír levemente, un gesto menos educado y más natural. Naseru apreció el resultado, y añadió-. Eso está mejor...

El rostro transparente de su interlocutora se congeló en aquella expresión, mientras sus ojos vivos y castaños parecían buscar algo en el rostro de Naseru. No pareció encontrarlo. Su siguiente comentario fue completamente de mal gusto, completamente sincero:

-Estáis poco acostumbrado a que las mujeres no os sonrían embelesadas, ¿neh?

Hoketuhime se atragantó. Aquella descarada... ¿Es que no se daba cuenta que no hablaba con un muchacho de su pueblo, sino con Toturi III el Yunque, el Emperador Justo, Toturi Naseru...? Sofocó una tosecilla indiscreta con la manga de su kimono blanco prístino de luto.

-Por supuesto -respondió él, arqueando una ceja ligeramente como si aquella respuesta fuese la evidente. La Usagi en cambio arqueó ambas, con aire escéptico, mirando al Emperador como alguien miraría a un cortesano primerizo jactándose de haber obtenido favores de una concubina real.

Como si Naseru se estuviese pavoneando. Cosa que, desdichadamente, no era así, como bien sabía Hoketuhime...

-¿Por supuesto? -repitió la joven, como invitándole a extenderse en el tema. Naseru no se rebajó a su altura, sino que simplemente asintió, para luego cambiar de conversación:

-¿Cómo es vuestro hogar?

-Un lugar mucho más parco en lujos que esta corte, mi señor -respondió Makoto, sin duda haciendo honor a la verdad... Hoketuhime miró a Naseru, preguntándose por qué habría hecho esa pregunta. La respuesta de él fue cruel, y certera, y la dama Otomo tuvo menos dudas entonces: la había hecho para recordar su puesto a la Usagi, que parecía dispuesta a saltarse las conveniencias tan fácilmente...

-Sin duda es lo propio de un Clan Menor... sobre todo uno con tantos altibajos -comentó conversacionalmente, pero recordando a todos que el Clan de la Liebre había sido disuelto, acusado de horribles crímenes, sus líderes ejecutados, su castillo derruído...

-Hai, mi señor -la Usagi asintió, sin parecer ofendida por el educado desplante. Hoketuhime se preguntó si era realmente muy respetuosa o un tanto espesa-. El Destino no fue amable con mi Clan, pero seguimos aquí... gracias a las Fortunas -su sonrisa era a la vez amable y decidida, el gesto de quien no se arruga ante la adversidad.

Hoketuhime se preguntó qué habría sido de ella si hubiese estado en su lugar, ante el Crisantemo de Hierro, luchando por mantener las migajas de su dignidad sometida al peor de los maltratos... La bushi no parecía el tipo de persona que se rebaja y se contiene. Sin duda, se hubiese rebelado, como en su momento hizo Naseru...

Sin duda, hubiese muerto. Como casi perece Naseru, por protegerla a ella. Hoketuhime suspiró.

-Hai, hai... un Clan muy dedicado -el Emperador quitó hierro a su anterior comentario, pero al mismo tiempo restándole importancia a la constancia y valentía de los Usagi, dándola por sentado. Tal vez hubiese añadido algo más, pero ahora fue la joven quien cambió de conversación.

-La función de hoy ha sido una delicia.

Hoketuhime parpadeó, sorprendida, y miró evaluando las reacciones del resto de los presentes. No era habitual que una Candidata ensalzara a otra, y menos ante el Emperador... y la actuación había sido un acto de lucimiento. Eso era algo obvio para todos.

-Oh, ciertamente ha sido sublime -respondió Naseru. Su comentario era apreciativo, pero Hoketuhime captó un cierto desconcierto ante aquella maniobra inesperada por parte de su interlocutora. El asombro aumentó entre todos los presentes al añadir ella, sin pizca de cinismo o segundas intenciones:

-Akodo Kurako-sama tiene mucho talento, ¿neh? -la admiración de la Usagi era evidente. Naseru asintió sin ningún entusiasmo, gracias a los Kami... Hoketuhime odiaba a aquella Candidata, y al parecer el propio Emperador, aunque no era inmune a un rostro hermoso, permanecía cuidadosamente neutral ante aquella joven León. Aunque se prestaba al juego del coqueteo cortesano, como demostraban las flores que Kurako había lucido y que le había regalado, ahora adornando con su natural belleza la mesa del Emperador, no parecía seducido por ella. De hecho, estaba bastante más interesado en quien la alababa, que hizo una pausa mirándole. Él dejó que el silencio se prolongara unos instantes más, intrigado quizás por saber cuál iba a ser el siguiente comentario de aquella curiosa muchacha-. ¿Soléis invitar a las Candidatas a cenar con vos?

-No, no suelo -respondió Naseru. Hoketuhime asintió para sus adentros: aquella era la primera vez que le veía hacer algo así. Quizás fuese para borrar el recuerdo de la torpeza de la Usagi, aunque aquello ya había quedado relegado en su importancia ante el gesto de generosidad de Toturi III al sacarla a pasear por los jardines...

-¿Y por qué a mí sí?

A Hoketuhime se le hubiesen caído los palillos si hubiese estado comiendo. Aquella pregunta tan directa carecía de tacto por completo... ¿cómo se atrevía ella a cuestionar así los deseos de su Emperador?

-¿Os molesta la invitación? -contraatacó Naseru, evitando contestar. A fin de cuentas, no tenía por qué justificarse de ninguna forma.

-Me intriga -repuso la muchacha, frunciendo ligeramente el ceño, pensativa.

-¿Por qué? -preguntó él a su vez.

-Porque el primer día de mi estancia aquí me habéis hecho blanco de un favor tal que se han originado rumores y envidias respecto a mi persona, y ahora habéis reforzado esos rumores y envidias -la joven hizo una pausa. Hoketuhime revisó su opinión de la muchacha, pensando que no podía ser estúpida si estaba calibrando el alcance de las amabilidades del Emperador con tanta precisión-. Me dijísteis que la Corte era otro tipo de campo de batalla -Naseru asintió, animándola a seguir hablando-. Y parecéis muy interesado en meterme en el centro de ella. Ignoro por qué.

De acuerdo, la Usagi era poco ortodoxa, excesivamente directa y carecía de gracia, pero no de inteligencia. Aunque tratar aquellos temas de aquella forma, ante diez testigos nobles... no era el colmo de la habilidad, sinceramente. Sin embargo, aquella forma de discurrir parecía haber agradado al Emperador lo suficiente para contestar al menos parcialmente a la pregunta de la muchacha.

-Sóis distinta.

-No soy cortesana, soy bushi. Tal vez en eso radique la diferencia -repuso la joven, con cierta impaciencia.

-Ya sé lo que sóis -el comentario de Naseru provocó alguna sonrisa velada entre quienes escuchaban educadamente aquel intercambio.

-No se me ocurre una respuesta ingeniosa a eso -confeso la Usagi, de nuevo hablando de una forma completamente imprevista y poco educada... ante tal eventualidad, hubiese debido cambiar de tema, no admitir su derrota verbal públicamente. Sin embargo, el Emperador fue lo bastante generoso para cubrir su desliz con un comentario amable.

-No tenéis por qué responder siempre ingeniosamente...

-¿No? -la pregunta de ella era casi desafiante. Hoketuhime se hubiese retorcido internamente las manos, si se hubiese preocupado mínimamente por el futuro de aquella improbable Candidata, que cuestionaba incluso la defensa que se hacía de sus deslices.

-No, claro que no -Naseru fue, de nuevo, amable.

-Vos sóis tan misterioso que me da la impresión de caminar sobre arenas movedizas -respondió la Usagi. El Emperador sólo sonrió ante aquel comentario. ¿Qué otra cosa podía hacer ante semejante ingenuidad...? La Usagi bajó la mirada, perdiéndose en sus pensamientos.

-Makoto-san... -la llamó él suavemente, de vuelta a la conversación. Ella se volvió de nuevo hacia él-. No cenaréis con nadie más que yo.

La joven Liebre se quedó helada y miró al Emperador con un asombro evidente, pero no más genuíno que el que todos los presentes estaban sintiendo en aquel preciso instante. Aquella era una muestra de favor aún más grande... demostraba que Toturi III se había interesado realmente en ella, en aquella joven de un Clan Menor, en aquella Candidata torpe y sin las debidas formas...

-¿Gomen nasai? -preguntó ella, con un hilo de voz. Debía estar impresionada, sin duda...

-Reservadme vuestras cenas. Por si quisiese cenar con vos, deberéis estar siempre libre...

Usagi Makoto le miró entonces, y Hoketuhime contuvo el aliento con asombro y reprobación. Lo que se veía en las pupilas castañas de la joven no era admiración y arrebato ante el favor recibido... era pura y simple cólera, un relámpago de ira absolutamente fuera de lugar. La muchacha apretó los labios, lívida, pero aún así respondió, al menos marginalmente, con el debido respeto. Agachó la cabeza ante la voluntad de su Emperador y dijo simplemente:

-Hai, mi señor.

***

De vuelta a su cuarto, Makoto entró como una tromba, sobresaltando a la criada que le había sido asignada, una discreta jovencita llamada Ai.

La bushi se quitó las lujosas prendas como si le quemaran, arrancándoselas casi, lanzándolas al suelo con furia evidente. Luego las recogió y las dobló con cuidado, recordando que procedían del esfuerzo conjunto de los suyos, de su deseo por hacerla quedar bien ante una Corte hostil o, cuanto menos, indiferente... o eso habían pensado todos que encontraría.

Qué equivocados habían estado todos. 

-¿Señora? -preguntó la criada, tímidamente.

-¿Hai?

-¿Estáis bien? -Ai miró con cierta preocupación cómo Makoto rebuscaba en sus cofres hasta encontrar un gastado y cómodo hakama y se lo ponía, sin pedir ayuda de ninguna clase.

-Necesito practicar katas, Ai-san... -respondió la Usagi, desdeñando la etiqueta por completo al aplicar la partícula de respeto al trato con una vulgar criada... algo que sorprendía a Ai, pero a un tiempo le llenaba de cierto afecto y orgullo por su inusual señora.

-¿A estas horas? -el asombro de la muchacha fue evidente.

-Hai -respondió Makoto, agarrando un boken tan viejo y gastado como su uniforme de prácticas, saliendo al jardín interior, a la luz de la luna, a practicar con algo más de brío de lo necesario. Sus movimientos eran precisos, pero excesivamente enérgicos. Saltaba a la vista que la joven Usagi necesitaba descargar su ira y su frustración, y aquella era la forma más inofensiva que tenía de hacerlo. Ai la miró, casi asustada.

-¿Puedo preguntar...?

-El Emperador me ha ordenado que no cene con nadie -lanzó un golpe particularmente brioso-. Por si llegara el caso de que deseara cenar conmigo él.

-Ah... -la muchacha se quedó desconcertada-. ¿Eso es malo...?

-Iie -negó Makoto, pero apretó los labios con furia, mientras realizaba suguris con una intensidad inusitada. Lo que en aquel momento pensaba del Emperador no era muy halagador, y rechazar su voluntad de aquella forma rayaba la traición. Su deber como guerrera era el bushido, y no podía exteriorizar verbalmente lo que pensaba, así que aquella era la única forma en que podía expresarse realmente.

-No comprendo... -musitó su criada, anonadada.

-Es el Emperador. No hay nada que comprender -repusó Makoto. Una lágrima de pura rabia le cruzó la mejilla, rauda y solitaria.

-Ah. Lo lamento -respondió Ai, sin saber qué otra cosa decir. Su señora se detuvo por fin y la miró, directamente.

-Quería cenar con Oh-Sezaru-sama... -susurró-. Ha sido amable conmigo, y... -suspiró.

-Hai... -Ai agachó la cabeza, comprendiendo al fin-. Ah, señora... llegó un paquete mientras vos cenábais.

Makoto volvió a la habitación, guardando el boken con reverencia.

-¿Honto...? -preguntó, mirando interrogante a su criada. Ésta le mostró una caja, con aberturas. Makoto frunció el ceño, asombrada, antes de abrirla con cuidado-. ¿Ponía en algún lado quién la enviaba...? -Ai negó con la cabeza mientras su señora acababa de desenvolver el voluminoso presente.

En el interior había un gatito, blanco, muy pequeño, que bostezó y se acomodó contra ella cuando lo extrajo de su amplia prisión. Makoto no pudo evitar sonreír, con sinceridad por primera vez desde que empezara aquella estúpida cena. Acarició al animal, y miró el fondo de la caja, donde había una simple nota, sin firmar.

Benditos sean los gatos por sus lugares de reposo.

Makoto miró a su nueva mascota, cómodamente instalada sobre su regazo... y se echó a reír, mientras se ponía como la grana.

Al parecer, oh-Kaneka-sama había transmitido sus disculpas.


Nota: fotografía extraída de la galería de 8SimpleRules. No se pretende infringir ningún derecho.
http://www.flickr.com/photos/fallingleaves0105/3089084800/

lunes, 25 de marzo de 2013

Primeras Impresiones V


 Las virtudes de un samurai, las verdaderas virtudes, estaban contenidas en el Bushido. Justicia, Coraje, Generosidad, Respeto, Honestidad, Honor, Lealtad... Todo ello era la base del camino del guerrero, un camino que algunos desdeñaban en favor de bagatelas y absurdos, olvidando que un samurai que pierde el Camino es como un leñador sin hacha. El Bushido era todo cuanto importaba.

Kaneka se preguntaba qué tenía que ver el Bushido con el teatro, que le aburría soberanamente. No veía gracia en las figuras de los actores que realizaban gestos afectados, ni belleza en una música atormentada, ni encanto en los rostros cubiertos de máscaras para que sólo el cuerpo hablara en simbólicos despropósitos. Como tantos entretenimientos cortesanos, no parecía tener mucho sentido. 

Suponía que por eso le tachaban de bárbaro sin modales. La perspectiva de pasarse unas horas allí, fingiendo encontrar interés en una actividad que le resultaba huera, le parecía abrumadora. Para disimular el hecho de que era posible que durante la actuación se quedara dormido, había buscado el rincón más oculto a la vista. No era como si le importara mucho tener buena visibilidad, sólo tenía que hacer acto de presencia. En ocasiones como aquella daba gracias a que fuese Naseru quien había resultado coronado Emperador... si hubiese sido él, hubiese tenido que soportar estoicamente aquellos juegos cortesanos.

O quizás no. Miró hacia el puesto preferente que ocupaba el pequeño de los tres hermanos, con su corona de oro en forma de hojas ciñiéndole las sienes y los pesados ropajes imperiales. No parecía que nadie obligara a Naseru a hacer nada que no quisiera... más bien al contrario. Pero el Yunque nunca había sido precisamente un modelo de virtudes samurai, o eso había pensado siempre Kaneka. Caprichoso, despiadado y cruel. Un niño mimado que sólo el Bastardo parecía ver tal y como era.

Durante la guerra, sin embargo, se encontraron varias veces y descubrió, reluctante, que algunos puntos positivos poseía el más joven de los Cuatro Vientos. Podía ser retorcido y manipulador, pero en el momento en que decidió que su hermana Tsudao debía ser el Emperador, había estado dispuesto a dar su vida por esa idea. Había realizado una cuidadosa estrategia para ser asesinado por Kaneka, sabiendo que éste le odiaba, cosa que habría dejado a la hermana mayor en la mejor posición para tomar el trono.

Pero más que eso, recordaba que lo que les había unido, lo que les había hecho llegar a la actual relación -tirante, pero pacífica-, había sido el sacrificio de Tsudao. Ella, quien se había adelantado para golpear al Señor Oscuro, colocándose en posición de debilidad pero salvando a sus hermanos, al Imperio. Ella, a la que los tres habían querido y admirado, cada uno a su manera, cada uno en la medida de su trato con ella. Kaneka había visto llorar en aquella ocasión a Naseru, la única vez que le había visto demudado. Ninguno de los dos había dicho media palabra al respecto después.

Y aquí estaban ahora, él como Shogun de los ejércitos del Imperio, miembro del pacífico Clan Fénix... y sin apellido ni afiliación. No había sido reconocido por su padre, no podía llamarse ni Akodo ni Toturi, así que había renunciado a unirse a ninguna otra familia. Era Kaneka. No hacía falta más.

Sumido en sus pensamientos, apenas sí se dio cuenta de que alguien se había acercado a su refugio hasta que oyó una voz femenina.

-Gomen nasai... ¿os molestaría si tomo asiento junto a vos, o esperáis a alguien? -el tono era educado, amable incluso. Kaneka miró hacia su interlocutora, a la que reconoció de inmediato: la pequeña Usagi que había montado el jaleo en su presentación. El Shogun se preguntó si ella sentiría tan poco interés como él por la función, o si simplemente era tímida. Pero la mirada con la que se enfrentó no tenía nada de apocada: era directa, repleta de amistosa curiosidad.

-Sentaos, está libre -respondió, devolviéndole la mirada. La muchacha era bonita, había que admitirlo, aunque de formas menudas y discretamente curvadas que no eran exactamente de su gusto. Él prefería, cuando se trataba de mujeres, a damas más hechas, firmes como la mano que sostiene la espada, con carácter... incluso mal carácter, en algunos casos. En cambio la pequeña Usagi, pese a su torpeza social, le daba la impresión de ser una futura dama más diplomática que directa, cosa que la hacía más agradable, es cierto, pero la alejaba de su estilo de pareja. Recordó cierta leona pelirroja de la que le habían hablado... la clase de mujer que golpea primero y pregunta después. Una sonrisa distraída se dibujó en sus labios-. Disculpad, ¿decíais, Usagi-san? -dijo, dándose cuenta de que no había escuchado la respuesta de la Usagi. Ésta se rió:

-Ah... ¿Oh-Kaneka-sama? -preguntó, mirando discretamente su Mon del Clan Shiba-. Gomen nasai, no os había reconocido sin la armadura... -hizo una profunda reverencia.

-Sería incómodo acudir al teatro vestido para la batalla, ¿neh? -respondió, con un punto de humor.

-Parecéis más pequeño sin ella -repuso la joven, con una amplia sonrisa. En aquel momento comenzó la actuación, con unas notas solitarias. La Usagi se irguió. Kaneka empezó a hablar, pero ella le chistó, sin ningún respeto, para que callara... Aquello le sorprendió, y entonces se fijó en el rostro de ella: tenía una expresión arrebatada, los ojos entrecerrados, la cabeza inclinada a un lado para captar cada sonido. Sumó dos y dos.

No se había sentado junto a él para pasar desapercibida, o por desinterés. Se había sentado allí porque era el lugar con mejor acústica. Alzó la vista al cielo, algo exasperado, y luego meneó la cabeza, divertido. Ella no le prestaba ya ninguna atención mientras era transportada al éxtasis por la música, con una fascinación evidente en cada pequeño gesto, en estremecimientos leves de reacción, en suspiros contenidos durante las pausas ya que respiraba muy levemente para no dejar escapar una sola nota.

Aquello casi hubiese sido divertido, si no fuera porque era tan... aburrido. Kaneka resopló, pero su acompañante le ignoró por completo. Hasta que la actuación finalizó, con un entusiasmo evidente del público que el Shogun supuso motivado sobre todo por la belleza y pericia de la bailarina principal, Akodo Kurako, la muchacha no volvió a prestarle atención. Cuando se volvió hacia él, tenía los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Kaneka le tendió el pañuelo. Ella sonrió y se lo agradecidó con una inclinación de cabeza.

En aquel momento, la bailarina se adelantó hasta el puesto preferente donde se encontraba el Emperador y, con una delicada reverencia, le ofreció las flores que adornaban su pelo.

-Kurako-san... una de las Candidatas -le comentó él, señalando discretamente a la muchacha que había sido el centro de la actuación. Supuso que obviamente habrían montado la función para que así fuera, para lucimiento de la joven León...

-Es maravillosa, ¿neh? -repuso ella, sin pizca de envidia, mientras miraba con curiosidad cómo Toturi III rechazaba las flores desde lo alto de su puesto, una y dos veces como mandaba el ritual, antes de aceptarlas. Kurako las depositó a sus pies, a la suficiente distancia para no ser una amenaza pero lo bastante cerca como para poder dedicarle una sonrisa un punto más íntima de lo que hubiese sido desde más lejos, y luego se retiró, aparentemente respetuosa y sin haber vulnerado las leyes de la cortesía y el recato.

-Reconozco que el teatro no es precisamente mi pasión -respondió Kaneka, evitando comentar nada sobre la Akodo, que personalmente no le llamaba mucho la atención pese a su rostro de belleza sin par. Había algo en sus modos que le resultaba incongruente, y eso le desagradaba. Además, aquella antipatía era mútua, como bien sabía él, tal vez por el hecho de que Kaneka fuese un bastardo, o tal vez porque el Shogun había amenazado la vida de Naseru más de una vez.

Alguien debería explicarle a Kurako, si es que pretendía convertirse en la Emperatriz, que los tiempos de desconfianza e inquina entre Naseru y él habían terminado. Pero desde luego, no iba a ser él quien se tomara semejante molestia...

-Una lástima -le dijo Makoto-. La actuación ha sido fabulosa, y la música -sus ojos castaños se llenaron de una pasión ferviente- una auténtica delicia.

La gente, comentando y alabando la función, empezaba a retirarse del teatro. Kaneka se puso en pie, y la Usagi hizo lo mismo. La muchacha miraba distraídamente hacia el lugar donde se sentaba el Emperador. Kaneka suspiró e iba a echar a andar, cuando ella se detuvo e hizo una profunda reverencia.

El Shogun torció el cuello y se fijó en que su medio-hermano estaba mirando de lleno a la jovencita, respondiendo con una ligerísima inclinación de cabeza a la deferencia de su súbdita. Tuvo ganas de resoplar, pues aunque la etiqueta dictaba aquel intercambio de saludos como correcto, el que Naseru fuese objeto de tanta atención siempre le resultaba un tanto irritante. Volvió a mirar a la Usagi, y vio que sonreía, no con embeleso sino con un punto pícaro, como si estuviese recordando algo divertido. ¿En relación a su Emperador? Kaneka arqueó una ceja.

-¿En qué pensáis para sonreír de esa manera? -preguntó.

-Hoy he estado hablando con Oh-Sezaru-sama -respondió ella, desviando su atención del Emperador y fijándola de nuevo en su interlocutor, mientras ocultaba la sonrisa demasiado amplia tras la manga del kimono-. De muchas cosas... -Kaneka se la quedó mirando, preguntándose qué rayos le habría contado el Lobo a la pequeña Usagi para que ésta reaccionara así ante Toturi III. Ella simplemente añadió-. Es un hombre encantador, ¿neh?

-Supongo -repuso él, encogiéndose de hombros. La muchacha le contempló, pensativa.

-No tenéis mucho en común con él, ¿verdad?

-Nada, diría yo. Yo no me crié en un palacio rodeado de lujos...

-¿Os duele eso?

-¿Haber crecido rodeado de geishas, prostitutas, ladrones y asesinos en la ciudad más peligrosa del mundo? -respondió el Shogun, mirándola especulativamente y esperando su reacción. Ésta le sorprendió gratamente, ya que la moza demostraba no tener la cabeza precisamente llena de aire, ni ser prejuiciosa en exceso.

-No creo que creciérais completamente falto de afectos y valores -señaló la Usagi, con una sonrisa que no juzagaba, sino aceptaba y escuchaba, dispuesta a aprender. Rodeado como estaba las doce horas del día de cortesanos que en su mayoría le despreciaban, Kaneka apreció aquella comprensión como se merecía.

-No, ciertamente -respondió con honestidad-. Me ha hecho lo que soy... -se volvió hacia su medio-hermano, el hombre al que en algún momento había estado dispuesto a matar-. Él puede ser el Yunque, pero yo soy la Espada.

-No creo que tengáis nada que envidiarle -respondió la joven con velada admiración. La miró y sonrió ligeramente, dándose cuenta de que la suya era la admiración de una niña ingenua que veía en alguien no sus orígenes, sino la realización de ideales samurai. En cierto modo, le recordó a Tsudao: impulsiva, honorable, sincera... el tipo de persona que se sacrifica por otros sin dudar, que les inspira por su propia rectitud. Sintió una oleada de ternura fraternal hacia ella, aunque no pudo evitar contestar de nuevo con un exceso de sinceridad:

-Sólo un padre.

-Debió ser duro -dijo ella, bajando la mirada con cierta vergüenza al darse cuenta que había removido una vieja herida. Él asintió, y la joven bushi añadió-. Gomen nasai... no soy muy hábil en las conversciones.

-No es culpa vuestra -contestó Kaneka, dándose cuenta de que quizás había sido algo descortés al exhibir ante ella su única y verdadera nota de envidia hacia sus hermanos. La colocaba, involuntariamente, en una posición injusta al forzarla a disculparse por algo de lo que ella no había sido artífice, sólo porque se había sentido lo suficientemente cómodo con aquella niña como para sincerarse más de lo debido.

-Sóis un hombre generoso -respondió ella, volviendo a alzar la mirada hacia él. Al ver su gesto de sorpresa, aclaró-. Conmigo lo sóis, al menos...

-Los Clanes Menores fueron los únicos que me dieron cobijo cuando nadie más lo hacía. Es de rigor devolver la amabilidad recibida... Y vuestro Clan es íntegro.

Aquella pequeña personita pareció resplandecer ante aquella muestra de aprecio. Kaneka empezaba a sentir una punta de afectuosa diversión por la excesivamente ingenua Usagi. En aquel momento, ella se giró, abrió mucho los ojos y volvió a inclinarse hasta tocar el suelo con la frente, postrada. El Shogun no tuvo dificultad en adivinar quién se había acercado.

-Mi señor... -dijo ella.

-Buenas tardes, Makoto-san. Kaneka... -Naseru fue casi respetuoso con ella. No así con su medio hermano bastardo, al que mentó casi con descuido, antes de volverse de nuevo hacia la joven-.  Venid conmigo, Makoto-san. Cenaréis conmigo.

La Usagi alzó la mirada con asombro.

-Oh -repuso con voz débil.

-No parecéis muy contenta -indicó el Emperador, sin que su rostro mostrara si esto le contrariaba o no.

-¿No se te ha ocurrido pensar que ella podría tener otros planes? -intervino Kaneka, molesto ante la actitud de su medio-hermano.

-Kaneka-sama -susurró la Usagi, mirándole con ojos suplicantes. Él estuvo a punto de añadir algo más. Sus ojos negros reflejaban su ira, pero por el bien de la muchacha contuvo su cólera.

-Makoto-san seguramente estará encantada de cenar conmigo -indicó el Emperador, con tono neutro que Kaneka reconoció como un desafío. En momentos como aquel recordaba por qué había sentido tantas tentaciones de rebentarle la cabeza antaño-. ¿No es así, Makoto-san?

Y ahí estaba. La pobre chica asintió obedientemente, como no podía ser de otra forma ante su Emperador. Pero entonces ella habló, y Kaneka estuvo tentado de reír ante la rabia que por un segundo apareció en el único ojo de Toturi III... una rabia que reconoció, tan poderosa como la suya, pero con un origen mucho menos noble.

-Oh-Sezaru-sama me había invitado previamente, mi Señor... ¿Os importaría hacer extensiva vuestra invitación a él también? No querría dejarle de lado...

Oh, sí, una diplomática nata, pensó Kaneka divertido... la lástima es que no sabía contra quién se estaba jugando las castañas, como solía decirse. Y había conseguido enfurecer al pequeño Naseru. El Shogun contuvo una sonrisa sardónica.

-Podréis cenar con él otra noche -el notable autocontrol del Yunque evitó que su ira empañara su tono, pero Kaneka le conocía lo suficiente para hacerse cargo de que estaba presente. Ella se inclinó ante sus deseos, como no podía ser de otro modo, y Kaneka a su vez saludó dispuesto a alejarse. No estaba invitado, y además no quería ver como el caprichoso Naseru se aprovechaba de sus privilegios pisoteando la dignidad de la Usagi.

De nuevo ésta le sorprendió, deteniendo su marcha.

-¡Oh-Kaneka-sama! -se giró a mirarla. Los ojos de ella estaban fijos en él, y en sus iris castaños la admiración hacia el Shogun no había decrecido... y al parecer la actuación del Emperador no la había impresionado, más bien al contrario-. ¿Podríais transmitir mis discupas a Oh-Sezaru-sama? Decidle... -la joven se quedó sin palabras y meneó la cabeza.

Kaneka sonrió ligeramente. No cabía duda que la muchacha tenía arrestos.

-No podéis desobedecer al Emperador. Nadie puede -respondió con sencillez. Se inclinó ante ella, más profundamente de lo que dictaba la etiqueta, y ella le devolvió la reverencia. Luego él se giró y se marchó, notando el corazón más ligero y un punto de buen humor que no había estado presente con anterioridad.


Nota: Imagen extraída de la página http://www.angelfire.com/cantina/de_ale/japon.htm 
Aunque se trata de una foto Kabuki y no teatro Noh, me tomo una licencia artística dado que la ambientación de 5A está lejos de ser históricamente estricta en bien del color local y la jugabilidad. No se pretende infringir ningún copyright.

viernes, 22 de marzo de 2013

Primeras Impresiones IV



El sol caía ya, los días otoñales cada vez más cortos, cuando Usagi Makoto decidió que ya había tenido bastante clase de modales, y tras ésta, una severa sesión de entreno. Al fin y al cabo, ella era bushi, no cortesana. No podía pasarse el tiempo dedicándose en exclusiva al delicado arte de hablar de naderías, o de cuidar cada aspecto de su persona, de sus gestos, de su ropa. Aquello se le hacía terriblemente cargante, pese a que el propio Emperador, durante la brevísima entrevista que le había concedido para quitarle de encima a los cortesanos más terribles tras su faux-pas, le había indicado que aquello no era más que otra forma de guerra.

Una para la que, obviamente, no había venido preparada. 

Sonrió un poco, disfrutando del fresco aire y de los juegos de luces que atravesaban el cielo de saetas doradas y rojizas, marcando las nubes y creando guiños solares, como largas y rectas cortinas. El jardín estaba repleto de aromas a humedad, a vida, a vegetación. Inspiró hondo, deleitándose en la sensación de limpieza tras el baño, tras la sesión de entreno físico que había dejado su cuerpo entero deliciosamente cansado. Esta noche debería lidiar con el retorcido ambiente de la Corte de Invierno de nuevo, pero aquel instante era suyo y solo suyo...

-Usagi-san. ¿Disfrutando de la paz antes de la tormenta?

Makoto tuvo que reprimir una punzada de molestia al sentir que su momento se desvanecía ante aquella voz. Miró hacia su interlocutor, y no pudo evitar que su resentimiento se evaporara al instante al reconocer al hermano del Emperador, Sezaru-sama en persona, acercándose con pasos comedidos hacia su posición. Le sonrió ampliamente, mientras le dedicaba una profunda reverencia.

-Oh-Sezaru-sama...

 -Sezaru -contestó él, sonriendo. Una sonrisa torcida, que Makoto no tenía idea de que era muy parecida a la de su hermano menor.

De lo que sí estaba segura era de que no podía tomarse semejantes confianzas con la Voz del Emperador.

-Me honráis demasiado -dijo, sonrojándose.

-No os preocupéis, no tengo interés en recalcaros deslices sociales.

-Ah -Makoto le miró con divertido reproche-, pues me haríais un servicio... Nadie aprende a manejar una espada si no tiene un sensei que le corrija -sonrió levemente, una sonrisa sincera, decidida pero un punto tímida.

Sezaru suspiró, aproximándose a ella. Makoto se levantó, y en vez de sentarse de nuevo, siguió al Lobo mientras éste caminaba por los jardines. Entre la hierba ya no cantaban las cigarras, señal de que el verano había acabado, y el aire era fresco, pero no tanto como para que tuviera que abrigarse.

-Está bien... Makoto-san. Hablemos entonces. ¿Cómo os sentísteis cuando os dijeron que os enviaban aquí en calidad de Candidata?

-Muy honrada y muy nerviosa, Oh-Sezaru-sama -repuso ella, con total honestidad.

-¿Y qué os parece nuestro Emperador? ¿Es tal y como lo imaginábais?

-No... no sabía muy bien qué me iba a encontrar -Makoto parpadeó ante aquellas preguntas, que no parecían tener mucho sentido en conjunto.

-Hay quien opina que es bajito -señaló Sezaru, aparentemente solemne-. Aunque al lado de Kaneka...

Makoto se echó a reír, con la misma naturalidad que impregnaba todos sus gestos.

-¡Yo debo ser una enana, entonces! -los miembros del Clan de la Liebre, al igual que los del Gorrión, no solían ser de una estatura muy elevada-. Oh-Kaneka-sama es tan grande como una montaña -pensó en el samurai serio, cubierto de armadura completa y máscara, que se había encontrado antes de entrar a la sala del trono para su presentación. Había sentido inmediata simpatía por él, la clase de hombre que no tiene complejos en disculparse por un desliz social, ni siquiera ante alguien de rango tan inferior como ella. Algo admirable, a su parecer: no era alguien a quien su posición, por otro lado sobradamente merecida, se le hubiese subido a la cabeza.

 -Uhmmmm... -el hombre pareció meditar, mientras ambos caminaban en tranquila armonía por el sendero de piedrecillas-. De tamaño discreto, diría yo -sus palabras hicieron reír más aún a la joven, cosa que no pareció disgustar al Lobo. Makoto dudó antes de hablar de nuevo, ya que temía estar sobrepasando los límites. La Voz del Emperador parecía dispuesto a pasar el rato con alguien de poca importancia como ella, pero eso no quería decir que pudiese aprovecharse de ello. Y sin embargo, finalmente decidió hablar.

-Oh-Sezaru-sama... ¿Puedo haceros una pregunta indiscreta? -inquirió, tentativamente. Él le concedió permiso con gesto regio, y ella continuó hablando-. ¿Por qué no os habéis casado?

Esto pareció dejar atónito a su interlocutor, que se detuvo un segundo y miró con ojos muy abiertos a la Usagi. En aquel instante, pensó ella, parecía mucho más joven de lo que había pensado que era en primera instancia... apenas una década o dos más que ella. Su expresión era abierta y sincera, no resguardada y digna. El momento, sin embargo, pasó rápidamente.

-Bueno... primero fui joven... -sonrió de nuevo, un gesto agradable pero educadamente reservado-. Luego estuvimos luchando por el trono, mis hermanos y yo -añadió, refiriéndose a la época de guerra civil que se había conocido como la Guerra de los Cuatro Vientos, la lucha fratricida entre los cuatro hermanos: la mayor, la difunta Tsudao, ahora conocida como Toturi II por gracia del actual Emperador, Sezaru, el segundo y primer varón legítimo, Naseru, el menor de los tres hermanos, y Kaneka, el Bastardo-. Eso no deja mucho tiempo. Y ahora soy viejo... -se encogió de hombros.

 -No tan viejo, ¿neh...? -protestó ella, con cierta desazón. Lo que había creído ver por un momento desmentía la apariencia desgastada de Sezaru, y aunque realmente tuviera la edad que aparentaba, eso no le convertía automáticamente en un partido desdeñable, sobre todo dada su posición en la Corte-. Y dudo que no haya nadie interesado...

-Oh, por política sí, muchísimas damas -la sonrisa de Sezaru era impenetrable, una máscara de tranquila amabilidad que, de alguna forma, hizo sentir peor a Makoto. La mayoría de matrimonios eran por conveniencia, así que las palabras del Lobo no iban en detrimiento de una boda, pero parecía... profundamente disgustado por tal posibilidad-. Y prefiero reservarme mi edad.

-No puedo creer que no haya nadie con otros intereses aparte de la política interesado en vos -repuso ella, pensativa-. Ser cortesano no significa carecer de corazón, o simpatías, e incluso afectos...

-¿Vos tenéis afectos? -Sezaru parecía decidido a desviar la conversación de su persona, y Makoto sintió un cierto alivio al ver que dejaban un tema que, al parecer, le resultaba desagradable.

-¿Yo? -sonrió la joven-. ¿Quién no los tiene...? Quiero a mis padres, y a mis hermanos, y a mi familia, y a un viejo gato dormilón... -su enumeración tuvo la virtud de robar una sonrisa a Sezaru, así que añadió-. Me gustan los gatos.

-¿De veras? ¿Por algo especial? -Sezaru enarcó una ceja, como si aquel comentario le resultara sorprendente por algún motivo.

Makoto negó con la cabeza, sonriendo:

-Siempre hemos tenido gatos en casa, desde que era pequeña, y me gustaba al cabo del día sentarme con un animal cálido ronroneando sobre mis rodillas... -aquello hizo que Sezaru alzara ambas cejas, en esta ocasión, y que su sonrisa se volviera un punto más abierta.


-Eso que acabáis de decir... -hizo una pausa. Makoto se dio cuenta de que estaba conteniendo su hilaridad, aunque no pudo entender por qué-. Podría malinterpretarse -hizo una pausa y la miró. Ella le devolvió la mirada, frunciendo el ceño con gesto de total incomprensión. Él le sonrió, divertido, antes de añadir-. De un modo... íntimo.

-Oh... ¡Oh! -Makoto se sonrojó intensamente-. Ni se me habría ocurrido.... Oh-Sezaru-sama, no puedo creer que... Mi pobre y viejo Kuro, ¿cómo puede nadie plantearse que fuese... poco inocente? -la joven parecía al borde del sofoco. Él sonrió tranquilamente y añadió:

-Tenéis que pensar que, digáis lo que digáis, siempre podrá interpretarse en más de un sentido -de nuevo le pareció a la joven Usagi que él contenía su hilaridad. Medio en broma, le acusó:

-¿Os divierte verme sonrojarme...?

-No, no me divierte -contestó él, mirándola-. Aunque debo reconocer que os favorece...

-Vaya. Y yo que pensaba que únicamente me hacía parecer joven... -respondió ella con cierta ironía. Fue el turno de él de reír.

-Ser joven no es malo, Makoto-san.

Ella le miró, fue a hablar, se detuvo... se mordió la lengua, se puso como la grana y miró hacia otro lado. Sezaru se la quedó mirando con curiosidad.

-¡No puedo estar pensando todo el tiempo en segundos sentidos! -protestó ella-. ¿Cómo puede nadie vivir así? Se supone que un samurai debe hablar siempre con honestidad, y yo soy bushi, me han enseñado a hablar de forma directa.

-¿Por qué os sonrojáis?

-Porque iba a decir que ser inexperta en cualquier terreno no es buena cosa y pensé... que también podía malinterpretarse -respondió ella a trompicones.

-Ciertamente, parecería que buscáseis... instrucción -aunque la sonrisa no llegó a sus labios, estaba en sus ojos, bailando con regocijo pero sin malicia-. Terrible, ¿verdad? -añadió, no sin simpatía-. ¿Seguimos con las preguntas indiscretas?

-¿Váis a hacerme alguna? -repuso ella, con cierto asombro.

-Si me permitís... ¿Habéis perdido la cabeza por mi hermano, como todas esas jovencitas?

Ella le miró, con gesto de desconcierto. No había nada de premeditado o engañoso en su actitud, y quizás por eso a él le resultó tan agradable su respuesta.

-No le conozco apenas. Ha sido amable conmigo -añadió, seria-, pero apenas hemos intercambiado cuatro frases. No es que eso sea para hacer perder la cabeza a nadie.

-Al fin algo de sensatez -suspiró Sezaru, con algo que a ella le pareció sorprendentemente similar a al alivio-. Ahora, pensad que tendréis tres meses para conocer a mucha gente...

-O lo que ellos quieran darme a conocer -señaló ella, con una agudeza que de nuevo resultó refrescante y encantadora a un tiempo.

-Muy cierto, muy cierto...

-¿La mayoria de jóvenes pierden la cabeza por el Emperador al conocerle? -preguntó Makoto. Al asentir él, no pudo evitar añadir otra pregunta, con un punto malicioso-. ¿Porque es atractivo, o porque es el Emperador...?

Sezaru sonrió, pero respondió con sinceridad:

-Kaneka opina que es porque se trata del Emperador... Pero yo creo que su aspecto también influye.

Makoto pensó en el hombre que había visto en el salón del trono: de rostro enjuto enmarcado por una mandíbula fuerte, pómulos altos y elegantes, una nariz ancha llena de carácter, unos labios finos pero sensuales apenas disimulados por la bien recortada perilla, un ojo negro de mirada distante, un parche negro sin concesión alguna a bordados o delicadezas sobre el hueco del otro ojo, unos hombros que se adivinaban anchos bajo el kimono dorado y verde jade, una larga cabellera trenzada que debía llegarle aproximadamente hasta las corvas... efectivamente, el Emperador no era, para nada, un hombre desprovisto de atractivo físico.

-Supongo que si añade cuatro palabras amables... debe ser una combinación fatal, ¿neh? -dijo, divertida. Su compañero asintió:

-Más letal que una espada... he llegado a ver desmayos. Una jovencita del Clan de la Grulla, Naseru la miró... y cayó fulminada.

-¿Es broma? -Makoto le miró boquiabierta, sin poder creer semejantes extremos. Sezaru negó con la cabeza, y ella no supo si reír o escandalizarse ante aquella reacción que se le antojaba absurda.

-Parecía ser crónico -añadió él-. Después de eso, era que se cruzaran y ella se iba al suelo. Su familia finalmente la casó con un Dragón sumamente aburrido.

-Es natural... -la Usagi le dedicó una sonrisa traviesa-. Había que cuidar su salud y no someterla a un exceso de emociones, podría ser contraproducente.

-¿Y vos, qué preferiríais? -inquirió Sezaru, entrando de nuevo en el terreno de la indiscreción-. ¿Un marido aburrido, uno que os hiciera desmayar...?

Ella se rió de nuevo, y su voz juvenil resonó en la paz de aquel jardín. El ocaso daba paso ya al anochecer, la oscuridad empezaba a reinar, y pronto debería prepararse para el espectáculo de la noche. Aún así, contestó:

-¿No hay más opciones?

-Algo tendréis en mente -insistió él.

-Me gustaría un hombre con quien pudiera hablar con franqueza, que me enorgulleciera por su espíritu elevado, y que quisiera servir al Emperador y a Rokugan de corazón. Un samurai de pies a cabeza -respondió ella finalmente, con una seriedad que contradecía la ligereza aparente de la conversación. Él la miraba atentamente, y asintió, aprobador:

-Un noble ideal.

-Siempre he pensado que deberíamos aspirar a la nobleza en todas sus formas, Oh-Sezaru-sama -respondió Makoto.

-Sóis una verdadera samurai -le dijo el Lobo, con una austeridad que disimulaba el brillo de admiración que estaba empezando a aparecer en sus ojos. Makoto, sin embargo, no se dio cuenta de ello, ya que el halago de Sezaru la hizo sonrojarse y desviar la mirada.

-Arigatô, Oh-Sezaru-sama... -reticente, volvió la mirada hacia las habitaciones que le habían asignado-. Debería prepararme para la obra de esta noche y para la cena...

-Ciertamente -asintió él-. ¿Os importa que os acompañe?

-Iie... sóis muy amable -Makoto le sonrió. Aquella sonrisa sin dobleces hizo que él se lanzara a preguntarle:

-¿Querríais cenar conmigo esta noche?

-¿Me estáis invitando a cenar? -ella le miró, sorprendida, pero sin asomo de desagrado.

-Sólo si os apetece.

-Oh... sería un honor -la sonrisa de ella fue aún más amplia. Caminaron en silencio hasta la pasarela que daba a las habitaciones de la Usagi, y luego ella le hizo una nueva y profunda reverencia-. Arigatô, Oh-Sezaru-sama... ha sido una conversación encantadora y muy instructiva.

-Lo mismo digo -la sonrisa de él fue ciertamente enigmática, y dejó a la joven desconcertada de nuevo, y preguntándose si no estaría, literalmente, metiéndose en la boca del Lobo...

lunes, 18 de marzo de 2013

Primeras Impresiones III

Otomo Hoketuhime by Rayba
En las estancias de la encargada de protocolo reinaba una paz armónica que era un bálsamo para sus nervios, que más que nunca estaban a prueba aquellos días. La Daimyo Otomo tenía todo siempre en perfecto orden, todo perfectamente limpio, y cinco criadas personales se cuidaban mucho de que todo siguiera como debía.

Se la conocía como la Princesa del Hielo; por sus ojos increíblemente azules, decían algunos; porque su corazón estaba compuesto de ese material, según susurraban otros cuidando que ella no les escuchara. Otomo Hoketuhime había destruído a más de una personalidad política prominente por menos que eso, y todos eran muy conscientes de ello. Era una mujer astuta, curtida en los caminos de la Corte, y sobre todas las cosas, más peligrosa que una víbora irritada. Quienes escuchaban los rumores y les daban crédito, sin embargo, se confundían de lleno al creer que no tenía sentimientos.

Ojalá no los hubiese tenido.

Se miró en un espejo, sin caer en gestos tan plebeyos como masajearse las sienes o pellizcarse el puente de la nariz para aliviar la terrible jaqueca que le acechaba, como siempre. Ella era una dama de la Corte de Toturi III, la Daimyo de su familia y la encargada de que todo el ceremonial transcurriera con normalidad. No podía dar muestras de debilidad, ni siquiera estando a solas se permitía aquel lujo. Su rostro hermoso y simétrico no translucía emociones, sino lo que ella quería: tranquilidad, contención absoluta, dominio. Fuerza. Una mujer de su posición no mostraba grieta alguna. Su rostro era su máscara, más incluso que la del más artero Escorpión. Y su máscara debía ser perfecta.

Hubo un tiempo en que las cosas no habían sido así. Ella había sido más joven, ingenua, prometida a un hombre poderoso, si bien antinaturalmente devuelto al reino de los vivos. Hantei XVI, cabeza de uno de los bandos durante la Guerra de los Espíritus. Había sido un gran honor ser su futura esposa... hasta que el horror de la situación en la que estaba atrapada se había hecho patente en toda su grandeza. Y es el que el sobrenombre de Crisantemo de Hierro no le había venido únicamente por su crueldad política.

Ella era apenas una niña y había dejado que él la destrozara en todo sentido. Cuando Naseru, entonces un crío que ni había hecho el genpukku siquiera, había llegado y se había convertido en su pupilo, apenas le había dado importancia a aquel nene malcriado y terco. Ya se encontraría las consecuencias de su obstinación, lo mismo que ella. Se había refugiado en una docilidad absoluta, sintiendo su corazón vacío, su alma arrasada. Cuando el niño había empezado a aferrarse a ella, admirando su belleza, sus ojos azules, su aparente calma, aquella admiración ingenua había sido un bálsamo inesperado para su amor propio.

No había creído posible sentir nada por ese niño cuatro años más joven que ella. Tampoco habría imaginado que él intentaría salvarla de sus vejaciones, que Hantei la utilizaría a ella para intentar destruír a Naseru. Y lo más imposible de todo es que aquello le había dado fuerzas para salvarse por fin a sí misma. Había matado al monstruo.

Sólo lamentaba no haberlo hecho mucho, mucho antes.

Hoketuhime hubiese debido darse cuenta que la admiración de un niño no es la de un hombre, y que los sentimientos de Naseru no serían eternos. Ella se había aferrado a la admiración de él y se había reconstruído a su servicio, corriendo un tupido velo sobre su horrible y deshonroso pasado. Se había alzado en el poder, había rehecho su vida. Pero él ya estaba mirando más allá de ella, él que no se daba cuenta de que las semillas que un hijo apartado de su madre y solitario, hambriento de afecto, había sembrado estaban germinando. Él, que se había convertido en un adulto. Él, que ya no le prestaba la misma atención, mientras ella seguía atrapada en una red de ilusiones dolorosas y traicioneras.

Resistió el impulso de dar un golpe al espejo, de tirar cuanto había en su tocador. La disciplina extrema con la que sobrellevaba cada día de su vida se impuso. Tomó el maquillaje que usaba para resaltar sus asombrosos ojos de hielo, se arregló lentamente. Se pintó los labios con un delicado tono de rosa. Luego llamó a sus criadas para que la peinaran y ayudaran a peinarse, poniendo cada horquilla en delicado desequilibrio, en una ilusión de naturalidad tan frágil y obscenamente mentirosa como la máscara de apacible control que llevaba puesta.

En realidad, Hoketuhime sabía que estaba destrozada. Pero nada podía evitar su dolor, nada iba a alejarla de él. Así que debía enfrentarse estoicamente a su día a día, ocupándose de sus deberes e intentando ignorar las burlas crueles de las jovencitas... Evitó rechinar los dientes, gesto que habría sido poco femenino y delator, pero por un instante sus ojos se volvieron más fríos todavía. Aquella absurda Akodo la había llamado vieja... A sus veinticuatro años, y soltera. ¿Quién se iba a fijar en una virgen tan pasada, habiendo muchachas casaderas a pares en la Corte de Invierno?

Si las circunstancias hubiesen sido distintas, Otomo Hoketuhime hubiese disfrutado demostrándole a aquella estúpida cuán imprudente había sido su comentario. Sabía que estaba motivado por su cercanía al Emperador, una posición que desataba envidias y elucubraciones entre los cortesanos, y más entre las Candidatas. Pero estaba maniatada. Aunque los celos la devoraran por dentro, aunque deseara gritar, aullar, vengarse, desahogarse de alguna forma, no debía perder el control. Todas las Candidatas estaban allí por deseo expreso del Emperador. Y ella debía ocuparse de que estuviesen cómodas, felices y satisfechas, en la medida de lo posible.

Quizás lo que más dolía del comentario es que, en cierto sentido, era terriblemente cierto; o al menos, lo bastante cierto como para hacer que sus deseos fuesen patéticamente vulnerables a una crítica maliciosa y hecha al azar. Porque tal vez si ella fuese unos años más joven, Naseru hubiese podido considerarla a ella entre todas las doncellas casaderas... pero no. No era así, no era una posibilidad y nunca lo sería. Debía vivir con su realidad, no con sus marchitas esperanzas. El soñar sólo servía para herirla aún más.

Un revuelo inesperado la sacó de sus deprimentes pensamientos.

-Otomo-hime -Bara, una de sus criadas, entró haciendo una inclinación profunda-. El Campeón Esmeralda me ha pedido que os informe de un incidente...

-¿Un incidente? -por la curiosidad que transmitía, aquello podría haber sido una esperada invitación a tomar el aire. Hoketuhime se felicitó internamente por su autocontrol, mientras se preguntaba qué incidente podía haber implicado al mismísimo Yasuki Hachi.

-Yasuki-sama ha... desafiado en duelo al Escorpión Negro en persona, mi señora.

Hoketuhime parpadeó como única muestra de su interno asombro. 

Aquello sí que era inesperado.

***

Toturi III alzó una ceja ligeramente ante su Campeón Esmeralda, que estaba postrado a sus pies. Estaban relativamente a solas, así que le indicó con un elegante y altivo gesto que podía levantarse.

-Hachi-san. Sóis la última persona de esta corte de quien me hubiese esperado un acontecimiento como el que ha tenido lugar en mis jardines. Desafiar al Escorpión Negro ha sido un acto sorprendente por vuestra parte. Decidme, ¿qué os ha llevado a ello?

Hachi, de rostro honesto, perspicaz pero no excesivamente agraciado, dudó un instante antes de contestar:

-Esta mañana, apenas salido el sol, vi una escena entre una dama y Soshuro Aoi-san que me pareció... ominosa. La dama en cuestión bajó corriendo de las murallas, pálida como una muerta y demudada -hizo una pausa, y el Emperador esperó pacientemente a que continuara hablando-. Dado que él había actuado de forma que me pareció... poco correcta...

-Vuestro error era comprensible -Otomo Hoketuhime intervino al ser evidente que el joven se había quedado sin palabras. Su cara impasiblemente hermosa no dejaba translucir sus pensamientos. Naseru la encontraba vagamente inquietante en momentos como éste.

-Tal vez -respondió el Campeón, en voz baja. Una extraña pero magnética sonrisa, que transformaba por completo sus vulgares rasgos, apareció en sus labios-. Pero la dama no ha estado muy de acuerdo con mi actuación. Me ha echado en cara que actuara impulsivamente guiado por las apariencias en vez de investigar el caso... -parecía divertido.

Naseru arqueó ambas cejas, ahora.

-Qué dama tan peculiar -comentó. Otomo Hoketuhime le sirvió té en su taza, y luego a Yasuki Hachi. 

-Única -repuso Hachi, sin dejar de sonreír de aquella forma tan sorprendente.

-¿Os batís por su honor y ella os recrimina por defenderla? Única sin duda -comentó Naseru, con una sonrisa torcida. Hoketuhime inclinó ligeramente la cabeza y musitó:

-No llegaron a batirse, Hijo del Cielo... la dama en cuestión, si no me equivoco, se interpuso entre ellos antes de que se iniciara el duelo.

Naseru miró de uno a la otra, intrigado. Hachi se echó a reír.

-Hai, ella era... Se negó en redondo a permitirnos luchar, alegando que el duelo era un error -había una calidez sorprendente en la expresión del Campeón, que habitualmente parecía cercano y amable, pero pocas veces tan entusiasmado.

-Ah... ¿y cómo es ella? -preguntó el Emperador, dirigiéndose a Hoketuhime más que a su amigo.

-No muy alta -describió en voz educada la Daimyo de los Otomo. Insignificante, dedujo Naseru-. De largo cabello moreno, frente amplia y ojos negros, nariz redonda... un conjunto de rasgos agradable -Toturi III, que sabía leer en ocasiones las palabras de la Otomo mejor que nadie, comprendió que Hoketuhime consideraba a la muchacha en cuestión poco agraciada, ínfimamente interesante y absolutamente inmerecedora del revuelo que había causado entre dos personalidades tan importantes como el Campeón y el Escorpión Negro, de infame reputación. 

-Pertenece al Clan Fénix, y es amable, gentil y dulce -añadió Hachi, todavía sonriendo-. Tan atenta como para proteger a un hombre de la fama de Soshuro Aoi cuando éste no necesita protección alguna... No tolera la injusticia. Es muy valiente.

-Parecía a punto de desmayarse -señaló Hoketuhime sin perder la compostura.

-Eso es precisamente lo que la hace tan valiente -insistió Hachi, cortés pero sin ceder terreno.

-Espero que este tipo de incidentes no se repitan, Hachi-san -les cortó Naseru, captando el desdén de Hoketuhime antes de que éste se expresara en educadas elipsis verbales-. No es adecuado a esta Corte que se sucedan los duelos, y menos frustrados, por asuntos que pueden arreglarse de otras maneras.

-No creo que sea necesario, oh Hijo de los Cielos -repuso Hachi, aún risueño y obviando la desaprobación que irradiaba de la Daimyo Otomo-. Isawa-san puede ser gentil, pero se ha mostrado muy firme conmigo en este asunto.

Naseru miró al Campeón con interés.

-No parecéis muy disgustado por ello.

-Quizás porque no lo estoy -Hachi bebió de su té, sonriendo-. Hablando de revuelos inesperados... he hablado esta mañana con Usagi-san sobre vuestro salvamento.

Naseru y Hoketuhime intercambiaron una mirada, él curioso, ella indiferente.

-Supongo que estaría muy agradecida -musitó la dama Otomo.

-Bueno... es una chica sensata -Hachi se rió-. Le pregunté si estaba ya locamente enamorada de nuestro Emperador...

-¿Hai...? -Naseru sonrió para sus adentros, satisfecho ante una conquista fácil.

-... Y dijo que no.

A Hoketuhime le tembló ligeramente el pulso mientras encendía unas velas. Algo de lo que nadie salvo ella misma se percató, afortunadamente.

-Así que eso os parece un comportamiento sensato -murmuró la dama Otomo.

-Sus palabras exactas fueron que "no conocía lo suficiente al Emperador para estar enamorada". Luego me preguntó si las demás Candidatas lo estaban.

-Parecéis aprobar sus palabras -indicó Hoketuhime, heladamente-. Realmente os complacen las jovencitas con modales extrafalarios.

Hachi soltó una carcajada.

-Estábamos a solas, y ella no tenía por qué halagar a nadie, ¿por qué no iba a ser sincera conmigo? Simplemente era una pregunta. No creo que su respuesta fuese irrespetuosa...

Ni Naseru ni Hoketuhime parecieron compartir su hilaridad, ni su apreciación de la sensatez de la Usagi. Intercambiaron una nueva mirada. Naseru le dio un sorbo a su té.

-Cualquiera diría que el incidente de la presentación le habría enseñado humildad.

-No creo que sea humildad lo que le falta... es muy consciente de su posición -señaló Hachi-. Precisamente por eso no se hace excesivas ilusiones.

Hoketuhime sintió una inesperada punzada de envidia ante aquel comentario inocente. Ojalá ella hubiese podido ser también sensata en ese aspecto... Inspiró hondo.

-Si no me necesitáis para nada más, Hijo de los Cielos, Campeón Esmeralda... me gustaría retirarme -dijo rígidamente.

***

Naseru se sentó en un balcón, aprovechando el relativo calor otoñal para alejarse momentáneamente de sus obligaciones, mientras meditaba sobre la conversación que acababa de tener con Hachi. Rara vez había visto al otro hombre tan satisfecho como en aquel instante, algo curioso dadas las circunstancias. Con cierta crueldad, se preguntó si la joven a la que Hoketuhime había catalogado sin dudar de insípida se sentiría tan interesada por el Campeón como él por ella... serían una pareja perfecta. Hachi no era el más apuesto de los hombres, a fin de cuentas.

Gracias a las Fortunas, él en cambio estaba más que bendecido en ese aspecto. Naseru se sabía guapo, atractivo y seductor, a juzgar por el número de desmayos que había a su paso. Secretamente tenía apuestas con Sezaru al respecto. ¿Perdería el sentido la Candidata Doji, o la humilde Gorrión primero? Seguramente a las damiselas en cuestión les parecería poco halagador saber que eran motivo de secreto regocijo para ambos hermanos, pero la verdad es que al Emperador le importaba bien poco esto. 

Frunció ligeramente el ceño.

En cambio, la reacción de la Usagi... había sido inesperada. Había supuesto que la habría dejado sumida en un mar de gratitud y en la más abyecta de las admiraciones, y ahora se encontraba con que la joven estaba siendo... sensata.

Sensata. Qué palabra tan horrible, y tan poco divertida.

Miró hacia sus jardines, preguntándose si debería hacer algo más. No le parecía apropiado que una de sus Candidatas se tomara con semejante desprendimiento el asunto de agradarle a él. No es que ella hubiese intentado desagradarle, tampoco... pero aquella falta de interés por su parte, fuese por el motivo que fuese, era...

¿Era ése Sezaru?

Naseru fijó la vista en una silueta vestida de rojo y dorado, de cabellos blancos. Efectivamente, su hermano estaba paseando, y una figura menuda le acompañaba. Incluso desde aquella distancia, los colores de su kimono la delataban como miembro del Clan Menor de la Liebre. 

Y estaban caminando por sus jardines, muy juntos, charlando animadamente al parecer. El Emperador parpadeó sorprendido, y luego frunció el ceño tormentosamente. 

¿Qué estaba haciendo su hermano hablando con una de sus Candidatas? Hasta que él no eligiera una Emperatriz, todas ellas debían tratar de agradarle. ¿Por qué estaba aquella Usagi tan satisfecha charlando con el avejentado Sezaru, que no era mucho mayor que Naseru, pero aparentaba muchos más años? El Lobo estaba gastado hasta parecer un anciano más que el hombre de veintitantos años que realmente era. Naseru sabía que no se trataba de un viejecito inofensivo.

¿Lo sabría la ingenua Liebre?

¿Y por qué se estaba riendo ahora, echando la cabeza atrás y mostrando tan obviamente su regocijo? Parecía estárselo pasando en grande.

A Naseru le ardió la sangre en las venas. Aquella era su Candidata, y Sezaru no tenía derecho alguno a coquetear con ella, no hasta que él la hubiera desechado en favor de otra. Y allí estaban, prácticamente coqueteando en público, a la vista de cualquiera... aquello era absolutamente inapropiado. Un relámpago de cólera le cruzó la mirada.

Ya les arreglaría las cuentas a ese par de atolondrados. Nadie se interponía entre él y sus cosas.